No podrán volver del extravío

La historia de los alunizajes norteamericanos se contó demasiado deprisa, teniendo en cuenta, sobre todo, que se trataba del pusilánime año tecnológico 1969. Ya se dice que “antes se coge a un mentiroso que a un cojo”. En el caso lunar se trataba, más que de correr, de prever cómo iba a ser el futuro, una misión imposible si tomamos en consideración que el siguiente paso tecnológico aún estaba por darse y ni siquiera la ciencia ficción se lo había imaginado. A no ser por una extraña y espectacular filmación, 2001: A Space Odyssey, escrita y dirigida por Stanley Kubrick, y estrenada en abril de 1968. En el cine funcionaban los más inauditos viajes espaciales. Ahora se necesitaba ver si también funcionarían en la realidad. El salto, a todas luces, era abismal.

La cinematográfica guerra fría fue la excusa para que el ejército estadounidense comenzase en 1957, y tras el lanzamiento soviético del primer satélite, el proyecto llamado Advanced Research Projects Agency (Agencia de Proyectos para la Investigación Avanzada) conocido también como ARPA. Nada del otro mundo; tímidos tanteos; la incipiente internet. En 1965, 8 años más tarde, se conectó un ordenador TX2 (64K de memoria principal) en Massachusetts con un Q-32 (con la misma capacidad) en California mediante una línea telefónica conmutada, aunque de baja velocidad y aún limitada. Ocho largos años para conectar dos ordenadores, dos calculadoras, de hecho, de forma desordenada e inoperante.

No olvidemos que la propia informática estaba en pañales de dudosa utilización. En 1958 aparecía el circuito integrado también conocido como chip, uno de los elementos básicos para los sistemas informáticos actuales.

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En 1964, la compañía italiana Olivetti desarrollaba el primer ordenador de sobremesa, la Programma 101, que se dio a conocer en 1965 con ocasión de la Exposición Universal de Nueva York, BEMA. La agencia espacial norteamericana NASA compró en 1966 más de 10 unidades que utilizó en la elección de puntos de aterrizaje y en el cálculo de las maniobras de alunizaje de la misión Apolo 11, que en julio de 1969 llevó al hombre a una curiosa escenificación lunar. El otro artilugio utilizado para tan complicadas maniobras espaciales sería el Apollo Guiding Computer (AGC), uno de los primeros ordenadores en usar circuitos integrados. El equipo tenía 2048 palabras de memoria RAM y 36.864 de memoria ROM. La longitud de las palabras era de 16 bits. En comparación con algo más actual, un PC IBM XT de 1981, con un procesador 8088 de Intel, tenía 8 veces más memoria que el AGC, y un procesador de smartphone de 1000 mhz y 512 MB de RAM, tiene 100.000 veces más RAM que el AGC (que corría a alrededor de 1 mhz).

En 1978 aparece el programa de cálculo VisiCalc. En 1979 sale a la venta WordStar, el primer procesador de textos. Los primeros ordenadores personales IBM se ponen a la venta en 1981 y ese mismo año ve la luz, tras atravesar grandes masas de tenebrosas especulaciones, el gigante con pies de barro, Microsoft, que entra en escena con su sistema operativo MS-DOS. En 1983 el ordenador de Apple, Lisa, será el primero que contenga interfaz gráfico o GUI.

De 1978 a 1983 es el periodo en el que se echan las bases de una informática activa, real y eficiente. Y también en 1983 nace realmente internet, tras 26 años de investigación. Que lejos ha quedado de estos logros el escuálido año lunático 1969.

Sin embargo, la aventura espacial tan sólo va a necesitar de 10 años para pasar de un cero absoluto, a un diez, a un paseo lunar de ida y vuelta; sin cálculos preciso de los posibles y perniciosos efectos de los cinturones Van Allen, que no comenzarán a conocerse con cierta exactitud hasta el 2015; sin estudios sobre el impacto que podría causar en las naves espaciales y en los astronautas el entrar éstas en la atmósfera; sin pruebas de laboratorio sobre posibles anomalías que estos viajes podrían originar en el ser humano…

En 1958 se funda la NASA y en 1969 se aluniza, con ordenadores de juguete, sin conocer las características del espacio exterior más allá de la estratosfera.

