¿Puede el estudio de la engañosa ficción conducirnos a la verdad?

Dennis Prager, un judío, un jázaro, un impostor que nada tiene que ver con los Banu Isra-il, aunque sí participe de su misma impostura teológica, acaba de escribir un artículo para “The World Tribune” en el que alaba con una absoluta falta de rigor el currículo de las escuelas rabínicas yeshiva (literalmente, una sentada), a una las cuales él mismo asistió durante 14 años. Y decimos que lo hace con una total falta de rigor porque las sitúa por encima de todas las escuelas seculares, cristianas y judías, de los Estados Unidos; y ello sin ofrecer ninguna prueba, ninguna evidencia, ningún indicio claro de que esa afirmación, desmesurada, sea, estrictamente hablando, verdadera.

El estudiante promedio de 12 años en una yeshiva tiene más sabiduría que casi cualquier estudiante de Harvard o la mayoría de las otras universidades. (Una yeshiva es una escuela judía ortodoxa con énfasis en los estudios religiosos. Alrededor de la mitad del día escolar se dedica a los estudios religiosos, que se enseñan a partir de las fuentes hebreas originales). Esto probablemente también sea cierto para muchos niños de 12 años en las escuelas cristianas tradicionales. Los estudiantes universitarios tienen más conocimiento que casi cualquier niño de 12 años en una escuela religiosa. Pero tienen mucha menos sabiduría. Lo sé porque fui estudiante de yeshiva desde los 5 hasta los 19 años. Apreciar cuánta sabiduría me enseñaron es apreciar la raíz de la crisis actual de nuestra sociedad: La vida secular no enseña sabiduría (ni, cabe señalar, muchas escuelas que se llaman a sí mismas «cristianas» o «judías»).

La primera falsedad en este párrafo de Prager y, por lo tanto, contraria a la sabiduría, es la de afirmar que los alumnos de cualquier yeshiva realizan: estudios religiosos, que se enseñan a partir de las fuentes hebreas originales. Nos gustaría saber qué hebreo tiene el señor Prager y qué hebreo tenían sus profesores, pues el hebreo clásico, el hebreo que hablaban ciertas tribus de Arabia, sobre todo del actual Yemen, dejó de utilizarse mil años antes de que los masoretas vocalizasen los textos bíblicos –una oportunidad más para falsificar, omitir, borrar, añadir… lo que se les había escapado a los manipuladores, escribas judíos que desde el principio habían estado encargados de transmitir estos textos. No debemos olvidar que los masoretas acabaron su trabajo en el siglo X, cuatro siglos más tarde de la aparición de Islam y de la revelación del Corán al profeta Muhammad. No hay textos “originales” bíblicos. Lo que estos niños de 12 años estudiaban, Prager incluido, eran textos llenos de alteraciones y de interpolaciones, llevadas a cabo por los rabinos a lo largo de miles de años.

(91) No han evaluado debidamente el método que Allah ha establecido para guiar a los hombres. Por ello dicen: “Allah no ha revelado nada a ningún ser humano –bashar.” Pregúntales quién entonces hizo descargar el Kitab con el que vino Musa –luz y guía para los hombres –nas. Lo transcribís en pergaminos, algunos de los cuales mostráis, pero la mayor parte de ellos los ocultáis. Así aprendisteis lo que no sabíais ni vosotros ni vuestros padres. Proclama: “¡Allah!” Luego déjalos entretenidos en sus vanas discusiones. (Corán 6-Sura de los rebaños, al Anam)

Más aún, cómo se puede hablar de sabiduría cuando en el currículo de las yeshiva se omite, como inexistente, la sabiduría contenida en el Corán. Lo único que puede justificar este aberrante hecho es el miedo a que esa pretendida sabiduría sea demolida y se derrumbe ante la angustiosa mirada de los alumnos de las yeshiva. Qué sabiduría puede haber en unos estudios religiosos en los que se ha obviado cualquier noción de transcendencia.

Mas aclarar este punto no es el objetivo de nuestro artículo, sino que, antes bien, nuestra intención es analizar una de las muchas “sabidurías” que se enseñaban, y probablemente aún se enseñen, en las yeshiva:

Sabía mucho antes de los 12 años que las personas no son básicamente buenas. Cualquier joven que estudie la Biblia, y crea en ella, sabe que Dios dice: “La voluntad del corazón del hombre es mala desde su juventud”. (Génesis 8:21). Aparte del tema de la existencia de Dios, este es probablemente el tema más importante en la vida. Podría decirse que la sabiduría comienza con esta comprensión de la naturaleza humana. Es difícil imaginar que una persona que crea que la naturaleza humana es buena alcance la sabiduría. Para ser claros, el mensaje de la Biblia no es que la naturaleza humana sea básicamente mala. Lo que importa es que reconozcamos la realidad, señalada en la Biblia y afirmada por toda la historia humana, de que la naturaleza humana no es inherentemente buena.

A juzgar por este párrafo, lo que le enseñaron a Prager no fue la sabiduría, sino la más desoladora ambigüedad. Fijémonos, si no, en estas tres devastadoras afirmaciones: las personas no son básicamente buenas; la naturaleza humana no es básicamente mala; la naturaleza humana no es inherentemente buena.

