Tiranía

A cada intento que hace el hombre de establecer un sistema de gobierno basado en su visión subjetiva de la realidad, acaba cayendo en la tiranía –unos hombres imponen su ley a otros hombres. Y poco importa la terminología que utilicemos para denominar a ese poder, pues ningún hombre tiene el derecho de imponer su subjetividad a los demás.

Por ello, hace mal Maduro en meterse en camisa de once balas sacando una ley “Contra el Fascismo, Neofascismo y Expresiones Similares” con el objetivo de reagrupar a todos los individuos en un mismo ámbito ideológico e incluso lingüístico; y todo aquel que ponga un pie fuera de ese ámbito será castigado y utilizada su transgresión como agravante en cualquier causa judicial. Resulta interesante que el presidente venezolano no se haya dado cuenta de que esa acción de generar una ley para imponer su subjetividad es ya un acto fascista.

No podemos obviar el hecho de que la tiranía, en cualquiera de sus formas, se erige a sí misma en modelo universal fuera del cual solo hay tiranía. Es como tratar de convencer al Mal de que está mal ser malo. Desde su maldad no podrá entenderlo, y de esta forma el Bien se irá convirtiendo en algo detestable para la sociedad.

Es lo que ha sucedido con la homosexualidad. Durante siglos fue un grave delito perseguido por la ley y denigrado por la gente; incluso había pena capital para quien la practicase. Más tarde se suavizó el castigo, recluyendo a los homosexuales en la cárcel por unos cuantos años. Un tiempo después se despenalizó, pero siguió siendo una lacra social. Con el transcurso de los años se legalizó como concepto y como práctica, lo que llevó al matrimonio y a la adopción de hijos por parte de parejas del mismo sexo. Hoy son los heterosexuales los que están bajo sospecha.

Maduro intenta con esta ley proteger a la democracia como si ese sistema evitase la tiranía, cuando lo que de hecho hace es protegerla camuflándola con la expresión “la voluntad del pueblo”. Al desarrollar esta ley, Maduro se sorprende de que en realidad solamente Venezuela, y quizás Rusia, están dentro de ese ámbito que establece su ley. Las democracias occidentales encubren, de hecho, sistemas neofascistas, al mismo tiempo que se presentan ante el mundo como modelos de democracia.

Israel es una democracia y por ello sus atletas pueden participar en los próximos Juegos Olímpicos que se celebrarán en París. No así los atletas rusos, pues ellos pertenecen a un país que a pesar de que está librando una guerra contra el fascismo ucraniano, no es una democracia. Y eso lo dice Francia, la nación que de forma más cruel ha invadido medio mundo –acaban de echarlos de África.

Israel es una democracia, lo cual no le impide haberse establecido por la fuerza en un territorio que no es el suyo, ni nunca lo ha sido. Ni tampoco le impide ir eliminando, masacre tras masacre, a sus legítimos dueños –el pueblo palestino.

¿Por qué, pues, sigue Maduro utilizando este término? ¿Qué puede significar hoy la palabra “democracia”? ¿A qué está haciendo referencia? Obviamente, no a un sistema objetivo de justicia, de equidad, de respeto a los de dentro y a los de fuera. Se trata más bien de una estrategia de poder. Se substituye la cantidad por la calidad –un hombre, un voto, lo cual permite que, utilizando la demagogia, el grupo más mediocre de ciudadanos acceda al poder y a partir de ahí tiene cuatro años para desarrollar su verdadero programa, el que nunca ha detallado a sus votantes. Ley tras ley, subjetividad tras subjetividad irá conformando una nueva sociedad en la que se afiance de forma patológica la noción de que la democracia es el Bien y todos los demás sistemas son el Mal.

Sin embargo, lo que ahora ven muchos ciudadanos es que a través de la democracia y de la legislación que impone el grupo de poder se están desarrollando, de facto, sistemas fascistas, sistemas autoritarios y de represión… sistemas tiránicos. Mas ya no podemos dar marcha atrás, pues la democracia es el Bien, y eliminarla sería a su vez abrogar todos los elementos positivos que lleva consigo el Bien.

