¿A quién culpar?

¿Y qué pasará cuando los gobiernos comiencen a desmontar, ya han comenzado, la farsa pandémica? ¿Qué hará la gente, la misma gente que les votó y los puso en el poder y les dio el poder de legislar, sin quedarse ellos ninguna posibilidad de control? ¿Qué dirá esa gente que en su profundo análisis político no ve mejor opción que la democracia? Pues en la democracia, dicen, se impone la voluntad del pueblo. Excepto cuando la voluntad del pueblo difiere de la voluntad de los gobernantes. En ese caso el pueblo está equivocado. Quizás agentes externos le han trastocado el intelecto y ha dejado de comprender, ha dejado de ser ese pueblo sabio, cuya voluntad merece prevalecer sobre todas las demás.

Cuando los gobiernos digan, ya lo están diciendo, que no hay pandemia y que ese Covid-19 junto con sus variantes de nombres griegos (ante todo clasicismo) no son, sino virus de gripe, catarros, resfriados, neumonías, trombosis… las enfermedades de siempre, la gente estará tentada de pedirle cuentas a esos gobiernos. “Nos han mentido,” dirán unos. Mas será un grito que pronto se apagará debido al entusiasmo de esta gente, ese pueblo, de esos votantes, al imaginar que esas declaraciones gubernamentales señalan a una vuelta a la normalidad y que lo pasado, pasado está; y volvamos a la fiesta donde la dejamos.

Mas también en eso se equivocan. Quizás la pandemia ha jugado su papel en esta primera fase del nuevo reinicio, del nuevo orden mundial –o como se le quiera llamar. Quizás Game Over – Play Again. No podemos por menos de admitir que ha sido todo un éxito. Han parado los motores que movían el mundo, como ya aconsejó Ayn Rand en su libro “Atlas Shrugged”. Han roto las cadenas de distribución. Han acelerado las catástrofes “naturales”. Le han puesto mascarilla a la gente. Le han prohibió visitar amigos y familiares. Se han cancelado miles de vuelos cada día. Y todo por una gripe, por un catarro. Hace unos días Macron amenazaba a sus súbditos no vacunados con hacerles la vida imposible. Al mismo tiempo, Alemania reconocía con toda naturalidad, es decir, con toda desfachatez, que las vacunas no eran realmente efectivas; que era preferible que la gente se infectase de forma natural y produjese sus propios anti-cuerpos –una canción que no ha dejado de entonarse desde el principio de la fabricada pandemia. Por su parte, España hablaba de gripe, y que era, en realidad, una endemia y blablablablá. El Reino Unido anunciaba la derogación de todas las medidas anti-Covid, vacunas incluidas. La gente que no ve el momento de meterse en la fiesta, en la despreocupación, en la negligencia, en la más absoluta inconsciencia, no ve que haya ningún juego.

¿Por qué toda esa narrativa catastrofista? ¿Por qué esta transformación, ese giro, hacia un sistema tiránico de órdenes y obediencia, sin que haya una causa que lo justifique? Obviamente, el reinicio continua; la Agenda sigue su curso. ¿Hacia dónde? El objetivo sigue siendo evidente –despoblación y control de las comunidades humanas a través de una vida on-line.

La verdadera cuestión es: ¿Cómo van a ser las siguientes fases? ¿Nuevas pandemias, como ya “profetizó” Bill Gates? ¿Fenómenos sin definir que provocarían una extinción general de las especies vivas, como ha dejado caer de soslayo Elon Musk? No sabemos. Hay tantas posibilidades. Quizás misiles con cabezas nucleares explotando por doquier en la Tierra y los medios de comunicación explicando el fenómeno como una invasión de meteoritos. Quizás provoquen tsunamis. La película “2012” lo sugiere. O quizás el colapso total de las sociedades tal y como las conocemos hoy sea provocado por un ataque “extraterrestre”. Ya lo insinuó Emmerich en su película “Independence Day”. Cualquier montaje es posible. Ya han visto que todo funciona, que la imbecilidad a la que ha llegado el ser humano no tiene límites.

Tomás de Aquino corría hacia las ventanas del seminario en el que estudiaba latín y otras disciplinas cada vez que sus compañeros le decían: “¡Mira Tomás! ¡Un burro volando!” No sabemos si lo hacía, dada su santidad, para no defraudar a sus colegas de estudio o por si pensaba que quizás algunos burros podían haber evolucionado y desarrollado alas –ahí estaba, sin ir más lejos, Pegaso. No obstante y quiera que fuese como mejor nos parezca, unos años más tarde escribió “La Suma teológica”, en la que evitó mencionar el tema de la genética y desarrolló un par de cosillas que todavía hoy tienen interés –como su teoría de que todo lo que tiene una función apunta a que ha sido diseñado por una inteligencia superior. Y de esta forma probaba lo que hasta hoy no ha podido ser refutado –la existencia de Dios. Sus compañeros, en cambio, siempre que Tomás estaba ausente, se quedaban mirando por las ventanas para ver si veían a ese burro volando, pues ellos no escribieron ninguna suma ni desarrollaron ninguna teoría sobre la existencia de Dios. Son nuestros antepasados, nuestros padres, nuestros abuelos. Somos nosotros los que seguimos mirando al cielo por si viéramos a algún burro volando. Y ya hemos visto muchos. Hemos visto cohetes alunizando, astronautas pisando el satélite; hemos visto bases en Marte, robots analizando la atmósfera del planeta rojo y acabamos de ver una pandemia, un virus.

Se quedaban mirando por las ventanas, pues aunque no sabían nada de genética, eran tan supersticiosos e ignorantes que no veían ningún problema en que un burro volase. Somos sus herederos, los que nos hemos puesto mascarillas y les hemos dicho a nuestros semejantes que no se acerquen a nosotros a más de dos metros, que no estrechen nuestras manos, que se vacunen.

San Alberto Magno, según le apodaron, profesor de Tomás y de los otros chavales que nunca lograron aprender latín, les dijo una vez con la solemnidad propia de su magnitud o magnificencia, que los burros no vuelan; no pueden volar por mucha evolución que se les inyecte, y que el tema quedaba así zanjado para siempre, y añadió para salvar las diferencias que Tomás un día daría tal rebuzno que se escucharía en el mundo entero. También aquí hay discrepancias. Los hay que piensan que se refería a “La Suma”, mientras que otros prefieren tomar la expresión en sentido literal. De ser éste el caso, Alberto habría demostrado tener un profundo conocimiento de la interacción entre el sonido y el ADN.

Nosotros, empero, seguimos mirando por las ventanas; seguimos soñando con ver a los burros volar. Somos sus descendientes, los que nunca leyeron “La Suma” y pensaron que Tomás era un pobre idiota.

Mas lo que Tomás dijo no era que los burros volasen, sino que Dios existía.

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