Averigua qué duda te conviene

Cuantas más dudas iluminen nuestro horizonte cognitivo, más sabios nos veremos frente al espejo de la estulticia, aunque no sean estas las buenas dudas, las dudas momentáneas, las que nos impulsan a la búsqueda, a la reflexión, al análisis.

En este caso se trata de dudas postizas, como las de Descartes, dudas que disimulan no solo ignorancia, sino también encubrimiento.

-¿Será el universo finito o infinito, curvo o plano? ¿Vendremos del mono, de algún chimpancé, o nos habremos desarrollado por partenogénesis? ¿Habremos clasificado bien a los homínidos, eslabón perdido aparte, o se trata de un juego de adivinanzas? Qué planeta será más propicio para instalarnos cuando el cambio climático amenace seriamente la vida en la Tierra, Marte o la Luna? ¿Realmente emigraron algunas de las primeras comunidades de África a China, no sería al revés, o quizás debamos pensar en alguna otra teoría? ¿Vivimos sobre una gran torta rocosa o nos deslizamos por resbaladizas curvas, bien sujetos por la gravedad? ¿Cómo se han llenado los mares y océanos de sal? ¿Acaso ya estaba ahí la sal cuando los agujeros se llenaron de agua o quizás se deba a otra razón?

Son dudas que nos permiten no tomar partido por ninguna opción definitiva. Mas no fue así cuando estudiábamos en el colegio, antes de las dudas, antes de instaurar la estrategia –quien mucho sabe, no sabe nada; al tiempo que se nos recuerda que ya Sócrates llegó a la conclusión de que solo sabía que no sabía nada. Por lo tanto, “saber” ha venido a significar, gracias a las dudas, “ignorancia envuelta en arrogancia”.

-¿Sabe usted algo?

-No señor, nada.

-¡Qué gran sabiduría la suya! Permítame que me apunte su número de teléfono, por si un día me parece saber algo.

-Aquí tiene, aunque, ya sabe, la respuesta siempre será la misma –¡Olvídelo!

-No, no lo sabía, ni siquiera estoy seguro de no saberlo.

-Vigile esa duda.

No, en la escuela aprendíamos nuestra ascendencia simia; la redondez de la Tierra; la salinidad marina debido a procesos de desalcalinación osmótica, o algo así; los electrones girando en órbitas perfectas alrededor de un núcleo compacto… La ciencia lo sabía todo y esa era la razón principal de que no necesitásemos a Dios y, ya se sabe, que una de las leyes de la evolución, en la que el hombre está implicado, es que la naturaleza, en su perfecta economía, se deshace de todo aquello que resulta inútil o sobra. Y Dios sobraba porque la ciencia suplía con creces la escasez de datos que contenían los tratados divinos, especialmente los bíblicos –el resto había sido tachado de apócrifo o simplemente fabricado.

Mas ya se sabe que el que busca, encuentra; y buscando y rebuscando, enredando en esto y en lo otro, dieron con el ADN, con los ARN, con una falta incomprensible de materia y energía cósmicas… que dejaba en suspenso a la astrofísica y ponía en tela de juicio la honestidad y veracidad científicas a la hora de presentar resultados incontestables.

La mayoría de las agencias gubernamentales no dejaban de echar mano de la máxima de Sócrates, convertida ahora en la base de cualquier disciplina que pretendiera dárselas de científica.

De esta manera, la duda se ha convertido en el patrón de la sabiduría y en el filtro que detecta a los intrusos que pretenden saber algo, o todo, o casi todo, sin mostrar el más mínimo titubeo.

¿Dónde han quedado las iluminadoras hipótesis de antaño, las tesis, las conjeturas, las excitantes suposiciones…?

Mas a esa duda ignorante y encubridora se está superponiendo la duda cognitiva que parte de un cero relativo, pero significante.

Esta duda parte de una interesante y devastadora observación –nadie ha pensado cinco minutos en nada. Todo su conocimiento, la duda incluida, proviene de una ciega imitación y repetición de lo que le han enseñado en la escuela, en el instituto o en la universidad. Mas antes de trasvasarle todo ese montón de datos-basura, inverificables, indemostrables, le han incrustado en su cerebro que la ciencia es el nuevo Dios y Sus libros revelados son los que se estudian en las instituciones académicas a las que asistimos desde que tenemos 5 años. Imposible explicarle a un chaval de secundaria el tema de la partenogénesis. Imposible explicarle a un estudiante universitario que nunca ha habido faraones ni fueron los egipcios los que levantaron las pirámides. Está gravado a fuego. Y así, a fuego, se nos ha ido inoculando la Gran Mentira, el matrix, el quiste en el que vivimos, la falsa realidad que defendemos a capa y espada.

Mas qué pasaría si lográsemos romper el himen de esa mentira y salir a la realidad que nos dicta nuestra experiencia diaria, nuestra reflexión, nuestro análisis y nuestra lógica. Te dirán que no puedes entender las ecuaciones de Einstein o de Isaac Friedman, dos judíos ateos, ni tienes a tu disposición potentes telescopios o microscopios electrónicos. Te ponen lastres en los pies cuando te dispones a cruzar el río a nado –¿Has trabajado alguna vez en algún laboratorio occidental o, al menos, has sido nominado al nobel de física? Dulzura también de nunca contestar.

No deben asustarte sus triquiñuelas académicas. El hombre tiene las capacidades cognitivas suficientes para entender el funcionamiento de la existencia. ¡Sal de la gran mentira!

(1) ¡Gentes –nas! Temed a vuestro Señor que os creó a partir de una sola nafs (célula, entidad viva independiente), y creó de ella su pareja, generando, a partir de ellos dos, multitud de hombres y mujeres. (Corán 4 – an Nisa) – Creación de la primera generación del hombre por partenogénesis.

(17) Es Allah Quien os ha producido de la tierra de la misma forma que ha producido las plantas. (18) Luego os hará regresar a ella y de ella os hará salir de nuevo. (Corán 71 – Nuh) – La primera generación, pues, sale de la tierra, de la tierra madre, como las plantas o los animales.

(7) Todo lo ha creado de la mejor manera. Comenzó la creación del hombre –insan– del barro. (8) Luego hizo que su descendencia se produjera a partir de una célula transportada en un agua salobre (esperma). (9) Luego lo preparó e insufló en ello Su Ruh, y os dio el oído, la vista y el fuad. ¡Qué poco es lo que agradecéis! (Corán 32 – as Saydah) – Aquí se describe a las siguientes generaciones –ya no se reproducen por partenogénesis, sino vía sexual. (Ver en SONDAS los artículos VI y XVII del libro de comentarios del Corán, apartado ARTICULOS)

El Corán describe nuestro origen, cómo fue, sin necesidad de acudir a los disparates de Einstein o Friedman.

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