Aquella mañana soleada de 1990 presagiaba un cambio radical en nuestras vidas, en nuestra concepción y comprensión de la existencia. Mientras ascendíamos desde el monasterio benedictino hacia la cima de aquella inquietante montaña nos preguntábamos si tenía sentido el ir a buscar las respuestas a las dudas que nos abrasaban en el discurso de un anacoreta cuya única compañía desde hacía unos meses era una loba asesina que había atacado a varios turistas y a la que el pare Basili había salvado de ser abatida por los cazadores.
El esquemático mapa que nos habían proporcionado para guiarnos hasta la cueva en la que deberíamos encontrarnos con este renegado benedictino no parecía suficiente como para marcarnos el camino en aquella maraña de rutas tan similares que más de una vez, y tras una buena caminata, nos llevaban al punto de partida.
Tras un sinfín de ascensos y descensos, de giros y agotadoras escaladas, decidimos volver al monasterio, subirnos al coche y regresar a Barcelona con el absoluto fracaso de no haber podido encontrar la cueva del pare Basili. ¿Se trataba de un impedimento del destino, de un encuentro no programado por los escribas divinos? O quizás se tratase de un mal sentido de la orientación, o de una falta de verdadero interés. De alguna forma, nos resistíamos a abandonar aquella montaña que parecía observar todos nuestros pasos, todas nuestras indecisiones. No obstante, la suerte estaba echada –volveríamos en otra ocasión con un mapa más detallado. No, no volveríamos nunca más. Esta era nuestra primera y última oportunidad. Abandonar la montaña significaría no hacer las preguntas que sólo aquel anacoreta podía responder.
Cabizbajos y con el peso del fracaso nos dispusimos a iniciar el descenso. Algo, empero, nos detuvo y nos hizo girarnos. Una silueta se abría paso a través del entresijo de matorrales. Una silueta a la que casi cubría una larga y frondosa barba blanca.
-¿Pare Basili?
-Sí, soy yo. ¿Me estabais buscando?
-Sí, llevamos todo el día subiendo y bajando por estas laderas. Habíamos pensado volver a Barcelona.
-Es una montaña complicada. Cuando vives aquí terminas por reconocer los sitios, pero cuando vienes por primera vez… es un laberinto. ¡Pasad!
Nada más entrar nos advirtió de su huésped y también nos advirtió de que no tuviéramos miedo, pues ya no atacaba a la gente. No obstante, y teniendo en cuenta su pasado delictivo, no las teníamos todas con nosotros. Nos sentamos en el suelo y enseguida llamó poderosamente nuestra atención el altar que resaltaba en aquella austeridad de piedra desnuda. De alguna forma, resultaba perturbador aquella colección de símbolos que parecían estar ordenados de forma arbitraria –una piedra, un crucifijo, un retrato de Ramana Maharshi, una media luna metálica, un pequeño candelabro y alguna cosa más. El pare Basili se dio cuenta de nuestro malestar.
-¿Por qué no? Todas las religiones emanan del mismo Dios.
Nos sentimos, en cierto modo, defraudados. Aquella idea, piedra angular del esoterismo, ya no convencía a casi nadie. Nos preguntábamos qué hacía aquel hombre que lo había abandonado todo, al menos todo lo que podía ofrecerle la vida de este mundo, rodeado de todos esos símbolos que con tantas ansias queríamos destruir nosotros.
-Quizás en el origen fuesen un mismo camino, pero no ahora, con todas las alteraciones que han ido sufriendo a lo largo de la historia.
-Las alteraciones son inevitables, pero la esencia permanece intacta en todas ellas.
-¿Cómo podemos separar la esencia de lo que ha sido alterado?
-El corazón conoce la esencia.
Se trataba, a fin de cuentas, de no responder a las preguntas de forma concisa y clara. Estábamos hartos de cinismo esotérico y de koans.
-Entonces, según usted, ¿quién era Jesús?
-No busques la respuesta absoluta, pues ello te llevará a perder de vista la Verdad absoluta. En realidad, no importa –un hombre bueno e inteligente con ciertos poderes paranormales, un profeta, la encarnación del espíritu divino… Incluso los hay que aseguran que era hijo del mismísimo Creador. Puede que todos tengan razón y puede que ninguno la tenga. Lo importante aquí es que dijo: “Si quieres construirte una hermosa morada en el Más Allá, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme.” Recuerda cómo vivía Ramana Maharshi. Vivía en una montaña como ésta, Arunachala, dormía en el suelo y comía cuando alguien dejaba algún alimento junto a él. El profeta Muhammad tenía un lecho fabricado con cuerdas que se le marcaban en la espalda. Esta es la esencia, la que encontramos en todas las tradiciones.
