La cárcel ha abierto sus puertas y hay prisioneros que se quedan y otros que se van. Es su última elección. Ya no habrá más. No se volverán a abrir los portones y se terminará el muro de contención que faltaba para cerrar completamente el recinto penitenciario. Cada uno alega tener sus razones. Si bien todo parece indicar que los que se han quedado nunca habían sido libres. Vivían encerrados en alguna psicosis sin atreverse a salir a campo abierto. Siempre había algo que les atemorizaba. No tenían ninguna razón para vivir, pero detestaban la muerte como el final, como un final que anulaba cualquier sentido que pudiera darse a la existencia. Era mejor no morir, evitar riesgos, resguardarse, protegerse, llevar una dieta equilibrada, huir de los excesos, hacer gimnasia… y decidieron quedarse. Les pareció que la cárcel era un lugar más seguro que el mundo exterior. ¡Para qué salir! ¿Para conocer el amor? ¿Para ir de una desilusión a otra? Estas son sus alegaciones.
Fuera está la controversia, las conspiraciones, las noticias que lo embarullan todo y te hacen creer que el fuego es agua y el agua es fuego. Acabas abrasándote y ni siquiera te das cuenta de que te habías lanzado a una gigantesca hoguera. Fuera están los conflictos alentados por el subjetivismo humano. ¿Para qué entonces discutir, estudiar, investigar…? Todo es subjetivo, relativo, aproximado… Nunca terminas de cerrar el círculo. No tiene sentido perder el tiempo enseñando, ¿enseñando qué? ¿Una continua sucesión de errores, fórmulas incompletas, ecuaciones que no han tenido en cuenta este u otro factor?
Los hay que vuelven a la cárcel. Estos son los peores. ¡Un momento! Estamos vivos. Empecemos por ahí. No mezclemos el misterio con la rutina diaria. No saltemos las fases que no nos gustan o nos resultan demasiado perturbadoras como para detenernos en ellas. Los libros de biología no te enseñan biología, sino una visión deformada de la realidad. Imagínate una célula. Algo tan complejo que el cerebro humano no logra desentrañar. Y este hecho, inquietante, no les produce a los biólogos ningún asombro. Cuando hablan de las mitocondrias, e incluso de los aminoácidos, utilizan conceptos antropomórficos para explicar sus funciones o los posibles escenarios de hace millones de años –quisieron, probaron, decidieron… Tampoco les asombra este tipo de lenguaje.
Debemos dudar, no como Descartes, pues en su caso se trató de una puesta en escena, sino como los Rig Vedas (en el principio todo era oscuridad y en la oscuridad se reunieron las aguas… o quizás no se reunieron). Bendita duda. O como al-Ghazali, quien llegó a enfermar a causa de la duda absoluta en la que quedó envuelto, pues la duda es como el cáncer –si no la resuelves, termina matándote. Al-Ghazali la resolvió, pero los Rig Veda prefirieron ahondar en la ambigüedad.
Así, pues, debemos dudar de la ciencia, de la tecnología, de las interpretaciones de la historia y, sobre todo, de las noticias, que van creando quistes en los que quedamos atrapados. Son cárceles secundarias que se hacen pasar por análisis objetivos de la realidad.
Las noticias, largamente preparadas, se han convertido en las armas más eficaces y baratas del mercado. Tres noticias en tres medios diferentes con “prestigio” bastan para generar nuevos valores y opiniones –simplemente eso.
Nadie se atreve a hablar abiertamente sobre el atentado de Viena –un atentado que, como todos los que se producen en Europa, funciona a tres niveles. En el primer nivel se establece la duda –algo que los medios y la propia policía alientan. No se sabe lo que pasó, cuántos eran, quiénes, cuántos murieron… La duda se va haciendo cada vez más ambigua –eran cuatro los terroristas, dos, siete, uno… dos muertos, cuatro, uno de los muertos era el atacante o uno de los atacantes, según en qué punto de la duda estemos. En medio de esta confusión se echa algo más de leña al fuego, que parecía agua, y la policía da un comunicado en el que anuncia que, el resto de los atacantes, que nunca existieron, han huido y se dirigen a Suiza. Es el momento de pasar al nivel dos –se despeja la duda, se atan cabos, noticias… y aparecen los servicios secretos X, los mismos de siempre, como los verdaderos atacantes o perpetradores del plan de ataque o quizás no ha habido ataque ni muertos… Vuelta a los Rig Veda.
No obstante, y dado que la noticia en sí merece un análisis, pasamos al nivel tres –aceptamos, en aras de la reflexión, que el asunto tuvo lugar y que varios, o uno, terroristas asesinó a varios transeúntes –cuesta tragarse el bocado, pero lo aceptamos como hipótesis de trabajo. Ahora debemos unir esta noticia con las que anunciaban la decapitación de un profesor judío (Samuel) en Francia y un ataque en una iglesia de Niza con, al menos, tres muertos. También en estas noticias hemos pasado por los tres niveles con el mismo resultado.
Así, pues, nos encontramos en el nivel tres como una excusa para reflexionar sobre Macron y los 4 días que le quedan para mal gobernar Francia, la libertad de expresión y el derecho de los musulmanes a defender el honor del Profeta Muhammad, enviado a toda la humanidad.
Hicieron bien los judíos, Samuel, en aislar la profecía como un fenómeno del pasado y propiciar que el cristianismo cerrara ese molesto sistema y declarase que “Dios es Cristo”. Y en verdad que la armaron. Corrieron ríos de sangre, pues aquel nivel tres no había quien se lo tragase. Ni siquiera la gente, los obispos arrianos, aceptó un nivel dos. Era un asalto a la razón, a la coherencia y a la propia transmisión profética –que hablaba del Mesías y del Profeta (Juan 1).
De esta forma se evitó que Macron, y su laicismo, cayera en la cuenta de que Muhammad también era su Profeta, y el de los franceses, y el de Samuel… el de toda la humanidad. En este caso, no se habrían permitido las caricaturas, no habría muerto decapitado Samuel ni los transeúntes de Niza y Viena. Una curiosa cadena de causas y efectos. Una cadena que habría eliminado el imprudente subjetivismo humano.
No obstante, nos habíamos quedado en el nivel dos. Lo demás, eran meras hipótesis de trabajo.