Todavía en el jardín, Adam y su grupo, hombres y mujeres –humanos como él, insan, reciben una propuesta de Iblis: “Seguidme y os haré inmortales, tendréis poder y dominios inabarcables.”
(20) Mas el shaytan les susurró hasta que fueron conscientes de sus vergüenzas. Dijo: “La única razón de que vuestro Señor os haya prohibido este árbol es evitar que seáis malaikah
o que alcancéis la inmortalidad.” (21) Y les juró: “Creedme, sólo quiero guiaros
a lo que es mejor para vosotros.” (Corán 7–al Araf)
(120) Pero le susurró el shaytan y le dijo: “¡Adam! ¿Quieres que te indique el árbol de la inmortalidad y de un dominio que no se extinguirá jamás?” (Corán 20–Ta, Ha)
Y comieron del árbol del que se les había prohibido comer. Siguieron el camino que Iblis les hizo creer que les conduciría a la inmortalidad y a poseer el universo entero. Esto mismo es lo que prometen los chamanes que se han ido camuflando a lo largo de la historia en brujos, filósofos, místicos y científicos. Cada día leemos decenas de artículos en los que biólogos e ingenieros genéticos hablan de que pronto el hombre podrá vivir 200 años o más, e insinúan que la inmortalidad no está lejos.
Frente al sistema de Iblis –lo que hemos dado en llamar el sistema chamánico– Allah el Altísimo propone a Adam y a todos los insan el sistema profético –libros revelados y Profetas, que serán guía y rahmah hasta el final de los tiempos.
(37) Luego Adam recibió palabras de su Señor, Quien le aceptó de nuevo –el Indulgente, el Compasivo. (38) Dijimos: “¡Salid todos de él! Y cuando os traiga la guía, quienes la sigan no tendrán nada que temer ni habrá nada que les cause pesadumbre. (Corán 2–al Baqarah)
Alguien podría preguntarse por la razón que nos ha llevado a denominar “chamánica” la propuesta de Iblis, en vez de “satánica”. La respuesta es que “satánico” es un término muy general que hace referencia al mal, pero no nos explicita cómo se manifiesta ese mal, mientras que el término “chamánico” hace referencia, precisamente, al método que utiliza ese mal para manifestarse.
El hombre ha estado siempre rodeado de malaikah, de libros revelados y de Profetas. Fueron estas entidades multi-ontológicas las que le enseñaron a valerse del fuego, del barro y del hierro; a construir embarcaciones y a calafatearlas; a diferenciar los elementos beneficiosos que hay en la naturaleza de los dañinos, y a servirse de unos y de otros; le advirtieron del susurro del shaytan y le mostraron en qué consiste la rectitud; le enseñaron a observar el cielo y su geografía, y le revelaron la forma de medir el tiempo y de dividirlo en años, meses, semanas y días; le iniciaron en la agricultura y en la construcción, y en todo aquello que necesitaba para establecer sociedades y vivir en un medio que le hubiera resultado desesperadamente hostil de no haber sido por las herramientas y el conocimiento con los que se le proveyó. Toda esta enseñanza, contenida en el relato profético, será sistemáticamente olvidada por el hombre, haciéndole adorar a esas entidades con las que ha convivido y de las que ha recibido la sabiduría y la guía. Es el olvido chamánico –elimina al Agente y deifica a los intermediarios. Este hecho, largamente comprobado en la historia de la humanidad, nos lleva a establecer una plantilla que podamos superponer sobre cualquier acontecimiento, sobre cualquier personaje, ideología o doctrina –todo aquello que no es Profecía, es chamanismo.
Lo primero que evoca en nuestra mente esta palabra es la figura de brujos mejicanos o siberianos danzando alrededor de una hoguera o recitando fórmulas “sagradas”. Sin embargo, y aun a pesar de ser una imagen correcta, el término “chamanismo” abarca en sí un significado mucho más amplio y se opone al método profético como la magia se opone a la revelación.
Cuando los magos de Firaun arrojaron sus cuerdas y sus palos, y éstos se convirtieron en serpientes que reptaban con gran rapidez, Musa temió que los signos que su Señor le había dado no fueran suficientes para desbaratar aquel poder, aquella “realidad” que serpenteaba ante sus aterrados ojos. El corazón de Musa se estremeció. La magia funciona obnubilando el entendimiento y sumergiéndolo en las profundas aguas de la sugestión, donde la realidad es distorsionada y deformada, haciéndonos creer que el movimiento es quietud y la quietud movimiento; que el fuego es agua y el agua es fuego.
Mas no siempre actúa de esta forma. Está la magia del brujo, pero también la del filósofo, con su poder dialéctico; la del místico, con sus visiones sobrenaturales y sus trances; la del racionalista, con su poder analítico; la del demagogo, con sus programas de gobierno; la del científico, con sus artilugios que vuelan, fotografían galaxias, miden la presión sanguínea, computan los datos electrónicamente o almacenan miles de libros en un centímetro cuadrado de silicona. Todos ellos son chamanes en el sentido de que velan la existencia del Creador y presentan un universo regido por leyes, espíritus, misterios, fuerzas ocultas que sólo ellos conocen y controlan a través de la magia, el intelecto, la contemplación o los raptos místicos.
El chamanismo es siempre sacerdotal. Hay una casta de pastores y prelados, de hechiceros y santos, de tecnócratas y académicos, que constantemente desmantela el Tawhid (la Unicidad absoluta del Creador) y el orden social, político y económico que de él deriva. Frente a la sencillez y la hermandad que imperan en las sociedades proféticas, las castas sacerdotales erigen bastiones de soberbia, en los que se asientan y viven en la más escandalosa opulencia. De las palabras de Isa con las que nos da cuenta de la austeridad que debe prevalecer en la vida de los creyentes, los chamanes con mitra construyeron el Vaticano y miles de palacios más donde guardar sus tesoros:
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen y donde ladrones minan y hurtan; sino haceros tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Mateo 6:19-21)
Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas. Jesús le respondió: Los zorros tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza. (Mateo 8:19-20)
Robaron el Tawhid y lo adaptaron a su ávido deseo de cobrar el diezmo y legislar, en el nombre de Dios, las leyes que rigiesen los asuntos de los hombres. Los chamanes con turbante, en su desprecio por la vida de este mundo, construyeron Top Kapı, un suntuoso palacio a orillas del Bósforo, en Estambul. Hoy es un museo, y los lobbies judíos deciden la política de Ankara.
Por su parte, los chamanes académicos no han dejado de construir catedrales y palacios en forma de universidades, observatorios astronómicos, centros de investigación espacial, centrales nucleares… apoyados “en su búsqueda del conocimiento” por laboriosos ratones de biblioteca desperdigados por el mundo entero con la secreta misión de robar manuscritos, libros, mapas, tablillas; de fotografiar inscripciones; de borrar u ocultar los vestigios que pudieran contradecir su cosmogonía; de preparar invasiones con la disimulada finalidad de eliminar pruebas y de llenar de valioso material sus departamentos de arqueología e historia antigua. Estas castas sacerdotales han roto el equilibrio profético, instaurando el monacato, el ascetismo, las drogas y las prácticas chamánicas con el fin de obtener poderes sobrenaturales que justifiquen su poder y los abusos de su poder.
Musa tenía una gran familia a la que procuraba el sustento trabajando de sol a sol; mantenía relaciones sexuales con sus esposas y se ocupaba de la educación de sus hijos; y mientras realizaba todas estas tareas propias de la condición humana –de la fitrah– recordaba a su Creador; recordaba su condición de siervo; recordaba la muerte y el Más Allá; suplicaba la guía, el perdón y el conocimiento; y cumplía sumiso las órdenes de su Señor.