¡Hay tantas preguntas sin respuesta! ¿Por qué no han vuelto a la Luna? ¿Por qué no han logrado establecer, después de haberse paseado por su suelo hace ahora 50 años, una base permanente humana? Con unos cuantos móviles les sería más fácil enviar un cohete a nuestro satélite que con los artilugios que utilizó la NASA en 1969. Pero han perdido la tecnología para ir a la Luna. Quizás deberían contactar con Olivetti, o habría que preguntarles que ha hecho la NASA, sus miles de ingenieros, durante los últimos 50 años, en los que se ha desarrollado a niveles inimaginables la informática, la electrónica y la mecánica. Si no pueden recorrer con éxito 300.000 kilómetros, ¿cómo esperan ir a Marte? ¿Cómo esperan llegar al famoso planeta rojo tras 225 millones de kilómetros de viaje? ¿Por qué entonces hablan de ir a Marte, de viajar a los confines del universo cuando el programa más ambicioso de la agencia espacial norteamericana es el Orion, que ya lleva más de dos años de retraso y espera alcanzar la sorprendente altura de 7.000 kilómetros? ¿Dónde están los 293.000 kilómetros restantes que recorrió en 1969 el Apolo 11 en su viaje a la Luna?

No era fácil en 1969 imaginar el mundo de hoy, la tecnología de hoy. Pero quedan más preguntas. ¿Por qué se tienen que utilizar vehículos espaciales rusos para llevar materiales y personal a la EEI? ¿Por qué las naves espaciales norteamericanas que transportan material militar u otros han estado utilizando los motores rusos RD-180?

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Sin embargo, la pregunta que más nos taladra el cerebro es ¿por qué John.F. Kennedy, en 1962, sin ninguna experiencia de salidas al espacio, sin poseer la más mínima tecnología, afirma que antes de que acabe esa década, la década de los 60, un norteamericano pisará la Luna? Sin duda que esa habría sido la mejor manera, la más incontestable, de demostrarle al mundo la superioridad de los Estados Unidos, de Occidente, frente a una Unión Soviética que ya le llevaba una buena ventaja en la carrera espacial. ¿Pero acaso un viaje de esta envergadura puede ser cuestión, meramente, de voluntad? La hazaña que proponía Kennedy era imposible de llevarse a cabo en una fecha tan temprana. Hoy vemos que la petulancia de este irlandés católico le costó la vida. Podría bastar con decirle a la historia que registrase el suceso con un “que en paz descanse”, pero aquí el problema es doble –había que asestar un golpe de gracia a los soviéticos, un golpe imposible sin montar una farsa, un viaje fabricado. ¿A manos de quién? ¿De Kubrick? Quizás. Su Odyssey resultó muy convincente, pero no para Kennedy. Él quería un viaje auténtico, una verdadera odisea… una quimera. El deep state se movilizó y pronto saltó la alarma de que, muy probablemente, John no autorizara el montaje y, finalmente, los soviéticos llegasen primeros a la meta. ¿A qué meta? El deep state jugaba con sus marionetas, las rusas incluidas –unas por ignorantes y crédulas de la cosmogonía NASA y otras por cómplices del aparato propagandístico materialista, decidieron callar, matar a Kennedy y alunizar en algún estudio cinematográfico en el que hacer todo un derroche de habilidad efectista. Había que hacerlo por Kennedy, pero sin Kennedy.

Sin embargo, tan pronto como pasó el primer sobresalto y la primera conmoción sentimental, comenzaron a aparecer libros, documentales y películas denunciando el montaje lunar. A penas 8 años después del suceso (1977), se producía la película de Peter Hyams, Capricorn One, mostrando lo relativamente fácil que resultan los montajes espaciales. Los cientos de empleados que iban siguiendo el supuesto viaje del Apollo 11 ¿veían imágenes en sus pantallas? Veían números, cifras, códigos, y escuchaban voces, diálogos entrecortados entre la nave y Houston. Ahora, hoy, sería posible seguir esos viajes minuto a minuto, pero ya no hay viajes, sólo proyectos que se van relegando a fechas cada vez más lejanas, cada vez más difíciles de seguir por parte del público en general.


El universo real no tiene nada que ver con la imagen que de él proyecta una y otra vez la NASA y sus secuaces espaciales…


Aún más dramático resulta el silencio de los soviéticos y los tímidos comentarios de los rusos. El director de Roscosmos, Dimitri Rogozin, declaraba hace unos meses: “Nos hemos impuesto el siguiente objetivo: preparar un viaje a la Luna y verificar si los estadounidenses estuvieron allí o no.” ¿Realmente no lo saben? Las declaraciones de Rogozin no fueron una broma sarcástica –en 2015 el Comité de Investigación de Rusia pedíala apertura de una investigación acerca de los alunizajes estadounidenses, dudando así de su veracidad. Al igual que los norteamericanos, los soviéticos abandonaron en los 70 las aventuras espaciales. Se acabó la farsa. El universo real no tiene nada que ver con la imagen que de él proyecta una y otra vez la NASA y sus secuaces espaciales, sus secuaces materialistas, una visión que nuestros hijos están obligados a aprender y memorizar en las escuelas, en los institutos y en las universidades.

