Primer objetivo –la erradicación de la pobreza en el mundo. Esperemos que no lo consigan.

Estamos asistiendo a la constante inversión de valores que están sufriendo nuestras sociedades y a la asunción insistentemente promovida por los medios de comunicación de que las anomalías, que hasta hace unas décadas representaban la manifestación del mal, se van a convertir ahora en nuestra nueva normalidad. Este cambio de paradigmas está creando tal turbulencia en las aguas de la racionalidad y del sentido común que su agitación nos impide ver lo que yace en el fondo de todas estas propuestas.

Una de las últimas la ha promulgado el Foro Económico Mundial. Forma parte de su Agenda 2030 y es uno de sus principales objetivos –erradicar la pobreza del mundo. Si esto se consiguiera, ¿con qué nos quedaríamos? ¿Con un mundo de ricos? Mas sus sociedades están tocadas de frivolidad, de egoísmo, de una devastadora superficialidad. Su riqueza les empuja a la corrupción y al vicio. Ahí los tenemos, yendo de fiesta en fiesta, de celebración en celebración… asistiendo a programas televisivos y protagonizando todo tipo de excentricidades.

Vemos a estos ricos despilfarrando su dinero, un dinero que en muchos casos han ganado de forma fraudulenta. Los vemos asociados con mafias y gobiernos tiránicos que ellos mismos han ayudado a establecer a través de golpes militares o asesinatos. ¿Cómo, entonces, podríamos tomar a estos individuos y a sus sociedades como modelos a seguir por las próximas generaciones? Quién le diría a su hijo: Fíjate en Hunter Biden, en Bezos, en Bill Gates o en Epstein, y sé cómo ellos. Siempre ha pesado sobre los ricos la sospecha de que acabarían en el infierno.

Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. (Evangelio según Marcos, 10:25)

Quizás envidiamos sus fortunas, pero no su forma de vida, sus valores morales, su ateísmo, su indiferencia ante el sufrimiento de sus semejantes. Cuando queremos transmitir a nuestros hijos los valores sobre los que deberían sustentarse sus vidas, nos dirigimos ineludiblemente al mundo de los pobres. Son ellos nuestra referencia moral. Son ellos los que defienden la verdadera normalidad y rechazan con su forma de vida las anomalías en las que viven los ricos. Ante infortunio, recuerdan la vida del Más Allá, mientras que los ricos ni siquiera piensan en la muerte.

Ese que acumula riqueza y la cuenta. Cree que su riqueza le va a hacer inmortal. (Corán, sura 104, aleyas 2-3)

¿Qué nos quedaría si se acabase la pobreza? ¿Qué referencias podríamos proyectar al futuro? ¿El derroche? ¿Las extravagancias? ¿El materialismo?

La historia nos muestra que los pobres, la gente humilde y trabajadora, han encarnado siempre el ideal hacia el que debería tender la humanidad. Fijémonos si no en la revolución campesina que tuvo lugar en la Alemania de principios del siglo XVI. Su líder, Thomas Müntzer, propone que sea el campesinado –esos hombres humildes en continuo contacto con la tierra, con sus frutos– quienes dirijan la sociedad alemana. Ni Lutero ni Erasmo apoyaron tal iniciativa. Müntzer fue detenido, torturado y en mayo de 1525 ejecutado. Cuatrocientos años después, Carl Marx proponía una revolución parecida. En esta ocasión serían los proletarios –los trabajadores urbanos– los que deberían dirigir las sociedades de todo el mundo.

Sin embargo, tanto Müntzer como Marx se equivocaban. Los pobres, los trabajadores del campo o de las fábricas, forman parte de la dialéctica que pone en movimiento las sociedades. Constituyen su mecanismo interno, junto con la riqueza y los ricos. Ninguno de estos dos elementos se puede eliminar sin causar un colapso irreversible. Y es en esta dialéctica, en esta lucha de contrarios, donde cada uno debe buscar su lugar.

La llamada clase media está desapareciendo en todos los países. Una parte de ella accede al mundo de los ricos y otra se va asociando a la pobreza y al mundo de los pobres. Y es lógico que así sea, pues nunca hay una tercera opción. Hay momentos en la historia en los que estas clases medias adquieren un cierto protagonismo. Incluso se habla de ellas como del «colchón» que evita el enfrentamiento entre ricos y pobres. Sin embargo, en la realidad se trata de grupos sociales muy inestables, pues desde su estatus de burguesía, aunque sea de burguesía media o incluso baja, hay una tendencia a subir hacia las regiones más altas de la riqueza, del poder. Unos lo consiguen y otros se van paulatinamente empobreciendo. Y este empobrecimiento les hace volver a una forma de vida tradicional y rechazar las anómalas propuestas culturales promovidas por los ricos.

Por lo tanto, es obvio que la pobreza forma parte indispensable del engranaje social y no puede ser erradicada. Mas si leemos entre líneas los objetivos de este Foro Económico Mundial, caeremos en la cuenta de que no es la pobreza lo que quieren erradicar, sino a los pobres, como parte de su proyecto de despoblación –un mundo reducido a satisfacer las necesidades de los ricos.

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