La increíble hazaña del leonés Álvaro de Mendaña, o el fracaso de Magallanes

Un nuevo conflicto parece cernirse, como un nubarrón surgido de la nada, sobre el ya ennegrecido cielo de China. Un nuevo conflicto, como una excusa para que Australia vuelva a meter sus narices en los asuntos del gigante amarillo, que no es amarillo, pero es una forma intimidatoria de llamarle a uno “bárbaro”, “extraño”, “extranjero”.  Esta vez está en juego la libertad de China de construir una base militar en las Islas Salomón con el permiso de su gobierno.

Mas reyertas políticas aparte, lo que aquí más nos interesa es el que Álvaro de Mendaña les pusiera este nombre que a todas luces resulta una extrapolación geográfica, y tenemos nuestras dudas de si este intrépido explorador español conocía la verdadera historia de estas islas.

Uno de los centros de poder del Profeta Suleyman (Salomón) era La India, cuya influencia llegará a China y a las islas del Pacífico. El propio Suleyman, sus ejércitos y sus súbditos comerciantes, viajarán por este océano llegando a Australia, y haciendo escalas en los diferentes archipiélagos dispersos por todo él, arribarán a lo que hoy es Panamá, cuyo canal era entonces un estrecho natural que les permitía pasar rápidamente al Océano Atlántico, continuando viaje hasta llegar a la cornisa atlántica europea, especialmente a su parte galaico-portuguesa y a lo que hoy son las Islas Canarias. Los barcos que allí llegaban procedían, en última instancia, de Bābil (Mesopotamia). No sólo llevaban consigo el conocimiento profético, sino también yins y shayatines, expertos conocedores de muchas “ciencias”, capaces de actuar cada uno de ellos con la fuerza de miles de hombres.

(38) Dijo: “¡Consejo de principales! ¿Quién de vosotros me traerá su trono antes de que vengan a mí sometidos?” (39) Dijo un ifrit de entre los yin: “Yo te lo traeré antes de que te levantes de donde estás. Tengo la fuerza y el poder para hacerlo.” (40) Dijo el que conocía algo del Kitab: “Yo te lo traeré antes de que parpadees de nuevo.” Cuando lo vio firmemente colocado ante él, exclamó: “Esto es una gracia de mi Señor para probar si soy agradecido o ingrato. Quien es agradecido lo es para sí mismo, y que sepa el ingrato que mi Señor es en Sí Mismo Suficiente, generoso.” (Corán 27-Sura de las hormigas, an-Naml)

¿Quién construyó las fabulosas pirámides que se yerguen majestuosas en Méjico y en Perú, semejantes a las de Arabia y a los templos escalonados de La India? ¿Quién les enseñó la escritura a los Mayas y a los Aztecas, y a escudriñar los cielos y a levantar calendarios? Todo ello haría que los habitantes de aquellas tierras sintieran, hace ahora seis mil años, una tremenda conmoción al entrar en contacto con la elevada civilización que traían esos “atlantes”. Pronto surgirán leyendas en las que se hablará de los portentos que realizaban esas gentes venidas de allende los mares hasta crear el mito de la “Atlántida” -un continente que nunca existió, pues en realidad se estaba haciendo referencia a América, el lugar de donde provenían los súbditos de Suleyman.

En 1568 el explorador español Álvaro de Mendaña de Neira llegaba a las Islas Salomón situadas al este de Australia, en el meridiano 10, al sur del ecuador. No deja de sorprender que llevaran este nombre estando su emplazamiento a más de veinte mil kilómetros de Palestina, lugar donde según la tradición judeo-cristiana residiría el rey Suleyman. Sin embargo, según los rumores que llegaban al continente europeo, Álvaro de Mendaña no sólo habría descubierto oro en estas islas, sino también el lugar de donde el Profeta Suleyman obtenía todo tipo de metales para sus magníficas construcciones. La historia deja de ser inverosímil si situamos a este Profeta en Bābil y damos a La India el papel de haber sido uno de los centros de influencia de su poder. No sólo de las Islas Salomón, sino de muchos otros lugares de la Tierra sus súbditos, sus exploradores, sus yins y sus shayatines extraían metales preciosos y muchas otras riquezas del subsuelo y de los fondos marinos.

En 1595 este mismo explorador, Álvaro de Mendaña, divisó las Islas Marquesas, situadas en el meridiano 10, al norte del ecuador y al este de las Islas Salomón -quizás representaran la última escala de las huestes de Suleyman antes de llegar al estrecho de Panamá. Y ese fue el objetivo del extraordinario y nefasto viaje que en 1519 emprendiera Magallanes desde el puerto de Sevilla –encontrar un lugar en el centro de América que le permitiera pasar de un océano a otro. ¿Qué sentido habría tenido interesarse por un estrecho, el que más tarde llevaría su nombre, en Tierra de Fuego, al final del continente americano? La transmisión que había recibido era correcta, pero en su tiempo ya no había estrecho natural y el paso del Atlántico al Pacífico a través de América Central resultaba imposible.

Magallanes estaba tan convencido de que las transmisiones y los mapas que había recibido eran correctos, que comenzó a descender desde el actual Panamá hacia el sur de América, pensando que ese estrecho que permitiría a los comerciantes ahorrar meses de viaje, no podía estar muy lejos. Y así continuó hacia el sur hasta casi llegar al Cabo de Hornos. Y allí encontró su estrecho, que no era tal, sino una encrucijada de pasos extremadamente peligrosos para los barcos. Y así quedó el asunto, encubriendo la realidad, como si Magallanes hubiese sido un psicópata que hubiese dedicado gran parte de su vida a buscar un estrecho por toda América, quizás con el único objetivo de darle su nombre.

Mas la hazaña de Álvaro y del propio Magallanes era la de re-abrir la historia, volver a recorrer las rutas de los antiguos Profetas, guerreros y comerciantes. Algo nos separaba de ellos. Habíamos perdido un precioso conocimiento que nos hacía merodear por los mares, como si estuviéramos ciegos. Algo se había encubierto, algo había pasado a formar parte de la Gran Mentira. Hoy podemos entender mejor por qué Álvaro llamó a estas islas “de Salomón” y por qué Magallanes dio su vida por re-abrir la ruta Atlántico-Pacífico en el centro de América.

El mito perdura, pero las leyendas se desvanecen. El mito, la estructura básica de la realidad, llevó a Magallanes al punto exacto por el que debería cruzar. A través de ese punto, a través de ese estrecho, llegaban las huestes de Sulayman hasta Europa –totalmente cierto. Mas las leyendas desvirtuaron esta realidad, creando Atlántidas, Atlantes, extraterrestres, criaturas submarinas…

Hoy los barcos vuelven a cruzar por el estrecho de Panamá, vuelven a circular entre los dos océanos.

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