El grupo de presión Hilary Clinton, que comprende una buena parte de los demócratas, los principales medios de comunicación occidentales, el FBI y la CIA, no está dispuesto a desperdiciar otros 4 años de bufonadas presidenciales, de indecisiones, de fracasos diplomáticos y de acciones en solitario que no benefician a nadie.
La administración Trump no ha logrado sacar a las tropas norteamericanas de Afganistán ni ha logrado afianzar al gobierno de Ashraf Ghani, y la derrota tanto en las negociaciones para una retirada honrosa de Estados Unidos como para un prolongado alto el fuego no ha hecho, sino afianzar la posición de los talibán, que ya controlan la mayor parte del territorio afgano. Decenas de miles de soldados estadounidenses devueltos al hogar en bolsas de plástico es el único balance que puede presentar el pentágono a la sociedad.
No se irán de Iraq, pero oficialmente los han echado. Tras el asesinato de Suleimani no se ha establecido ninguna estrategia para Oriente Medio que pudiera justificarlo. Más bien ha generado una ola de ira contra USA.
Tampoco en el caso de Siria se puede hablar de logros militares o diplomáticos –lo único que le relaciona con este conflicto es el robo del petróleo sirio.
Corea del Norte ha puesto de rodillas a Trump y ha dejado al descubierto la incapacidad negociadora de la administración norteamericana cuando se las tiene que ver con países robustamente armados.
En América Latina ya hay un bloque de países que buscan la soberanía y la unidad, y contra los que Trump está ejerciendo una fuerte presión, en detrimento de la libertad, la justicia y el progreso. El apoyo estadounidense al narcotraficante Guaidó y la exigencia de que le apoye el resto del mundo, incluida Europa, no ha hecho, sino poner de manifiesto el carácter mafioso de los poderes fácticos norteamericanos. Con la más desconcertante ingenuidad, Pompeo habla abiertamente de cambiar el gobierno legítimo de Venezuela. Todavía más ignominioso es el caso de Bolivia –un golpe de estado militar, respaldado por Estados Unidos y la estéril Europa, contra uno de los dirigentes latinoamericanos más prestigiosos de las últimas décadas.
Frente a este sombrío recuento cabría preguntarnos por qué entonces ha gozado Trump del apoyo de Rusia. Desde el punto de visto de la política norteamericana, Trump podría ser considerado como el desastre nacional, una ruina, un desprestigio para el país… pero desde el punto de vista internacional, ha sido un alivio. Sigue manteniendo ejércitos de ocupación, pero no hace guerras, mantiene contacto directo con Rusia y China, se ha sentado con Kim Jong-un y hay una clara desaceleración bélica. Rusia prefiere alguien así, aunque sea un petulante narcisista, que a un demócrata tipo Obama y su posición “Rusia es nuestro principal enemigo”.
Antes incluso de entrar en la Casa Blanca empezaron las críticas y las acusaciones contra Trump. Nadie puede afirmar que estuvieran justificadas, pues aún no era, de facto, presidente ni había formado su gobierno. La razón de estas críticas tenía que ver con la desesperación, por parte del partido demócrata, ante el hecho irreversible de haber perdido las elecciones y de tener que esperar 4 años más hasta poder establecer su nuevo orden mundial –guerra comercial, política, territorial –Ucrania, Crimea– contra Rusia y una guerra parecida contra China (Hong Kong, Taiwán); cambio de gobierno en Irán con un control absoluto de su riqueza, especialmente petrolera; nueva configuración de Oriente Medio, con un constante trasvase territorial hacia Israel, y de Sudamérica, con el establecimiento de un bloque de países, que ya ha empezado a conformarse con Colombia y Bolivia, que obligue al resto a volver al redil USA, a sus empresas y a las empresas europeas y canadienses. No sabemos qué destrozos están haciendo en África, aparte de seguir robando el oro de Burkina Faso, pero no parece que les vaya muy bien –de vez en cuando los emboscan, los matan o secuestran. El objetivo de lograr una posición más fuerte y estable en África lo está consiguiendo China –base militar en Yibuti y la adquisición de grandes terrenos de cultivo a cambio de redes eléctricas y ferroviarias. Algo que Francia no ha sido capaz de hacer en todo el tiempo que lleva expoliando una buena parte de este continente. Cómo piensan llevar a cabo tan ambiciosa agenda, es otro asunto.
Sin embargo, la esperanza que los demócratas han puesto en el impeachment o juicio político contra Trump, y su consiguiente expulsión de la Casa Blanca en el caso de que saliera adelante, no parece muy razonable ni va a despejar ninguna incógnita.
