Hay temas cinematográficos que no parece que puedan agotarse nunca, ya que el final de cada versión lleva intrínseco el comienzo de la siguiente, y tras la 1 viene la 2 y así sucesivamente hasta que 50 años más tarde la puerta de la imaginación sigue abierta y se siguen produciendo variaciones sobre el mismo tema. Este es el caso del argumento sobre un mundo, supuestamente el nuestro, dominado por unos simios que han aprendido a realizar la práctica totalidad de las funciones hasta entonces propias de los seres humanos. La primera entrega de la saga se produjo en 1968 bajo el título “El Planeta de los Simios” (The Planet of the Apes), dirigida por Franklin Schaffner y protagonizada por Charlton Heston. A punto de “pisar” la Luna, el argumento introduce al poder simio en un contexto de viajes inter galácticos. Las últimas versiones, en cambio, con el tema espacial bajo sospecha, han preferido utilizar a los virus como los causantes de un escenario devastador en la Tierra –“El Ascenso del Planeta de los Simios” (Rise of the Planet of the Apes), dirigida por Rupert Wyatt en 2011; “El Amanecer del Planeta de los Simios” (Dawn of the Planet of the Apes), dirigida por Matt Reeves en 2014; y la última versión, la de 2017, que lleva por título “Guerra por el Planeta de los Simios” (War for the Planet of the Apes) dirigida también por Matt Reeves.
Como en el resto de las películas hollywoodenses, todas estas filmaciones hacen gala de buenos efectos especiales y de unos desastrosos guiones que deben incluir los elementos básicos que componen la psicología norteamericana –sensiblería infantil, amor filial en su más extrema manifestación, heroísmo más allá de toda racionalidad, y esos maliciosos guiños de que America is great y tiene que salvar al resto de la humanidad.
Sin embargo, esta vez, se ha podio sublimar el nacionalismo USA y “El Amanecer del Planeta de los Simios” nos ha mostrado la inquietante imagen de lo que queda del hombre y de sus sociedades una vez que se han desligado, completamente, del recuerdo de su Señor y han roto el cordón que les unía a la Órbita Divina.
Básicamente, ha desaparecido la diferencia entre el hombre y el mono, entre lo humano y la animalidad. Su habilidad para hacer funcionar una antigua presa y llevar la electricidad hasta la ciudad en ruinas en la que viven, no los hace superiores a la comunidad de simios, a su bien estructurada sociedad y a su afinamiento con el medio en el que viven. Los monos no necesitan la electricidad; tampoco los hombres la necesitan, no la han necesitado durante más de 50.000 años, durante todo el periodo profético. Incluso los chamanes prescindieron de ella –Buda, Platón, Arquímedes, Pitágoras… Pero ahora Occidente la necesita para fomentar el vicio y construir bombas de destrucción masiva; para sus laboratorios de ingeniería genética, para sus experimentos, para sus viajes espaciales… Mas, como se ve en la película, todo eso no les hace superiores a los simios, sino que, antes bien, se presentan como enemigos de su medio, como destructores de su medio. No pueden competir con los animales en cuanto a su perfecta armonía con el hábitat en el que desarrollan sus sociedades –toman solamente lo que necesitan y sus agresiones y las muertes que provocan en otras especies son las que mantienen el equilibrio ecológico y demográfico. En la filmación se alternan las imágenes de ambas sociedades, la humana y la simia, y cuesta trabajo decidir en cuál de ellas preferiríamos vivir.
Las sociedades humanas han abandonado el recuerdo, prefieren seguir sus deseos, prefieren satisfacer sus ansias de poder. Han destruido la vida en el planeta con sus experimentos, y los pocos que han sobrevivido vuelven a organizar a los individuos en sociedades basadas en el olvido y la arrogancia –los dos principios que han causado su degradación. La vida no tiene ningún valor para ellos. Las matanzas de los monos las justifican diciendo que son animales. Así mismo justificaron las matanzas de los nativos de América, Australia, Nueva Zelanda… seres endemoniados.
