El implacable poder de la ciencia

El poder de la ciencia, como el del resto de las castas sacerdotales, se expresa con la violencia en todas sus formas –personas asesinadas, desaparecidas, ostracismo, exclusión del mundo académico, acusaciones, calumnias, insultos… y se justifica al hacerla coincidir con la verdad.

Sin embargo, el método científico, que es el que utiliza la ciencia para encontrar las teorías y las explicaciones “correctas” en todas las esferas del saber, adolece de dos anomalías que le impiden llevar a cabo con éxito su tarea.

Primera anomalía

La primera de estas anomalías es la inevitable subjetividad humana. Subjetividad que no deja de expresarse paradójicamente, pues cuanto más objetivos pretendemos ser, más subjetivos somos. Nada más sospechoso que esos títulos de libros en los que se nos anuncia, por ejemplo, un estudio objetivo sobre la dinastía merovingia; o una visión objetiva de la historia. Todavía resultan más patéticos los intentos, por parte de la prensa, de hace pasar sus maquinaciones por información objetiva.

Este hecho no responde siempre a un intento malvado de cambiar la realidad de las cosas, sino que es intrínseco a la naturaleza humana, ya que el hombre no puede sostener dentro de su memoria, de su intelecto y de su raciocinio todas las causas y efectos que han ocurrido hasta producir un fenómeno cualquiera, así como sus incontables interacciones con los demás fenómenos o acontecimientos.

La imposibilidad de aplicar la objetividad a cualquier suceso cotidiano o científico hace que todavía hoy, después de miles de años, sigamos jugando al ajedrez. Se trata de un simple tablero de 64 cuadros y 16 figuras, 8 para cada uno de los dos contrincantes. Ya deberíamos haber dado con todas las posibilidades y, sin embargo, cada cierto tiempo, alguien derrota al campeón del mundo. No se trata sólo de inteligencia. Hay muchos otros factores que conforman la subjetividad humana –el estado anímico, la salud, los intereses que coloreen la visión de cada uno, el carácter, las relaciones familiares, la historia particular de los individuos… y muchos otros factores.

Cuando 10 científicos están examinando la misma muestra en sus respectivos microscopios, no ven lo mismo ni sus informes dan la misma importancia a los mismos elementos. Si resulta imposible eliminar esta subjetividad en un trabajo rutinario, qué diremos de la objetividad que puede haber en las teorías sobre la formación del universo, el surgimiento de la vida, la historia del hombre o la física cuántica.

Sin embargo, la ciencia, en cuanto que la última casta sacerdotal que ha originado el hombre, impone su subjetividad por la fuerza –titulares engañosos acompañados de ambiguos y confusos artículos; ostracismo académico por cuestionar la teoría de la evolución, del big bang o de cualquiera otra que forme parte de la agenda sacerdotal. A veces, se llega al crimen –tras la invasión de Iraq fueron asesinados 500 sabios, uno a uno, que abarcaban todas las disciplinas del conocimiento, por orden de Israel –sus servicios de inteligencia facilitaron los nombres. Pero lo que mejor le funciona a la casta académica es mantenerse firme en la máxima, apoyada por el deep state, “lo científico es sinónimo de verdad”. Todo lo demás, todos los demás métodos serán considerados como aproximaciones supersticiosas a la realidad, magia o fantasías de retrógrados ignorantes.

No hay discusión posible, ya que la ciencia tiene la verdad y, por lo tanto, quien la rehúya o critique estará en el error y deberá redimirse aceptando los postulados científicos por muy disparatados que sean.

Con un audaz fingimiento, los científicos están dando marcha atrás a la aireada noticia de un inminente encuentro con vida inteligente extraterrestre, así como a los viajes galácticos. Pero en ambos casos el asunto va más allá de una mera cuestión de probabilidades. Decir que hay o que puede haber vida inteligente en otros planetas es ya no entender la estructura básica de la existencia. Todo cuanto existe en el universo –la Luna, el Sol, las estrellas… se ha creado exclusivamente para facilitar la vida del hombre en la Tierra. Le marcan los días, los meses, las estaciones, y le guían por tierra y por mar durante la noche. Esta realidad incuestionable para cualquier ser racional sin perjuicios subjetivos científicos, ha sido bien entendida y expresada por el astrofísico norteamericano Freeman Dyson:

Cuanto más examino el universo y estudio los detalles de su arquitectura, más pruebas hallo de que el universo debe de haber sabido, de algún modo, que veníamos.

De lo contrario, este universo carecería de sentido.

