Hay características que actúan como signos del paso de una sociedad profética a una sociedad chamánica –la exposición frente a la privacidad, las drogas frente a la consciencia y la soledad sexual frente a la familia. Es un paso que no tiene vuelta, ya no. Las sociedades se irán hundiendo cada vez más en el fango del vicio y de la obnubilación. Sólo algunos individuos, cada vez menos, lograrán mantenerse a flote, libres de la corriente malsana de las modas y de la cultura –esos que creen y actúan con rectitud.
La pornografía es, ante todo, la evidencia incontestable de que el modelo social, familiar y sexual de las sociedades occidentales ha fracasado –la pornografía actúa como “consolador”, como sucedáneo, de la realidad. La virtualidad sexual que ofrece la pornografía produce el mismo efecto que la virtualidad Facebook, Google o YouTube –la soledad. La indeseable compañía, las aborrecibles relaciones entre seres humanos reales y tangibles se substituyen con la virtualidad, con escenarios en los que el hombre de hoy es siempre espectador, voyeur –rehúye el compromiso.
Tras aquella licencia divina, la hipocresía judía inventó la pornografía…
A los musulmanes de Mekkah que habían emigrado a Medina acompañando al Profeta les censuraban los judíos de esta ciudad por su forma de relacionarse sexualmente con sus mujeres: “Sois como animales, vais a ellas por detrás y no por delante como los hombres.” Los musulmanes, que siempre han adolecido de un cierto complejo de inferioridad, se asustaron. Pero Allah el Altísimo, que no se asusta de la verdad, les respondió con las más bellas palabras con las que se ha descrito la relación entre esposos: “Ellas son para vosotros un vestido y vosotros sois para ellas un vestido… Vuestras mujeres son un campo de siembra. Id a vuestro sembrado por donde más os plazca.” Tras aquella licencia divina, la hipocresía judía inventó la pornografía –hoy, uno de los negocios más rentables de cuantos puedan existir. Después de eso, la llamada civilización judeo-cristiana, occidental en su forma abreviada, les acusó de polígamos al poder casarse, con la misma licencia divina de antes, con 4 mujeres. Mientras la boca se les hacía agua, escupían exabruptos contra la barbarie islámica. Esta vez, el negocio redondo que institucionalizaron fue la prostitución, la trata de blancas, la de negras, la de menores… y otras tratas propias de su civilización, que los grupos feministas no dejaban de denunciar enérgicamente, haciéndose eco de su indignación los medios más influyentes.
Sin embargo, y a pesar del caos social que la prostitución, el adulterio, la fornicación y las tratas habían creado, con el subsiguiente aumento de divorcios, separaciones, huidas conyugales y asesinatos pasionales, todavía el sexo se daba entre parejas, entre seres humanos. Había desaparecido, casi por completo, el compromiso –la mayoría de las relaciones se desarrollaban fuera del matrimonio o en uniones pasajeras, sin hijos, con la espada de Damocles siempre colgando de algún techo, pero seguía habiendo contacto físico real, emocional. Todavía era posible el amor.
Ahora, en cambio, ese fino hilo que mantenía hilvanada a la sociedad se ha roto. La soledad sexual se ha aceptado como la mejor forma de relacionarse con el sexo únicamente después del largo entrenamiento de desconexión a manos de Facebook, Google, YouTube (videos)…
No obstante, el origen de esta soledad, de este deambular errante del hombre gris, del hombre sin perspectivas, sin movimiento… fueron los supermercados. No había en ellos con quien hablar, a quien contarle los problemas cotidianos, los conflictos conyugales, la rebeldía de los hijos… No había otra cosa que estanterías llenas de comida, de productos de limpieza, de dulces, de latas… Todo al alcance de la mano, con la información que pudiera necesitarse de cada producto. Era el progreso, la facilidad, la forma de evitar al tendero malhumorado. Había empezado la desconexión, la soledad, la terapia profesional. Las grandes superficies complicaron aún más las cosas. Se podía comprar de todo. La bala de la comunicación se había encasquillado para siempre –comida, muebles, joyas, electrodomésticos… ¿Con quién podríamos hablar ahora? La sociedad entera se desmoronaba. Y, sin embargo, la catástrofe no había hecho más que empezar. A las grandes superficies les siguieron los Malls –cines, pistas de patinaje, restaurantes, discotecas… Un agujero en el que residir la mayor parte del tiempo. Se había acabado el pasear bajo la lluvia.
