¿Acaso el hecho de haberse acuñado el término “creacionismo” responde a una estrategia para contraponer la superstición o ráfagas de religiosidad a la “ciencia” propiamente dicha? O también podríamos describir este encubridor fenómeno diciendo que se trataba de separar a ambos lados del abismo el subjetivismo ideológico del objetivismo, al menos relativo, que pulularía por el método científico como los virus pululan por el genoma humano… O quizás se tratase de otra cosa, de otros intentos, como un tiro al aire que nunca sabes dónde caerá la bala.
Mas este hecho indica que hay un gran temor a que la hilvanada ciencia se descuajeringue como una silueta de papel articulada. Siempre es conveniente tener un saco, una zona intransitable, en el que ir arrojando lo que pudiera detener y poner al desnudo la irracionalidad científica. Y este saco, o uno de ellos, es el creacionismo.
Si alguien dice que nunca hubo Big Bang ni expansión de ningún tipo ni hubo singularidad de la que pudiera surgir una pluralidad o multiplicidad… y si además este insensato alguien negase la evolución de las especies, ya fuese desde un punto de vista darwiniano o lamarckiano, se le tacharía de creacionista en el caso de que diera a entender que fue un agente externo el que provocó que viniera este universo a la existencia.
Mas si se limitase a negar, a decir que no fue así ni así ni asá, y que aquello no ocurrió ni sucedió eso otro, entonces se abriría otro saco, el del negacionismo, más inquietante que el anterior, pues en el caso del creacionismo simplemente se introduce un cuarto pasajero, un cuarto factor que fácilmente se podría sustituir por términos como energía, primer principio, punto de arranque, sin eliminar del todo el ateísmo. Mas en el caso del negacionismo podría estar implicado un nuevo sistema, un nuevo método, una diferente aproximación al universo y a la vida, dejando fuera a la ciencia y creando un ámbito nuevo –un ámbito irreconciliable con cualquier otro. Este supuesto obviamente es imposible, pues ello indicaría que podría haber conocimiento más allá de la verdad, cuando más allá de la verdad lo único que hay es el extravío.
Mas como ya dicen: “Sabios padres tiene la Santa Madre Iglesia que le sabrán contestar,” dejemos que sean ellos los encargados de dirimir estas y otras cuestiones, y tratemos de despejar la confusión que rodea al término Dios.
Aunque este concepto está bien definido en el Corán, no ha dejado de utilizarse de cualquier manera, haciendo referencia a entidades de lo más variopintas. Tenemos el Dios de los filósofos, o fuerza originaria del universo, impulso, motor, que habría dejado en manos de los hombres el devenir del universo.
También hace referencia esta palabra a la divinidad de ciertos individuos, como, por ejemplo, la de los emperadores romanos. Incluso el propio Faraón informó a sus súbditos tras la llegada del profeta Musa a Misr: “No sé que tengáis otro dios que yo.” Y también Ibrahim se encontró con un cacique que pretendía igualarse con su Dios. Mas se quedó perplejo cuando aquél le instó a que hiciera que el Sol saliese por el oeste. De alguna forma comprendió que el Dios del que hablaba Ibrahim nada tenía que ver con la insolencia de los humanos. También en Meca había infinidad de diosecillos manifestados en estatuas de barro, madera o piedra. Traían buena suerte, lluvias propicias, salud… o eso creían ellos.
Sin embargo, Dios es anterior a la manifestación. Es anterior a todo cuanto existe, pues toda existencia emana de Su voluntad –Le basta con decir “Sé” y es; y ésta es Su segunda característica –Creador. Es Él quien ha creado los Cielos y la Tierra y cuanto entre ellos hay. Ha creado el sistema operativo y el sistema funcional del universo por medio de un poder del que no podemos investir a Julio César, a Faraón, a los ídolos de Meca… o a “la divina” Greta Garbo, pues todos ellos son criaturas que no han creado nada, sino que, antes bien, son ellos los que han sido creados.
Es una experiencia que conocemos bien, aunque sea dentro de los límites que le son propios a la naturaleza humana –nos sentamos apaciblemente en un sillón, cerramos los ojos e imaginamos una historia, con sus paisajes, sus personajes… Si alguien entonces llamase a la puerta, toda esa escenificación colapsaría y desaparecería de nuestro campo de percepción y de visión. Por lo tanto, Dios no solo es Creador, sino también Sostenedor y Mantenedor de esos escenarios que emanan de Él.
