Cuando la excepción se convierte en regla.

Desde hace un año que la enfermedad se ha convertido en normalidad, dejando a la salud en una preocupante situación de excepcionalidad, bajo sospecha de ser la verdadera anomalía que sufren los seres humanos.

De nada han servido 40 años de naturismo, 40 años de idolatrar a los tomates sin pesticidas, a los pepinos, a las lechugas sembradas en una tierra sin química. Todos esperábamos que las cosas irían a mejor. Los remedios naturales iban sustituyendo a los fármacos que se vendían en las farmacias con un prospecto que nos advertía, con letra pequeña, sobre los devastadores efectos secundarios –no hay mal que por bien no venga. En este caso no ha sido así, pues el mal nunca es consciente de ser malo y el bien, en algunas ocasiones, tiene sus dudas de estar en lo cierto.

Tampoco las medicinas, maliciosamente llamadas alternativas, han logrado hacerse un sitio en los presupuestos de la seguridad social, pues no terminan de sacudirse el polvo de la superstición, algo intolerable para un estado basado en la ciencia. Y ello, aunque sean más efectivas y sin efectos colaterales. Se trata en definitiva de apoyar al mal.

La gente que puede, abandona las ciudades y se refugia en el campo, con la naturaleza que ellos mismos han destruido. Algunos se instalan en sus mansiones junto al mar. Creen que pueden escapar a la verdadera enfermedad que, como una virutilla, les taladra el cerebro. Han logrado llegar al “paraíso”, pero en sus mesillas de noche siguen las mismas pastillas –para el insomnio, anti-depresivos, para la acidez de estómago… Ni la brisa de la montaña ni las fragancias del bosque pueden calmar su ansiedad ni curar sus dolencias.

¿Acaso no íbamos hacia un futuro tecnológico capaz de asegurarnos la inmortalidad o, al menos, alargarnos la vida 1000 años por encima de los promedios estadísticos? ¿No íbamos a colonizar la Luna, Marte… hasta los confines del universo? Cada día leíamos noticias sobre los espectaculares avances de la ingeniería genética. Parece que todo se ha detenido en el maléfico año de la bestia 2020. Ahora esa virutilla avanza por nuestro cerebro destruyendo los enlaces neuronales, borrando nuestra memoria, dejando al descubierto el absurdo de una existencia que abandonamos, estadísticamente, sin haberla comprendido, sin saber qué nos espera al otro lado de la muerte –nada, según los últimos descubrimientos científicos. ¿Y si fueran ellos los que estuvieran equivocados? Ya es tarde para hacerse esa pregunta, para ir a buscar la tumba de Dios, ¿Quién sabe dónde Le habrán enterrado? Le acusaron de todo, Le calumniaron antes del asesinato. Hicieron su trabajo y luego minaron el terreno.

Volvamos por un momento a la racionalidad. No ha quedado mucha. No obstante, una vez tocado marro hay que volver a salir y capturar al enemigo, a quien sea, a un hierro candente si fuera preciso, con tal de dar algo de sentido a la existencia humana. En este caso, se ha vuelto a revivir el mito de Sísifo desde la perspectiva de Albert Camus.

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Nunca un filósofo ha sido tan honesto a la hora de plantear el verdadero enigma de la existencia. Comienza proclamando que «sólo hay un problema filosófico verdaderamente serio, y es el suicidio». Sin embargo, tratar de lidiar con el sinsentido del universo “renunciando” no resuelve el problema en absoluto; simplemente evita que tengamos que lidiar con él.

Si bien esta tarea sin sentido, interminable y lúgubre tiene la intención de ser un castigo para el rey, Camus sugiere que Sísifo puede superarla aceptando la inutilidad de su esfuerzo y al mismo tiempo comprendiendo que solo él puede decidir cómo vivir y sentirse dentro de los límites de su castigo. Sabe que la piedra volverá a rodar ladera abajo, pero ello no le impide empujarla colina arriba. Al encontrar alegría en la lucha, abraza y supera el absurdo de la situación. Por un momento durante cada ciclo, él mira la roca rodando hacia abajo y se siente libre y feliz. Es el héroe del absurdo.

¡Dejo a Sísifo al pie de la montaña! Uno siempre vuelve a encontrar la carga. Pero Sísifo muestra la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta rocas. Él también concluye que todo está bien. Este universo de ahora en adelante sin amo no le parece ni estéril ni inútil. Cada átomo de esa piedra, cada escama mineral de esa montaña llena de noche, en sí mismo forma un mundo. La lucha misma hacia las alturas es suficiente para llenar el corazón de un hombre. Uno debe imaginarse a un Sísifo feliz.