Estamos viendo este proceso en Argentina. Su presidente, Javier Milei, ha sido aupado a la presidencia siguiendo el sistema democrático de elecciones. La mayoría le ha votado, obnubilada por la demagogia que ha desplegado este sujeto. Ahora esa mayoría se manifiesta en la calle contra el presidente que no hace mucho votaron para que dirigiera sus vidas hacia un horizonte luminoso, pero no esperaban que esa generalidad programática fuera a concretarse en leyes que están convirtiendo ese horizonte en tenebrosas perspectivas.

Maduro quiere evitar que eso mismo ocurra en Venezuela y, a ser posible, en el resto del mundo –globalización. Mas ¿está seguro de que merece la pena luchar por la democracia? Fijémonos en qué términos lo plantea:

En el segundo capítulo están contenidas «medidas de protección» contra el fascismo, que incluyen la prohibición «de la difusión de mensajes que hagan apología o promuevan la violencia como método de acción política o denigren la democracia, sus instituciones y valores republicanos». 

No puede haber una contradicción más incorregible que la de promover la libertad prohibiéndola. En este capítulo de la ley tenemos la trampa. Ahora es un juez –el poder, el gobierno– el que va a decidir si ese discurso es aceptable o implica una apología del fascismo, o va en contra de la democracia, o denigra alguna de sus instituciones… y eso es precisamente la tiranía.

¿Por qué cae en esa trampa Maduro? Ha realizado con éxito la parte más difícil –se ha enfrentado a Estados Unidos, a Occidente, y ha vencido. Mas la suya, como vemos por esta ley, ha sido una victoria aparente, pues si bien ha logrado desbaratar los planes estadounidenses de golpe de estado, ha sucumbido a su cultura. Se ha dejado engañar por el espejismo de la democracia, por el tintineo de los valores que Occidente se adjudica, aunque su práctica cotidiana los denigre.

Venezuela, como Rusia, quieren a toda costa ser admitidos en ese “prestigioso” club –un club de asesinos que han intentado, y siguen intentando, matarle. ¿Por qué, entonces, les ama? ¿Por qué quiere que Venezuela sea el paradigma de la democracia? ¿Cómo pretende lograr que los ciudadanos tengan derecho a que se respeten sus opciones cuando solamente están permitidas las que apoyan a las instituciones democráticas y republicanas? ¿Puedo, acaso, ser monárquico y tratar por todos los medios posibles establecer este sistema en Venezuela? ¿Incluso por las armas? ¿Acaso Maduro no ha utilizado la fuerza para proteger la democracia en Venezuela? ¿Y si alguien quisiera que fuese un dictador con un buen programa de gobierno el que se hiciese con el poder?

Milei es un dictador democrático que tiene el apoyo de todo Occidente. ¿Basta, entonces, con celebrar elecciones para que la dictadura se convierta en democracia? ¿No importan los hechos en sí?

Hitler no asumió el poder por la fuerza, sino por voluntad del pueblo alemán. ¿Por qué, entonces, se le denigra? ¿Porque invadió buena parte de Europa, Rusia incluida? ¿Pero no es lo que está haciendo Occidente utilizando Ucrania para invadir a Rusia?

Maduro debe apartarse de la subjetividad si quiere establecer un sistema social afinado con la naturaleza del ser humano. Debe buscar ese sistema en los textos objetivos –los textos revelados por el Creador, el único que puede ser objetivo y enseñarnos la forma objetiva de establecer sociedades justas. Mas en la ecuación de Maduro falta, precisamente, el factor Dios. Es una ecuación en la que la subjetividad se convierte por la fuerza en objetividad. Y a falta de un dios, el estado asume ese papel.

La tiranía contra las tiranías. El Mal convertido en Bien.

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