Y lo que emana de Él, ya lo hemos dicho, es el sistema operativo que se manifiesta a través del sistema funcional. De Él emanan los diferentes lenguajes con los que se han creado todas las cosas, bloques informativos, complejísimas ordenes encapsuladas en elementos tremendamente simples –como los ADN; como el lenguaje conceptual de los humanos; como los lenguajes sonoros o químicos de los animales; como la cristalización… Patrones, plantillas, que se van manifestando una y otra vez en toda la creación.
Una de estas plantillas universales es la simetría –dos mitades iguales, pero no idénticas, que conforman la unidad. Mas la idea de simetría es una clara referencia a los moldes. Por lo tanto, en el diseño universal primero fueron las matrices, la simetría, como una representación física de los opuestos que forman la simetría, la unidad, de los conceptos –masculino/femenino; oscuridad/claridad; bien/mal… Esto es lo que pueden observar los alienígenas.
Mas los científicos se creen estar investidos de divinidad, pues al mirar por el microscopio, desde arriba, y observar esas minúsculas entidades y darles un nombre, sienten que las han creado ellos, que son sus dioses. Este infantilismo alienígena es propio de los que han perdido la perspectiva desde la cual existen y observan. Proyectan la imagen de que siempre han estado allí, antes de las microzimas, de los átomos. Antes, incluso, de que “apareciese” la singularidad, la expansión. Y, sin embargo, todo eso existía antes de que existieran ellos. El universo, la Tierra, la vida, la inteligencia, la consciencia… ya existían. Nada tienen que ver estos alienígenas con la creación de este universo y de todo cuanto contiene. Ellos, se puede decir, acaban de llegar; acaban de entrar en la sala de proyecciones –una sala elegantemente decorada, con paredes revestidas de madera, cómodas butacas, una pantalla gigante, un dispositivo que proyecta la filmación elegida… Son espectadores de un universo hecho y terminado, manifestado en su totalidad. Observan lo que ya existía, analizan lo que no ha dejado de funcionar durante millones de años.
¿Quién, pues, ha observado este universo antes de que lo hicieran los alienígenas? ¿De dónde han salido los materiales que lo constituyen? Quién ha organizado sus elementos que interactúan entre sí como las piezas de un reloj –todas ellas independientes, mas trabajando para un mismo objetivo.
¿Fue en 1492 cuando comenzó a existir América? ¿Fue Edison quien encendió la luz del universo? ¿Fue Lamarck quien organizó a las especies, quien esparció sus semillas por la Tierra? Todo eso ya estaba sin necesidad de nuestra inteligencia ni de nuestra observación. ¿Quién ha diseñado al pez cebra? Es la pregunta que deberían hacerse los alienígenas en vez de estudiar sus proteínas, sus genes, su comportamiento, su hábitat, pues no son ellos quienes lo han creado y configurado.
Nada de cuanto existe hoy en la Tierra y en el universo ha sido diseñado, ideado, creado o configurado por los alienígenas. Todo estaba ahí desde el principio, en el proyecto “Creación”. Vemos plantillas, patrones, por doquier. Mas ¿puede haber un patrón sin que haya un sastre? Según los alienígenas puede haberlo. Y de esta forma, con esta irracional manera de pensar, se encuentran en el absurdo dilema, un dilema irresoluble, de dar consciencia al cartón del que está hecha la plantilla o contemplar la inaceptable posibilidad del sastre. ¿Quién, pues, ha hecho este patrón? Solo nos queda la opción de la casualidad –tan absurda, científicamente hablando, como la de otorgar consciencia y reflexión a ese trozo de papel.
Todo observador dentro de un ámbito limitado tiene que ser, a su vez, observado; y ello en una cadena ininterrumpida que termina en la consciencia del Creador, pues el espectáculo en su totalidad implica lo observado, el observador y la consciencia del observador –todo ello observado por el siguiente observador, para quien esos tres elementos son lo observado. Romper esta cadena significa desconectarse de la fuente. Significa, en última instancia, vagar errantes por el espacio infinito de las elucubraciones.
Un grupo de hormigas recoge determinados deshechos y los transportan hasta su hormiguero. Alguien las está observando; alguien nos está observando. Situarse en la consciencia es observar estos procesos desde fuera y de esta forma liberarse de la esclavitud de la acción. La acción envuelve todos los ámbitos de la negligencia. Si la acción no es observada por el actuante, éste vivirá zarandeado, como los alienígenas, por las apariencias, por los espejismos, por la subjetividad humana.