sondas.blog, 1 de Junio de 2020.
Parece el ultimo fotograma antes del apocalipsis; el último desgarro. Nada hay más perturbador que la incongruencia cuando se convierte en la base lógica de una sociedad. Mientras el dirigente estadounidense mira aburrido la puesta en escena sideral tras un mensaje en el más puro estilo de la oratoria de Goebbel, media Norteamérica está en llamas. No se trata de un incendio forestal, sino de un fuego que lleva 300 años abrasando las raíces mismas de una nación usurpadora, esclavista e ignorante.
Cuando la casa está en llamas, es mejor salir al espacio exterior, cambiar de planeta, de galaxia, atravesar la materia oscura, caer, quizás, en un agujero negro ¿o deberíamos llamarlo “de color” o “afro-americano” o “no caucásico”? Talvez lo más correcto políticamente hablando sea denominarlo “agujero no blanco” y que cada uno imagine el color que quiera.
Donald calificó este viaje, de apenas 400 kilómetros, de hazaña histórica. Goebbel lo habría expresado de otra forma: “Hemos vuelto”; y Groucho Marx habría disimulado todavía más: “Estábamos descansando” –el viaje a la Luna nos dejó exhaustos.
Todos saben que estamos atrapados en una pecera relativamente pequeña en la que, todavía, millones de seres humanos no tienen derecho al oxígeno del agua en la que nadamos; son peces en asfixia constante, como George Floyd. Solo que ahora, el agua ha comenzado a arder y a desbordarse, y la única solución que han encontrado los dirigentes blancos, como siempre, ha sido la de mandar a sus viciosos perros armados con ominosas armas –es la incongruente lógica de Occidente.
No sabemos qué pasará mañana ni dentro de una semana. Muy probablemente el Dragón llegue con bien a la EEI y deposite a dos astronautas en aquel habitáculo, con un coste superior a los 3 billones de dólares; un viaje que ha cubierto una distancia menor que la que separa a Madrid de Barcelona. También es posible que el fuego se extienda a Europa –ya ha llegado a Berlín y Londres, pero aún quedan muchas ciudades por arder. No obstante, hace falta análisis y establecer estrategias, como muy bien ha sugerido el rapero Killer Mike; pero, tras repetirlo varias veces, ha confesado que no tiene ni análisis ni estrategias; es decir, un consejo imposible de seguir, un sospechoso consejo.
Nadie tiene estrategias ni objetivos,
y el deep state lo sabe…
Nadie tiene estrategias ni objetivos, y el deep state lo sabe y deja que la sangre corra –ya construirán después algún monumento a los caídos, como hicieron con la matanza de Elaine:
La violencia estalló la noche del 30 de septiembre de 1919, cuando campesinos negros se reunieron en una pequeña iglesia de Hoop Spur, a unos 4 kilómetros de Elaine. Los campesinos querían mejoras salariales y un mejor trato y estaban hablando con sindicalistas cuando llegaron un policía y un guardia de los ferrocarriles.
Se produjo una pelea y hubo disparos. El guardia murió y el policía resultó herido.
Los blancos, ya molestos porque los negros se estaban organizando, estallaron y durante varios días turbas de la zona y de localidades y estados vecinos se dedicaron a linchar a la población negra.
Más de 200 hombres, mujeres y niños fueron asesinados, de acuerdo con la Iniciativa por una Justicia Igualitaria, una organización sin fines de lucro de Montgomery, Alabama, que ha documentado más de 4.000 linchamientos de negros en Estados Unidos entre 1877 y 1950. Cientos de negros fueron detenidos y muchos de ellos torturados para ofrecer un testimonio incriminatorio. Algunos fueron obligados a irse de Arkansas y, según el Centro del Legado, a muchos de ellos les robaron sus tierras. (Noreen Nasir)
Ahora se ha organizado un debate curioso y estéril sobre quién es más racista –el partido republicano o el demócrata. El dilema es solo aparente. El verdadero escenario lo describió con devastadora exactitud Malcolm X: “Uno es un lobo y el otro un zorro; al final, ambos te van a comer.”
Pero Malcolm X dijo más que eso. Dijo: “Yo no soy norteamericano ni esa es mi bandera.” Este es el país de los que le asesinaron, de los que quemaron vivos a vuestros abuelos y esclavizaron a vuestros bisabuelos, de los que arrancaron de vuestros corazones el Islam mientras os transportaban desde África al nuevo y civilizado paraíso … y nada ha cambiado. Vuestros hijos están abocados al analfabetismo y a la delincuencia, a no ser que sirvan para trabajar como esclavos bien pagados en Hollywood o en algún equipo de baloncesto –no es dinero lo que falta en la comunidad de negros, sino liderazgo y clara consciencia del verdadero significado de las palabras de Malcolm X. Y son esos, los que le asesinaron, los que os prometen justicia y libertad para todos, nuevas leyes, nuevas oportunidades. No se puede negociar con lobos ni con zorros.
En estos escenarios han crecido los norteamericanos. Después de cometer tan salvajes linchamientos acudían a sus iglesias para adorar ¿a qué Dios? ¿Qué Dios aceptaría las plegarias de quienes son capaces de cometer semejantes atrocidades?
Ahora dicen que son cosas del pasado, pero los linchamientos nunca han cesado, de una forma o de otra. Los más adelantados siguen haciendo millones que gastan en fiestas o en suntuosas mansiones, pues piensan que ya no hay nada que se pueda hacer, pero una docena de ciudades norteamericanas se ha levantado contra las fuerzas del “orden público” y han puesto en jaque a la Casa Blanca. Ni la policía local ni la guardia nacional han logrado someterles y ya hablan de enviar al ejército. Mas la victoria que ya han ganado es la batalla de la opinión pública. El mundo entero está con ellos, excepto los negros de alma blanca que piden contención y diálogo. También a ellos les respondió Malcolm X:
¿Quién ha oído hablar de revolucionarios enojados cantando al unísono: «¡Venceremos!”, mientras tropiezan y se balancean cogidos del brazo con las mismas personas contra las que se suponía que se iban a rebelar furiosamente?
La misma traición de siempre. El mismo desengaño, también. Pero no todo está perdido. La lucha la deben encabezar los negros bajo el liderazgo de Malcolm X, de su posición existencial. Debe ser una lucha de creyentes, una lucha pura, sin vindicaciones.