Situémonos por un instante en el punto inicial. Todavía no hay luz –solo oscuridad acompañando a las aguas primordiales mientras salen de la célula cósmica y llenan el espacio que pronto irá ocupando el universo. Solo estás tú. Nadie más. Nada más. Estás solo sin referencias que pudieran situarte en algún punto del espacio y del tiempo. Y dicen los que nunca han estado como tú en el inicio: “La imaginación no tiene límites.” Diles qué es lo que imaginabas en medio de la oscuridad, cuando te encontrabas en el inicio.
Nada venía a mi imaginación, ni siquiera el deseo; ninguna necesidad. Me encontraba suspendido; aún no había llegado hasta mí la sensación de tener pies. No había tierra. No tenía manos.
¿Quién eras tú, entonces? La consciencia de existir rodeado de agua apenas perceptible. ¿Quiere ello decir que no podías imaginar los ciclos de la vida –como el agua cuando cae sobre una tierra muerta y la vivifica y hace que broten de ella árboles que darán frutos con los que se alimentará el hombre y otras especies vivas? No podías, entonces, imaginarte lo que es una fragua, el galope de un caballo, la lana de las ovejas. Así es. No podía tener límites mi imaginación, pues ni siquiera existía esta facultad; todavía no.
¿Qué pasó después? No lo sé. Desde el pasado he vuelto al inicio y no he visto, sino oscuridad y consciencia. Qué acontecimientos se fueron sucediendo hasta llegar a este siglo escapa a los límites de mi imaginación.
Entiendo tu perplejidad, pues la imaginación es un dispositivo que mezcla la información que le ha llegado en forma de imágenes o conceptos, generando otras variedades sobre los mismos temas. La imaginación no puede crear nada nuevo, nada que no exista ya en la memoria. El ser humano no es un productor, sino un recolector. Recoge lo que hay y con ello produce nuevas formas, nuevas posibilidades dentro de los materiales dados.
Y dicen otros, que tampoco estuvieron en el inicio, que todo se debió a una explosión. Alguien, pues, debió de encender la mecha. O ¿acaso podemos imaginar un estallido sin que algo externo lo provoque? En vez de responder, generan nuevas hipótesis, una nueva semántica que diluya o suavice la aspereza de esas preguntas: quizás no fuese una explosión, sino una expansión, un movimiento hacia delante, un empujón tan rápido que ni siquiera tú, que estabas allí, pudiste percibirlo. Ya estás aquí y tu imaginación, la imaginación de unos y otros, se limita a construir una especie de embudo transparente, repleto de lucecitas y círculos; y a lo largo de ese embudo transparente escriben con escrupulosidad científica: “Primera décima de segundo. Un segundo después. Tres minutos más tarde.” Y así sucesivamente.
Mas tú, que estuviste allí suspendido sobre las aguas primordiales, imaginas ahora que más que un embudo que proyecta la idea de que todo se expandió en una misma dirección dejando unos trescientos grados alrededor del “inicio” en el más absoluto vacío, en la más incomprensible oscuridad, o ni siquiera eso, la nada, tuvo que ser un despliegue circular como esos abanicos chinos que se abren 360 grados, juntándose los dos extremos.
Tampoco eso te convence, pues ¿cómo quedaría, entonces, el arriba y el abajo? Otra posibilidad, por no abandonar la china, sería la de una lámpara esférica como las que iluminaban las calles de Shanghái en un tiempo en el que se arrojaban los orines en las calles de Londres; aunque es posible que esa lámpara esférica resulte un tanto agobiante.
Mas elucubraciones aparte, lo que tenemos hasta ahora es un universo delante de la nada; un universo cuyo “detrás” sigue vacío. ¿Puedes imaginarte ese “detrás” independientemente de lo que hay “delante”? No, no puedo, pues lo llenaría de luces, de astros, o quizás de árboles; de escarpadas montañas, de nubes, de océanos flotando sobre un abrasador magma. No puedo salirme de los límites que impone mi memoria a la imaginación, donde se guardan todos los registros que han entrado en mí a través de los sentidos, de los sensores, de los decodificadores. No puedo ir más allá. No puedo imaginar algo que no esté formado por estos registros. Eso quiere decir, entonces, que este universo no fue imaginado por ti. No, no fue imaginado por mí, pues mi imaginación estaba vacía, lo mismo que mi memoria.
Alguien debió de encender la mecha y la célula cósmica se abrió y sus aguas fueron expandiéndose por el espacio concedido al universo. ¿Y solo tú fuiste testigo de esa expansión de aguas, y después, nadie, hasta que el hombre surgió de la tierra y comenzó a reflexionar sobre el origen? No, no pudo ser así, pues cuando hay algo observable, tiene que haber forzosamente un observador. Hay siempre en esta operación tres elementos –yo observaba el inicio; me observaba a mí mismo observando el inicio; y me observaba siendo observado por otros.
¿Se cerrará de nuevo la célula cósmica? Sí, de la misma manera que tras la expiración, viene la inspiración; y tras el sueño, el despertar –en un vaivén inevitable que no se puede detener.