No encontraremos otra enseñanza en la vida de los Profetas. Todos ellos trabajaron para ganarse el pan de cada día; nunca pidieron dinero a cambio de transmitir el Mensaje Divino; estaban casados y tenían hijos; lucharon en el Camino de Allah; denunciaron la injusticia y los privilegios; vivían como el resto de sus conciudadanos o aún más pobremente.
Si comparásemos a los indios brujos de América con Buda o Lao Tse, no encontraríamos entre ellos, a simple vista, semejanza alguna que justificase tan insólito paralelismo. Sin embargo, tanto unos como otros son chamanes, ya que todos ellos encubren la existencia del Creador y la substituyen por su magia o su misticismo filosófico. Tanto Buda como el chamán indio representan la última estación a la que puede aspirar el ser humano, ya que alcanzar el estado “buda” significa devenir el Absoluto, de la misma forma que llegar al grado de chamán significa tener asidas las riendas con las que dirigir a los espíritus.
Hay musulmanes que arguyen que en los escritos Vedas de La India o en los sutras de Buda o en el Tao Te King taoísta hay rastros del Tawhid, sin tener en cuenta que el chamanismo es una forma distorsionada de la Profecía –su negativo– y por ello mismo en su estructura transporta material profético, material alterado del que servirse para encubrir, precisamente, la Profecía. No hay otro input para el ser humano que la profecía y, por lo tanto, el chamanismo es tan solo una alteración y modificación de ese input profético.
Sin embargo, el sistema profético funciona de otro modo. Desde el comienzo de su misión todos los Profetas declaran abierta y públicamente su condición de Mensajeros y de siervos, de transmisores de un mensaje procedente del Creador del Universo que repiten sin añadir ni quitar una sola tilde.
(65) Di: “No soy, sino un advertidor.” No hay ilah (dios), sino Allah –el Único,
el Dominador, (66) el Señor de los Cielos y de la Tierra y de lo que
entre ambos hay, el Poderoso, el Perdonador. (Corán 38-Sad)
Buda vivió en bosques y selvas de La India durante años, y allí recibió la enseñanza de al menos siete maestros que le iniciaron en la meditación, el control de la respiración y otras prácticas chamánicas. Durante todo ese tiempo su vida transcurrió en una total reclusión y en el más severo ascetismo. Los Profetas, en cambio, no tienen maestros, pues les enseña Allah a través de la inspiración y de los malaikah, especialmente de Yibril. No son entrenados, sino elegidos. No alcanzan su rango de Profetas a través de prácticas ascéticas o intelectuales. El Altísimo elige a Sus Enviados y los afirma en su misión poniendo certitud en sus corazones y guiándoles con el libro que se les revela y con la hikmah –sabiduría aplicada– que les va entrenando en la comprensión del objetivismo divino. Los Profetas no buscan la Profecía –en la mayoría de los casos ni siquiera saben que existe. Antes de recibirla son hombres comunes sin una especial relevancia entre sus conciudadanos. El último Mensajero de Allah, Muhammad, era huérfano e iletrado. ¿Quién podía imaginar entonces, cuando de joven caminaba por las calles de Meca solo y sin una familia que le respaldase, que un día el Todopoderoso lo elevaría al rango más alto y haría de él el sello de la Profecía? Es cierto que era un hombre respetado por su honestidad y su veracidad, pero de ahí a ser elegido para llevar el último mensaje del Altísimo a toda la humanidad había un abismo que muchos no lograron franquear nunca.
(86) No esperabas que te fuera revelado el Kitab; no es sino una misericordia de tu Señor.
(Corán 28–al Qasas)
(52) Así es cómo te inspiramos el programa de la Profecía, siguiendo Nuestro plan. Antes no sabías qué era el Kitab ni qué era tener iman, pero lo hemos hecho una luz con la que guiar a quien queremos de Nuestros siervos. En verdad que guías al camino de rectitud.
(Corán 42–ash Shura)
A través de prácticas y ejercicios ascéticos, Buda alcanzó un estado mental que él identificó con la “realización espiritual”, con la “iluminación”, con el nirvana. Mas lo que de cierto hay en todo eso –si eliminamos los elementos legendarios y las transmisiones carentes de rigor– es que esa iluminación fue el fruto “amargo” del árbol chamánico que con tanta ansia fue cuidando, y de su posterior transformación en doctrina metafísica gracias a las nociones del Tawhid que se habían conservado –en cierta manera– en los Vedas, y que él tomó de los brahmanes hindús durante las muchas conversaciones que mantuvo con ellos.
Tanto Buda como Lao Tze fueron los precursores del chamán místico y del chamán filósofo al apropiarse en secreto de la corriente profética, de forma que pareciera que esa “iluminación”, esa refinada elaboración metafísica, esa dialéctica irrebatible, era fruto de su trabajo, de sus prácticas ascéticas; pasando, de hecho, a encarnar el mundo invisible, el mundo oculto, inaccesible para quien no siguiera la “vía”.
Los Profetas nunca hablan por ellos mismos, sino que es Allah, el Creador del Universo, el que habla, el que aconseja, el que ordena, el que amenaza y promete:
(23) Y no digas nunca refiriéndote a cualquier asunto: “Lo haré mañana,”
(24) a menos que añadas: “Si esa es la voluntad de Allah.”
(27) Recita lo que se te inspira del Kitab de tu Señor. (Corán 18–al Kahf)
Los chamanes, en cambio, hablan en primera persona, pues no ha quedado ninguna otra entidad aparte de ellos mismos. Su “sabiduría” es el producto de su esfuerzo, de sus “ejercicios”, de su “poder”. Todo empieza y termina en ellos. Para llegar al estado de “buda” los adeptos deberán seguir sus mismos pasos, su mismo ascetismo, su mismo celibato. El nirvana, la “iluminación”, es el resultado de ese arduo trabajo.
Las mismas secuencias configuraron el escenario en el que se desarrolló el taoísmo y en el que vivió su “fundador” Lao Tze.
Es altamente significativo que la “leyenda” relacione al autor del Tao Te King con el estado de Shu. Esta relación no puede deberse a una mera coincidencia, ya que hay algo del espíritu de Shu que fluye a lo largo de todo el libro. Con espíritu de Shu me refiero a lo que podríamos llamar la tendencia chamánica de la mente o al pensamiento chamánico.
En el estado de Shu florecía todo tipo de creencias supersticiosas en seres sobrenaturales y espíritus, y abundaban las prácticas chamánicas. (Toshihiko Izutsu, Sufismo y taoísmo, Siruela)
Si bien este texto de Izutsu hace referencia a la filosofía china, lo mismo se puede aplicar a la filosofía griega. No olvidemos que en tiempos de Aristóteles y de Platón se hablaba de los dioses y de los héroes –hijos de un humano y una diosa– con el mismo espíritu que en el estado de Shu. De hecho, en su libro La República, Platón nos asombra con las siguientes palabras:
Acompañado de Glaucón, el hijo de Aristón, bajé ayer al Pireo con propósito de orar a la diosa Bandis y ganoso de ver cómo hacían la fiesta, puesto que la celebraban por primera vez. Parecióme en verdad hermosa la procesión de los del pueblo, pero no menos lúcida la que sacaron los tracios. Después de orar y gozar del espectáculo, emprendimos la vuelta hacia la ciudad. (Platón, La República)
Esta atmósfera primitiva y pagana es la que propició el desarrollo de una seudo-ciencia que alejó a Occidente del relato profético durante más de dos mil años.
