La absolutez de la falsedad

Cuando los Padres Fundadores, una banda de forajidos en toda regla, decidieron regalar al mundo con su inigualable constitución, no pensaron ni por un momento en el hecho de que las constituciones se escriben para implementarse en las actividades que las sociedades llevan a cabo cotidianamente. Mientras se terminaban de redactar sus últimos artículos que declaraban la igualdad de todos los seres humanos ante la justicia, los nativos de América eran masacrados, sus tierras robadas, sus mujeres violadas… y todas esas tribus eran empujadas hacia el Océano Pacífico que los recibiría como su última tumba. Ya decía Ortega y Gasset que una cosa son las ideas y otra –las creencias.

En el caso de los Estados Unidos, el asunto se vuelve aún más turbio, pues, por una parte, se redactaba la constitución más avanzada de su tiempo, al menos en cuanto a los derechos humanos, y al mismo tiempo se levantaban miles de ciudades y pueblos sin más ley que la de los caciques locales cuyos desmanes eran protegidos por el sheriff y el juez de turno, todo ello salpicado por la barbarie de transvasar poblaciones enteras de africanos a ese “nuevo” continente que se publicitaba como el paraíso terrenal. Les esperaban inmensas plantaciones de algodón en las que habían de morir aplastados por el trabajo excesivo y el látigo.

Mas la Constitución de Estados Unidos –ahí estaba, incólume, como un faro que alumbrase al mundo entero. Estos padrastros habían dado con el arma más efectiva y destructora de cuantas se habían fabricado hasta entonces –publicitar algo es hacer que ese algo exista. Es decir, habían descubierto, antes de que existiesen, los medios de comunicación.

Fijémonos, si no, en la famosa Guerra Fría. Cuarenta años de “fríos” enfrentamientos, más otros cuarenta ocupados en recolocar a la nueva Rusia… y ni un solo golpe de sable. Muy al contrario, de vez en cuando escuchábamos que se había producido un fraternal intercambio de espías. Más aún, la colaboración espacial, tecnológica y económica nunca dejaron de producirse en todo este tiempo. Los ciudadanos seguíamos esta guerra “fría”, quizás eufemismo de montaje bélico, en los medios de comunicación. Eran ellos los que ponían al borde de un ataque nuclear a los submarinos estadounidenses y soviéticos. Eran ellos los que nos atenazaban y aterrorizaban con inminentes bombardeos, con batallas en el Pacífico, con el poder amarillo… sin olvidar el inmenso apoyo que han supuesto durante todo este tiempo las producciones hollywoodenses.

Mas la historia, los acontecimientos, seguían su curso natural como lo hacían el Mississippi y el Volga. Y fueron estos mismos medios de comunicación los que nos avisaron de que la Guerra Fría se había calentado hasta evaporarse. Había caído el muro de Berlín, se había acabado la historia, y había llegado por fin la paz y la felicidad al mundo entero, pues el diablo se había derretido en la inmensa Siberia. Mas no eran los que siguieron años de paz, sino de preparación para una Segunda Guerra Fría. Esa Rusia democratizada y occidentalizada seguía siendo sospechosa de albergar en las mitocondrias de sus células, en ese misterioso ADN que las recorre, la maldad soviética.

Y así siguió engordándose esa sospecha hasta la invasión de Ucrania. Es decir, Rusia invadiendo su propio territorio –Kiev había sido durante mucho tiempo la capital de Rusia y en el puerto de Odessa comenzaría la revolución rusa. Por lo tanto, podemos concluir que nunca ha habido Guerra Fría, sino un juego frío, bien calculado; un juego de póker en el que es imposible adivinar por el rostro de los jugadores quién tendrá las mejores cartas.

Mas lo importante de todo ello es advertir que la falsedad puede ahora campar por sus anchas, por las anchas de los medios de comunicación, sin tener que construir gigantescos telescopios, complicadísimos laboratorios… sin tener que alargar unas cuantas millas los túneles en los que se acelera brutalmente a las partículas sub-atómicas.

Otro punto no menos importante es el de entender la absolutez de la falsedad. No se puede mentir en astrofísica y al mismo tiempo mostrar la verdad de los acontecimientos biológicos. No se puede ser justo, objetivamente hablando, en política y al mismo tiempo crear falsas crisis económicas. La falsedad es una, completa, global, absoluta…

Occidente lleva mintiendo desde que comenzara su existencia histórica, que ellos mismos trasladan a la civilización greco-romana. Llevan más de 2,000 años afirmando que el profeta Isa es el hijo de Dios, engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre. No contentos con ello, y a pesar de que el asunto se les iba de las manos, añadieron un tercer dios, que al ser una paloma, volando de aquí allá, había llegado tarde a la trinidad. Mas ¿cómo podía haber una familia ejemplar, modélica, sin una madre? Ahí estaba María, que había dado a luz a Dios, en su naturaleza humana, pero que, al ser inseparable de su naturaleza divina, se mantuvo virgen después del parto, originando esta curiosa forma de ver las cosas asesinatos y envenenamientos selectivos en cada concilio.

Mas al final, la irracionalidad ganó la guerra, que no podemos calificar de fría, pues no dejó de crear durante siglos abrasadoras calenturas. Y la falsedad siguió su camino. Cambió la cosmología transportada por el relato profético y, más tarde, utilizando el álgebra de los árabes, los tres dioses se convirtieron en uno, y éste, por acción de la física cuántica, pasó a ser cero, lo que algunos filósofos denominaron “la muerte de Dios” –algo que bien podría ser calificado del colmo divino. Ahora, la mentira, con un dios convertido en entelequia filosófica y los medios de comunicación esparciéndose por los papeles impresos, por las ondas de radio, por los programas televisivos… por la Red, aceleraban y completaban el mapa de la falsedad.

Se generaba un matrix en el que era imposible diferenciar la realidad de la ficción; la verdad de la falsedad; matrices dentro de la matriz, falsedades explicando la gran falsedad, la gran mentira; pandemias inexistentes inmovilizando a sociedades enteras, vacunándolas, asesinándolas dulce y lentamente; expertos aconsejando el uso de mascarillas; guerras de fuegos artificiales ocasionando hambruna en el mundo. Medios de comunicación. La falsedad. La gran mentira.

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