En el principio, la aproximación filosófica a la existencia estaba representada, fundamentalmente, por el caos; un caos en el que se mezclaba la luz con las tinieblas, la voz con el silencio… y todo ello alrededor de las aguas primordiales.
Se trataba, ante todo, de dar valor a la casualidad. Ante el asombro que le causaba al hombre la creación, su propia existencia, el tumulto de pensamientos y sensaciones que coloreaban su entendimiento, su comprensión de las cosas, prefería imaginarse surgiendo de un orden aleatorio de partículas asociadas entre sí por fuerzas intrínsecas a la materia. ¿Quién puede imaginarse de lo que es capaz la materia?
Si en ese principio el hombre hubiera tenido noción de la energía atómica, se habría afianzado aún más en su visión materialista, intranscendente, de la existencia –un caos organizado por movimientos aleatorios, por una simple casualidad que pudo haber sido de otra forma, pero fue de ésta a través del caos, de la repentina e inexplicable materialización de las cosas.
Esta corriente de pensamiento nunca ha cesado de proponer teorías que apartasen al hombre de la noción de que este universo fuese la proyección consciente de un Creador, la manifestación de Su propio pensamiento, de Sus propias cualidades. Haber continuado con esta cosmogonía creacionista, más allá del turbulento credo cristiano, nos habría llevado a entender de una forma mucho más coherente y unificada el método del que este Creador se habría servido para desarrollar Su película, Su plan… y alcanzar Sus objetivos.
Mas toda manifestación necesita de un soporte, algo en lo que devenir visible, tangible. Una película necesita de una pantalla para poder plasmar en ella los fotogramas que guardan en potencia movimiento, acciones. ¿En qué pantalla, entonces, manifiesta este Creador Su filmación? Precisamente en la materia. Eso que llamamos materia es el soporte en el que se manifiesta la vida y todos los elementos de los que ésta se sirve para su expansión. Mas ¿cómo puede la vida surgir de la materia inerte? Como en el símil de la película, la vida surge con la luz del proyector o soplo vital que el Creador confiere a la materia, originando así los primeros bloques vivos –las células, que, a su vez, constituyen el patrón primordial de la vida.
A pesar de que los biólogos nunca han encontrado una explicación para ese paso de la materia inerte a la vida; a pesar de que no pueden explicar cómo se ha codificado toda esa ingente cantidad de información en el ADN de la célula sin que sea aceptable la idea de un largo proceso de pasos intermedios, pues sin esa información completa la célula no podría haberse formado; a pesar de ello, rechazan la noción de un Creador por el simple hecho, en absoluto científico, de que esa aceptación acabaría con el poder del mal que encuentra en estos científicos sus mejores aliados.
Analicemos por un momento por qué una y otra vez se habla de ordenadores investidos de consciencia. Vimos esta idea hace más de medio siglo en la película de Kubrick “2001: A Space Odyssey”. Analicemos por qué esa pueril noción ocupa la mente de los científicos. Fijémonos, para ello, en un detalle fundamental –el hombre es un dispositivo receptor, no un dispositivo productor. Pensar lo contrario, otorgar al hombre una mente productora, les ha llevado a pensar que a través de complicadísimos procesos pensantes estas máquinas, los ordenadores, como en el caso del hombre, podrían llegar a adquirir consciencia y utilizar la información que han recibido de los humanos para dominarles, como aparece en la película “Matrix”.
Sin embargo, todavía podríamos preguntarnos algo aún más básico. ¿Por qué el hombre ha podido diseñar y construir ordenadores? Precisamente, porque son un remedo del cerebro humano. Observando su funcionamiento, han ideado algo similar, aunque mucho menos eficiente. Mas no han caído en la cuenta al escudriñar atentamente esa masa gris de que se trataba de un mecanismo capaz únicamente de recibir información, datos, input, del exterior; de almacenarlos en la memoria y de interactuar con ellos a través de sus capacidades cognitivas fluctuantes en el intelecto, y todo ello iluminado por la consciencia.
Y es en el seno de esta dialéctica en el que surge la reflexión, característica ésta que permite nuestra conexión con la órbita celeste, su comprensión. Esta comprensión, esta asombrosa comprensión, nos maravilla y nos catapulta a una búsqueda cada vez más detallada de la naturaleza de ese Creador, de Su interacción con los seres humanos y el resto de la creación, de forma que ese asombro y esa maravilla van creciendo y producen en nosotros un profundo agradecimiento hacia el Creador por habernos traído a la existencia.
Por lo tanto, ese cerebro, los ordenadores, no puede generar pensamiento ni la imaginación puede imaginar. Son meros dispositivos que reciben el input que se elabora en el “estudio de producción”. Este input llega al cerebro y es decodificado en forma de ideas, imágenes, conceptos, que entran en la memoria. Si este flujo se coloca en esa “tarjeta” de forma consciente, las capacidades cognitivas del intelecto podrán interactuar con él y producir reflexión. Mas si no entra de forma consciente, yacerá inadvertido en el fondo del estanque de la memoria y, por lo tanto, no habrá reflexión. De la misma forma, la imaginación se servirá de este input para imaginar otras relaciones, otras configuraciones que han llegado a la memoria, pero que no serán, sino “variaciones sobre un mismo tema”.
Si ahora nos dirigimos al funcionamiento de los ordenadores, veremos un proceso similar. No son los ordenadores los que generan fórmulas matemáticas, diseño gráfico, base de datos, sino que todo este input le llega del exterior en forma de programas que la disposición del ordenador es capaz de recibir y decodificar. Sin embargo, al ser un objeto muerto, inerte, no puede recibir la consciencia y, por lo tanto, no puede reflexionar ni pensarse a sí mismo. No importa lo complicados que sean los programas que introduzcamos en un ordenador. Éste nunca podrá interactuar con ellos. Simplemente los decodificará y mostrará en la pantalla sus funciones. Sin programas, los ordenadores son máquinas inservibles, inertes, muertas. De la misma forma, sin el input que nos llega del “estudio de producción”, el cerebro humano será un maravilloso soporte para un elegante sombrero.
Todo lo que tiene lugar en este universo, las realizaciones del hombre, los elementos vivos o muertos que le rodean y que conforman su ámbito existencial, son manifestaciones del ámbito divino. El hombre simplemente imita el funcionamiento de lo que ve, de lo que comprende, y lo reproduce a su nivel humano.
Al carecer estos científicos de una consciencia activa, carecen también de reflexión y son incapaces de entender el escenario existencial en su totalidad, en su unidad, en su constante interacción.
(Ver: El Corán en español y su libro de comentarios: Artículos – Artículo V y VI; Esquemas – Esquema 7 y su Texto)