Es posible que ocurra algo así, que volvamos a la idolatría de forma oficial. Ya ocurrió hace miles de años, cuando el profeta Musa salió de Misr con los Banu Israil y se separaron las aguas, de alguna forma ocurrió, dejando atrás a las fuerzas de seguridad de Faraón. Pero todas esas señales, esos prodigios, que claramente mostraban que Allah el Altísimo estaba con Su profeta y con ellos mismos, no sirvieron para evitar que este pueblo quedará fascinado por los ídolos que había fabricado una gente con la que se encontraron en su huida. Musa no lograba salir de su asombro –ningún pueblo había visto con sus propios ojos manifestarse de esa forma el poder de Allah. Sin embargo, ellos anhelaban otras religiones y otros dioses, dioses de barro, de piedra, de madera… dioses mudos y sordos ante los que pudieran jactarse de los más abominables vicios. Dioses para festejar fiestas paganas, dioses decorativos, vistosos, siempre en armonía con los caprichos de sus adoradores.
Podría ser, podría ocurrir de nuevo. Se podría llamar “el Módulo Viviente”. Una parte de la materia, aún no descubierta, habría originado elementos orgánicos capaces de generar vida. En esa interacción entre el Módulo y las nuevas células, se iría generando una consciencia que proyectaría deseos, voluntad… magnificencia, hasta convertirse en un dios. Nadie haría preguntas, nadie echaría de menos una teología coherente. Ya ocurrió con la astrología –se asimiló y se propagó sin preguntas, sin dudas. Nada les parecía más lógico a sus seguidores que el hecho de que aquella enfermedad que acabó con la vida de miles de personas se debería a la trágica conjunción de Venus con Marte. Si hubiera estado la estrella Siro un poco más cerca, no habría ocurrido aquel desastre. Inútil tratar de explicarles que esa conjunción, de darse, generaría menos energía que una central eléctrica. Quizás, pero Marte no habla, Venus no legisla, Siro no vigila.
¿Para qué entonces queremos dioses que ni dañan ni benefician, dioses que no guían, que no enseñan al hombre lo que no sabe?
Mas ¿cuánto tiempo puede durar una religión sin transcendencia o con elementos perturbadores para la lógica y las capacidades cognitivas del hombre? En el texto coránico se nos anuncia que el hombre ha sido creado en el mejor de los moldes. Después, la gran mayoría, se ha degradado, olvidando la respuesta que le dieron a su Señor cuando Éste les preguntó: “¿Acaso no soy Yo vuestro Señor?” Y todos contestaron: “En verdad que lo eres.” Aquel diálogo extra-existencial nos comprometió a mantener delante de nosotros aquella imagen, aquel escenario, aquellas palabras. Mas ¡Quién se acuerda de todo aquello! Ni siquiera recordamos lo que ocurrió en el mundo hace una semana, hace tres días, ayer… hoy.
Vivimos al son de la cultura, de los acontecimientos culturales, de la diversidad cultural, de los valores culturales, siempre cambiantes, siempre contradictorios. Hemos olvidado el origen. También los astrofísicos y los biólogos lo han olvidado, y andan especulando sobre si fue un big bang el que dio origen al universo, o si fue una bacteria intergaláctica la que trajo la vida a la Tierra. Mas si ese fue el caso, ¿cómo se configuraron seres inteligentes, seres conscientes, a partir de ese diminuto ente biológico? A través de un proceso evolutivo, contestan. Pero ¿quién o qué desearía evolucionar? ¿Qué pudo inducir a esa célula extraterrestre a convertirse en una flor y luego en una sanguijuela para acabar observando una célula en un microscopio? ¡Qué extraña secuencia! Qué extraña resulta la evolución cuando se separa de la voluntad de un Agente, de un Diseñador.
Ahora, un científico chino nos propone un universo neuronal, una red de neuronas, de nudos interconectados. De ser cierto, no sabemos cómo esa realidad podría influir en los planes de ciertas empresas norteamericanas de fabricar hoteles interestelares. No sabemos cómo ni dónde se podrían instalar esas construcciones. Pero quizás sea un cuento chino.
Podría ser, pero no deja de ser inquietante que a estas alturas se nos hable, seriamente, de un universo neurológico. ¿Y las galaxias? ¿Y los agujeros negros? ¿Todo ello colgado en la red neuronal?
Le viene grande al hombre la tarea de explicar los orígenes, pues ya han dado la vuelta mil veces a lo mismo y no han encontrado un solo cabo del que tirar. Y vuelta a las bases en Marte y en la Luna; y vuelta a las expediciones espaciales; y vuelta a explotar tres cohetes que habían alcanzado la altura de 10 kilómetros.
Nuevas religiones y nuevos dioses. No durarán mucho, pues carecen de un libro iluminador.