Y dice la ciencia… Y luego dice: No, no era eso. El chamán sonríe divertido, triunfante. Luego, se deprime.

Los científicos caminan de puntillas y miran de soslayo a la habitación en la que otrora se reunían y hablaban entusiasmados de sus grandes proyectos. Ahora, el polvo ha consumido la estancia y no hay más testigos del pasado que unas cuantas telas de araña. Toda mesa está llena de vómito y suciedad, hasta no quedar un solo lugar limpio. ¿A quién, pues, se enseñará ciencia? ¿A los arrancados de los pechos?

Mas aún les queda una carta trucada, un concepto que echan una y otra vez sobre la mesa de juego. Lo llaman la consciencia. Y lo llaman así aún sin saber de lo que están hablando; y otorgan este concepto, la consciencia, a diminutas partículas que se desprenden de los granos de polen y esa consciencia les dicta cómo tienen que organizarse para generar entidades más complejas.

Mas la consciencia no forma parte de la cognición. Simplemente ilumina el escenario, sin aportar a él ningún elemento. La consciencia nos permite ver, pero sobre todo nos hace “caer en la cuenta” de lo que está sucediendo. Nos involucra en los acontecimientos que nos rodean y al hacernos caer en la cuenta, nos obliga a reflexionar. Mas la consciencia sigue iluminando esa reflexión que nos permite, a su vez, reflexionar sobre las conclusiones a las que nos ha llevado la reflexión inmediata. Y de esta forma, se ha generado un nuevo escenario –no solamente soy consciente de lo que sucede, de cómo sucede, sino que además soy consciente de estar presente, de formar parte de ese acontecimiento; y al mismo tiempo, esta reflexión me permite situar los acontecimientos y a mí mismo en un ámbito mucho mayor.

Si la consciencia ilumina para mí la escena de un hombre comprando fruta en un puesto del mercado, al caer en la cuenta de ese escenario, tomo consciencia de la existencia y también de mi existencia. La reflexión se interioriza e indaga sobre el origen de que yo exista observando a un hombre que también existe y que compra fruta en un mercado, que participa de mi misma existencia. Al mismo tiempo, esta observación, esta reflexión, este caer en la cuenta, me lleva a comprender que yo no he originado nada de todo esto, ni tampoco ese hombre.

Todo este diseño, toda esta película, ha tenido que prepararse antes de mi propia existencia. Lo que veo, lo que observo, no es el producto aleatorio de una larguísima cadena de causas y efectos, pues en caso de que existiera el azar, habría caos, y el caos lleva a la destrucción, y, por lo tanto, no habría universo, no habría vida inteligente, consciente.

Mas si hay un diseño, una sucesión ordenada y progresiva de causas y efectos, tiene, necesariamente, que haber un objetivo hacia el que se dirigen esas causas y esos efectos y, sobre todo, un diseñador, pues nada en el universo que observo tiene esa capacidad, esa inteligencia… como para haber diseñado uno cualquiera de los elementos vivos que alberga esta creación, esta existencia. Y es la consciencia, ese caer en la cuenta, lo que le permite al hombre entender que va a morir, como todo lo que está vivo ha de morir.

Mas también observa que ningún otro ser vivo prevé su muerte, pues carece de consciencia. Un gato en ningún momento de su vida se detiene por un instante y se dice: “Soy un gato, un felino, y pronto moriré; y hasta ahora no he encontrado la razón que me ha hecho venir a la existencia.”

Tampoco los granos de polen pueden realizar esta reflexión. Imaginemos por un instante lo que implican conceptos como “organizarse”, “decidir”, “adaptarse”. Son procesos que solo el ser humano, provisto de capacidades cognitivas interrelacionadas por la consciencia, puede llevar a cabo, pues son conceptos que implican reflexión, caer en la cuenta.

Sin embargo, al eliminar de la ecuación al Agente Externo, al Altísimo, al Diseñador y Creador de la existencia, eliminan la causa primera de todas las cosas y, sobre todo, eliminan al Viviente, el único que puede dar vida a lo que está muerto. De esta forma, con esta supresión injustificada desde cualquier punto de vista en el que nos situemos, ya sea ontológico, racional o lógico, el científico se ve obligado a cometer la mayor aberración científica –otorgar consciencia a la materia inerte o a los seres vivos otros que el ser humano, pues si hemos otorgado consciencia a las partículas que se desprenden de los granos de polen, cómo no íbamos a dársela a las cucarachas, a las abejas, a los reptiles, a las amapolas… cayendo de esta forma en un mundo Disney, en el que las piedras aconsejan a los conejos o los renos intentan favorecer el matrimonio de sus amos; un mundo, pues, dislocado, aberrante y alejado del sistema con el que se ha creado este universo. La materia, en cualquiera de sus formas –los planetas, las estrellas, el agua, la sílice… no puede tener consciencia ni, por lo tanto, reflexión, y al carecer de estas características, no puede albergar ningún objetivo existencial.

“Y sin embargo, se mueve.” Las plantas se reproducen, los animales cazan, forman guaridas, luchan entre sí… ¿y todo ello lo hacen sin ser conscientes? Se organizan, se adaptan, deciden… ¿sin reflexionar, sin calcular las consecuencias de esas acciones cognitivas? Parece imposible y, sin embargo, no lo es.

Toda la creación es un conjunto interactivo de programas y, por lo tanto, a nivel de consciencia, inerte, sin reflexión y sin voluntad; pero con funciones específicas, diseñadas en los propios programas y actualizadas y efectivas a través de algún tipo de lenguaje.

Veámoslo en el símil de los ordenadores. Tenemos un complicado dispositivo, inerte, que cobra vida cuando lo conectamos a una fuente de energía –batería o electricidad. Al mismo tiempo, es un dispositivo capaz de entender diferentes lenguajes, diferentes bloques de información. Puede decodificar, por ejemplo, programas de diseño, base de datos, hojas de cálculo… Mas ni esos programas ni el ordenador tienen consciencia. Ha sido un grupo de ingenieros, de analistas, de programadores, los que han creado esos programas y esos ordenadores –el agente externo.

Mas toda esa complicadísima relación carece de sentido. Necesitamos un operador, un “usuario”, capaz de entender esos programas, de utilizar funcionalmente esos ordenadores y de comprender todo el proceso.

De la misma forma, es el Viviente, el que vivifica ciertos conjuntos de materiales inertes para formar células, tejidos, organismos, con el objetivo final de generar una entidad inteligente, capaz de reflexionar, capaz de caer en la cuenta y comprender todo el proceso de creación; capaz de observar, de admirar este universo y exclamar ¡en verdad que no has creado todo esto en vano! Y esta comprensión y reflexión le lleva al hombre a agradecer al Altísimo que le haya traído a la existencia, que le haya permitido ser parte de este portentoso escenario.

Ingeniero, programas, ordenadores, usuarios… Cualquier otra secuencia, cualquier otra ecuación, nos llevará al absurdo de un complicadísimo mecanismo sin función y sin sentido alguno.

Ver: El Corán en español  y su Libro de Comentarios:

ARTÍCULOS: Artículo VI: El fuad, Aparato de interacción entre consciencia-input-capacidades cognoscitivas

ESQUEMAS: Esquema 7 y su texto

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