La puerta de entrada al Jardín

La buena conducta no deriva del cumplimiento de las normas sociales, sino de la humildad. Y es esta virtud una de las más difíciles de definir, pues se han ido adhiriendo a ella falsas virtudes, sucedáneos, que paulatinamente la han sustituido. En la mayoría de los casos se trata de poses estéticas, de “manners”, como la buena educación… que nada tienen que ver con el estado interior propio de la humildad.

Quizás la mejor forma de entender un concepto sea comparándolo con su contrario, que en este caso se manifiesta en diferentes niveles. Se opone a la humildad la arrogancia, la altivez. Estas indeseables cualidades llevan indefectiblemente a la rebeldía –otro concepto difícil de asir, de enmarcar en un contexto comprensible.

Mas si bien la rebeldía puede llevarnos a organizar revoluciones, golpes de estado, acciones terroristas… fundamentalmente significa no aceptar el destino. Nos rebelamos contra alguien, contra alguna institución, contra cualquier forma de poder, de autoridad, pero antes ya nos hemos rebelado contra nosotros mismos, contra nuestro destino, manifestado y desarrollado a través de nuestro carácter, y éste en conjunción con el cuerpo.

De alguna forma nos odiamos. Querríamos ser diferentes. Desearíamos poder manipular nuestras características psicológicas y físicas para llegar a ser como dioses, o al menos como héroes en el sentido de la mitología griega. Esta imposibilidad, estas fantasiosas aspiraciones nos conducen a la rebeldía contra nosotros, contra los demás y contra nuestro Creador. Ello hace que endurezcamos los corazones.

La rebeldía nos impide vibrar cuando escuchamos la verdad o una sabiduría. El corazón del arrogante está sellado –nada lo conmueve. El Corán lo asemeja a una roca, algo que es símbolo de dureza. Sin embargo, lo denigra por debajo de ella. Nos recuerda que hay rocas de las que, al golpearlas, brota agua. Se estremecen de humildad. ¿De dónde, si no, surgen los manantiales, los nacederos de ríos? Afloran de las rocas, de las montañas, pues solo el hombre es rebelde.

Y esa es la razón de que sintamos amor por los animales. Hay en ellos una tremenda humildad, pues no se rebelan contra su programa existencial. En el león hay orgullo, nobleza, mas no rebeldía. Eso nos atrae. Nos atrae su humildad, la aceptación de su destino.

Éste es un punto fundamental, crítico, pues el Corán también nos recuerda que los rebeldes no entrarán al Jardín. Sus puertas están cerradas a la soberbia y sólo hay una llave que pueda abrirlas –la humildad.

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