La misma atmósfera produjo asimismo un tipo muy particular de pensamiento metafísico, probablemente porque la experiencia chamánica es de tal naturaleza que puede ser refinada y elaborada hasta alcanzar el nivel de experiencia metafísica. En cualquier caso, la profundidad metafísica del pensamiento de Lao Tze puede, creo, explicarse en gran medida si se relaciona con la mentalidad chamánica de los antiguos chinos. (Toshihiko Izutsu, Sufismo y taoísmo, Siruela)
A este respecto, nos parece más acertado decir que el chamán místico-filosófico es el producto de una corriente chamánica milenaria mezclada con la enseñanza profética –anterior a ésta– del Tawhid, de la Unicidad de Allah. Tarde o temprano, este nuevo chamán tendrá que enfrentarse a la noción de un Dios personal y Absoluto, y no verá otra forma de hacerlo que identificándose con Él. Este punto es muy importante porque en el chamanismo nunca se presenta el Tawhid con absoluta rotundez. Incluso las nociones de Dios y de Absoluto están siempre ligadas a una experiencia personal, a una identificación, a una fusión. Fijémonos, si no, en estos textos sufís:
Yo soy Él a Quien amo,
Y ese a quien amo soy yo.
Somos dos espíritus morando en un solo cuerpo.
Si me ves, lo ves a Él.
Y si lo ves a Él, nos ves a los dos.
(Husayn Ibn Mansur al-Hallay, Bayda, Persia, 857)
Somos el espíritu del Uno, a pesar de que moramos por turno en dos cuerpos.
(Abdu’l Karim al-Yili)
O en las palabras del dominico alemán Eckhart:
El padre engendra a su Hijo en la eternidad igual a sí mismo. Todavía digo algo más: él lo ha engendrado en mi alma. No sólo ella está junto a él y él junto a ella, por igual, sino que él está en ella; y el Padre engendra a su Hijo en el alma de la misma manera en que él la engendra en la eternidad y no de otra manera. Debe hacerlo, le guste o no. El Padre engendra a su Hijo sin cesar y todavía digo más: me engendra en tanto que Hijo suyo y el mismo Hijo; todavía digo más: no sólo me engendra en tanto que su Hijo, sino que me engendra en tanto que él mismo y él se engendra en cuanto a mí y a mí en cuanto a su ser y su naturaleza. En la fuente más interior, allí broto del Espíritu Santo; allí hay una vida y un ser y una obra. Todo lo que Dios realiza es uno; por eso me engendra en tanto que su Hijo sin diferencia alguna. (Maestro Eckhart 1260-1328, El fruto de la nada, Siruela)
Los Profetas, en cambio, afirman su naturaleza humana irreconciliable con la Naturaleza Divina, ya que Allah es, ante todo, el Creador del universo y no meramente una fuerza o un espíritu. Los romanos podían aceptar que los césares fuesen dioses en el sentido de estar investidos de una cierta divinidad, pero ningún romano creía que Julio César hubiese creado el Sol y la Luna y sostuviese el universo con sus manos. El Profeta no sólo desaparece como posible identidad divina, sino que, en algunos casos, es incluso amonestado y amenazado por su Señor:
(73) Si les siguieras en sus maquinaciones para rebelarte contra lo que te hemos inspirado e inventases sobre Nosotros algo distinto a ello, entonces sí que te tomarían por amigo íntimo. (74) Si no te hubiéramos afirmado en la verdad, a punto habrías estado de inclinarte ligeramente hacia ellos. (75) De haber sido así, te habríamos hecho probar el doble del sufrimiento que acarrea la vida y la muerte. Luego no encontrarías
quien te apoyara contra Nosotros. (Corán 17–al Isra)
Es tan desconcertante la idea de una repentina aparición de civilizaciones, de lenguas, de doctrinas filosóficas o espirituales, que incluso historiadores sin ninguna tradición religiosa –como es el caso de Henri Maspero, nombrado Profesor titular de la Escuela de Lenguas Orientales Vivas de Hanoi en 1911– se oponen a la opinión generalizada que pretende que el taoísmo apareció con Lao Tze bruscamente a principios del siglo IV antes de nuestra era como metafísica mística, que tuvo un gran desarrollo con Tchuang Tze hacia finales de ese siglo y, a partir de entonces, fue corrompiéndose y degenerando hasta la dinastía Han, en la que se transformó en un cúmulo de supersticiones, magia y brujería.
Obviamente, nada surge bruscamente, y menos una doctrina tan elaborada como el taoísmo. Maspero sostiene que el taoísmo era una religión personal –a diferencia del tipo agrícola y comunal de religión de estado que nada tiene que ver con la salvación personal– y que se remonta a la más lejana antigüedad. Lo que no sabía el profesor Maspero es que esa lejana antigüedad está haciendo referencia a los periodos proféticos, de los que deriva el taoísmo y todas las demás corrientes místico-filosóficas. Aunque a simple vista esa religión agrícola y comunal parezca completamente diferente de la visión taoísta, se trata en realidad de una misma concepción chamánica de la existencia que circula en dos niveles diferentes. En el primer nivel, el chamán no tiene que explicar el concepto de Dios único y le basta con ocuparse de las cosechas, de traer la lluvia en el tiempo propicio y de curar a los enfermos. En el segundo nivel, en cambio, el chamán se enfrenta a sociedades mucho más sofisticadas, en las que la explicación metafísica de los acontecimientos requiere de una mayor sutileza. En otras palabras, nos encontramos en la intercesión de dos caminos en la que conviven simultáneamente el chamán brujo y el chamán filósofo.
El chamanismo deriva de la Profecía y se desarrolla en las sociedades que han abandonado el Tawhid como práctica.
El chamanismo primitivo de la China antigua habría conservado su tosquedad original de no haber sido por un tremendo trabajo de elaboración llevado a cabo en el transcurso de su historia por hombres de extraordinario genio. (Toshihiko Izutsu, Sufismo y taoísmo, Siruela)
Los pensadores occidentales se ven obligados a una continua rectificación de fechas, de lugares geográficos y de interpretaciones, al no tomar en consideración la evidencia de que en el comienzo hubo un centro del que emanó la Profecía y, a través de ella, las lenguas, la ciencia y la civilización; y de que la expansión profética a partir de ese centro originó otros centros, otros asentamientos que, a su vez, fueron base para los siguientes.
Si continuamos dando forma a esa plantilla verificadora de la que hemos hablado al comienzo, nos será de gran utilidad introducir el siguiente postulado: Siempre que observemos un brote de civilización en algún lugar de la Tierra y en un tiempo determinado, significará que en ese lugar y en ese tiempo se ha establecido la Profecía de forma directa o a través de las generaciones inmediatamente posteriores a ella.
Al obviar esta realidad de la que poseemos tantas evidencias, los historiadores occidentales no tienen otro remedio que recurrir al “genio extraordinario” de ciertos hombres –algo que veremos repetido una y otra vez en cualquier historia de la ciencia que consultemos. Pero aquí, el genio no cuenta, pues para que se activen las capacidades cognitivas del hombre hacen falta programas que vengan del exterior y aporten la estructura narrativa, espiritual o técnica que en cada momento necesite. Sin esos programas, la razón humana permanecerá tan inoperativa como un ordenador en el que no se hubiera introducido el input que le permitiese desarrollar sus potencialidades. Ese input es la Profecía no el genio, por extraordinario que sea, de ciertos hombres. Será de la Profecía de la que el chamán aprenda los conceptos místicos y metafísicos, la geografía del paraíso y del infierno, la cosmología, técnicas y muchos otros conocimientos que se apropia para sí, desvinculándolos del relato profético.
Lao Tze es el producto de un proceso en el que el chamán pasa de ser un hombre público, social, dirigente de su tribu, a ser un filósofo empeñado en que los miembros de esa tribu alcancen la realización espiritual, la comprensión metafísica de “lo Absoluto”; y será ese empeño el que cree el rechazo de su gente.
“Tus doctrinas,” dijo Hui Tzu, “son grandiosas, pero inservibles, y esa es la razón de que nadie las acepté.”
