El caleidoscopio de la filosofía

Leyendo a Plotino caemos en la cuenta del fraude que encierra la filosofía, y ello porque los filósofos nunca han tenido un libro iluminador, un texto objetivo, una referencia divina. Esta devastadora carencia les ha dejado sin otra herramienta que su propia subjetividad –un ámbito extremadamente reducido, en el que nunca hay comprobación, contraste de sus teorías con verdades irrefutables. El filósofo no eleva su cognición hacia los niveles más elevados de comprensión, sino que reduce la portentosa edificación existencial a su minúscula subjetividad, limitada por barreras infranqueables, por una falta absoluta de información objetiva, transportada por el sistema profético.

Plotino habla del ser perfecto que origina por emanación –y de forma involuntaria, necesaria– al ser eterno. Resulta sospechosa su formulación metafísica al provenir de un humano que –al existir en el plano inferior, o cielo inferior– debemos considerarlo uno de los seres inferiores, proveniente y emanación de los planos más superiores. ¿Cómo es entonces que ese ser inferior habla, define y comprende al ser perfecto, a la entidad más superior que pueda existir?

Plotino lo hace, como el resto de los filósofos, reduciendo a ese ser al tamaño cognitivo de un humano. Lo superior debe, así, encajar en lo inferior, reducirse, encogerse. Sin embargo, los filósofos no tienen otra opción, ya que no reciben ningún input del exterior, del último cielo. Ellos mismos se cuecen a sí mismos hasta desaparecer, hasta evaporarse… y vuelta a empezar.

El caleidoscopio de la filosofía gira y gira repitiendo una y otra vez los mismos patrones. No hay forma de dejar a un lado a Aristóteles. Incluso algunos científicos apuntan a Heráclito como una posible fuente de conocimiento, utilizable hoy para entender la estructura básica del Universo. Parece ello querer decir que también el progreso es un caleidoscopio que nos devuelve una y otra vez a la antigüedad, a las primeras formulaciones.

Mas esa primera filosofía es el resultado de amputar las transmisiones proféticas que llegaban a Grecia desde Oriente Medio. Quizás fueran debidas estas amputaciones a un caso de ignorancia, de no comprender la totalidad de lo que se estaba transmitiendo, aunque también es posible que se debieran a un intento de eliminar cualquier tipo de transcendencia. Se trataría entonces de substituir una visión teísta de la existencia por otra –atea. Y ésta es la posición inevitable en la que tienen que mantenerse los filósofos, ya que la filosofía –en tanto que una elaborada forma de chamanismo– se ha convertido desde su comienzo en la alternativa al sistema profético de creencia.

Plotino habla de cielos inferiores que emanan consecutivamente de cielos superiores, pero esa quizás sea una apreciación matemática o geométrica. En el Corán se nos narra, en cambio, que todo cuanto existe en este Universo en el que hoy vivimos y en el que han vivido nuestros ancestros ha sido creado para que en él exista el hombre. Su historia es la historia misma de esta creación. Y, sin embargo, este hombre, este humano, vive en el cielo más bajo, en el más inferior.

No podemos intuir, ni mucho menos abarcar, todos los enlaces y elementos que conforman el rizoma de la existencia. Por ello, necesitamos las transmisiones proféticas que nos explican procesos y fenómenos que nunca habríamos podido desde nosotros mismos imaginar. La única forma de romper este caleidoscopio es dibujando el mapa existencial –su geografía, su devenir– con los datos que nos llegan de la objetividad divina a través del sistema profético. Todo lo demás no es, sino filosofía, elucubraciones caleidoscópicas.

¿Acaso no veis que Allah os ha subordinado todo cuanto hay en los Cielos y en la Tierra y os ha colmado de bendiciones manifiestas y ocultas? Entre los hombres –nas– los hay que discuten sobre Allah sin ningún conocimiento ni guía ni Kitab iluminador. (Corán, sura 31, aleya 20)

Deja un comentario