Con esta interpretación Camus parece olvidar que el castigo de Sísifo es simbólico. Es el castigo que recibimos todos cuando olvidamos, precisamente, que no somos libres ni dueños de nuestro destino. Al final, nos vemos haciendo las mismas tareas cada día sin tener una verdadera razón para ello. Por lo tanto, en el castigo de Sísifo hay una indicación de que el hombre no es libre en la acción (toda acción es absurda), sino en la consciencia. Sísifo no puede alcanzar la felicidad ni la paz ni la libertad asumiendo, alegre, su devastadora rutina, sino situándose en el nivel de la consciencia, alejándose de la acción, como el espectador se aleja de la película.

En cuanto que estética literaria, podemos imaginarnos a un Sísifo feliz, podemos imaginarnos cualquier cosa, pero el absurdo que sentimos en cada instante no podemos eliminarlo excepto con el suicidio o las drogas, siendo el concepto “drogas”, excesivamente amplio –por ejemplo, la rebelión.

Camus sostiene que la consciencia y la aceptación del absurdo tienden a llevar a la gente a la «rebelión», un sentimiento de rabia y desafío hacia la situación en la que nos encontramos y un poderoso impulso para resistir que nos rompa. Esto nos anima a afirmar una mejor existencia.

Una de las únicas posiciones filosóficas coherentes es, pues, la rebelión. Es un enfrentamiento constante entre el hombre y su propia oscuridad. Es una insistencia en una transparencia imposible. Desafía al mundo en cada segundo… No es una aspiración, pues carece de esperanza. Esa rebelión es la certeza de un destino aplastante, sin la resignación que debería acompañarlo.

Sin embargo, la rebelión no actúa como una liberación del absurdo que pronto se apodera de nuestro intelecto, sino como una droga que puede darnos unas horas o unos años más de vida.

James E. Caraway en su ensayo «Albert Camus y la ética de la rebelión», va incluso más allá:

… el hombre ve la libertad bajo una nueva luz. La libertad ya no se ve como proveniente de Dios o de algún ser o idea trascendente, ni es libertad para trabajar hacia alguna meta futura. Más bien, la libertad ahora se ve como fundada en la certeza de la muerte y el absurdo. Con la comprensión de que el hombre sólo tiene esta vida presente como una certeza y con la comprensión adicional de que ningún trascendente más allá es admisible, llega la libertad y la liberación para vivir la vida presente plenamente. Esto no niega la consideración de un futuro, pero no permite que ese futuro le robe al hombre su presente.

La ecuación existencial se ha vuelto absurda porque la hemos planteado al revés. Al poco de nacer comenzamos a tener consciencia del mundo que nos rodea y de nosotros mismos; y un poco después iniciamos las primeras indagaciones sobre el sentido de la vida. De esta forma, sin una cultura materialista azuzándonos, llegamos al concepto de transcendencia. Intuimos que la muerte no puede ser el final del viaje y que, por lo tanto, el sentido de esta vida debe estar conectado con la siguiente o siguientes. Ahora nuestra indagación se dirigirá hacia la búsqueda de un sistema que dé cuenta detallada de esa transcendencia, del viaje existencial. Esta es la forma lógica y racional de proceder cuando hay un mínimo de libertad en la sociedad en la que vivimos. Sin embargo, se ha dado la vuelta a la ecuación y se ha partido del arbitrario principio de que no hay ninguna entidad transcendente controlando el universo y nuestras vidas ni un más allá tras la ineludible muerte. Desde esta perspectiva, muy poco racional si aceptamos la información objetiva que recibimos de una atenta observación de nosotros mismos y del mundo que nos circunda, el absurdo será inevitable, ya que se ha tapiado la puerta de la muerte, impidiéndonos pasar a la siguiente fase, perdiendo, así, el sentido de la vida.

La propuesta de Camus no es nueva, forma parte de la del grupo de asesinos, de los que cambiaron la ecuación eliminando el factor Dios –Kierkegaard y Nietzsche, entre otros. Sin embargo, el siguiente problema con el que nos encontramos es el de elucidar el sistema que deberemos seguir para conocer la naturaleza de esa transcendencia y la geografía post-mortem. Ya hemos dicho al principio de este artículo que debemos volver a la racionalidad, al sano proceso intelectual, utilizando nuestras capacidades cognitivas, más allá de todo chamanismo, misterios y magias. Es un camino con trampas, engaños y espejismos; y la única forma de recorrerlo con éxito es hacerlo con la más absoluta honestidad –no se requiere ninguna otra condición.

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