Cada uno guarda en su interior un trozo de subjetividad que nunca saca a la luz ni tiene la intención de cambiarlo por su correspondiente objetividad. El hombre tiene muchas erróneas percepciones que le hacen suponer que si pierde esa subjetividad, habrá perdido su propia identidad.
Imaginemos por un momento la educación que damos a nuestros hijos. Los metemos en la barca de los estudios académicos y los dejamos a la deriva, flotando en algún océano. Apenas tienen víveres para más de una semana y escasean también de agua, pero normalmente siempre llegan a algún puerto –trabajan, se abastecen de lo más necesario y vuelven a la mar. No saben nada de nada y ni siquiera les interesa saber algo, pero guardan su trocito de subjetividad normalmente en forma de superstición o de chamanismo.
Cuando te encuentras con un árabe y le hablas en su lengua original, no te considera uno de ellos, pero si hablas en el dialecto de esa zona, te alaba por el buen árabe que tienes y te considera su hermano, pues secretamente, en ese pedazo de subjetividad, prefiere ser árabe antes que musulmán. De lo contrario, se admiraría de tu buen árabe clásico, la lengua que te permite leer el Corán en el idioma original, te permite leer los dichos del profeta en árabe, así como estudiar la sharía. Mas cada pueblo tarde o temprano quiere volver a sus orígenes idólatra, supersticioso y chamánico, quiere dar preeminencia a su trocito de subjetividad, quedando la verdad para la otra vida.
Los europeos celebran la noche de San Juan y la Noche Vieja con máscaras, alcohol y drogas, pues se cansaban de seguir a Jesús y a dormir sin otro techo que las estrellas. Lo hicieron dios, hijo de Dios, y de esta forma enterraron al profeta, el que les anunció a Muhammad y al Islam. Y todos saben que no hay más que un Dios, un Creador, Allah, Allahumma, Elohim, Eli (como se menciona descuidadamente en Mateo 27:46), Eloi (Marcos 15:34) –las mismas vocales y los mismos consonantes que en “Allah”. Sin embargo, lo guardan en secreto y proclaman su creencia en la trinidad. Todos conocen la verdad, pero siguen las supersticiones de su gente, de su cultura.
Los astrofísicos no encuentran el origen ni tampoco se atreven a pronosticar el final. Saben que el azar no puede ser la causa del Universo, pero han ido construyendo poco a poco un dios tan humano que no osan dejar en sus manos este Universo. Han mezclado Su palabra con las de los sumos sacerdotes y no hay mártir que sea capaz de leer la Biblia. Mas cuando les dicen que el Corán es la Biblia sin manipulación, entonces se asustan, pues temen perder su trocito de subjetividad.
Puede que los biólogos sean los que más enanos tienen a su alrededor, enanos deformes que no hablan ninguna lengua. Gesticulan y cacarean como gallinas espantadas. Es una subjetividad la suya particularmente nefasta, pues ven la célula desde arriba en la lente del microscopio y siguen pensando que fue un largo proceso en el que ciertas moléculas de ARN dieron origen a la vida. De alguna forma el ADN, las mitocondrias, los ribosomas… quedaron flotando en una substancia acuosa, contenida por una membrana. Y también saben que las cosas no pueden ser así. Saben que la célula es una entidad tan complicada, tan perfecta, tan sincronizada, que hace falta el factor Agento Externo, Diseñador, Creador, para que todos esos elementos inertes tomen vida. Mas ellos trasladan a un futuro incierto la explicación de lo que ahora parece inexplicable.
En la novela “Solaris” de Stanislaw Lem, que Tarkovski llevó al cine produciendo una película bajo el mismo título, se ha desarrollado una consciencia cósmica como un mar que flota en el espacio. Los astronautas y los científicos que se acercan con sus naves a ese mar, a esa consciencia, ven materializarse a cabo de unos días en forma de grotescas criaturas sus “sales secrets” –su trocito de subjetividad, el más recóndito, el más vergonzoso. No hay forma de deshacerse de ellas. Van pegadas a sus dueños. No pueden vivir separadas de ellos, pues son segregaciones anómalas de la subjetividad humana.
(6) Allah no quiere poneros ninguna dificultad, sólo quiere que os purifiquéis y derramar Su bendición sobre vosotros para que seáis agradecidos. (Corán 5 – Sura del descenso de la mesa)
Purificarse es, ante todo, “eliminar” esos sucios secretos, esa pegajosa subjetividad que nos impide elevarnos hacia la luz.