(Arthur Waley, Three Ways of Thought in Ancient China, Doubleday Anchor Books, New York, 1939)
Por ello, el chamán filósofo se aleja de la comunidad con un grupo de adeptos. Se aísla, pues la “vía” sólo puede seguirse en el monacato, lejos de las sociedades y de sus problemas mundanos. El chamán, cualquier chamán, se retira y realiza prácticas ascéticas, se sacrifica; pero no lo hace para agradar a su Creador, sino para adquirir poderes y de esa forma volver a la tribu y realizar “milagros” que prueben su alta estación espiritual, su cercanía con los espíritus, su unión con el Absoluto. El chamán místico, el chamán filósofo, se convierte así en la encarnación divina. Ha vivido en el desierto o en los bosques; ha seguido la estricta vía de los ancestros. Nadie puede atribuirse el rango de maestro y al mismo tiempo estar inmerso en la vida social. Yamada Roshi, uno de los maestros zen más controvertidos del siglo XX, pero también uno de los más admirados por muchos de los seguidores de esta rama del budismo, nunca fue reconocido como tal por los monjes de Japón, para quienes alguien que está casado, tiene hijos y trabaja como ejecutivo en la conocida compañía de automoción Mitsubishi, no puede llegar al grado de maestro.
El chamán filósofo ya no guiará a la tribu, sino a los individuos, siempre que éstos se sometan a él como a la encarnación del “Absoluto”. Si el chamán brujo cumplía en la comunidad el papel de unificador y de aglutinador, el chamán filósofo será un elemento disgregador que utilizará sus concepciones místico-filosóficas para desmembrar las sociedades que frecuenta y propagar el monacato. Todo lo que es sociedad, organización, administración, le perturba y por ello introduce el caos y la duda -el sofismo- como la mejor defensa contra sus detractores, pero también como la mejor forma de vengarse. En una ocasión, un maestro zen fue sorprendido por uno de sus discípulos bebiendo sake. Aquel le preguntó divertido: “¿Qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara de espanto?” El discípulo, muy compungido, le respondió: “¡Oh maestro! Usted dijo que el alcohol no entra en el zendo por la puerta grande.” “Así es,” respondió sonriente el maestro, “éste que estaba bebiendo había entrado por la puerta pequeña.”
El sofismo es una forma cínica de protegerse de las propias trasgresiones y contradicciones, ya que el maestro, el gurú, el chamán, están por encima del bien y del mal. Si alguien le preguntase por qué ha matado a ese hombre, respondería: “¿Acaso existe algo, de forma que yo pueda matarlo? ¿Hay algo real?” Pero si alguien intentase matarle a él, se defendería a capa y espada esgrimiendo que en determinados niveles ontológicos –concretamente en el que él se encuentra en esos momentos– la vida es sagrada. El chamán crea diferentes estratos de realidad por los que se mueve según las circunstancias. Hay un intento constante de hacer pasar las prácticas chamánicas por prácticas proféticas para que de esta forma parezca que los fenómenos paranormales derivan de un alto grado de realización espiritual, pero la realidad es que esas manifestaciones “sobrenaturales” son el resultado de ejercicios mágicos; de la ingestión de drogas; del monacato y la contención sexual que de él deriva; del silencio; de ciertas “técnicas” de oración y de la soledad que ello conlleva… mas no del reflejo del nivel de aceptación alcanzado ante el Creador.
Por una parte, la mezcla de cipo y de folha suscita diversas reacciones neuroquímicas basadas en sus propiedades moleculares. Por otra parte, sus alcaloides –divinidades inherentes a los componentes de ambas plantas– ayudan a que el hombre reintegre y comprenda un sistema de conocimiento que se remonta a sus orígenes. Además, el brebaje ajusta y reorienta el sistema nervioso, los meridianos y las energías internas que regulan las conexiones entre el cuerpo, el alma y la mente.
(Alex Polari de Alverga, Citado por Patrick Drouot en su libro El Chamán, J.V. editor)
Con el título “Noticia de los brujos yoguis” Ibn Battuta abre un capítulo en su libro de viajes en el que nos relata su experiencia con los chamanes de la India:
Los de esta taifa hacen cosas portentosas: pueden estar, por ejemplo, varios meses sin comer ni beber. A muchos de ellos les cavan hoyos bajo tierra y los taponan luego, dejando sólo un sitio para que entre el aire; el yogui aguanta ahí unos cuantos meses y he oído decir que algunos están hasta un año. En Manyarur vi a un musulmán que había aprendido de ellos, al cual le habían puesto una mesa (en la calle) y ahí encima quedó 25 días sin comer ni beber; ignoro cuánto tiempo más aguantó, pues así le dejé a mi marcha. La gente dice que estos yoguis fabrican unas pastillas de las que se toman una durante un número determinado de días o meses, y no necesitan, pues, comer ni beber. Predicen también las cosas ocultas, por lo que el Sultán les tiene en gran estima y les admite en sus reuniones. Algunos se alimentan sólo de legumbres y casi ninguno come carne: Lo que sí es evidente en la condición de estos yoguis es su hábito de realizar ejercicios ascéticos y el no necesitar del mundo y sus pompas. Hay yoguis que pueden matar a un hombre con sólo mirarle; el vulgo dice que, en estos casos, si se abre el pecho del muerto, no se le encuentra el corazón, pues “ha sido devorado”, según refieren. Esto ocurre sobretodo, con las mujeres yoguis, y a las que hacen esto se les llama kaftar.
El Sultán un día envió a por mí, en la capital, y entré a verle en un reservado donde estaba con algunos de su privanza y con dos yoguis. Estos hombres se envuelven en almalafas y llevan la cabeza cubierta pues se la depilan con ceniza, como hacen otros con los sobacos. El Sultán me mandó sentar, cosa que hice, y dijo a los dos yoguis: “Este distinguido amigo es de un país lejano; mostradle, pues, lo que no ha visto nunca”. “De acuerdo”, respondieron, y uno de ellos se acurrucó, elevándose luego en el aire por encima de nuestras cabezas, quedándose ahí como si estuviera encogido. Quedé pasmado y semejante ilusión me afectó tanto que caí al suelo; el Sultán mandó que me dieran un remedio que tenía con él, volví en mí y me senté mientras el yogui seguía acurrucado en el aire. Su compañero sacó una sandalia de un saco que llevaba y se puso a golpear el suelo con ella, como si estuviera enojado; la sandalia subió hasta ponerse encima del cuello del que estaba en el aire y se puso a golpearle en la nuca, mientras iba bajando poco a poco, hasta que se sentó con nosotros. El Sultán explicó que el agachado en el aire era discípulo del dueño de la sandalia y añadió: “Si no temiera por tu buen juicio, les ordenaría que hicieran cosas mayores de las que has visto”. Me retiré y caí enfermo de palpitaciones, pero el Sultán me envió un bebedizo que me sanó.
Volviendo a nuestro relato, diremos que partimos de la ciudad de Barwan para el Alto de Amwari y luego para el de Kayarra, donde existe una gran alberca de casi una milla de longitud, junto a la que se alzan unos templos con ídolos que los musulmanes han destrozado. En medio del estanque hay tres pabellones de piedra roja, con tres pisos cada uno con otras tantas cúpulas en sus cuatro esquinas. Vive aquí una compañía de yoguis que se han empegado los cabellos dejándolos crecer hasta los pies, y que tienen el color muy amarillo a causa de los ejercicios ascéticos. Muchos musulmanes les siguen hasta aquí para aprender de ellos. (Ibn Battuta, El viaje de Ibn Battuta a través del Islam, Editorial Nacional)
La Profecía, el Tawhid, llegó de nuevo a la India, esta vez de la mano del Islam, y de la India volvió al Islam convertido en chamanismo. Esta misma chamanización de la Profecía la vemos impregnando el cristianismo a través de sus místicos y de la religiosidad popular repleta de santones, vírgenes, apariciones y reliquias. Es siempre la misma pista de doble carril: La Profecía penetra en el chamanismo con el Tawhid y el chamanismo penetra en la Profecía con la magia bruja, la magia místico-filosófica o la magia cognitiva.
