Cada día aparecen cientos de artículos analizando la situación actual en la que vivimos. Cada día, pues, la misma frustración, los mismos borrones impresionistas manchando el lienzo que tenemos a dos centímetros de nuestras narices.
Necesitamos perspectiva, necesitamos alejarnos del cuadro, del escenario, de la inmediatez de los acontecimientos, de la geografía que los circunda.
Todos hablan desde dentro, y lo que así observan les confunde, pues se trata de una imagen deformada de la realidad, distorsionada por la proximidad.
Cuando hablamos del asalto al capitolio, del coronavirus, de las vacunas, del estado fascista que se está configurando por doquier… estamos hablando de lo falso, de lo artificial, de lo ficticio. Por ello, como en astrofísica y biología, nunca llegamos al origen del fenómeno.
Todo surge por generación espontánea, sin nada que lo haya catapultado –el lenguaje humano, las técnicas de cultivo, los procesos para extraer mantequilla de la lecha o yogurt, la metalurgia con sus procesos de extracción de los minerales… Los primeros hombres que, según los evolucionistas, eran casi monos, chimpancés, hallaron por sí mismos todas estas ciencias y muchas más. ¡Qué acientífica incongruencia! (ver Apéndice L, capítulo II).
Sin embargo, frente a ese caos “espontáneo”, a lo que apunta la observación y el data histórico es a un CENTRO, a un origen que, como ondas concéntricas, se habría ido expandiendo por toda la Tierra. Y es a ese Centro al que debemos volver una y otra vez para entender lo que ocurre en las periferias (ver Artículo XVII).
Cuando hablamos de “estado” cometemos, por lo general, varios errores de apreciación –normalmente, en la mayoría de los casos, lo asimilamos al término “gobierno”, como si fuera uno de sus sinónimos y, de esta forma, hemos perdido la perspectiva histórica de cómo se originó este concepto que se ha camuflado, muy astutamente, bajo la apariencia de ser un mero sinónimos sin personalidad propia.
La estructura de poder originaria, empero, es muy distinta a esa mezcla de gobierno y estado.
Antes de manifestarse la creación, Allah el Altísimo “eligió” su diseño y, con él, las leyes que debían regir para que el hombre pudiera atravesar esta existencia suya terrenal sin graves conflictos. Estas leyes van a actuar como una verdadera guía social, económica, política y espiritual. Van a configurarse en una imagen existencial que si el hombre mantiene delante de él, delante de sus ojos, de su comprensión intelectual y de su consciencia, nada tendrá que temer y nada podrá causarle pesadumbre.
Esas leyes constituyen el corpus legum del estado, emitidas por el Creador y salvaguardadas y protegidas por los gobiernos de los hombres.
Esta estructura divina ha sido trastocada por el hombre tras el triunfo del materialismo y la aseveración de que no existe tal Creador y de que, por lo tanto, deberá ser el hombre quien se ocupe de hacer las leyes, aunando, en una misma estructura de poder, estado y gobierno.
A partir de este momento, serán unos hombres quienes legislen e impongan sus leyes a otros hombres –nace la tiranía.
La “muerte” de Dios fue certificada por la ciencia, eufemismo de academia, que, sin pruebas ni evidencias, impuso sus erróneas interpretaciones a toda la humanidad apoyada por los estados, que a su vez se erigieron en el sumo poder por sufragio universal, acuñando el término “democracia” como sinónimo, injustificado, de libertad, justicia e igualdad.
Desde este mismo instante, toda teoría o hipótesis que no esté respaldada por la “comunidad científica”, por la casta sacerdotal académica, será tachada de falsa o arrojada al saco de la superstición. De la misma forma, todo país que no esté reconocido como demócrata, podrá ser objeto de sanciones, boicot e invasión.
Se trata de una fórmula relativamente sencilla y de fácil aplicación.
Esta estructura de poder es la que los Banu Israil han tratado de imponer desde hace miles de años –eliminar al Creador como único posible legislador, y sustituirlo por asambleas, gobiernos, concejos… de hombres.
El jefe del estado ya no es el Altísimo, sino un corrupto hombre de negocios, un político que ha medrado vendiendo su mediocre alma o una furcia que ha logrado colarse por la puerta de atrás. Y serán ellos quienes legislen, quienes modelen las sociedades a través de sus leyes, arbitrarias y devastadoras, pues son leyes inspiradas por la errónea y decadente subjetividad humana
Criticar a los estados ya es pronunciarse desde una errónea perspectiva, pues es aceptar que pueda haber estados, que pueda haber una estructura de poder en la que sean los hombres los que legislen.