Si estás al borde del abismo, no des un paso al frente

Siempre hemos dado por supuesto, sin que hubiera ninguna evidencia para ello, que la civilización, la máxima altura intelectual y espiritual que pue alcanzar una sociedad, irá siempre vinculada al progreso; y éste, a su vez, se expresará en avances tecnológicos que, en apariencia -y solo en apariencia- conducirán a esa sociedad a un control absoluto del mecanismo que hace funcionar a los elementos que conforman el Universo. Se trata obviamente de un supuesto falso que ha permitido, no obstante, diagnosticar el grado de civilización, de superioridad, de las naciones según una humillante clasificación, arbitraria e impuesta, que empieza con los países súper desarrollados y acaba en el Tercer Mundo. Nada que objetar; que cada uno piense y organice el mundo como quiera, si no fuera porque esta manera opresora de ver a los otros tiene funestas consecuencias en la práctica.

Al mismo tiempo, estas clasificaciones apuntan a un proyecto a largo plazo. Hay un plan para el futuro que solo podrán implementar las naciones que hayan alcanzado el último grado de desarrollo. El resto tendrá que conformarse con los deshechos que las grandes potencias dejen en los almacenes donde se guardan los superávits, las mercancías deterioradas o las que no han superado el control de calidad.

Esta situación, esta diferencia entre los países, es similar al contraste social entre pobres y ricos. Se trata en la mayoría de los casos de una proyección no verificable de felicidad, de poder, que se refleja en el lujo y en un exquisito acabado -paisajes urbanos que parecen pintados, en los que cada cosa está en su sitio, hasta el punto que empiezan a parecerse a salas de museos.

¿Podemos siquiera imaginar que esta perfecta conjunción entre arte y naturaleza, todo el esfuerzo que ha hecho falta para lograrla, ha sido para ofrecer a los ciudadanos una vida de confort y bienestar? Todos sabemos, y la historia lo ratifica, que los ricos no se preocupan por los pobres, ni las grandes potencias por los países del “tercer mundo” si no es para utilizarlos en favor de sus propios intereses. El enorme desarrollo que vemos en las naciones más aventajadas se ha ido implementando para que las nuevas tecnologías, y con ellas los nuevos ordenes mundiales, puedan llevar a cabo su trabajo “civilizador”.

Los planes maquiavélicos en los que la razón de estado, la que sea, lo justifica todo, siempre se diseñan a no menos de 50 años vista. Por ello, resulta casi imposible imaginar esos planes, sus objetivos. En la mayoría de los casos deben ir montados sobre varias etapas que, en un principio, no parecen tener conexión alguna entre ellas. Por ejemplo, estamos viendo cómo se intentan substituir los combustibles fósiles por las llamadas energías renovables -coches a gasolina por coches eléctricos.

Esta propuesta habría resultado inaceptable en sí misma, pues ¿qué sentido tendría cambiar algo que funciona, que resulta relativamente fácil hacer que funcione, por un sistema nuevo de incierta viabilidad, extremadamente caro y difícil de aplicar a todos los mecanismos. Sin embargo, la etapa anterior, el cambio climático, lo justifica: nos estamos auto destruyendo y por lo tanto, debemos actuar con premura; debemos eliminar la emisión de gases que alteran peligrosamente la configuración atmosférica.

El tema no acaba en los coches. Sería algo relativamente insignificante. En ese plan la carne, la mantequilla, las harinas… los alimentos… serán sintéticos y no animales. Al mismo tiempo se desarrolla, se invierte en robótica, en inteligencia artificial y los jóvenes se compran las gafas multiverso, de forma que lo virtual y lo real se integran en una misma imagen, en un mismo escenario.

Todos sabemos que estos planes nunca serán realidad, ni siquiera en un 30 por cien. Se tardarán años hasta que en las carreteras europeas y norteamericanas no circulen, sino coches eléctricos, pero ¿podremos decir lo mismo de los camiones, de los tanques, de los buques, de los portaviones? ¿Podrán estas macro máquinas moverse y operar con la energía de una pila?

Los obstáculos son interminables, pero el proyecto que mueve todo este tinglado hace que cada vez se separe más los países altamente desarrollados de los del “tercer mundo”; los ricos de los pobres; la tecnología electrónica -de fuego- de la tradicional y mecánica. Incluso si los países más pobres y menos desarrollados quisieran implementar esas nuevas tecnologías y esas nuevas formas de vida, les resultaría imposible, pues sus ciudades, sus infraestructuras no se lo permitirían.

Tesla está desarrollando coches sin conductor, equipados con cientos de sensores y radares. ¿Cómo podrían estos vehículos circular por las caóticas carreteras de los países del “tercer mundo”? No se han preparado para esta nueva era y no podrán formar parte de ella incluso si todas las fuerzas sociales y políticas de estos países estuvieran anhelantes de adherirse a ella.

Cuando se obligó a todos los establecimientos públicos a construir rampas para los minusválidos, aquella medida no tenía demasiado sentido; quizás ninguno; pero hoy pueden ser muy útiles para los robots -incapaces de subir y bajar escaleras, pero no así de utilizar rampas. Hace décadas que Occidente se prepara en secreto, camuflando sus verdaderos objetivos, para este nuevo orden mundial. Y cada día por una ventana virtual, internet, los habitantes del “tercer mundo” ven con envidia y desasosiego cómo sus países se alejan más y más de esas avanzadas sociedades, cuya forma de vida es ya para ellos inalcanzable.

Sin embargo, hay otros que tienen planes a más largo plazo, incluso más allá de la muerte, y se felicitan de que su país haya quedado atrás, medio derrumbado, sin rampas y a veces sin escaleras, pues de esta forma esa nueva era no podrá establecerse allí. No hay condiciones para ello. ¿Cómo podrían los coches Tesla circular por sus calles?

Y es este atraso civilizador lo que permite que en algunos de estos países la vida fluya sin la corrupción y el vicio; sin violencia callejera; sin atracos; sin violaciones. Es este “tercermundismo” el que permite que siga habiendo vecindad, familia, amistad… Todavía hay en ellos una profunda religiosidad. Y ello hace que estos países, algunos de ellos, uno… sea un signo para toda la humanidad, pues cuando los coches Tesla circulen por sus carreteras, estará a punto de establecerse la Hora.

En colaboración con Ahmad Malpanji

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