El siguiente texto pertenece a Teresa de Ávila; es un extracto de su libro autobiográfico en el que narra la experiencia del “rapto”, muy parecida a la de los yoguis de la India:
Quisiera poder explicar, con la ayuda de Dios, la diferencia entre unión y rapto, o elevación, o vuelo del espíritu, o transportación –pues todos ellos son uno y lo mismo. Quiero decir que todos ellos son diferentes nombres para la misma cosa, a la cual llamamos éxtasis. Es mucho más beneficioso que la unión, sus resultados mucho más elevados, y tiene también muchos otros efectos. La unión parece ser la misma al principio, en medio y al final, y es toda ella interior. Pero el final del rapto es de una naturaleza mucho más elevada, y sus efectos son tanto internos como externos.
Durante estos raptos, el alma deja de animar el cuerpo; de ahí que su calor natural parezca disminuir y se vaya enfriando poco a poco, aunque con una sensación de gozo y dulzura. Aquí no hay posibilidad de resistir como en el caso de la unión, en la que nos encontramos pisando tierra. Contra la unión casi siempre es posible resistirse, aunque nos produzca dolor y nos exija esfuerzo. Pero el rapto es, por ley, irresistible. Antes de que te des cuenta o te puedas ayudar de alguna manera, viene como una rápida y violenta conmoción. Ves y sientes esta nube, o esta poderosa águila elevándote y llevándote en sus alas. Algunas veces, tras un esfuerzo enorme he sido capaz de oponerme a él. Pero ha sido como luchar contra un gigante, y he quedado exhausta. En otras ocasiones me ha sido imposible resistir; mi alma ha sido transportada, y a veces también mi cabeza sin que me haya sido posible evitarlo; y a veces ha afectado a todo mi cuerpo, que ha sido elevado del suelo. Esto ha ocurrido raras veces; una vez, sin embargo, ocurrió cuando estábamos todas en el coro y yo estaba arrodillada a punto de tomar la comunión. Esto me deprimió mucho pues pareció algo fuera de lo común y era muy posible que diera lugar a habladurías, así que les ordené a las monjas –el suceso ocurrió después de que me nombraran superiora– no hablar de ello. En otras ocasiones, cuando sentí que el Señor estaba a punto de raptarme de nuevo, y sobre todo una vez, en particular, durante un sermón –era la fiesta de nuestro Patrón y estaban presentes unas señoras muy importantes– me tumbé en el suelo y las hermanas vinieron para sujetarme, pero aun así se observó el rapto. Después le pedí fervientemente al Señor que no me concediese más favores si iban acompañados de signos externos y visibles, pues la preocupación en este punto me exhaustó, y siempre cuando se producían esos raptos, se veían. (Teresa de Ávila, Autobiografía de Santa Teresa de Ávila, 1560)
El chamanismo va siempre asociado a algún tipo de manifestación paranormal, y eso es lo que confiere al chamán su rango. Los “milagros” son la prueba de la alta estación que ha alcanzado gracias a esos “ejercicios” transmitidos de maestro a discípulo según una “conocida” cadena que llega hasta la noche de los tiempos. La masonería, por ejemplo, pretende llevar sus orígenes hasta Hiram, confuso personaje bíblico que unas veces aparece como rey de Tiro y otras como arquitecto del Profeta Sulayman. Sus poderes demuestran que ha logrado fusionarse con el Absoluto y por lo tanto identificarse con Él.
Ibn Arabi, creador de una de las corrientes sufís más influyentes, se encuentra inmerso en esa misma asociación de la realización espiritual con los poderes supra normales. Según Ibn Arabi, un “sabedor” puede, si lo desea, influir en cualquier objeto por el simple hecho de concentrar en él toda su energía espiritual. Puede, incluso, crear algo que no exista realmente. En definitiva, un “sabedor” es capaz de subordinar cualquier cosa a su voluntad. Está dotado del poder de tasjir –infinitivo del verbo saj-jara que significa: imponer, someter, subordinar, obligar a alguien a hacer algo:
Cualquiera puede crear en su mente, mediante la facultad de la imaginación, cosas que no poseen existencia, sino en la propia imaginación. Se trata de una experiencia común. Pero el “sabedor” crea, por la himma (literalmente significa, resolución, pasión, ansia; si bien Ibn Arabi le da el sentido de concentración mental), cosas que no poseen existencia fuera de la mente. Sin embargo, el objeto así creado por la himma continúa existiendo sólo mientras la himma lo mantenga sin verse debilitada por la conservación de lo que ha creado. Tan pronto como disminuya la concentración, y la mente del “sabedor” se distraiga y deje de sostener lo que ha creado, el objeto creado desaparecerá. Excepto cuando el “sabedor” ha obtenido un control firme sobre todas las Presencias (niveles ontológicos del Ser), de modo que su mente los tenga siempre a la vista todos a un tiempo. (Ibn Arabi, Fușuș al-Hikam)
Los Profetas, en cambio, no pueden ofrecer el rentable espectáculo de los milagros y son, en muchas ocasiones, despreciados y minusvalorados por su propia comunidad:
(37) Preguntan: “¿Por qué no se ha hecho descender sobre él un signo de su Señor?” Respóndeles: “Allah tiene el poder para hacer que descienda un signo,”
pero la mayoría de ellos no es consciente de esta realidad. (Corán 6–al Anam)
El propio Ibn Arabi reconoce que los Profetas no realizan ninguna práctica especial para obtener manifestaciones paranormales o milagrosas. La himma la utilizan únicamente para adorar y servir a su Señor:
Si reflexionas, advertirás que lo que caracterizaba a Sulayman no era el tasjir en sí sino el hecho de que el tasjir pudiera ser ejercido por su propio mandato. Para ello, no precisaba himma o concentración mental alguna. Lo único que tenía que hacer era “ordenar”.
(Ibn Arabi, Fușuș al-Hikam)
Los Profetas no llevaban a cabo ningún tipo de ejercicio o práctica chamánica porque todo lo que necesitaban para realizar su misión lo recibían del Creador. Su “magia” era real y estaba sometida al Todopoderoso; mientras que la magia chamánica, como la de los magos de Firaun, es ilusoria y al final es devorada por la Verdad.
(118) Y dicen los que no tienen conocimiento: “¿Por qué no nos habla Allah o nos trae un signo?” Eso mismo decían los que hubo antes de ellos, el mismo discurso –se asemejan sus corazones. Hemos clarificado Nuestros signos para los que tienen certeza. (Corán 2–al Baqarah)
Los chamanes se sirven de símbolos para trasvasar su conocimiento de forma secreta y mágica a los adeptos –los alquimistas medievales y renacentistas; los masones… Todos ellos los utilizan para crear una atmósfera esotérica y espiritista, pero también para distinguirse de los demás, de los no-adeptos. En la Profecía, en cambio, no existen los símbolos, sino la escritura:
(3) ¡Lee que tu Señor es el más generoso! (4) El que enseñó por medio del cálamo.
(Corán 96 –al Alaq)
Allah el Altísimo nos muestra en el Corán a través del orden en el que enumera la facultad de oír y de ver que es la audición el factor decisivo y fundamental a la hora de comprender y aprehender los significados. Nos enseña que la guía penetra en el fuad cuando el hombre “escucha”. El fuad es el dispositivo que relaciona los acontecimientos con la reflexión a través del lenguaje conceptual; y todo ello iluminado por la consciencia. Solo el hombre, el insan, posee este dispositivo.
