Rapa Nui, el genial vestigio de los yin

Siguen apareciendo cada día nuevos artículos que intentan explicar los sorprendentes hallazgos con los que arqueólogos, paleontólogos y geólogos se van topando en su largo peregrinar por esta exuberante y generosa Tierra. Y a cada nuevo descubrimiento –mayor disparate interpretativo, pues la Akademia no puede responder a las preguntas que inmediatamente suscitan estos remanentes del pasado.

Ahí están los moais –las estatuas de la Isla de Pascua (Rapa Nui), gigantescas moles de piedra, rostros impávidos incrustados en la tierra. Es cierto que resulta difícil imaginar cómo los habitantes de la isla pudieron llevar a cabo tamaña tarea –se conservan unas 900 estatuas, pero originalmente había más de 1,000. Uno también se pregunta quién o quiénes podían haberlas construido. Y, sin embargo, ambas preguntas resultan irrelevantes si antes no respondemos a la cuestión principal –para qué. Para qué todo ese esfuerzo si nadie nunca las ha adorado ni han sido lugar de reunión ni monumentos funerarios. Y ya ante esta pregunta -la primera, la verdaderamente crucial- la Akademia enmudece. Y ello porque nos resulta imposible atribuir a seres humanos aquel trabajo hercúleo.

Y junto a este misterio se añaden muchos más –las pirámides esparcidas por toda la Tierra, enormes construcciones megalíticas, gigantescas cabezas en medio de ningún sitio, enigmáticas siluetas de animales dibujadas en planicies y que solo a una altura de al menos 500 metros son reconocibles… ¿Qué pueblos -generaciones enteras- han podido dedicar su tiempo, su inteligencia, su habilidad en construir estos inútiles y al mismo tiempo portentosos artefactos? Y no cesan estos incansables investigadores -como laboriosas hormiguitas- de hallar fabulosos vestigios de antiguas civilizaciones.

Ahí están las recién descubiertas ciudades en plena selva amazónica que constituyeron una avanzada y prodigiosa civilización –hoy extinta.

No nos llega otra cosa del pasado que ruidosas y perturbadoras interferencias. Mas ni una sola indicación de para qué, cómo, quién. ¿Por qué entonces insisten en seguir hablando de estos enigmas? Obviamente hay una agenda cuyo objetivo principal es el de eliminar de los investigadores académicos el concepto “CENTRO” -punto de irradiación de la primera y única civilización humana. Se trata de infundir la idea de que todo en este universo -la vida incluida, y el universo mismo- ha surgido aleatoriamente y sin finalidad alguna. Todo es casual -enigmático, misterioso, inexplicable… pero casual. Y tal es la desesperación, la frustración que experimenta la Akademia a la hora de interpretar estos inquietantes fenómenos, que no duda en echar mano de fuerzas telúricas, de extraterrestres, o de cualquier otro extravagante actor… para explicar lo que a todas luces y desde una perspectiva académica es inexplicable.

No podemos, pues, ir configurando una teoría interpretativa de todos estos hallazgos según los vamos encontrando, ya que cada nuevo hallazgo podría anular las anteriores interpretaciones –que es lo que viene sucediendo en todos los ámbitos de la ciencia, de la investigación académica. Cada día leemos en las diferentes y “prestigiosas” revistas científicas la absurda propuesta de replantearnos, de reescribir, las leyes de la física, del origen del universo, los tiempos en los que fue apareciendo el hombre… o –peor aún- cuál sería en realidad el substrato de la existencia.

Por lo tanto, para salir de este laberinto, necesitamos una plantilla interpretativa, un patrón universal que, al superponerlo sobre cualquier hallazgo o fenómeno, responda a estas tres preguntas decisivas, ineludibles: para qué, cómo, quién. Y esta plantilla nos lleva a la historia misma de los seres vivos -cuatro dotados de inteligencia: Malaika (ángeles), Yin (genios), Bashar (primer ser humano), Insan (actualización de los bashar, el hombre completo); y tres dotados, además, de consciencia: Malaika, Yin, Insan. De esta forma, todos los vestigios que encontremos en la Tierra habrán sido diseñados, moldeados, construidos… por una o varias de estas entidades; teniendo en cuenta, a la hora de ponderar cuál de ellas habrá sido, sus capacidades, su fuerza y sus atributos. Los Yin, creados a partir de fuego, podían realizar trabajos que habrían sido imposibles para el hombre, creado a partir de barro.