Cada vez que se les plantea una duda o una cuestión dentro de la más pura y aristotélica lógica, te responden con explicaciones lo más obtusas posibles como si el rebuscamiento del lenguaje y los tecnicismos fueran un argumento en sí mismos. Bill Kaysing no era un científico, pero en su libro Nunca fuimos a la Luna, que se publicó en 1974, plantea un hecho claro y sencillo de entender, comprobable –en 1969 no existía una tecnología en el mundo capaz de colocar a un hombre en la Luna y hacerlo regresar sano y salvo a la Tierra.

Otro de los agujeros negros que sigue actuando y absorbiendo las masas de evidencias que retraídamente propone la agencia espacial norteamericana es su silencio ante las acusaciones de fraude lunar. Frente al tsunami de videos mostrando la irrealidad de las imágenes presentadas, finalmente, en 2002 encargó al ingeniero espacial y escritor James Oberg la publicación de un libro en el que se refutaran las afirmaciones que denunciaban una clara conspiración. Sin embargo, pocos días después la NASA se retractó “por miedo a la mala publicidad.” ¿Qué mala publicidad? ¿De qué está hablando la NASA? Por su parte, Philip Plait, uno de los más entusiastas refutadores de las creencias sobre conspiraciones acerca del viaje a la Luna, afirma que es imperativo que la NASA dé respuesta a las preguntas que se han planteado. Según él la NASA se niega a responder a los acusadores porque considera de “escasa dignidad” el verse obligada a hacerlo. Es cierto que hay videos que adolecen de excentricidad y falta de rigor, pero hay otros, realizados por expertos, ingenieros y fotógrafos profesionales que no rebajan la dignidad de la NASA al contestarles con serios e irrefutables argumentos. Sin embargo, James Oberg afirma que “la reacción oficial de la NASA en la televisión ha sido bastante torpe y contraproducente cuando Brian Welch, un alto funcionario del departamento de relaciones públicas de la agencia espacial, afirmó que todas las acusaciones eran falsas, pero no se molestó en proporcionar demasiada evidencia.” No nos parece que la actitud de Welch sea torpe o negligente, sino indigna.

David Percy –experto en fotografía y audiovisuales. Autor del documental ¿Qué sucedió en la Luna?, ha llegado incluso a sostener que los errores en las fotografías lunares son tan obvios que él cree que fueron hechos a propósito por personal interno de la NASA para avisar a la gente del montaje. Y Bart Sibrel –periodista y director de cinematografía, autor del documental Algo extraño sucedió en el viaje a la Luna, afirma que ninguno de los viajes tripulados a la Luna tuvo lugar.

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Se anuncia con hollywoodense demagogia y acartonado patriotismo que se ha ido a la Luna, que se ha llevado a cabo uno de los viajes más sorprendentes de cuantos ha realizado el hombre, pero hay una inexplicable negligencia en cuanto a los reportajes, a las evidencias gráficas. Todo es cinematográfico. Fotos de una situación, cortes, fotos de otras situaciones… no hay continuidad, no hay secuencias completas de ninguno de los acontecimientos. No han sido capaces de filmar paso a paso la caída del módulo, la salida de los astronautas utilizando el zoom, su entrada a bordo del portaviones USS Hornet, su ingreso en la cápsula de cuarentena. Fotos espectaculares en las que no vemos nada. Todo nos lo tenemos que imaginar, aceptar.

Muchos son los que argumenta que es imposible que tanta gente –tripulación del Hornet, soldados, buceadores, técnicos…– hayan aceptado participar en el montaje. Es cierto que resulta increíble, pero estamos hablando de los Estados Unidos –montó Pearl Harbor, The Main, Las Torres Gemelas y la invasión de Afganistán, el genocidio iraquí en el que involucró a 40 países y a un equipo de inspectores de las Naciones Unidas, la primavera árabe, la invasión de Siria para eliminar a los grupos terroristas que ellos mismos han reclutado, entrenado y armado… ¿Puede sorprendernos algo de lo que hagan por audaz que sea, por espantoso que sea? Más aún, ¿quién era Nixon? Renunció al cargo de presidente de los Estados Unidos para evitar que lo echara el Congreso por su implicación directa en el escándalo Watergate.

