El extravío lejano significa que la vuelta es imposible. Hemos perdido el camino, las referencias que podían darnos una pista sobre qué ruta seguir. No sabemos leer el mapa celeste; no entendemos la posición de las estrellas y nos encontramos en medio del océano, de una selva, o de un bosque de intrincada geografía. Los puntos cardinales han dejado de tener sentido. ¿Qué puede significar ir al norte o al sur si ni siquiera sabemos a dónde queremos ir? Estar perdido es no tener un punto de llegada.
En esta posición, perdido, se encuentra el hombre de hoy. Un hombre intoxicado por las drogas, por la negligencia, por las noticias que recibe, por la gran mentira en la que vive inmerso. Una mentira que cubre todos los aspectos de la vida y encubre una realidad desvirtuada y deformada por los efectos de la intoxicación general, que empieza en la escuela y sigue y se refuerza en los medios.
El hecho de que se haya dado a la muerte de Felipe la extraordinaria cobertura que se le ha dado, tanto en el Reino Unido como fuera de él, indica que volvemos a los tiempos del imperio británico, volvemos a una sociedad constituida por dos grupos irreconciliables –la realeza, las elites… y la plebe, el populacho. Esta división es la que siempre ha persistido de forma clara, unas veces, y encubierta otras. No olvidemos que las monarquías persisten en casi toda Europa –UK, España, Dinamarca, Suecia. Otros países, como Francia, se camuflan en una república palaciega.
Esta vez, sin embargo, la dominación se instaurará a través de un paternalismo hipócrita apoyado en el bienestar y la democracia. El bienestar se limita a tomar copas el fin de semana y a 15 días de veraneo al año. El resto del tiempo lo pasamos en el suplicio de tener que pagar los créditos, las facturas de luz y agua, de teléfono, las clases particulares de los niños, las cuotas de esto y de aquello, hasta que el estrés se manifiesta en alguna enfermedad incurable, crónica, que arruina lo poco que quedaba de nuestra vida. Por otra parte, la democracia es un juego diabólico que permite que las elites gobiernen sin la menor interferencia de la gente. El simple voto les capacita para generar las leyes que les protegen, les enriquecen y les permiten modificar la escala de valores a su gusto –tienen a su disposición todo el aparato propagandístico de los medios, la policía y el ejército. Los que están cerrando nuestros negocios, enmascarándonos, confinándonos, demoliéndonos, lo hacen con nuestro beneplácito, somos nosotros quienes los hemos colocado en el poder, hemos elegido a uno cualquiera de la familia política, a uno de los partidos que conforman la dictadura democrática y, de esta forma, les hemos otorgado un cheque en blanco para dominarnos y explotarnos… por nuestro bien.
En el siglo XX, ciertas elites fueron advertidas por los genios, por los yins, entidades de fuego como nosotros lo somos de barro, de algo como la electrónica y sus numerosas aplicaciones a la industria, el armamento… y el control de masas. Y había más, algo todavía más “revolucionario” –la informática. Con estos elementos, una vez desarrollados, el dominio podría ser absoluto, sin necesidad de derramar sangre o de utilizar el látigo.
Todo empezó con las huellas dactilares, con su detección. La escena del crimen era ahora mucho más clara. Los delincuentes tenían sus días contados. Pero desde entonces no ha dejado de crecer la inseguridad ciudadana, los asesinatos, los robos, las violaciones… Y llegamos a la lectura facial con la misma retórica de las huellas dactilares –seguridad y eficacia contra el crimen. Pero el crimen continúa creciendo y cada vez las ciudades occidentales son más peligrosas. Y cada vez más control, más impuestos, más intromisión, más pobreza.
Estamos de vuelta, de reinicio, saturados de informaciones que chocan unas con otras, pero que auguran una nueva fase del imperio británico, un mundo exclusivo para las elites y el encarcelamiento domiciliario para el resto.