-Pero eso no basta para guiarse en la vida. ¿Qué haría si un día enfermase gravemente? Es probable que bajase al monasterio donde recibiría los cuidados necesarios.
-Supongo que es lo que haría.
-Pero Jesús no tenía ningún monasterio al que bajar. Tampoco Muhammad. Lo que queremos decir es que hace falta un manual completo de comportamiento, un manual específico que nos indique qué significa hoy abandonarlo todo, ya que no aceptamos el celibato como forma de vida ni el recibir el sustento de otra fuente que no sea nuestro propio trabajo. Un manual divino que no sea producto de la subjetividad humana. Analicemos, por ejemplo, por qué la gente se sienta a meditar un día, una semana, un mes… y luego abandona esta práctica. Precisamente, porque saben que son ejercicios producidos por los hombres, por los chamanes, y cuando llega la hora de nuestro sacrificio diario, nos rebelamos contra él, pues no estamos dispuestos a sufrir por el capricho de unos seres humanos como nosotros. Si los musulmanes creyesen que el Qur-an es obra de Muhammad, no harían cinco oraciones diarias ni ayunarían durante el mes de Ramadhan.
-De acuerdo. Entonces cuál es la pregunta.
-La pregunta es: ¿Jesús era o no era el hijo de Dios? No es lo mismo una cosa que otra, por mucho que se quiera que encajen los elementos.
-Para los cristianos es el hijo de Dios, pero quizás para ti no lo sea. Intenta encontrar los puntos de unión con ellos y no lo que os diferencia.
-Pero lo que nos diferencia, pare Basili, es la esencia.
Todos nos echamos a reír.
-En ese caso, busca otro camino, otra corriente espiritual que te satisfaga.
La loba no dejaba de circular entre nosotros, husmeándonos y lamiéndonos.
-¿Cuál nos recomienda?
-El zen es sumamente escueto, sin símbolos, sin rituales. Es una práctica que puedes unir a otras prácticas. Todos los veranos acuden a Montserrat monjes zen de Japón. Se instalan en cuevas como la mía y nos reunimos cada día para intercambiar experiencias y conocer mejor nuestros respectivos sistemas.
Mientras descendíamos por la ladera que conducía directamente al monasterio benedictino, nos preguntábamos qué buscaba todo este ecumenismo, este sincretismo, en el que, de repente, desaparecen todas las preguntas, todas las dudas, y cada uno puede tomar elementos de aquí y de allá y generar nuevas corrientes, nuevos Frankensteins, nuevos dioses. ¿Qué buscaba el pare Basili? Una vida llena de experiencias, viajes y estudios no le había librado de caer en el último eslogan de la masonería: “Crea tu dios a tu imagen y semejanza.”
Ya de camino a Barcelona, las cosas estaban cada vez más claras –de todo este amasijo con el que han fabricado el traje esotérico-religioso debía quedar algo puro, la esencia, capaz de guiarnos en el último tramo existencial.
Cuatro años más tarde, Allah el Altísimo abriría nuestro corazón al Islam. Ahora el proceso se manifestaba de manera diáfana. El sistema profético era lo que se contraponía al esoterismo y a todas sus formas chamánicas. Este sistema era una cadena de transmisión en la que cada eslabón, una vez corrompido y alterado, una vez convertido en eslabón sacerdotal, daba lugar a otro que rectificaba las deformaciones sufridas por el anterior. Hace catorce siglos se habría producido el último eslabón en la cadena profética –el Islam, cuyo libro, el Qur-an, corregía los errores que se habían ido filtrando a lo largo del tiempo y purificaba el mensaje divino, haciendo pedazos el sacrílego altar del pare Basili.
(7) ¿Y quién es más infame que quien forja embustes contra Allah cuando ha sido llamado al Islam? Allah no guía a la gente infame.
(8) Quieren apagar la Luz de Allah con sus bocas, pero Allah hace prevalecer Su Luz, aunque lo detesten los encubridores.
(9) Es Él quien ha enviado a Su Mensajero con la guía y el Din verdadero para que prevalezca sobre todos los demás, aunque lo detesten los idólatras.
Qur-an 61- as Saff