Han olvidado por qué existe este universo; han olvidado el sentido de la vida humana, su objetivo. Comen sin mirar a la comida, la devoran y no agradecen a su Señor el que les provea desde el cielo y desde la tierra con alimentos nutritivos y deliciosos. Han olvidado y no quieren recordar. Se han convertido en animales arrogantes y depredadores que ya no quieren ser parte del escenario existencial –se alcoholizan, se drogan, se suicidan. Los monos los miran con asombro. Observan inquietantes su maldad, su ignorancia. Las sociedades humanas se han convertido en sociedades de simios arrogantes. Ya no adoran a su Creador; se han desconectado de la Órbita Divina y dicen que no hay más poder que el de su ciencia y el de sus ejércitos.
Así son también nuestras sociedades de hoy –sociedades desconectadas, negligentes, depredadoras; sociedades de monos arrogantes, de monos que han perdido el lenguaje conceptual, de monos que nacen, se reproducen y mueren, y a todos les parece bien que no haya nada más, que no haya otra razón de ser, de existir.
A través de esta película vemos a qué nivel desciende el hombre cuando olvida su origen, su destino final y deja de adorar a su Creador. Ha olvidado Su nombre, le llama Dios o Padre o Señor… pero esos términos no designan nombres propios, sino cualidades o estados. No saben. No les importa. Se trata de vivir cada día, de subsistir, de negar que haya un juicio esperándonos a la vuelta de la muerte.
El ateísmo lleva, de facto, a la animalidad.
El ateísmo lleva, de facto, a la animalidad, a desarrollar sociedades como las de los simios sin otro sentido que nacer, reproducirse y morir. Poco nos diferencia de ellos el hecho de que construyamos rascacielos, puentes, centrales nucleares, armas de destrucción masiva… No hemos venido a este mundo para eso. Este mundo no tendría sentido si no hubiera en él alguna especie, alguna categoría de entidad capaz de comunicarse con la Divinidad, capaz de leer Sus mensajes y de transmitirlos, capaz de seguir los relatos proféticos, capaz de entender la totalidad del viaje existencial, del viaje post-mortem.
Esta entidad es el hombre, el insan, pero ha preferido descender a la animalidad, ha preferido degradarse y reducir su misión a la misión de los simios –vivir sin otro fin que vivir, de la forma que sea, apaciguando este absurdo con antidepresivos, con alcohol, con alguna bala el fin de semana. La superioridad del hombre no reside en sus inventos, en sus artilugios tecnológicos, sino en su capacidad para conectarse a la Órbita Divina, para comunicarse con su Creador.
No quiere remontar la corriente de la animalidad. Se entiende bien con los simios. Le gusta su forma de vida, pero les falta electricidad; los humanos tenemos electricidad, teléfonos móviles… Somos una especie superior –hemos matado a Dios y pronto saldremos de nuestra galaxia.
Simios arrogantes, monos con corbata y un poco de coca en el bolsillo.
El ateísmo lleva, de facto, a la animalidad. Expertos psicólogos, sociólogos y educadores ateos y hedonistas del mundo moderno, ¿no estáis de acuerdo? Os hemos retado para que rebatáis con argumentos nuestra cosmovisión islámica (trascendente) del mundo y del ser humano, pero calláis mientras permanecéis ahí agazapados tras los parapetos de vuestra ignorancia escudriñando este blog. Expertos ateos, ¿acaso el ateísmo no lleva a la irracionalidad animal y a la autodestrucción de individuos y sociedades? Echad un vistazo a la juventud española tras varias décadas de estragos democráticos y ausencia de Dios en los centros de enseñanza, una juventud destruida que solo piensa en la imagen, en la cobertura de los placeres mundanos, y que descuida su origen y su destino final pues ignora que la consciencia es el espejo de las luces imperecederas, el cual si se empaña de mundanalidad jamás reflejará nada más que sombras, las sombras del extravío de no saber quiénes y por qué fuimos creados. Una juventud podrida que se regodea en todo aquello que degrada al ser humano: feminismo, diversidad de género, sexo desinhibido, relaciones poliamorosas, drogas, alcohol, futbol, fiestas, etc… una juventud desquiciada que vosotros, expertos psicólogos, sociólogos y educadores ateos y hedonistas del mundo moderno habéis ayudado a criar.
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