El susurro del mal siempre nos asalta por la derecha.

Todo llegaba paso a paso, como un fantasma que anduviera de puntillas, sigilosamente, sin hacer ruido, sin generar rechazo. Todo era por nuestro bien, para que viviéramos mejor, para que fuéramos más felices.

Después resultó que aquellas novedades no eran, sino maniobras, experimentos de control de masas. Mas el concepto masa habría que entenderlo desde la más absoluta relatividad –para cada individuo el resto de los hombres son masa, un bulto amorfo que se detiene frente a un semáforo, luego cruza y desaparece. En cambio, yo soy la referencia que se sitúa fuera de la masa, que la observa y que, a veces, interactúa con ella. Por lo tanto, quien ignora a la masa o, simplemente, pretende manipularla, lo hace desde su relatividad –su yo no es el centro alrededor del cual gira la masa en cuanto que algo inferior, meros peones que sacrificar siempre que lo exija mi bienestar.

Cada hombre es un bloque existencial único y separado del resto de los elementos de la creación –hay relación, pero no hay fusión. Cada individuo ha sido diseñado de forma que no pueda haber otro igual a él, y se le ha asignado su carácter, siempre afinado con su destino.

Englobar a todas estas entidades únicas, superiores, en el término masa, significa menospreciar, por ignorancia o altivez, la obra culmen del Creador.

Mas es cierto que el hombre en su perfección es débil, vanidoso, discutidor. Es fácil engañarle, engatusarle con pueriles promesas. Y ello, porque en su perfección, la masa no maquina ni piensa que los otros, su relativa masa, lo haga. No imagina que el mal tenga un plan y sólo cree en la inmediatez, lo cual le lleva a desestimar las consecuencias de los imperceptibles cambios que se van infiltrando en las sociedades humanas.

A cada cambio que se introduce, la masa, los individuos únicos y superiores, pierden control sobre sus actos y se estrecha el camino, reduciéndose drásticamente las opciones existenciales.

¿Qué le queda hoy al hombre? Le dijeron que Dios había muerto o que, simplemente, nunca había existido. Le aconsejaron la rebeldía como la mejor forma de ser libre, le aconsejaron la desobediencia, la demolición de la familia y de cualquier forma de autoridad. Desnudaron a sus hijas y afeminaron a sus hijos, y ahora les han prohibido dirigirse a ellos utilizando los pronombres personales hasta que tengan 18 años. Pueden abortar sin su permiso, prostituirse… sin que puedan hacer nada por cambiar el rumbo del barco que va a la deriva mientras en cubierta celebran la buena marcha de los asuntos, antes de tirarse por la borda.

Todo era en aras de la libertad, y ahora estamos enmascarados, confinados, distanciados e inmovilizados. Todo, pues, ha sido un engaño, un astuto susurro del mal. De un astuto mal que siempre nos asegura que el mal que nos susurra es lo mejor para nosotros.

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