¡Salta! Aunque vaya en marcha, aunque te aterre la caída. No te quedes buscando la salida. Puede que, cuando la encuentres, ya sea demasiado tarde, pues sus manipuladores tejen telas de araña, pegajosas, que te atrapan. La intoxicación que produce su veneno te hace ver lo verdadero como falso y lo falso como verdadero. Y ya no podrás escapar. Aceptarás la mentira como una forma de ver las cosas. Tu realidad no estará conformada, sino de hipótesis, suposiciones, elucubraciones… siempre cambiantes, alejándote de tus propias observaciones, de tus propias comprobaciones empíricas.
Y te dirán: “Nuestros sensores son muy imperfectos, limitados. Hacen falta laboratorios, observatorios con potentes telescopios.” Mas ¿qué efluvios serpentean por el cuello de los alambiques? ¿Qué substancias mágicas se agitan en los matraces? ¿Qué materia “reflexiva” se calienta en las muflas?
La ciencia no existe. Se trata de un eufemismo como el que se ha acuñado con el término “democracia”, que en griego significa “el gobierno de la mayoría”. Y no vamos a referirnos con ello a que utilizando ese nombre se ha conseguido que gobierne una minoría con el voto de la mayoría, pero sin la mayoría. A lo que aludimos aquí es al cambalache semántico por el cual democracia ha pasado a significar justicia, libertad e igualdad, y, por lo tanto, si decimos que un país no es democrático, lo que en realidad estamos diciendo es que en ese país no hay justicia, no hay libertad, no hay igualdad, por lo que se convierte en el candidato perfecto para ser invadido, precisamente, por un país democrático.
Sin embargo, sabemos por las estadísticas que ningún partido en ningunas elecciones en ningún país vence con el apoyo de la mayoría, pues una buena parte de los ciudadanos no vota, no acude a las urnas. Y dentro de los que ejercen este “derecho”, sus votos se reparten entre dos, tres, cinco partidos, por lo que el presidente electo representa, en el mejor de los casos, a no más del 35 por cien de la población total.
Esto mismo ocurre con la “ciencia”, término éste que deriva de la palabra latina “scientia”, y que significa saber, tener conocimiento. Mas si lo hacemos derivar del verbo “scire”, nos encontraremos con el significado de cortar, es decir escudriñar un asunto, cortarlo, dividirlo hasta ver todas sus partes en una misma globalidad. Y por ello no se acuño este término hasta 1840 por el judío inglés William Whewell.
De esta forma se añadía más leña al fuego académico, y “ciencia” pasaba a significar verdad objetiva. Es decir, verdad absoluta y, por lo tanto –la verdad. Ni que decir tiene que todo aquel que no perteneciere a alguno de los círculos académicos, científicos, podría ser vituperado, menospreciado e, incluso, asesinado. Y para colmo de exclusión, se guarece bajo la cornisa del “método científico” –el único método que puede ser utilizado para encontrar esa verdad absoluta, objetiva.
Sin embargo, ese método se ha mostrado una y otra vez ineficaz. Y ello porque los científicos intentan penetrar en el sistema operativo –del universo y de la vida. Mas el sistema operativo es impermeable a la ciencia de los científicos, pues ha sido diseñado y manifestado desde otra realidad ontológica, impenetrable para el hombre.
Y lo que tenemos aquí, aparte de un eufemismo, es una paradoja, pues el mecanismo que se intenta comprender con el método científico, con aparatos de laboratorio, con telescopios… es, precisamente, un mecanismo del sistema operativo –invisible, no material, y, por lo tanto, no perceptible ni observable por los sentidos humanos ni por los instrumentos que el hombre se ha fabricado para amplificar su visión y paliar sus deficiencias sensoriales.
Hahnemann, quien desarrolló el sistema médico llamado homeopatía, se dio cuenta de este inquietante fenómeno. Comprendió que la enfermedad no es una identidad perceptible que se pueda estudiar, que se pueda “cortar”, pues forma parte del sistema operativo. Mas este sistema se manifiesta en el funcional. En el caso de la enfermedad, ésta se expresa a través de los síntomas. Éstos sí son observables –fiebre, dolor, vómitos, cansancio… Sin embargo, la medicina “científica” quiere encontrar la enfermedad, que es lo mismo que querer encontrar el amor en alguna parte del cerebro, escondido en algún ribosoma de alguna célula… el mismo absurdo, ya que el amor es algo inmaterial y solo podemos aprehenderlo a través de los efectos que produce en un individuo.
Mas la paradoja, la contradicción, en las que sucumbe la ciencia van más allá de esta pueril insistencia en obviar el sistema funcional, tratando de manipular los mecanismos existenciales desde el sistema operativo. La paradoja y la contradicción se extienden al propio método “científico”, método que exige que haya una comprobación empírica del fenómeno que se estudia, y que esta comprobación sea universal y se pueda repetir con los mismo resultados cientos o miles de veces.
Mas ¿cuál puede ser la comprobación empírica del Big Bang? ¿Acaso hubo alguien que estuviera allí en el momento del inicio? ¿A partir de qué se produjo este hipotético inicio? ¿Y si este universo no tuviese inicio? ¿Y si no hubiese existido nunca la nada, el “no hay”? Y este hecho formaría parte de nuestra comprobación empírica, pues cuando nos imaginamos la nada, en seguida surge la consciencia, y de ésta –la reflexión: “No hay nada y yo observo este no haber nada.” Por lo tanto, hay algo; en silencio, inexpresado.