Numerosos astrónomos y biólogos han cuestionado, y otros han negado tajantemente, que se pueda hablar de casualidad cuando nos referimos a la vida o a la formación del universo. El siguiente texto de Roger White (Doctor en filosofía por el MIT en 2000. Sus últimos trabajos cubren una variedad de temas en epistemología y filosofía de la ciencia. Al mismo tiempo, es un anti creacionista) expresa, incluso desde su perspectiva atea, el taxativo rechazo a la idea de que la vida o el universo hayan surgido de un feliz azar:

Rara vez se explica de forma clara qué significa que algo es complejo en el verdadero sentido de la palabra, pero generalmente se reconoce que la idea está bien captada por la sugerencia de Fred Hoyle (1981) de que atribuir al azar el ensamblaje del sistema vivo más simple sería como atribuir el ensamblado de un Boeing 747 a un tornado que hubiera pasado por un depósito de chatarra (Dawkins 1987 y De Duve 1995 se centran en este ejemplo en parte para ilustrar el absurdo supuesto de atribuir al azar la aparición de la vida).

En este mismo trabajo de R. White se citan las palabras de Richard Dawkins (etólogo y biólogo evolucionista).

Según Dawkins, un examen de la inmensa complejidad de los mecanismos más básicos requeridos para la réplica del ADN es suficiente para ver que cualquier teoría que haga derivar su existencia de la casualidad será totalmente increíble.

Incluso desde el punto de vista del método científico, si no hay azar, casualidad, contingencia… la causa más probable de que exista este universo y la vida en él debería ser la de un Creador, un Agente, un Diseñador que actuara desde fuera de la creación. Si algo no ha ocurrido por azar, todos concluiremos que se ha debido a la acción de un elemento externo –nadie puede aceptar que miles de piezas se hayan formado por la acción de determinados efectos atmosféricos y se hayan unido después al azar hasta originar una cámara de fotos. Sin embargo, una célula es una entidad infinitamente más compleja que este artefacto.

En este caso, la conclusión anti científica a la que llegan los científicos es que no sabemos lo que pasó, o bien, quizás la materia funciona según leyes que todavía no conocemos. El propio R. White lo enuncia de la siguiente forma:

Un proceso que no se debe de ninguna manera a los propósitos y acciones de ningún agente, sino más bien a las leyes impersonales de la naturaleza junto con las propiedades de la materia y la estructura de ciertos mecanismos físicos.

Estamos de acuerdo en que muy probablemente desconozcamos determinadas leyes de la materia y el funcionamiento de ciertos mecanismos físicos, pero independientemente de este hecho si vemos un ordenador encima de una mesa, de ninguna de las formas aceptaremos que quizás no fue un ingeniero quien lo diseño, sino ciertas leyes de la materia o ciertos mecanismos físicos.

La repulsa absoluta por parte de la ciencia a aceptar las hipótesis creacionistas ya es un indicio de su incapacidad para entender, no sólo las leyes que rigen la materia, sino también las que rigen la existencia. ¿Cómo podemos aceptar que un complejísimo mecanismo no tenga ninguna función? ¿Cómo es posible entonces que el complejísimo mecanismo del universo y de la vida no tengan ninguna función? Pues ¿cuál es según los científicos el sentido de la vida, de la existencia? ¿Qué las vacas pasten? ¿Qué los hombres nazcan y mueran? ¿Qué la policía persiga al delincuente? ¿Qué haya elecciones presidenciales, guerras, invasiones…? ¿A dónde nos lleva todo eso? ¿Para qué se ha molestado la naturaleza en proporcionarnos ojos, intelecto, hígado… consciencia? ¿Para nacer y morir al cabo de 70 años, quizás nada más nacer? ¿Puede estar la explicación de la existencia en el mero acto de pasar, automáticamente, nuestros genes a la siguiente generación, y ésta a la siguiente…? ¿Para qué esta absurda perpetuación? Incluso si otorgáramos este impulso creador y sostenedor a un Diseñador, a un Agente, a un Dios, el absurdo seguiría taladrando nuestro intelecto, devastando nuestra lógica, pues ¿cómo puede una entidad tan superior, capaz de crear este universo, la vida, la consciencia… carecer de un claro y aceptable objetivo para Su creación? ¿Se trata de una filmación, entre aburrida y patética, protagonizada por psicópatas, y que ese Dios habría producido para Su diversión? Pero en el caso de que fuera así, no estaríamos hablando de un ser superior, sino de un necio, término éste que entra en clara contradicción con el de Dios, en tanto que entidad diseñadora, creadora y sostenedora de este universo y de la vida.

El primer punto a dilucidar será, pues, el del sentido de la existencia, su objetivo, su razón de ser –si no hay transcendencia, poco importará que haya sido la materia o un Dios omnipotente el que haya originado esta creación.

De ahí que, incluso los creacionistas o los promotores del Diseño Inteligente tengan problemas a la hora de dar sentido a la existencia. Aun admitiendo que haya sido un Dios omnisciente Quien haya creado la célula, tendremos que explicar para qué la ha creado, qué pretendía con eso, ¿crear seres inteligentes? ¿Para qué, con qué objetivo? Solamente la transcendencia, el paso a diferentes niveles de realidad, puede dar sentido a nuestra vida, al universo, al intelecto humano… a la consciencia.