Los Malaika jugaron un papel fundamental a la hora de enseñar al hombre, al insan, los rudimentos de las técnicas que iba a necesitar, así como la génesis del lenguaje y de la escritura. Sin embargo, y aunque nunca han dejado de acompañarnos en la vida de este mundo, su papel ha dejado de ser “intervencionista”, ya que el hombre ha ido aprendiendo y desarrollando su cognición hasta el punto de ser capaz de valerse “por sí mismo”.

La segunda entidad, en cambio, los Yin, no han cesado de interactuar con los hombres -de forma perniciosa en la mayoría de los casos- ya que buena parte de ellos trabaja para Iblis, cuya imperiosa misión es la de conducir al hombre a su ruina. Y ello nos lleva a entender que los factores de la ecuación que nos incumbe serán Yin-Bashar-Insan.

La primera generación de los Bashar, como la del resto de las otras especies de seres vivos -plantas y animales- surgió de semillas, de células madre, esparcidas por doquier y depositadas en la tierra, protegidas en una placenta de barro.

Es Allah Quien os ha producido de la tierra de la misma forma que ha producido las plantas. Luego os hará regresar a ella y de ella os hará salir de nuevo. (Corán, sura 71, aleyas 17-18)

Y, por lo tanto, este Bashar carecía de Centro. Surgió allí donde el clima y la vegetación, la geografía, eran propicios para darle cobijo y alimento. Este primer ser humano carecía de un lenguaje conceptual y de una plena consciencia, lo cual le impedía interactuar con su Creador; carecía de escritura y nunca pudo establecer una civilización que le permitiera desarrollarse ampliamente a nivel cognitivo y espiritual. Permaneció al margen de la historia.

¿Acaso no hubo un tiempo en el que el hombre –insan– no era nada digno de mención? (Corán, sura 76, aleya 1)

Por lo tanto, era necesaria su actualización de la que surgirá el Insan, el hombre.

Os creó en fases diferentes. (Corán, sura 71, aleya 14)

Y esta fase del Insan -del hombre completo- sí tendrá un Centro, el lugar en el que se llevó a cabo su actualización: el suroeste de Arabia, Yemen y su contrapartida africana. De allí se irá expandiendo a otros lugares, siempre colindantes con el Centro, hasta lo que podemos denominar la Gran Expansión que tendrá lugar durante el reinado del profeta Suleyman.

En esta historia tenemos los dos factores fundamentales y civilizadores que permitirán al Insan, al hombre, recorrer prácticamente toda la Tierra -la sumisión de los Yin y de los vientos a la voluntad de Suleyman. Con estas dos herramientas Suleyman y sus huestes, los Yin incluidos, fueron llegando hasta los últimos confines de la Tierra. Tenemos en el Corán muchas noticias sobre este hecho:

A Sulayman le sometimos el viento. La distancia que recorría en una mañana equivalía a la que antes recorría en un mes, y la que recorría en una tarde equivalía también a la que antes recorría en un mes. E hicimos que manara para él una fuente de cobre fundido. Y había yin que trabajaban para él por la voluntad de su Señor… Hacían todo lo que él les ordenaba que hiciesen –imponentes edificios escalonados, estatuas e imágenes, jofainas como aljibes y marmitas tan pesadas que no se podían mover. (Corán, sura 34, aleyas 12-13)

A Sulayman le sometimos el impetuoso viento que soplaba por orden suya hasta la tierra que habíamos bendecido… Entre los shayatin había unos que buceaban para él y realizaban, aparte de eso, otros trabajos. Éramos sus custodios. (Corán, sura 21, aleyas 82-82)

Ya tenemos, pues, las dos plantillas necesarias para entender los movimientos que ha realizado el hombre a lo largo de su historia. La primera es una plantilla general -hay cuatro entidades, tres de ellas inteligentes y dotadas de consciencia; y otra -el Bashar, que, con la llegada del hombre -su actualización- a buena parte de la Tierra en tiempos de Suleyman, se irá extinguiendo o irá siendo asimilado por el Insan.

La segunda plantilla nos recuerda que sin el “Factor Suleyman” y el “Factor Yin” no podemos entender ni siquiera lo que vemos con nuestros propios ojos. El profeta Suleyman va recorriendo enormes distancias, encontrándose con los más variopintos pueblos, tribus… Y los Yin -sometidos a su voluntad- dejan en todos esos lugares las huellas imposibles de destruir que indican que también allí estuvo el profeta o su gente. Allí hubo asentamientos, bases, centros… algunos de los cuales perduran y otros en cambio han desaparecido. El profeta Suleyman estableció, pues, una civilización planetaria -la única civilización que ha existido y de la cual el hombre se sigue abasteciendo- transportada por el sistema profético.

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