Trump –mujeriego, pedófilo, asociado a los clubs Playboy, narcisista hasta caer en el más abyecto ridículo…
Hay un hecho clave que puede ayudarnos a entender la virulenta confrontación entre republicanos y demócratas. Trump despierta odios y amores, ira y glorificación, desprecio y admiración. Hay decenas de mainstream webs, como la de Tod Starnes (todstarnes.com), que alaban al presidente, le adoran, lo sitúan en el ámbito de la divinidad o, al menos, de la santidad. Ann Coulter llegó a titular su libro sobre Trump In Trump We Trust, en una clara alusión al lema que está escrito en los billetes de dólar In God We Trust. Y está exaltación religiosa y mística nada tiene que ver con la realidad personal de Trump –mujeriego, pedófilo, asociado a los clubs Playboy, narcisista hasta caer en el más abyecto ridículo… Nada, sin embargo, de todo esto parece haber tenido el mínimo peso a la hora de presentarle como el anhelado y largamente esperado Mesías judío. El perturbador hecho de que esta propuesta haya surgido entre cristianos y de que el propio Trump sea uno de ellos, tampoco ha sido recibida con rechazo o como un signo más de la incongruencia ideológica del presidente y sus hombres. Más bien muestra el caos intelectual y espiritual de la sociedad norteamericana. Pero, en todo caso, esta es la realidad a la que se deberán enfrentar los candidatos a la presidencia. Y no cabe la menor duda de que en esta carrera inmisericorde Trump partirá con la mejor posición, pues no hay una sola voz que ensalce o siquiera muestre admiración por ninguno de los candidatos demócratas. En este estado de cosas, ¿quién se atrevería a rivalizar contra un santo o contra el mismísimo Mesías?
Veamos el fenómeno Trump desde otro prisma. ¿Cómo es posible que, tras casi 4 años de ser ridiculizado, vilipendiado, acusado de corrupción política y moral, de traición, de poner en peligro la seguridad nacional… Trump siga hablando de sus grandes logros y llame al plan de paz que ha propuesto para resolver el conflicto judío-palestino “el plan del siglo”? Deberemos, pues, concluir que realmente se trata del Mesías, de una encarnación divina inmune a las saetas que le lanzan los humanos. Aparte de ser una blasfemia, un sacrilegio y una dislocación histórica, nos alejaría del verdadero personaje al que está encarnando Trump –joker.
Veamos en detalle el fenómeno de la película joker que ha pasado, en cierta forma, desapercibido a pesar de haber sido el mayor éxito taquillero de la historia de Hollywood. Muchos se han preguntado a qué ha podido deberse esta atronadora aceptación por parte del público. Joker es un psicópata apasionado por el mundo del espectáculo. Trabaja como animador y como payaso, pero él quiere triunfar, quiere que se reconozca su genio, su talento, quiere ser la estrella de los shows más importantes, quiere salir por televisión, ser el invitado especial de los programas con más audiencia. Sin embargo, su psicopatía, su incapacidad para mantener la normalidad durante unos minutos, le impide obtener el reconocimiento del público. Termina matando –mata a su madre adoptiva, a tres tipos en el metro que se están divirtiendo a costa de una chica, a uno de sus compañeros de trabajo y al presentador de un programa televisivo. Es un excéntrico que a veces saca todo lo que hay en el frigorífico y se mete dentro; fuma sin parar; vive en las fantasías que su imaginación recrea para él a cada instante… Sueña con el triunfo, con la fama y, al mismo tiempo, con la destrucción, con el caos.
A pesar de ello, si preguntásemos a un millón de personas de todo el mundo qué personaje de cuantos aparecen en la película les resulta más atractivo, más entrañable, todos responderían que joker. ¿A quién si no iban a elegir? ¿A los dos policías que van detrás de él? ¿a los jóvenes ejecutivos que humillan a uno de los pasajeros del metro? ¿Al jefe de la empresa en la que trabaja? ¿Al presentador que le invita a su show para burlarse él? Gente gris, gente mediocre que el propio joker desprecia. Así son los candidatos demócratas –gente mezquina que odia a joker, que odia su impasividad ante las burlas, que vive en su mundo más allá de la mediocridad legal de los funcionarios.
La gente quiere a joker como una forma de rebelarse contra el sistema que los ha condenado al anonimato, al fracaso, al suicidio. Quieren sus excentricidades, su ingenuidad, que algunos llaman transparencia. Hilary Clinton también es una psicópata, una joker, pero artificial, postiza. Sus discursos, sus carcajadas, esconden la maldad que anida en su interior.
La gente ama u odia a Trump, pero es indiferente a los candidatos demócratas –tan mediocres como ellos, tan fracasados existencialmente como ellos. Trump prefiere tejer una relación de amistad con Kim Jong que desnuclearizar a Corea del Norte. Pero no le dejan. La mediocre normalidad del deep state quiere guerra, sangre, destrucción… como el único medio de no ver más su afeado rostro en el espejo mágico de la realidad. Trump admira a Putin, pero le han dicho que la política exterior norteamericana está basada en un principio irreductible –Rusia es el gran enemigo de Norteamérica. No para Trump. Él es un joker, el mejor, el gran showman que ama a sus admiradores y se compadece de sus detractores, pues no saben, no entienden.
Ahora le han dicho que es un dios como Julion César, un santo, un profeta… el Mesías prometido. Le parece bien. ¿Quién, sino él para encarnar la santidad, la divinidad? El joker saluda extasiado al público que rompe en una mística ovación.
Norteamérica sigue a su joker, al triunfador, al ungido. Los demás pueden quedarse con su política del resentimiento.