El pacifismo, cuartada del belicismo

Ya en el Mayo del 68 aparecían pintadas que nada tenían que ver con un movimiento que proponía derrumbar al sistema y… no había, por supuesto, un plan para el día después. Mas se trataba, a pesar de todo, de un movimiento belicista, pues, tras un periodo inevitable de diálogo, ofertas, compromisos… llegaría el día de coger las armas, ya que, aunque todos hablan de paz y hermandad, al final son las espadas las que tienen que dirimir los asuntos.

En un muro del viejo París apareció un día una sugestiva pintada que hizo sonreír a más de uno:

¡Hagamos el amor y no la guerra!

También a Charles de Gaulle le debió parecer sugerente la pintada, si bien los tanques estaban listos para salir a la calle y barrer a las primeras líneas de manifestantes. No hizo falta –aquellos maniquís revolucionarios tenían otros planes. Todo había sido una broma y Daniel Cohn Bendit había logrado, con un puñado de sugerentes pintadas, que toda una generación perdiera el norte y luego se afiliara a partidos políticos, buscara trabajo en multinacionales con devastadores planes de expansión por el “tercer mundo” o, simplemente, metiera la nariz en el mundo financiero –la generación de Macron es la heredera directa de esta debacle ideológica. Aunque no para todos fue desastrosa –ahí tenemos a F. González disfrutando de un socialismo capitalista anti-revolucionario e introduciendo la fórmula anglosajona “nadar o hundirse”. Lo que Felipe no nos dijo es que “nadar” significaba masacrar y piratear por los cuatro mares, y, claro está, nos hundimos. Como buen caníbal, acabó por devorarse a sí mismo y nos dejó un país muy lindo con una deuda impagable. Sus sucesores hicieron el resto. España era un país imposible con grandes potencialidades, así que se pusieron manos a la obra, que no fue otra obra que la de saquear el país. Y a todos les pareció bien, ¿pues no es mejor hacer el amor que liarse a tiros? ¡Que inventen ellos! Y Unamuno se quedó sin el premio nobel de literatura. Y España perdió Cuba y, más tarde, recordó que todo había empezado con la inoportuna reconquista, teniendo en cuenta, sobre todo, lo bien que nos iba con la llegada desde Oriente de los musulmanes árabes, portadores de una milenaria sabiduría que pronto convertiría a Córdoba en el centro universal del conocimiento. A los judíos no les gustó aquel pase de rueda que los dejaba en la estacada, por no decir en el más deprimente ridículo, sin enterarse de las fórmulas que los árabes manejaban con envidiable soltura. Los sabios viajaban del Al-Ándalus a Damasco, Bagdad o El Cairo, visitando bibliotecas y escuchando las disertaciones de los hombres más sabios de la Tierra. Sin duda que fueron momentos gloriosos, inolvidables… tan sólo mancillados por la sombra que proyectaba la cruz de los cruzados y de los fanáticos trinitarios. No quisieron escuchar. Hablaban de hacer el amor, pero hicieron la guerra, una guerra que sólo benefició a nuestros enemigos, a los que ahora son nuestros aliados, a los que quemaron vivo a Miguel Servet, a los que siguen proyectando una imagen mediocre de España porque no pueden olvidar que este país lideró el mundo durante siglos y dio a conocer al “otro”, al que se escondía entre dos océanos.

Son tiempos que ya no volverán, y no sentimos nostalgia por ello, pues es bueno que las cosas pasen, que los acontecimientos se atropellen unos a otros en su inevitable inercia –no podemos quedarnos para siempre en la niñez.

Ahora Macron y sus franceses están conmocionados por la decapitación del profesor Samuel Paty, que bien podría pasar a la historia junto a Luis XVI y su amada esposa María Antonieta, todos ellos decapitados por un quítame allá esas pajas, por una diferencia de opiniones que bien se podía haber resuelto haciendo el amor –no sabemos si Patty habría aceptado, aunque si bien se mira, si hay libertad de expresión, bien puede haber libertad sexual que nos evite ir a la guerra o decapitar a uno de nuestros semejantes. Pero, seguramente, Macron se acuerda del desliz revolucionario de sus padres y ha optado por ir a la guerra, ya que el sexo hace tiempo que no le reporta la menor satisfacción, y el Islam siempre será el enemigo número uno de Occidente, la verdad, la hermandad, la libertad.

Dicen los polacos cada vez que sufren un atropello, una invasión, una repartición de su territorio:

No habrá justicia hasta que los caballos otomanos no vuelvan a beber del Vístula

Es la nostalgia de un tiempo mejor, de un tiempo que nunca debió pasar, alejarse de nuestras vidas. La barbarie más recalcitrante ha vuelto a apoderarse del mundo. Está decapitando a millones de musulmanes cada día; está decapitando a sus propios profesores.

¡Hagamos el amor y no la guerra! Mientras no cesa de caer la guillotina sobre nuestras cabezas.

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