No obstante, nuestra preocupación va más allá de los viajes lunáticos a la Luna, de los fantasiosos proyectos de hoteles interestelares, de puertos cósmicos, de colonias humanas en Marte, de cambios atmosféricos en los exoplanetas con un puñado de bacterias apropiadas… La pregunta aquí es ¿por qué necesitamos urgentemente que todo este montaje espacial sea real, sea verdadero? ¿Acaso todo lo que buscamos en el espacio exterior –vida inteligente, agua, atmósfera respirable, minerales… no lo tenemos, abundantemente, en la Tierra? Sin duda que lo tenemos, pero lo importante aquí no es lo que podamos hallar más allá de nuestras fronteras estratosféricas, sino el demostrar que no hay diseño, sentido, objetivo… en este universo; que no hay, pues, Diseñador, Creador, Planificador… sino casualidad, azar sin transcendencia. Se trata de vivir y morir, desaparecer. Se acabó el viaje. Eso era todo. No obstante, los científicos no cesan en su empeño por alcanzar la inmortalidad y contactar con vida extraterrestre. Nuevas emociones, nuevas perspectivas. El tinglado, sin embargo, no termina de funcionar. La gente no ve la hora de montar en las naves que les lleven a la EEI, a la Luna, a Marte… a otras galaxias. Estamos entrando en el 2020 -¿qué hay de los proyectos espaciales para este año, para el 2022, para el 2025, para el 2030…? Parecía un compromiso lejano, tan lejano como el de la odisea 2001, pero llegó el 2001 y el 2010 y el 2020… y no hay odisea, tan solo muertes por sobredosis, suicidios… no habría peor pesadilla que la inmortalidad en este mundo.

La gente espera, mas no hay naves en el andén de salida. La NASA ha descubierto, tras seis alunizajes y decenas de misiones lunares, que estos viajes son peligrosos para el hombre. Hasta ahora todo iba bien, pero desde hace unos meses no paran de encontrar enfermedades y trastornos graves propios de los viajes espaciales. Habrá, pues, que esperar a resolver estos inconvenientes antes de lanzarnos a más aventuras intersiderales.

Paul Ratner escribía hace unos días para Big Think sobre un informe de la NASA:

La expansión de la humanidad al espacio es un esfuerzo esperanzador y arriesgado. Un nuevo estudio de la NASA identificó un nuevo peligro: la baja gravedad puede hacer que el flujo sanguíneo se detenga y en realidad retroceda en algunos astronautas. Los investigadores llegaron a esta conclusión después de observar datos de 11 astronautas (nueve hombres, dos mujeres) que pasaron un promedio de seis meses cada uno en la Estación Espacial Internacional.

Las tragedias en la NASA, como los desastres Challenger y Columbia, han impedido que la organización tome riesgos, dicen los críticos.

Esencialmente, la NASA ha pasado el riesgo a las compañías privadas; si algo va mal, el responsable será SpaceX, por ejemplo. Sin embargo, este cambio puede mejorar aún más los objetivos de colonización espacial, porque el sector privado tiene más flexibilidad, en términos de cómo se llevan a cabo los negocios. Además, la NASA, como entidad nacional, evita así la posibilidad de un desastre.

Extrañas noticias. Son dos noticias con un alto grado de cinismo científico camuflado en un apaño humanista de tercera –si no hay cobertura cinematográfica, NASA no es nadie. Todos esos proyectos espaciales tendrán que esperar hasta que se resuelvan esos y otros muchos problemas. Ahora la pelota está en la cancha de las empresas privadas. ¿Mas qué interés pueden tener para las empresas privadas esos costosísimos viajes que no aportan ningún beneficio?

Otro parón espacial, otra excusa para retrasar los proyectos que mantenían en vilo a media humanidad. Es hora de la desconexión NASA, hora de abandonar sus fantasías y su sistema materialista que lleva al nihilismo sólo amortiguado por las drogas y el suicidio. Es hora de conectarnos a la Órbita Divina, a una existencia con sentido, a un viaje más allá de este universo.

(35) Pregúntales si alguna de esas entidades a las que dan poder guía a la verdad. Respóndeles que Allah guía a la verdad. ¿Acaso quien guía a la verdad no es más digno de ser seguido que aquel que no puede guiar, a menos que él mismo reciba la guía? ¿Qué os pasa? ¿Qué forma tenéis de razonar? (36) La mayoría de ellos no siguen, sino elucubraciones, pero las elucubraciones no tienen ningún valor frente a la verdad.
Qur-an 10 – Yunus

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