¿Por qué nunca se mencionan aleyas coránicas como referencia en algún escrito, en algún artículo? ¿Por qué no hay novelistas, ensayistas, filósofos… que añadan frases del Corán a sus máximas? ¿Cómo es posible que no les interese asociar sus ideas, sus opiniones, con el texto que contiene toda la sabiduría útil para el hombre?
El Corán contiene la objetividad, los juicios objetivos en todos los asuntos que conciernen al ser humano. Y ello nos da miedo, ya que, en la mayoría de los casos, la objetividad coránica, divina, va en contra de nuestra subjetividad, nos muestra error cuando intentamos aplicarla a un suceso cualquiera. Nos da miedo dejar de ser el protagonista de nuestras ideas. Nos da miedo abandonar todas las modas. Hagamos lo que hagamos y busquemos los argumentos que busquemos, el Corán tiene los juicios que desbaratan las propuestas culturales –segregaciones de nuestra subjetividad.
El Corán no necesita estar respaldado por ninguna autoridad académica, ni por ningún partido ni parlamento, ya que contiene la objetividad del Creador, basada en el conocimiento absoluto de la naturaleza humana.
También su belleza, su exactitud en cuanto a las noticias que contiene, su perfección lingüística, su autoridad a la hora de rectificar revelaciones anteriores… nos da miedo. Pues todo ello parece indicar que se trata de un libro, de un texto, divino… y eso no es lo que nos conviene.
El hombre quiere dioses muertos, mudos y ciegos, que aprueben siempre su comportamiento, sus deseos. Dioses como los que se encontraron los Banu Israil después de cruzar el mar –estatuas talladas por el hombre que siempre acceden a sus caprichos e intereses. Esos son los dioses que queremos –incapaces de crear nada ni de influenciar nuestras políticas. Mas ahora parece que este Corán habla de un Dios de verdad, de un Dios creador, vigilante, presente en cada consciencia. Un Dios que nos da miedo, pues no es producto de nuestra imaginación. El Corán habla de él, lo describe y lo independiza de Su propia creación.
Nadie quiere un Dios así. Hace falta que los libros revelados contengan incongruencias y contradicciones para que sintamos pena de nuestro Dios y seamos nosotros quienes decidamos Su naturaleza, Sus poderes, Sus debilidades. Es mejor no abrir el Corán y seguir rigiéndonos según nuestra subjetividad. Un dios a nuestra medida, sin nombre propio, antropomórfico, como los muñecos de los ventrílocuos –siempre son otros los que hablan por ellos.
El Corán delata nuestra impostura y revela el nombre del Creador, diciendo que Él es Allah en los Cielos y en la Tierra.
El Corán rectifica los errores, alteraciones u omisiones de los textos revelados con anterioridad. Mas la gente sigue celebrando la Navidad, sin abrir el Corán, sin apagar las luces del árbol, sin retirar los adornos. Sigue yendo a la misa del gallo y sigue diciendo “tres” y celebrando el nacimiento del “hijo” de Dios. No quiere saber lo que el Corán tiene que decirle al respecto. Están seguros de que el Corán les aguaría la fiesta. Mejor no abrirlo, mejor no saber lo que pasa.
El Corán nos da miedo, la verdad nos da miedo. Nos da miedo que su objetividad no coincida con nuestra subjetividad, que no se acomode a nuestras ideologías, a nuestra cultura, a la cosmogonía tribal a la que pertenezcamos. Mas el Corán no se deja manipular, y eso nos da miedo.
El Corán no se impone, abrumador, sobre quien lo lee o estudia. Toca a cada uno tomarlo como guía o relegarlo al papel de curiosidad literaria o filosófica. La luz no contiene información, simplemente muestra el camino. Recae sobre nosotros la responsabilidad de tomar ese camino o adentrarnos en el frondoso bosque de la subjetividad humana, donde se han disipado las referencias y no nos queda otra opción que caminar a la deriva.
El Corán nos advierte de un juicio inexorable que nadie podrá eludir. Nos advierte de que todos probaremos la muerte, la separación, la salida de este mundo, el viaje post-mortem. Nos amedranta con palabras perturbadoras, como llamaradas infinitas cercándonos el corazón. Nos habla de rostros resplandecientes, de jardines, de fuentes, de ríos… Es la geografía existencial, contenida en este Corán –luz y guía para el creyente… Destrucción y ruina para el encubridor.
¡Abre el Corán! No te cierres la puerta de la felicidad.
¡Abre el Corán! Ahí están inscritos los mejores villancicos.