Numerosas expresiones intentan desprestigiar a las apariencias, como es el caso de la bien conocida locución: “Las apariencias engañan.” También advertimos a nuestros interlocutores que “no se dejen llevar por las apariencias”. Y hay en todo ello una buena dosis de verdad, pues nada se presta más a ser objeto de nuestra subjetividad que aquello que no está nítidamente definido o dibujado. Por ello, las apariencias se prestan a una infinidad de interpretaciones. De la misma forma, las apariencias están condenadas por la moral –como se desprende de la expresión “Fulano vive de las apariencias”; o lo que sería lo mismo “vive de engaños”.
Por lo tanto, parece más que recomendable abandonar todo tipo de apariencias para instalarse en la nítida y objetiva realidad; lo cual, a su vez, exige un complicado proceso de introspección, ya que las apariencias es lo más externo de lo que conforma al individuo –lo más externo y lo más superficial. Y, por lo tanto, no permiten comprender la esencia, la naturaleza del hombre.
Es una operación que casi nadie quiere emprender, pues, de alguna forma, la mayoría de los individuos que constituyen la especie humana intuyen que allí, en su interior, no van a encontrar nada. No están acostumbrados a observar, ni, mucho menos, a observarse. Atraviesan la existencia como si fueran apariencias; nada sólido, consistente, vertebrado. Y como en el caso de las apariencias es una apariencia la que parece darles vida.
Muchos de estos individuos piden libertad de expresión para la sociedad en la que viven, aunque en realidad no tengan nada que expresar. Es el vacío lo que conforma su masa interior y el sonido intermitente de sus jugos gástricos lo que da vida a su voz. Y esos elementos actúan sobre su consciencia como hipnotizadores, obnubiladores. Son apariencias que apenas logran insinuarse unos cuantos segundos. En seguida desaparecen sin que sus pies hayan dejado ninguna huella. No hay rastro de su paso por la vida. No tienen peso, pues su masa es vacío. ¿Quién les recordará? ¿Qué generación perderá su tiempo tratando de enumerar sus virtudes –las virtudes del vacío, de los jugos gástricos?
Es el hombre de hoy –el hombre gris que avanza por calles de niebla. Es el náufrago, el reflejo de una apariencia sobre el agua.