El mundo quizás no gira y alguien se ha dado cuenta de ello y se ha puesto a escuchar el silencio que persiste en el universo, a sentir la inmovilidad, a reducir la historia a la búsqueda del sentido de la vida. Una historia, pues, sin filosofía, sin ideologías… sin futuro, sin progreso.
En ese preciso instante, resultarían irrelevantes y patéticas las noticias. Este es ese instante, hemos llegado al silencio, a la inmovilidad, al absurdo de seguir contando mentiras. Ya son más de uno los que escuchan ese silencio, el silencio de la inmovilidad, el silencio de cuando ya no se escuchan noticias, análisis políticos, reflexiones… El silencio de cuando se espera a que lo opcional se convierta en obligatorio.
¿De qué se puede seguir hablando? La gran noticia es que la vida se desarrolla en un programa –un simulacro activado por alguna entidad todavía desconocida o por alguna característica de la materia aún por descubrir. Hay indicios de que todo es un juego de ordenador. Y estos indicios van unidos a nuevas expectativas espaciales –se han detectados puntos galácticos nunca antes vistos que podrían explicar cómo se formó el universo. Si bien, no parece que estos puntos vayan a explicar para qué se formó. Eso quizás sí sería una noticia relevante, la noticia que podría detener el mundo, inmovilizarlo, silenciarlo.
¡Hay tanto que decir! ¡Tanto de lo que hablar! Pero el soporte de las noticias se ha podrido, se ha descompuesto y solo llegan chismes, informaciones que se vuelven contra ellas mismas a base de transportar incongruencias, necedades y contradicciones. Si al menos hubiera belleza en las formas, ritmo literario, virtuosismo… Si… quizás una estética sublime podría hacernos olvidar que estamos en el punto de inicio, de un eterno reinicio, con los mismos interrogantes, con las mismas inquietantes ausencias, con el mismo silencio, con la misma inmovilidad.
¿Qué mira la gente en sus móviles con tanta curiosidad y concentración? Nada, en las pantallas no hay nada. Sostienen su celular en la mano y sienten su peso, la resbaladiza superficie de la carcasa tan agradable de acariciar –ninguna piel es tan suave, ninguna mente es tan silenciosa, tan condescendiente.
Hay individuos, sin embargo, poseídos por la cultura de los genios que frecuentan tugurios en los que no hay silencio ni inmovilidad, sino agitación convulsiva, música estridente, bebidas excitantes y drogas. Es la cultura del nerviosismo, de la conmoción. No podemos llamarlo catarsis, sino autodestrucción, manipulación de las fuerzas internas del hombre por entidades de fuego, por genios, por yins.
Después de aquellas danzas diabólicas llega la calma, los tatuajes, las perforaciones. Son las únicas noticias que circulan entre las pantallas, lo más relevante de la historia de los pueblos, de la cultura yínica.
Un mundo sin noticias es un mundo yínico, nervioso… un mundo de poseídos que danzan tatuados y perforados al ritmo tecnológico del fuego, de los yins.
Ahora el aquelarre es vírico, inyecciones de ARNm que circulan por nuestros fluidos hasta llegar a las células y penetrar en ellas, en el ADN y transformarlo para cambiar la configuración genética de los seres humanos y modificarnos hasta parecernos a los genios, a los yins, al nerviosismo del fuego.