Es preferible follar a fabricar filosofía

Con estas perturbadoras palabras explicaba B. Russell por qué había abandonado la filosofía a los 40 años. Le pareció el follar más gratificante, más útil y menos abrumador. Estamos de acuerdo con Russell, pues no se puede entender la homosexualidad y el suicido de Foucault, la persistente drogadicción de Huxley, la pedofilia de Sartre, el salto al vacío de G. Deleuze desde su buhardilla de París… sin entender el verdadero significado de la confesión de Russell –no se tarda mucho en descubrir que la filosofía no es, sino un conjunto de entelequias que no convencen ni siquiera a sus fabricadores. Se puede mentir en los libros, mas no en la vida.

Estos fueron los arquitectos de la Europa de post-guerra. Arquitectos inexpertos, borrachos, drogadictos, psicópatas, pedófilos, homosexuales y sifilíticos, que no dudaron en construir su edificio filosófico, político y cultural sobre cimientos de arena. Ahora, ese edificio ha terminado de colapsar, pero nadie parece preocupado. El grado de ignorancia y apatía es tal, que las ruinas se han convertido en un museo de arte contemporáneo.

Lo único que interesa es la última muestra de libertinaje, del –prohibido prohibir de Foucault, sin entender que es esa máxima la que permite las violaciones, el abuso sexual contra menores, las fantasías mortales, el crimen, el suicidio, la drogadicción…

El panorama no puede ser más estrambótico. Se parece a un cuento de Georges Bataille –Foucault metiéndole mano a un crio en un baño público; Sartre follándose a una de sus alumnas de 16 años ante la atenta mirada de S. d Beauvoir; Gilles Deleuze saltando por la ventana… Todos ellos víctimas del espejismo filosófico proyectado por Nietzsche. Una filosofía que promovía el absurdo de aceptar con exultante satisfacción una vida carente de sentido y de finalidad. El héroe, el Sísifo complacido y feliz con su tormento, el sano ateísmo… mientras Nietzsche moría bajo el sufrimiento que le provocaba la sífilis. O quizás no fuese la sífilis el factor más preocupante de su padecimiento. Quizás fuese el absurdo de subir y bajar cada día la piedra de Sísifo.

¿Qué clase de filósofos son estos que ante la imposibilidad de entender la existencia desde el ateísmo, desde la depravación moral y la inconsistencia racional, deciden sublimar su fracaso filosófico y vital enarbolando la bandera del absurdo, del sinsentido, como el culmen de la grandeza humana?

¿Puede ser esa la grandeza humana –el suicidio, la homosexualidad, la pedofilia, la drogadicción, el alcoholismo, la constante contradicción entre la teoría y la praxis…?

Sin duda que todas estas “cualidades” representan lo más bajo de la condición humana. Mas de esta forma se ha ido configurando el nuevo panteón de los dioses sifilíticos.

Nietzsche se atrevió a mencionar la muerte de Dios, mientras la fiebre le consumía. Mas lo importante es que se había dado el paso. Ahora, bastaba con que la gente se fuera acostumbrando al cambio de turno, a la orfandad metafísica. El siguiente paso, dada la incompetencia de los filósofos para construir una verdadera alternativa a la divinidad, lo dieron los científicos, los biólogos y los astrofísicos. Parecían no tener límite sus asombrosos descubrimientos. Todas las fórmulas, empero, dieron error. Los media hacían su trabajo de encubrir el fracaso de los científicos –no había forma de explicar el surgimiento de la vida ni el del universo. Las teorías, como en un fuego cruzado, se abatían unas a otras.

También estos dioses han muerto, y ahora son los payasos de la alta-tech los que están diseñando la siguiente puesta en escena: “¡Eh chicos! Tranquilos. Dejad los opioides y el revolver en algún cajón. Tenemos la tecnología de la tele-transportación, un truco, pero funciona –se trata de unas gafas inteligentes que aseguran nuestra presencia virtual en cualquier lugar del mundo.” Esta sí que es la pop philosophy, no la que imaginaba Deleuze.

Ya no se trata de asumir el absurdo como la más sublime coartada existencial, pues todos han visto a donde lleva. Se trata de bucear en mundos virtuales, en la más absoluta enajenación mental, en el más absoluto olvido. Vida y muerte desaparecen del horizonte y solo quedan sofisticados juegos de ordenador.

Qué no habrían dado estos filósofos por tener a su disposición las gafas mágicas de Zuckerberg. La promiscuidad no les trajo, sino la humillante y dolorosa muerte que traen consigo las enfermedades venéreas. O el suicidio, o la depresión.

Así terminaba el ciclo del sexo –con un escandaloso fracaso existencial camuflado en una propagandística y estética pose, que todavía sirve hoy para justificar el ateísmo.

En Estados Unidos, en cambio, la filosofía llevaba faldas y traía, como no, un mensaje político y económico más que existencial o religioso. Ayn Rand, una judía rusa, llegaba a los Estados Unidos en 1926 con 21 años recién cumplidos. En su bolso de viaje traía una bomba de relojería tan potente como la de los filósofos europeos –sexo libre y egoísmo. No en vano leíamos hace poco un artículo que recuperaba el Sísifo de Albert Camus, el absurdo trabajo del héroe caído, como la solución al absurdo. Una solución que podríamos calificar de homeopática –similia similibus curantur (lo similar cura lo similar). Solo que en la filosofía no funciona como en la medicina. Se trata, más bien, del efecto placebo –nos cura en un primer momento y luego vuelven los síntomas con más agresividad.

Ayn Rand logró convencer a intelectuales, políticos y empresarios de que eran los héroes de sus sociedades, siempre y cuando su realización personal, sus logros intelectuales, políticos y empresariales no estuviesen empañados por consideraciones humanistas o solidarias. Un hombre solo puede desarrollarse plenamente a través del egoísmo, de adorarse a sí mismo. Sin embargo, su concepto de libertad e individualismo exacerbado se estrelló contra su propio rostro cuando su amante, Nathaniel Branden, comenzó a satisfacer su egoísmo sexual con otras mujeres –más jóvenes y bellas que ella.

Al igual que los filósofos europeos de los 60 y 70, Ayn Rand pudo comprobar en sus propias carnes que en la vida de este mundo todo es efímero, perecedero, inconsistente… y sobre todo el sexo, los placeres, la riqueza material… el hedonismo.

Ayn Rand murió amargada y abandonada por sus más fieles discípulos, como el propio Nathaniel Branden, como Foucault, Russell o Deleuze.

El absurdo no se cura con más absurdo, sino con una clara imagen de la realidad transcendental. Puede haber una cierta estética en el suicidio y en el fracaso, pero solo si ambos resultados fueran inevitables, solo si fueran el final de un mundo sin sentido, arbitrario, surgido de una concatenación de infinitas casualidades.

Mas si ese no fuera el caso, todo se reduciría entonces a un degradante infantilismo, a una pobreza intelectual, a un muro infranqueable para la razón humana.

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