El hombre no es un producto evolutivo, sino un acto de creación único, específico, que lo ha preparado para poder desarrollar el lenguaje conceptual y con él tomar plena consciencia de su naturaleza de criatura, de su inevitable muerte, de su viaje post-mortem, de su resurgimiento a la vida, de las diferentes fases, de las diferentes configuraciones genéticas, que le permitirán adquirir una cada vez mayor comprensión de la existencia y de su Creador. Esta realidad no puede ser aprehendida por la subjetividad humana; de ahí que los astrofísicos lleven decenios contando galaxias y exoplanetas… y nada más. Esta realidad sólo puede ser transmitida por el relato profético, el que transporta la objetividad divina a través de los mensajes revelados a los profetas.

Segunda anomalía

La segunda anomalía es el resultado de obviar el hecho de que haya dos sistemas actuando en el universo –el sistema operativo y el sistema funcional. Dos sistemas que encontramos de igual modo en todo mecanismo fabricado por el hombre, y en él mismo. En cualquier aparato que examinemos, un ordenador, veremos que consta de un sistema operativo que le hace funcionar, tremendamente complejo e imposible de manipular por el usuario sin destruirlo. Al mismo tiempo, observamos en este ordenador un sistema funcional que nos permite servirnos de él y utilizarlo para nuestro beneficio. El sistema operativo consta, en este caso, de un procesador, de tarjetas de memoria, de un mini generador, de puertos… y de numerosos elementos más. Todo ese conjunto de piezas, incomprensible para el operario, constituye el sistema operativo, que sólo los ingenieros que lo han diseñado entienden. El sistema funcional, por el contrario, es de fácil acceso para el usuario y, una vez que lo conoce, le va a permitir realizar numerosas tareas. Ambos sistemas están relacionados entre sí por medio de conexiones que han diseñado los ingenieros. Sin embargo, el usuario las desconoce y sólo tiene acceso al sistema funcional –teclado, ratón, dispositivo de memoria y otros.

Lo mismo sucede con nosotros mismos. ¿Dónde está la vida? ¿Podemos ver la enfermedad con un microscopio? ¿Podemos encontrar la muerte en un cadáver? Estos elementos forman parte del sistema operativo y son, por lo tanto, inaprehensibles para el hombre. Nosotros tan sólo podemos observar los síntomas con los que se expresa la vida, la muerte o la enfermedad.

Esta alarmante anomalía en el método científico es la que ha inducido a los científicos a indagar en el sistema operativo, pensando que podrían penetrar en él y controlar el universo. Sin embargo, no han hecho, sino estrellarse una y otra vez contra el muro que separa el sistema operativo del funcional, originando destrucción e ignorancia.

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La explicación científica para el Challenger fue la siguiente:

La causa inmediata del accidente se sospechó en unos días y se estableció por completo en unas pocas semanas. El frío severo (¡En Florida!) redujo la resistencia de dos juntas tóricas de goma que sellaban la unión entre los dos segmentos inferiores del cohete de propulsión derecho. (En una sesión de la comisión de investigación, Feynman demostró convincentemente la pérdida de resistencia de las juntas tóricas al sumergir una de ellas en un vaso de agua helada).

Curiosa explicación para un cohete que va a ir a la Luna, que va a pasar en pocos minutos por altísimas y bajísimas temperaturas, pero no pudo resistir el frío de Florida. Así es como funciona el método científico.

Estas dos anomalías hacen del método científico una herramienta inservible a la hora de guiarnos en la vida de este mundo. Todo el tiempo que dediquemos a investigar el funcionamiento del sistema operativo será un tiempo perdido, un tiempo precioso que podíamos haber dedicado a conocer mejor el sistema funcional.

Es hora de que hablemos así a nuestros hijos, de que los saquemos de la petulante ignorancia científica y los llevemos a la objetividad divina.

(2) Es Allah Quien ha elevado los Cielos sin columnas que pudierais ver. Luego ha tomado el control de Su creación desde el Arsh. Ha sojuzgado al Sol y a la Luna según Su plan. Todo en el universo sigue su curso hasta un plazo fijado. Rige la creación y clarifica con detalle el significado de las aleyas para que tengáis certeza del encuentro con vuestro Señor. (3) Es Él Quien ha extendido la Tierra y ha puesto en ella cordilleras y ríos. Ha dispuesto que toda entidad viva se reproduzca uniéndose a otra igual a ella y de diferente sexo. Hace que la noche cubra al día. En eso hay signos para la gente que reflexiona. (4) Hay extensiones de tierra contiguas unas a otras, pero de naturaleza diferente, y terrenos en los que crecen vides, cereales y palmeras de cuyas raíces salen varios troncos o uno solo, y todo regado por una misma agua. Hemos hecho que unos cultivos sean más excelentes que otros por su sabor y cualidades. En eso hay signos para la gente que razona. (5) Y si eso te asombra, sabe que más asombroso es que digan: “¿Acaso cuando seamos tierra, seremos creados de nuevo?” Esos son los que encubren la verdad de su Señor. Se les pondrán argollas en el cuello y serán arrojados al fuego, en el que penarán para siempre.
Qur-an 13 – al Ra’d

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