Nada puede haber más extraño, al menos políticamente hablando, que el documento que el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, ha presentado a la UE, en el que plasma su proyecto de una Europa federal, en otras palabras los Estados Unidos de Europa, con un gobierno central, una política unificada de todos sus miembros y, suponemos, un solo ejército. Y ello como la cosa más normal del mundo, como si todos estos años de Unión en los que las naciones europeas han tenido que lidiar con situaciones graves y peligrosas lo hubieran presagiado.
Pero lo verdaderamente extraño, lo que incita la sospecha, es que Scholz se preocupe por la situación en la que se encuentra la Unión Europea antes que por la situación en la que se encuentra la propia Alemania. Sin embargo, esta sospecha, a modo de incógnita, podríamos despejarla con cierta facilidad y exactitud si tenemos en cuenta que las naciones, una a una, cada vez tienen menos importancia, menos valor, y el nacionalismo ya no inspira entusiasmo en los ciudadanos, al menos en los occidentales.
El proyecto de Scholz es el proyecto del deep state, de la Agenda 2030, del Reinicio… del nombre que queramos darle. Se trata de globalizar y, por lo tanto, de aglutinar, de crear macro-naciones que engloben a un buen número de estados.
Nada hay más avispeante que Europa, un reducido territorio en el que hay decenas de lenguas y de países que no terminan de encajar unos con otros, unidos más por guerras y traiciones que por una sólida amistad y unos mismos intereses. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy algún observador despistado podría pensar que ha habido paz entre los europeos y que, por fin, se ha logrado la concordia y que juntos caminan hacia un futuro luminoso y próspero. Sin embargo, este observador estaría equivocado.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania e Italia, junto con Japón –otra de las naciones empeñadas en controlar el mundo– han estado bajo estricta vigilancia de Estados Unidos. A España se le decretó un severo boicot hasta que aceptó que se instalasen bases militares norteamericanas en su territorio, y de la misma forma la Unión Soviética mantuvo a raya a la Europa del Este. Y han sido, precisamente, estas potencias extranjeras las que han impedido que Alemania, Francia, Reino Unido o cualquier otra nación europea intentase por enésima vez controlar Europa.
Esta realidad histórica incuestionable hace que sea prácticamente imposible negociar con Europa como uno solo bloque, pues continuamente hay discrepancias, ya sean económicas, políticas o sociales. Y por ello no es realista hablar de Europa, sino de Alemania, de Holanda, de España… cada uno de ellos defendiendo su propia idiosincrasia, su propia subjetividad.
Ahora, el canciller Scholz presenta una opción para Europa que no es cuestionable. Desde Lisboa hasta Varsovia tendrá que configurarse un solo poder, una sola visión. Y de la misma forma, desde Alaska hasta Tierra de Fuego, incluyendo al Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, tendrá que constituirse en un solo bloque. Una vez que el mundo se reduzca a 5 macro-bloques, la globalización se habrá prácticamente logrado, pues poco importa si ese poder global es unicéfalo o pentacéfalo –la unificación cultural hará el resto.
Toda esta configuración política, geográfica, económica, social… se nos está dando en dosis muy pequeñas no solo para que no cunda el pánico entre las sociedades humanas, sino también para que no nos demos cuenta, para que no podamos percibir claramente los pasos que nos llevan a la globalización total.
Mucha gente podrá objetar que no ve nada malo en el manoseado concepto de la globalización. De hecho, el que el euro sea la moneda de la mayoría de los países europeos ha facilitado enormemente la movilidad entre los ciudadanos, el comercio, las transacciones. Sí, es una sensación general, no analítica, pues los problemas estructurales de la Unión Europea se mantienen y no han podido ser eliminados con el euro, y si a esto añadimos la depreciación que han sufrido los salarios al convertirse sus monedas nacionales en euros, no deberíamos ver esta unidad monetaria como algo realmente positivo. De hecho, el Reino Unido nunca entró en este juego. Mantuvo su libra esterlina y no por ello ha sucumbido.
Mas la globalización total, absoluta, implica muchos más factores que el de la moneda. Todas las religiones, por ejemplo, tendrán que unificarse en un laicismo ético, sustituyéndose, precisamente, el concepto DIOS por el concepto ESTADO, y la supresión del Más Allá quedará respaldada por una futura inmortalidad en la Tierra. Será la tecnología la encargada de hacer el ridículo, pues el hombre cada vez vivirá menos.
Y ¿qué sucederá, entonces, con los creyentes que se nieguen a renunciar a la verdad y no quieran meterse en ese Metaverso que se les propone? Esos recalcitrantes y retrógrados ciudadanos irán a parar a los llamados eufemísticamente campos de cuarentena.
Mas habrá muchos más cambios. El sexo y el género ya no dependerán de las características biológicas de los individuos. La enfermera no le entregará a la madre al recién nació diciéndole “es una niña preciosa,” sino “aquí tiene una entidad humana”. Y es muy probable que, en última instancia, los niños se generen en campos de cultivo humano y vayan directamente a las instituciones del poder global –el hombre donará su esperma y la mujer su óvulo, y nada sabrán de lo que sus células hayan producido. La globalización, pues, es un Metaverso en el que la virtualidad pasa a ser lo real, y lo real solamente existe en un espacio exterior inalcanzable, impenetrable.
Un mundo sin consciencia, sin transcendencia, sin historia no es un mundo feliz ni debería ser deseado. Mas cuando se le ha despojado al hombre de su naturaleza, de su fitra, cuando se le ha arrojado al abismo de una existencia casual, aleatoria, sin poder llegar al principio –justo antes de la nada, sin poder comprender cómo de la materia inerte ha surgido la vida, la consciencia, la inteligencia, no le queda ya, sino el suicidio o las drogas.
Ahora, se le ofrece una tercera posibilidad –abandonar el mundo real que se ha convertido en un ámbito indeseable, violento, oscuro, y penetrar en algún Metaverso, en una virtualidad que le satisfaga, pero incluso si fuera posible construir un Metaverso, al final la consciencia nos mostraría su irrealidad y volveríamos al suicidio, a las drogas, a un Metaverso dentro del Metaverso, del que de nuevo despertaríamos avisados por la consciencia. El hombre tiene solamente dos opciones: la auto-destrucción o la conexión con la transcendencia, con la comprensión existencial transportada por el relato profético.
Pero ¿acaso se puede evitar que las mariposas de la noche se arrojen al fuego?