¿Es decir? ¿Qué es lo que, por fin, somos, básicamente hablando? ¿Buenos, malos, o buenos? O quizás, habría que decir que no somos buenos, ni malos, ni buenos. Mas la ambigüedad tendrá que ser inherente al discurso de quienes pretenden enseñar la verdad a partir de la falsificación, del engaño, de la mentira.

El problema del hombre no es la bondad o la maldad, ya que en el juego existencial ambas realidades deben formar parte de él, pues el primer patrón de la creación, y el más básico, es el de la dialéctica de los contrarios –cada fenómeno, cada concepto, tiene, necesariamente, que estar referenciado por su opuesto. La noción de claridad no puede entenderse sin la noción de oscuridad; de la misma forma que el bien es incomprensible sin el mal.

Mas, como decíamos, el problema del hombre no es el porcentaje de bondad o de maldad que haya en su naturaleza, sino lo fácilmente influenciable que es. No olvidemos que el arma más eficaz utilizada por el shaytan, por satanás, es el susurro: el susurro interior y el susurro exterior –cuántas personas no han arruinado su vida por hacer oídos a lo que les susurraban sus nefastos amigos, sus compañeros… sus familiares.

La gran mayoría de los seres humanos mantienen su infantilismo hasta su muerte –muestran una casi total falta de determinación, de análisis y de coraje a la hora de implementar sus visiones, su cosmología existencial. Adam comió del árbol prohibido porque el shaytan le susurró. El hombre peca porque escucha y sigue los susurros que salen de su interior o le llegan del exterior. El hombre podría mantenerse en un estado de bondad, de amabilidad, de generosidad… si no hubiera susurros a su alrededor.

Fijémonos en esta aleya coránica:

(4) Hemos creado al hombre en el mejor de los moldes. (Corán 95-Sura de los higos, at Tin)

La cita bíblica que nos propone Prager no viene del Creador, sino de la mentalidad judía. El hombre es la expresión última y más elevada de la creación y no podemos albergar ninguna duda al respecto, pues ello indicaría no haber entendido el patrón de la existencia. Mas el hombre alberga en sí mismo todas las posibilidades, tanto fisiológicas como psicológicas. Incluso en el hombre más generoso de la Tierra encontraremos algo de avaricia; de la misma forma que en el más cicatero de los hombres habrá algo de generosidad. El hombre está obligado, mientras permanezca en este mundo, a lidiar con conceptos positivos y negativos. Para esa lidia se le han concedido las armas necesarias para vencer: la guía profética y la fitrah:

(30) Así pues, mantente firme en el Din como hanifa–fitrah en la que Allah ha creado a los hombres –nas. (Corán 30-Sura de los rum)

Sin embargo, estas armas están melladas, pues la ciencia ha dicho que esos textos objetivos revelados por el Altísimo –el relato profético– no tienen ningún valor, ya que son religiosos y quedan fuera del ámbito del método científico.

Y ¿quién ha dicho que el relato profético, con sus textos revelados, tenga que estar comprendido en el método científico? Si para esos alienígenas el Corán no es texto científico, y por ello no ven ninguna utilidad en estudiarlo, pueden quedarse con su retrógrada actitud, muy anti-científica, por cierto; y pueden seguir malgastando su vida pegados a los microscopios o a los telescopios.

El Corán nos advierte de un hecho sumamente inquietante:

(69) No es, sino un recuerdo y un Corán inalterable (70) para advertir a los que estén vivos. (Corán 36-Sura Ya Sin)

Es decir, solamente los vivos pueden percibir la verdad. Los muertos deambulan por la vida sin comprender ni entender nada de lo que les llega. Y el shaytan les susurra: “Sois vosotros los que estáis en el camino correcto. Seguid por él y hallaréis la verdad.” Mas lo único que divisan en el horizonte, sedientos como están al recorrer ese largo y angustioso camino, es un abrevadero; y cuando se acercan a él, no hay agua, sino fuego esperándoles. Por lo tanto, debemos despertar de esa somnolencia obnubilante, ese sopor, y volver a la verdad, a la transcendencia.

En cuanto a la segunda arma –la fitrah, ha sido encubierta y asfixiada por la cultura, hasta el punto de que un joven de 11 o 14 años no sabe si es chico o chica. Cuando mira sus genitales, no le dicen nada. A veces contradicen su deseo de ser lo contrario. Esta confusión, que podemos añadir y sobreponer a la de tener relaciones sexuales con individuos del mismo género, se ha producido al permitir que la cultura, las modas, sustituyan a la fitrah, a ese tejido con el que Allah el Altísimo ha cosido la naturaleza humana. Salirse del sistema profético y optar por la cultura en vez de por la fitrah lleva al caos y a la confusión en la que vive el hombre de hoy.

Por lo tanto, el enemigo del hombre no es el bien o el mal, sino el susurro que le zarandea de una posición a otra, de una ideología a otra, de unos valores a otros. El hombre, ese niño adámico, se deja influenciar fácilmente y piensa que no necesita una quibla, una dirección; y de esa forma se adentra en el océano y ahí queda vagando hasta el final de sus días. Ésta es la sabiduría que no enseñan en las yeshiva, ni se la enseñaron a Prager; y las sociedades occidentales seguirán desplomándose y rodando cada vez más rápidamente por el agujero del conejo que llega hasta el mismísimo infierno.

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