Los científicos se ven obligados a obviar los orígenes, y de esta forma todo lo que deduzcan a partir de lo ya manifestado serán meras suposiciones. Mas de forma paulatina esas hipótesis pasarán a ser teorías “aceptadas por la mayoría de los científicos” para terminar siendo la verdad objetiva, sin que desde fuera del círculo académico se puedan rebatir.
Y lo mismo sucede con la vida. Al no poder mostrar el proceso detallado por el cual la materia inerte pasa a estar viva, se obvia este origen y se parte de la célula. Mas la célula es el final de este proceso.
Qué es, pues, lo que tiene la ciencia en sus manos –un universo sin origen comprobable, sin una descripción del tiempo anterior a su existencia, sin una posible explicación de por qué, según ellos, se expandió una hipotética singularidad, conteniendo en potencia lo que hoy llamamos “universo”. Lo único que tiene la ciencia, pues, es lo que todo el mundo observa –plantas, animales, montañas, ríos, sol, luna, estrellas… el sistema funcional.
Y ¿qué es lo que la ciencia ha averiguado del sistema operativo? La nada objetiva, la nada absoluta. ¿Qué han descubierto los biólogos sobre la vida que no supiéramos ya? Observaron estos curiosos alienígenas que hay aves que emigran anualmente y recorren, algunas de ellas, en su emigración miles de kilómetros. Cómo se orientan, se preguntaron. Ningún piloto de avión podría orientarse sin complicados instrumentos de navegación. ¿De dónde, pues, les viene a esas aves ese conocimiento matemático, esa visión geométrica del espacio y de los volúmenes? ¿Cómo se han fabricado una brújula interior que se afina con el magnetismo terrestre?
¿Qué diría Víctor si le confrontásemos con estos apabullantes fenómenos? ¿Les otorgaría a estos diminutos animalitos consciencia, reflexión, memoria y otras capacidades cognitivas? Víctor no aceptaría este escenario como algo plausible. Habrá que seguir ahondando en el sistema operativo. Habrá que seguir penetrando más y más en el laberinto de mecanismos que el método científico no puede explicar ni comprender.
Mas lo realmente perturbador es que ante estos inexplicables fenómenos, ante estos mecanismos que ni siquiera el hombre, la entidad más inteligente del universo, puede fabricar o comprender, los científicos no se preguntan cómo, entonces, funcionan en entidades tan insignificantes como los insectos o los pájaros.
Y aquí entramos de lleno en el problema del mecanicismo:
En concreto, eso nos lleva a entender los organismos vivos como simples máquinas que se explican a partir de un plano (blueprint) original. Denton afirma categóricamente que dicho modelo explicativo ha resultado fallido.
Michael Denton, seguimos con la paradoja científica, fue uno de los inspiradores del Diseño Inteligente, una teoría que ponía a los científicos al borde del abismo. Y Denton retrocedió unos cuántos pasos. Sin embargo, su rechazo del mecanicismo tampoco es justificable, pues todo en el universo, no solo los seres vivos, son programas –término éste que conviene más que el de máquinas.
¿Por qué, entonces, insisten en mantenerse dentro de esta paradoja, de esta contradicción? Si es obvio para cualquier mente sana que las abejas no pueden haber diseñado y producido los mecanismos que les permiten fabricar miel, construir celdas hexagonales y organizarse en sociedades muy similares a las humanas, ¿por qué siguen los biólogos describiendo estos fenómenos con adjetivos antropomórficos? ¿Por qué hablan de la inteligencia de las abejas, de la sabiduría de las hormigas, de su tenacidad?
Es obvio que la ciencia funciona como un escudo para repeler la verdad que los científicos pretenden amar. La ciencia no explica aquello que tanto inquieta al hombre, mucho menos aún los orígenes. Mas su objetivo no es el conocimiento, sino convencer a sus semejantes de que no hace falta la noción de Dios para comprender el universo. Todo en él es natural, perfectamente explicable en términos de física, de química, de matemáticas… Y al hombre le parece bien –un mundo casual, sin finalidad y, por ello mismo, sin responsabilidad, sin nadie que pueda pedirnos cuentas de nuestros actos; sin una balanza en la que pesar nuestras obras. Cualquier cosa menos un juicio en el que nada podría ocultarse.
Sin embargo, ya les queda poco “terreno” por recorrer antes de caerse al abismo. Todos los elementos están expuestos –ya han dado con los patrones precisos que se repiten en toda la creación; han dado con mecanismos de una complejidad irreductible que no pueden explicarse en términos de millones de casualidades, una tras otra. Han caído en la cuenta de que cuánto más penetran en el sistema operativo, más aumenta el enigma; más intrincado se hace el laberinto.
(36) ¿Cree acaso el hombre –insan–que se le dejará solo, sin exigirle ninguna responsabilidad por sus actos? (37) ¿Acaso no fue una gota de un agua fecundadora eyaculada, (38) y fue luego un coágulo suspendido que conformó según Su plan y completó, dándole su estructura simétrica, (39) e hizo que fuera varón o hembra? (40) ¿Acaso no es Ese capaz de dar la vida a los muertos? (Corán 75-Sura del resurgimiento, al Qiyamah)