(9) Luego lo preparó e insufló en ello Su Ruh, y os dio el oído, la vista y el fuad.
(Corán 32–as Saydah)
Por lo tanto, el vehículo que Allah Todopoderoso utiliza para enseñar al hombre y guiarle es la escritura, ya que cuando leemos, escuchamos. Hay como una voz interior que lee; mientras que los símbolos penetran en la consciencia del hombre a través de la vista.
Ya hemos visto cómo al estudiar las grandes corrientes espirituales que atraviesan la historia, nos encontramos con periodos en los que hay una clara manifestación profética, y con otros en los que hay una chamanización de la Profecía. Esta observación nos lleva a añadir un nuevo postulado a la plantilla verificadora: Entre dos periodos proféticos habrá siempre un periodo chamánico. Estos periodos intermedios nos hacen perder de vista que es la Profecía la originadora de todas las manifestaciones humanas, ya sean éstas narrativas, espirituales o científicas. Mas no son sólo los periodos intermedios chamánicos los que encubren el relato profético, sino también la equívoca visión que nos hace creer que la magia y los magos nada tienen que ver con los filósofos, los místicos o los científicos.
Esta forma de pensamiento chamánico contrasta violentamente con la forma realista y racionalista que representa la austera visión ética de Confucio y sus seguidores.
(Toshihiko Izutsu, Sufismo y taoísmo, Siruela)
El “violento” contraste entre taoísmo y confucionismo es sólo aparente y se debe al error, que antes apuntábamos, de disociar la magia de la filosofía, del misticismo y de la “ciencia”.
La ayahuasca suscita una doble percepción: La del medio ambiente exterior y la de las cuatro dimensiones ocultas detrás de las cuatro dimensiones ordinarias. Lo que equivale a ver, a la manera lakota, el mundo oculto detrás del mundo. Estas reflexiones me llevan a los universos octodimensionales del matemático inglés Roger Penrose. Estos universos poseen cuatro dimensiones reales –alto, ancho, largo, tiempo– y cuatro dimensiones imaginarias yuxtapuestas las unas a las otras y revelan la visión chamánica de un universo de 8 dimensiones. (Patrick Drouot, El Chamán, J.V. editor)
Como afirma la primera ley de verificación histórica que ya hemos enunciado –lo que no es Profecía es chamanismo. En este sentido, tan chamán es el médico brujo oglala Wallace Black Elk, como lo es Buda; tan chamán es el Maestro Eckhart, como Lao Tze; o Ibn Arabi, como el astrónomo británico Martin Rees, pues todos ellos encubren al Creador negándolo o identificándose con Él. Frente a los Libros Revelados, los chamanes, todos ellos, presentan un método capaz de explicar la existencia y el universo que la contiene sin necesidad de un Dios vivo, personal y actuante en cada objeto y en cada nivel ontológico de Su Creación.
Quizás podemos encontrar indicaciones que apuntan a la existencia de otros universos. Puede que afecten a algunos detalles de la mecánica cuántica; pudiera haber interacción gravitacional entre nuestro universo y otro, separado por unos pocos milímetros, en otra dimensión. (Martin Rees, Universidad de Cambridge, Entrevista con Latha Menon, 2005)
Se trata, en definitiva, de trabajar para hacer posible la transmutación del hombre ordinario en “hombre perfecto”, en “superhombre”:
Lao Tze habla de sheng ren un “hombre sagrado”. Es uno de los conceptos clave de su cosmovisión filosófica y, como tal, desempeña un papel extremadamente importante en su pensamiento. El “hombre sagrado” es el que ha alcanzado el grado más elevado de intuición de la Vía, hasta el punto de estar totalmente unificado con ésta, y se comporta en consecuencia, siguiendo los dictados de la Vía. Exactamente en el mismo sentido, Chouang Tze habla de zhen ren u “hombre verdadero”, de zhi ren u “hombre extremo”, shen ren o “Superhombre”. El hombre designado por todas estas palabras no es, en realidad, sino un chamán filósofo cuya intuición visionaria del mundo se ha refinado y elaborado hasta convertirse en una visión filosófica del Ser. (Toshihiko Izutsu, Sufismo y taoísmo, Siruela)
Son los mismos conceptos que utilizaban los estoicos griegos. En su terminología aparece el “hombre perfecto”, un tipo de superhombre que afronta los mayores contratiempos con ánimo sereno:
Veo hombres que repiten máximas estoicas, pero no veo estoicos. Muéstrame, te ruego, a un estoico, sólo pido uno. Un estoico, es decir, un hombre que, en la enfermedad, se sienta feliz; que, despreciado y calumniado, se sienta feliz. Si no puedes mostrarme a este estoico perfecto y acabado, muéstrame, al menos, uno que empiece a serlo. (Epiceto, Entrevistas, II, 49)
Sin embargo, la perfección humana no reside en la impasibilidad ante el infortunio, ya que esa “perfección” es propia de las máquinas y de los androides. En el hombre, la perfección se expresa en el arrepentimiento, en un continuo volverse a su Señor suplicándole el perdón y la gracia. El héroe verdadero no es alguien que nunca tropieza y se cae, sino uno que se cae y se levanta una y otra vez, una y otra vez peca y se arrepiente.
Hay una desesperada búsqueda chamánica del superhombre, de la inmortalidad y del poder absoluto. Hay en el chamán un ardiente deseo de ser dios o, al menos, de no necesitar ninguna entidad superior que le impida desarrollar el programa existencial que le dictan sus deseos, su exacerbado subjetivismo. En varios lugares, Chuang Tzu describe, generalmente en verso, al maestro taoísta como: “el hombre supremo”, “el hombre verdadero”, “el hombre de un poder interior extremo”:
Lieh Tzu preguntó a Kuan Yin, diciendo: “El hombre del poder extremo… puede caminar sobre el fuego sin quemarse. Camina por encima del mundo y no se tambalea. ¿Puedo preguntar cómo lo logra?” “Está protegido” -dijo Kuan Yin- “por la pureza de su aliento. El conocimiento, la capacidad, la determinación y el coraje, nunca le llevarían a eso.”
La idea de que las prácticas místicas pueden llevar a la invulnerabilidad se encuentra también en los tratados hindús sobre Yoga:
El Ambhasi es un gran mudra; el yogui que lo conoce nunca muere incluso en las aguas más profundas. Incluso si el adepto es lanzado al fuego, en virtud de este mudra (el Agneyi) preserva la vida. (Gheranda Samhita, 73)
El mismo tipo de inmunidad se les atribuye a los balian (magos) de Indonesia y a los curanderos en muchas partes de África.
La persona que desempeñó el papel de mago en la China antigua era el wu, un chamán danzante, a menudo una mujer, aunque no siempre. Si bien no suele considerarse que los legendarios santos taoístas fuesen wu, se menciona un wu en la obra de Chuang Tzu –un wu sagrado– llamado Chi-hsien, cuya especialidad era adivinar el futuro.
Si consideramos a Chuang Tzu como filósofo, y mantenemos que un filósofo es alguien que ofrece al mundo una alternativa racional por encima de la superstición, nos resultarán muy embarazosos los pasajes que describen la inmunidad sobrenatural del taoísta. De hecho, se ha sugerido muchas veces que pasajes parecidos en el Tao Te King (capítulo 50) son una interpolación posterior.
