Han desaparecido nuestras huellas del lecho del río seco Paluxy tan solo 25 años después de que lo cruzásemos

Cuando los individuos de la especie humana, convertidos en hombres, carecen de una cosmogonía global de la existencia, dejan de crecer y permanecen en un estado perpetuo de infantilismo que, al tratarse de adultos, se convierte en un estado de imbecilidad crónica. Y eso es lo que vemos cuando miramos a nuestro alrededor –al este y al oeste; arriba y abajo.

Este inevitable fenómeno es particularmente cierto en lo referente a lo que ocurre en el ámbito de la ciencia. Los científicos adultos adolecen de este perturbador infantilismo que se manifiesta en “laboriosos” estudios sobre la extinción de los dinosaurios, algo que no tendría la menor relevancia a no ser por el interés creciente que ha suscitado entre los simplemente adultos.

Los científicos más jóvenes concluyeron que una mega-erupción volcánica debió lanzar al espacio tal cantidad de cenizas y otros elementos magmáticos que ocultaron la luz del sol, impidiendo que sus saludables rayos siguieran produciendo en la piel de los saurios vitaminas y otras substancias necesarias para la vida, provocando su extinción. Más tarde los científicos adultos, pero aquejados del mismo infantilismo que el de los más jóvenes, dijeron con cierta precaución que aquel escenario no podía ser la causa de tal evento.

Y dado que los directores cinematográficos de aquí y de allá se habían dado cuenta de las grandes posibilidades explicativas y funcionales de los meteoritos, decidieron que había sido uno –gigantesco– el que, sorteando la improbabilidad del vacío y las altas temperaturas del roce atmosférico, había impactado en una curiosa península en el sureste de Méjico, muy bien situada para este efecto. El impacto habría provocado un radical y devastador cambio climático que, como las cenizas de aquel hipotético volcán, acabó con la vida de estos legendarios animales, tan inútiles como los meteoritos.

Mas el asunto no quedó ahí, pues a pesar de que se hablaba de un meteorito del tamaño del Everest, no parecía causa suficiente para tal estrago zoológico, y fueron de nuevo los científicos jóvenes los que apuntaron a una causa combinada: aquel mega-impacto habría provocado un mega-terremoto que, a su vez, habría propulsado un interminable tsunami que, finalmente, habría extinguido a buena parte de la fauna que en ese momento se movía por la Tierra. Sin embargo, ni jóvenes ni adultos cayeron en la cuenta de que la verdadera línea vital que hay que seguir es la que nos lleva al ser humano, más tarde concretizado en “el hombre”.

Imaginemos por un instante que el cámara que está filmando una película con un alto presupuesto deja de seguir al protagonista, a quien le van a pagar 10 millones de dólares, y se encapricha con un señor bajito y regordete que está a punto de poner su pie derecho en una de las rayas de un paso de cebra. Diez minutos más tarde el director de la película ve con asombro y enfado que la escena que durante tanto tiempo había estado preparando con su actor y el equipo de efectos especiales, ha desaparecido: “¿Quién, demonios, es ese tipo?” El cámara se encoge de hombros: “Pensé que quizás podría conducirnos a una escena más emocionantes que la del protagonista.” Sería algo totalmente inadmisible.

¿Acaso la angustia y la desesperación, el absurdo y el malestar que atenazan al hombre tienen su causa en la extinción de los dinosaurios? Así nos lo han hecho creer, mezclando bien los ingredientes del mejunje y vertiéndolo sobre unas cuántas páginas de “Nature”. Otro misterio resuelto por la ciencia. Mañana, sin embargo, veremos los consabidos titulares de: “Un nuevo estudio demuestra que…” o “Nuevas evidencias contradicen…” o “Un grupo de expertos halla…” y vuelta a empezar; nuevas intrigas, nuevas emociones. Y aún hay más. Alguien volvió a preguntarse qué hace la Luna ahí, dando vueltas alrededor de la Tierra; quién la puso.

No hay descanso para los científicos. Cada día aparecen nuevos enigmas. Mas el infantilismo del que hemos hablado, convertido en los adultos en imbecilidad, les lleva a resolver éste y otros misterios con vertiginosa celeridad.

Según lo que se le ocurrió a uno de estos ya mencionados científicos o adultos infantiles o simplemente imbéciles, al despertar de un sueño erótico, fue que un objeto volador no-identificado, posiblemente del tamaño de Marte, impactó contra una incipiente Tierra, obsequiándole con parte de su masa y proyectando otra parte al espacio. Todo fue tan rápido –cuestión de horas– que la parte que salió disparada no tuvo tiempo de formar su propio planeta y quedó atrapada en el campo gravitacional de la Tierra. Y no deja de ser curioso, no olvidemos que el Universo está lleno de curiosidades, que ese trozo de roca fuese cambiando de casas, señalando los meses y sus días, convirtiéndose así en un calendario cósmico.

Mas este hecho no logra despertar la curiosidad de los científicos, quizás porque en su infantilismo prefieren simular el impacto, el disparo, la penetración… bajo la atenta mirada de un Sol todavía frio. O algo así. Intentan responder a una pregunta que en realidad nunca se ha hecho nadie, pues la Luna tiene una utilidad de la que el hombre se ha servido siempre para calcular el paso del tiempo. Además, antes de que el hombre perdiese su cosmogonía, había en ella un Creador que era el encargado de organizar el Universo.

Y todavía hay más. Acaban de descubrir huellas de dinosaurios en el lecho seco del río Paluxy, en Tejas. Tienen 113 millones de años. Y este hallazgo podría ayudarnos a comprender cómo era la flora y la fauna en aquel tiempo, tan lejano que no tenemos a nadie que lo confirme, pero ellos –los infantiles, los imbéciles– con una piedra aquí, una huella allá, dos fósiles cerca de una herramienta lítica, son capaces de reconstruir el escenario en cuestión. Se trata de un grupo de expertos, hay evidencias. Además, en este caso hay huellas. No será difícil unir este tiempo con el Big Bang y la guerra de Ucrania, de forma que un acontecimiento explique el otro.

Ya sabemos que había dinosaurios hace más de 100 millones de años. Sabemos cómo se extinguieron, la causa de ese escándalo evolutivo. Sabemos qué acontecimiento cósmico colocó a la Luna en su lugar. Y sabemos todo esto sin que necesitemos un plan, un objetivo, una organización… un diseño.

En la nueva cosmogonía que proponen los científicos no existe un orden preferencial. Se publican huellas de dinosaurios y 10 páginas más adelante se habla del impacto que colocó a la Luna en su estratégica posición. No se resalta la funcionalidad de las cosas –el hecho, por ejemplo, de que el Sol marque los años y las horas del día; que la Luna nos indique en qué mes estamos; o que las estrellas nos guíen por la noche. Ese prodigioso reloj-calendario se ha situado en el espacio como el resultado de impactos, explosiones, lanzamientos… Y de ese azaroso caos ha surgido un orden funcional, una geometría y una ecuación matemática.

Así son los impactos. Así es la nueva cosmogonía. No es de extrañar que el hombre se dé al fentanilo.

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