Desde el estreno de Westworld de Michael Crichton en 1973 hasta la proyección de Virtual Revolution de Guy-Roger Duvert en 2016 han pasado casi 50 años, medio siglo que ha necesitado el deep state para comprender, definitivamente, que los androides son construcciones imposibles, ahora y siempre. Y ello porque la tecnología del fuego no puede aplicarse al barro, la sustancia de la que está hecho el ser humano.
No obstante, la idea de crear mundos virtuales en los que el hombre pueda disfrutar y realizar plenamente sus fantasías sin correr los peligros que siempre conlleva la realidad, es persistente en la imaginaría humana.
Una y otra vez, la ciencia-ficción –que hoy nada tiene de ciencia ni de ficción– intenta sublimar la incapacidad humana de construir androides, monstruos, viajes galácticos, Frankensteins de todo tipo… sin otro resultado que escuchar a los espectadores cuando salen de las salas de cine: “La película, una chorrada, pero los efectos especiales, muy bueno.”
Efectos especiales es lo que promete Zuckerberg, ilusiones infantiles para mentalidades pueriles que ven el mundo a través de Facebook, ¿o quizás deberíamos decir, a través de Meta? Modalidades semánticas, cambio de lenguajes para ocultar la realidad –la incapacidad del hombre de salirse de la pecera, del universo cerrado en el que vivimos.
¿Qué vemos entonces en los telescopios? Reflejos, espejismos que produce nuestra mente débil y cansada, devastada por la sed, por las ansias de atravesar el velo que nos cubre y penetrar en… ¿en? Fundido en negro. La mente se paraliza cuando queremos comprender o imaginar aquello que está fuera del quiste existencial en el que penamos, de un universo reducido a nuestras necesidades, cerrado, hermético.
Sin embargo, en los procesos neuróticos de estos payasos siempre hay devastación, masacres, genocidios, desesperación. Lo estamos viendo con la pandemia y lo veremos con el Metaverse. Ya lo vimos con los “nuevos órdenes mundiales” anteriores.
Si no puedo lograr que los juegos de ordenador cobren vida e independencia… consciencia; si no puedo fabricar androides; si no puedo manipular al ser humano hasta convertirlo en un robot y de ahí en la condición de androide, a algo así, entonces haré que todo sea virtual, borraré la línea de demarcación que separaba la realidad de la ficción.
¿Qué es la realidad? Es la pregunta que no dejamos de escuchar en las películas que se han producido desde finales del milenio. Y los espectadores, sacudidos, súbitamente, de su somnolencia crónica, responden: “¡Es verdad! ¿Qué es la realidad?” Como un polluelo que acaba de romper la cáscara del huevo.
La realidad es el conocimiento que cada uno tenga de la realidad, y ese conocimiento solo se activa con la consciencia.
Cuando vemos la película The Truman Show (1998), tenemos la sensación de que eso, precisamente, es lo que nos está pasando a nosotros. La inconsciencia nos arroja a un escenario de película, poco importa si hay alguien filmando o no. Nos sumergimos en una rutina devastadora que nos robotiza hasta que ocurre algo que nos sacude y nos despierta a la contemplación de una vida, la nuestra, contenida en un microchip.
Cuando cae del cielo una lámpara con la referencia escrita de la estrella Siro, Truman comienza a mirar a su alrededor. Es la primera vez que se siente inquieto; la primera vez que le sucede algo fuera de su rutina diaria, y ello le desconcierta y le hace estar, al mismo tiempo, más atento a los acontecimientos que se van a ir desarrollando ante él, vertiginosamente. Le llegan más signos, observa, analiza los escenarios que ahora le parecen meros decorados de película. No sabe explicar qué es todo eso, pero la extrañeza se apodera de su corazón. Al final, Truman descubre que ha pasado toda su vida dentro de un estudio de televisión. Y decide salir de él. Salir ¿a dónde? A otro estudio de televisión, esta vez sin cámaras ni realizadores, pero tan manipulado como aquel.
No se trata de cambiar de lugar, sino de activar la consciencia. El trabajo cognitivo no reside en resolver la dicotomía realidad-ficción, sino en comprender que somos actores momentáneos en la película “vida terrenal”. Y será dentro de esta filmación donde tendremos que comprender la trama completa, el guión completo, que continúa más allá de la muerte. De esta forma, nos convertimos, también, en espectadores, liberándonos de las atadoras de la acción. Actuamos en cuanto que personajes, pero observamos en cuanto que espectadores –fuera de la filmación.
Mientras la consciencia permanezca inactiva, estaremos siempre atrapados en algún tipo de película, de ficción, creyendo que el papel que nos ha sido asignado es nuestra realidad.