Es un nuevo término que han acuñado Hollywood y los medios de comunicación para hacer entender a la gente que todo lo que hacen los gobiernos y sus miles de agencias e instituciones, organismos… desparramados por el territorio nacional, es por su bien, aunque a veces, como en el caso de la gangrena, haya que cortar una pierna para salvar el cuerpo.
Antes, nos habíamos acostumbrado a la expresión: “Razón de Estado”, una locución maquiavélica acuñada por el propio Maquiavelo cuando todavía no existía, como es de suponer, el epíteto “maquiavélico”.
Esta expresión adolecía de un cierto esoterismo y gravedad, pues nadie sabía entonces lo que pudiera significar “estado” y, aún menos, su razón. Mas todos entendían que “el poder”, en cualquiera de sus formas, tenía la potestad suficiente como para hacer lo que bien le viniera en gana sin tener que dar cuentas a nadie. No obstante, la ambigüedad latente, y no solo el esoterismo, hacía crecer la sospecha de que, aunque hiciese referencia a actos legales, sus consecuencias eran ilícitas. Parecía dar un poder ilimitado a ese Estado inaprehensible, que ya igualaba a Dios en cuanto a poder y aun le superaba en prestigio. La “Razón de Estado” podía convertirse en una treta inaceptable para el pueblo.
Quizás por ello, comenzaron a sustituirla por esta otra, mucho más humilde, conciliadora y popular –“Por el bien de la gente”, For the Public good, como decía el jefe del estado de Norteamérica en la película Atlas Shrugged, mientras brindaba por el nuevo orden mundial. Frente a su maldad absoluta, esas palabras le conferían un cierto halo de inocencia, de credibilidad, incluso.
También de un alto grado de absolutismo era la locución que utilizaban los romanos para zanjar cualquier disputa política –“Roma ha hablado”, Roma locuta est.
Se trata, en definitiva, de poner el punto y separar al estado, al poder, de la plebe. Sin embargo, a las masacres ciudadanas de las revoluciones, se impone ahora el diálogo que, en vez de besugos, podríamos definir como de mudos –alea iacta est. Punto. Por el bien de la gente, de la ciudadanía, del pueblo. ¿Puede alguien discrepar, rebelarse… cuando lo que está en juego es el bien común? ¿Puede este bien común doblegarse ante la barbarie individualista?
El argumento parece sólido, difícil de rebatir, pues todo el mundo quiere el bien para el mundo, y el mundo y su bien deben estar por encima del individualismo egoísta y caprichoso. Sin embargo, algún límite deberá tener este bien común –por ejemplo, no podrá escandalizar a la lógica, a la racionalidad, a la experiencia general. Podrá, pues cuando deja de funcionar, se vuelve a la razón de estado, al alea iacta est, al punto.
Y si eso no bastase, pues el hombre es discutidor por naturaleza, ahí están las fuerzas de seguridad del “estado” dispuestas a mantener el orden, el punto.
Esta forma de proceder, histórica, la estamos viendo implementarse en el caso de la pandemia. La táctica es siempre la misma –hacerse los sordos. Hay cientos de médicos, virólogos, biólogos, especialistas, expertos… que han declarado abiertamente la inutilidad de las mascarillas, las negativas consecuencias de mantener los confinamientos, pues Covid no es un peligro, no más que cualquier gripe. Sin embargo, nadie les escucha, nadie se reúne con ellos. Incluso se les impide hablar públicamente, se les encarcela, alea iacta est. ¿Y qué suerte es la que se ha echado? No es nuestro asunto. Es demasiado complicado para nosotros. Para eso, para hacer frente a estas complejas situaciones, están ellos.
Adivinamos, no obstante, que hay un plan secreto detrás de estas desmesuradas exageraciones pandémicas –teorías de la conspiración. El último hallazgo de los semánticos para apoyar al punto.
¿Qué nos queda entonces? La lógica no cuenta, la racionalidad puede no ser científica en casos víricos, no hay debates, la gente se rebela contra la lógica y la racionalidad de los gobiernos, de la OMS, de Maquiavelo… Tenemos el título de esta película de terror: Killing them softly. Es lo único que tenemos.