(Arthur Waley, Three Ways of thought in Ancient China, Doubleday Anchor Books, New York, 1939)
Es la misma inmortalidad que deseaba Adam, pero al comer del árbol que su Señor le había prohibido, se encontró con su naturaleza humana, demasiado humana, sujeta a la enfermedad, al hambre, a la sed, al frío, al calor y, ante todo, a la muerte. Es el continuo fracaso que experimentan las sociedades chamánicas. Epiceto busca al estoico perfecto, aquel que se siente feliz cuando es calumniado, insultado, despreciado; cuando sufre calamidades y desgracias de la misma forma que los taoístas buscaban al hombre extremo, el que puede sentarse en la nieve sin sentir frío o en una hoguera sin sentir calor; o esos hombres capaces de levitar y de atraer objetos con la mirada. Todos esos sorprendentes “milagros” nos hacen olvidar que para que el chamán consiga que un vaso llegue volando hasta su mano ha necesitado años de ascéticas prácticas y no ha logrado, al cabo, sino producir un fenómeno que cualquier ser humano puede realizar en escasos segundos utilizando las manos.
Pero el chamán quiere poder, necesita justificar su papel de dirigente. Este punto es fundamental a la hora de diferenciar el chamanismo de la Profecía. En el sistema profético todo deriva de Allah: la ley que rige el orden legislativo de la sociedad; la ciencia, con el conocimiento funcional que en cada época necesita el hombre; la hikmah –sabiduría aplicada– que el Todopoderoso transmite al ser humano a través del comportamiento de los Profetas, sus actos y sus dichos; la guía espiritual, social y política contenida en el libro revelado. Y todo ello impregna la sociedad entera de forma que es ella –y no determinados individuos– la que custodia el Din y corrige las desviaciones que constantemente se producen. Por el contrario, el establecimiento de castas sacerdotales, de misterios, de ritos secretos, de experiencias transcendentales, de ejercicios iniciáticos o prácticas ascéticas, nos indica que el periodo profético está cediendo terreno al periodo chamánico.
En la película noruega The Pathfinder, escrita y dirigida por Niels Gaup en 1987, su secreta visión del “ciervo blanco” es lo que legitima al chamán como dirigente de la tribu. Se trata siempre de sucesos inverificables, como en el caso de Pablo de Tarso:
¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Yo entonces dije: ¿Quién eres, señor? Y el señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues, pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que me apareceré a ti…
(Hechos 26:14-16)
Nadie más fue testigo de tan sorprendente acontecimiento; y si, como el propio Pablo afirma, un pequeño grupo le acompañaba en su viaje a Damasco, nada sabemos ni nada nos ha llegado de ellos.
Durante los primeros años de su Profecía, Muhammad estaba solo; nadie, a excepción de su esposa Jadiya y de su primo Alí, creía en él. Era un huérfano iletrado, indefenso contra los poderosos lobbies Quraishitas. Sin embargo, 23 años más tarde tenía en su haber un libro que contenía una sabiduría y una elocuencia sin precedentes. Una a una, sus aleyas fueron acallando las voces que con tanta virulencia habían insultado y despreciado al Profeta. 23 años más tarde, toda Arabia se había sometido a la verdad que emanaba de ese libro divino. Caliente aún el difunto cuerpo del Mensajero de Allah, sus Compañeros, comerciantes y pastores, derrotaban al imperio persa y al imperio romano de Bizancio. Apenas un siglo después el mundo entero proclamaba: la ilaha illa Allah (no hay dios, sino Allah) –desde China hasta España. ¿Cómo pudieron aquellos hombres, inexpertos en la lucha, pobres la mayoría de ellos, y algunos esclavos, perseguidos, abandonados por sus familias… conquistar el mundo, civilizarlo y establecer en él la justicia y el buen comportamiento? Precisamente porque la “magia” de los Profetas es verdadera; no es el producto de hábiles trucos o de misteriosas prácticas, sino del poder del Creador del Universo; y por ello, es irresistible y devora la magia chamánica.
Hemos visto cómo los “superhombres” taoístas caminaban sobre el fuego sin quemarse; cómo los “perfectos” estoicos eran inmunes a las desgracias y al desprecio de sus semejantes; hemos visto cómo levitaban y volaban los yoguis de la India y los místicos cristianos. Hemos escuchado las confesiones de maestros sufís afirmando ser uno con el Absoluto y de los chamanes brasileños a quienes las “plantas reveladoras” les ofrecían la visión del mundo antediluviano. Hemos leído declaraciones de renombrados astrónomos sobre mundos paralelos e invisibles. Y no podemos dejar de preguntarnos ¿dónde está su legado? ¿Qué hemos aprendido de ellos, incluso si juntamos todas sus enseñanzas? ¿En qué se ha beneficiado la humanidad de sus milagros y portentosas realizaciones?
Han pasado 1400 años de la muerte del Profeta Muhammad, y el número de musulmanes no ha dejado de crecer hasta contar en la actualidad con más de 1.500 millones de seguidores en los cinco continentes. Occidente, su más acérrimo detractor, mantiene hasta hoy –aunque sea en la letra– el espíritu civilizador y los valores propios de la fitrah humana que aquel huérfano indefenso –sin haber realizado otra “práctica” que la de someterse a la voluntad del Todopoderoso– transmitió a la humanidad.
Tampoco Musa realizó nunca ejercicios secretos o ascéticos para conseguir poderes sobrenaturales, pero liberó a los Banu Isra-il de la opresión de Firaun y les dio la Ley válida hasta la llegada del último canto, del último mensaje –el Islam.
Los Profetas cumplen con la tarea que se les ha encomendado y desaparecen para que no haya intermediarios que deformen la relación entre el Altísimo y Sus siervos. Los creyentes se purifican siguiendo las instrucciones de los libros revelados y el comportamiento de los Mensajeros –hikmah. Y esa purificación les lleva a distinguir el susurro del shaytan de la inspiración divina. Hay un oído externo que permite escuchar los sonidos del mundo; y hay un oído interno, que sólo el hombre posee, a través del cual escucha el susurro y la inspiración. Cuanto más puro sea el corazón del creyente, más fácil le resultará diferenciar el extravío de la guía. Ese es el gran milagro que Allah el Altísimo concede constantemente a Sus siervos: el llevarles de la subjetividad chamánica a la objetividad profética:
(257) Allah es el protector de los creyentes. Los saca de las tinieblas y los lleva a la luz, pero los protectores de los encubridores son los taghut. Los sacan de la luz y los llevan a las tinieblas. Ésos son los que serán arrojados al fuego. En él permanecerán para siempre. (Corán 2–al Baqarah)
Todos los chamanes –se manifiesten de la manera que se manifiesten– son taghut, encubridores de la verdad aunque mencionen a Dios, pues el “camino” que proponen a sus adeptos no conduce a Él, sino a la experiencia chamánica: Si no hay levitación; si no hay raptos; si no hay aniquilación en el Absoluto; si no hay viajes astrales… no hay realización espiritual.
Otro aspecto fundamental de la Profecía es la resurrección, que el chamanismo desvirtúa substituyéndola por la reencarnación para de esta manera eliminar el concepto de juicio final, de premio y castigo y, al mismo tiempo paliar la falta de Iblis a su palabra de investir a sus adeptos con la inmortalidad. El chamanismo, de alguna forma, transmite que el hombre, a través de su poderoso intelecto, de prácticas especiales, de la ingestión de hierbas o de sustancias obtenidas en el laboratorio… puede llegar a unirse al mental cósmico y a ser uno con toda la creación, con todos los mundos, visibles y ocultos; y si este viaje intersideral no llega a completarse en esta vida, habrá miles de oportunidades más de conseguirlo en las siguientes reencarnaciones, en las que el hombre se irá “perfeccionando” hasta lograr la “unión” con la divinidad, con el espíritu de los ancestros, o convertirse en polvo de estrellas. Sabemos que es así porque los grandes “maestros” han ido y han vuelto; se han unido y se han separado según un proceso ontológico imposible de comprender para el adepto. Han llegado a las más lejanas galaxias; han penetrado en los neutrones; han olido el aroma de los quarks… pero si les pides que resuelvan una simple ecuación de segundo grado, dirán que el suyo es un conocimiento metafísico.
The Pathfinder transcurre en el año 1000 de nuestra era, pero ninguna de las tribus que aparecen en la película tiene escritura, ni libro, ni ley, tan sólo un conjunto de normas sociales, exactamente como los lobos y otros animales que viven en manadas. Si no hay “asentamiento” profético, no hay conexión, el hombre queda vagando en la subjetividad de la misma forma que el astronauta, desconectado del cable que lo mantenía unido a la nave, queda vagando en el espacio. Sin embargo, en el caso de la Profecía la desconexión nunca es total, ya que ésta atraviesa los periodos chamánicos y se mantiene viva en el corazón de ciertos individuos hasta el siguiente periodo profético. Este es el caso de Arabia en el tiempo del Profeta Muhammad, donde el chamanismo mágico conformaba la estructura social de todas las tribus y de todas las ciudades. Sin embargo, todavía quedaba gente que se mantenía fiel al Tawhid que Ibrahim e Ismail instauraran en Meca miles de años atrás. Se llamaban “hanifa”, pues sólo aceptaban la existencia de un único Dios Todopoderoso, Creador del Universo.
(67) No era Ibrahim uno de los yahud (judíos), ni de los nasara (cristianos), sino hanifa (sometido);
no de los idólatras. (Corán 3–Ali ‘Imran)
Entre ellos estaban Waraqa ibn Nawfa, Abdullah ibn Yahsh, Uzman ibn Huwayrith, Zaid ibn Amr y Quss ibn Saida. Todos ellos habían rechazado siempre la adoración de los ídolos y las súplicas que los idólatras les dirigían como si fueran dioses. Zaid ibn Amr solía decirles:
Allah ha creado las ovejas, ha enviado el agua del cielo para que la tierra produzca de lo que comen, y aun así vosotros sacrificáis en nombre de otros que Allah.
(Bujari, Manaqibu’l Ansar 24, Dhabaih 16)
Aunque vivían en sociedades chamánicas, estos hombres seguían la guía profética antes incluso de que descendiese la revelación. El Mensajero de Allah dijo en una ocasión con respecto a uno de ellos:
Veo caminando a Waraqah en el Paraíso, llevando una túnica de seda. (Haizami, IX, 416)
Ya hemos visto cómo en la China del siglo VI a.C. –en pleno apogeo del chamanismo místico-filosófico representado por el taoísmo– se desarrolla el chamanismo racional a través del confucionismo; y lo mismo ocurrirá en Grecia en ese mismo periodo con Tales de Mileto, y en la India con las escuelas de Lógica (Nyaya), Atomismo (Vaisesika) y Materialismo (Carvaka), introduciendo la experiencia y la comprobación– y no los principios religiosos o metafísicos– como las herramientas básicas de toda epistemología. Este fenómeno aparecerá en la visión interpretativa de muchos historiadores como una manifestación del eterno conflicto entre mito y realidad; chamanismo y racionalismo; superstición y ciencia. Sin embargo, el enunciado de este supuesto antagonismo parece olvidar que lo único que se opone al chamanismo es la Profecía y que por lo tanto todo lo que no pertenezca al ámbito profético será chamanismo.
Frente a este barzaj –barrera infranqueable– Occidente ha tratado con paranoica insistencia de encontrar un sistema que lo elimine y permita la transvasación de valores de la magia a la revelación a través del misterio y de los secretos, del yin y de los shayatines… mientras en la Profecía todo es público y comprensible.
El chamán brujo y el chamán místico entran en trance a través de drogas, de danzas rítmicas, de la repetición de mantras o del control de la respiración. Estas prácticas, y otros ejercicios que permanecen secretos para los no iniciados, van a proyectarle a un nivel de consciencia imaginario que el chamán interpretará como la más profunda realidad. Ha tomado peyote, o mezcalina, o entona rítmicas melodías. Danza alrededor del fuego sagrado y, al rozar el éxtasis, parte al más allá; se pasea por ocultas dimensiones en las que se manifiestan los hologramas del ADN o la invisible estructura de las partículas subatómicas.
Milarepa, el último reformador del budismo tibetano, ha llegado a una pequeña aldea de la provincia de Quyang buscando la realización espiritual. Su maestro Marpa le hace pasar las más desesperantes pruebas para comprobar hasta dónde llega su determinación, su himmah, su deseo de conocimiento. Debe construir torres triangulares de piedra para después derribarlas y construir otras circulares. Es ridiculizado y despreciado por su maestro delante de los otros adeptos. Y todo lo sufre Milarepa con infinita paciencia y férrea resolución. Cuando finalmente Marpa lo acepta como discípulo, le hace entrar en un pequeño habitáculo circular de adobe construido a las afueras de la aldea. Cierra la puertezuela de acceso y Milarepa se encuentra en la más profunda oscuridad. Ningún sonido llega hasta él, y todo lo que recibe como alimento es un trozo de pan al día y un cuenco con agua que alguien introduce en aquel minúsculo espacio a través de unos ventanucos en zigzag. Tras varios días de reclusión, Milarepa está listo para recibir la enseñanza. Ha visto luces y ha oído voces procedentes del más allá; ha tenido visiones y su consciencia ha traspasado el mundo material para penetrar en lo oculto y ver con el tercer ojo la realidad del ser. Los sufís llaman a esta práctica “entrar en jalwah”.
Siempre la misma experiencia chamánica: ascetismo, monacato, silencio, mantras, palabras secretas con poder mágico, drogas, movimientos rítmicos, músicas repetitivas acompañadas de panderos, flautas o algún otro instrumento, visiones… Uno se pregunta ¿qué papel juegan, en estos ejercicios iniciáticos, el libro de Allah y la hikmah de Sus Profetas? ¿Qué humildad puede haber en alguien que ya es uno con el Absoluto, con el Creador del Universo?
Muhammad, el último Mensajero de Allah, pedía perdón al Altísimo sesenta veces al día; ¿a quién puede pedir perdón aquel que se ha convertido en la encarnación de la verdad? Después de que la nafs –el sí mismo– ha sido aniquilado, ¿quién queda para pecar, para trasgredir los límites? En su estado de consciencia Shu, el discípulo no logra comprender que esas visiones y alucinaciones sonoras son tan lógicas como el que aparezca el sudor después de una carrera.
Podríamos ahora preguntarnos, tras esta inmersión en el mundo chamánico, ¿qué permanecería del sufismo, del budismo o del taoísmo si eliminásemos “las prácticas iniciáticas”? ¿Qué edificios surgirían de selvas y desiertos si no se ingiriese otra droga que el arrepentimiento? ¿Qué verdad aparecería resplandeciente en telescopios y microscopios si sus manipuladores viesen con el ojo de la objetividad divina? No permanecería, ni surgiría, ni aparecería, sino la Profecía con su “magia” real, con su poder irresistible.
El Profeta Muhammad volvía a establecer el equilibrio entre el ascetismo y la pasión por la vida de este mundo. Frente al monacato y la reclusión, el Mensajero de Allah animaba a sus seguidores a casarse y a tener hijos; a trabajar como medio de subsistencia; a estudiar y a enseñar a otros lo que hubieran aprendido. Les exhortaba a luchar en el camino de Allah contra la tiranía y el chamanismo. Es el equilibrio en el que vivieron todos los Profetas y el que enseñaron a su generación. Y es este equilibrio el que el chamanismo destruye, inclinando desmesuradamente la balanza hacia un lado u otro.
El Tawhid no admite experiencias sobrenaturales, ni ejercicios iniciáticos fuera de lo que Él ha ordenado expresamente. Y lo que ha ordenado, es suficiente.
(14) Yo soy Allah. No hay ilah, sino Yo. Adórame y establece la salah para recordarme.
(Corán 20–Ta, Ha)