Los Bancos pronto se unirían al proceso de separación. En esta y en aquella sucursal se instalaban brazos metálicos en el exterior del edificio con una pantalla rodeada de botones al final del artilugio. Sin salir del coche se podía sacar dinero, hacer ingresos e, incluso, pedir préstamos. En el maletero del coche yacía enlatada la compra de la semana. Después de este viaje virtual ¿qué sentido tendría mantener relaciones con la esposa, un poco más gorda de lo previsto y siempre con algo más importante que hacer? Este hombre desconectado, sin futuro, cansado de llevar la cuenta de las nuevas galaxias detectadas y de los exoplanetas, no está para relaciones reales con mujeres empoderadas; tampoco para rascar del raquítico sueldo algunos euros y gastarlos con prostitutas. ¡Demasiado trabajo! Quizás al mes que viene, quizás nunca.
La pornografía aparece en una pantalla como la de los bancos. Todo es simple, fácil. ¿Opciones? Todas. Incluso las que el hombre gris todavía no ha imaginado –incesto, sumisas, esposas azotadas… ¡Cuántas veces pensó en azotar a su esposa! En cortarla a pedacitos. Para qué arriesgarse. Es mejor vengarse virtualmente, dejar que sea otro el que haga el trabajo.
La pornografía, con un crecimiento de webs espectacular, delata el fracaso del modelo occidental…
La pornografía, con un crecimiento de webs espectacular, delata el fracaso del modelo occidental, la frustración del ateísmo, de la despreocupación, de la inconsciencia. Esa propuesta existencial que permitía cualquier fantasía en las proyecciones virtuales que traía la tecnología, el progreso, es la misma que ha dejado como residuos la depresión, la sobredosis y el suicidio.
El hombre está solo porque ya nadie es capaz de amar, de aceptar al otro como a su semejante. La oferta NASA, la científica, la real, la seria, la incuestionable… no ha dejado al hombre de hoy ninguna esperanza. Somos el producto de una casualidad inexplicable en medio de un universo cuyas estructuras gigantes posiblemente hayan sobrepasado el infinito y se dirijan hacia nuevas dimensiones. La muerte, la nada, la aniquilación total es el último fotograma de esta oferta. No hay otra.
Lleva horas navegando por los escenarios virtuales del placer, del placer solitario, de la soledad sexual. También Epstein, que era millonario y pagaba a jovencitas para que hicieran realidad sus fantasías, tenía fotos en las paredes de sus lujosos apartamentos de Paris y Nueva York, tenía pornografía. Esta es la otra cara de la moneda porno –cuanto más extremas sean las apetencias sexuales que se sacien en la pornografía, más difícil será volver a la normalidad. Ya nada nos satisfará y será la propia pornografía la que nos lleve a los opioides, o a un tipo de desesperación que podría acabar en el crimen.
Las puertas se han abierto de par en par y la llave de la transcendencia se ha perdido. Estamos solos en el universo y los viajes espaciales forman parte de las fantasías porno.
La gravedad del asunto va más allá de la propia pornografía. Esa imagen de una vida terrenal sin más sentido que el de nacer y morir obliga al hombre a tomar los medios por fines. Encontrar un buen trabajo, comprar una casa, casarse, tener hijos… son medios que el hombre de hoy, sin más aspiración transcendental que la de sobrevivir 80 años, ha tomado por fines. Sin embargo, una vez que los ha alcanzado y ninguno de esos logros ha conseguido mantener su euforia inicial, se recluye en el sexo como lo único que puede justificar su vida. Mas esta vez, no se trata de sexo conyugal, de hacer el amor, sino de pornografía. Quiere escenificar con su esposa los escenarios porno que ha visto en internet. ¡Imposible! Aquellos videos forman parte de la porno-ficción. Son representaciones teatrales, montajes escénicos… nada es real. ¿Cómo podría este hombre desesperado incluir sus fantasías sexuales en el contexto familiar? Incluso si lo lograra, ¿qué aliciente podrían tener esos juegos casi infantiles al cabo de unas semanas, unos meses o unos años? El hombre busca la satisfacción absoluta, pero tan solo consigue saturarse, empacharse. Necesita escenas que colmen su imaginación, que lo transporten a virtualidades insospechadas. Todo en vano. Las emociones, como el placer, están limitadas en este mundo y adaptadas a nuestras necesidades y capacidades. No podemos ir más allá de los límites naturales marcados. Tras ellos está la muerte –el crimen o el suicidio. Así han acabado muchos famosos tras haber agotado la amplia oferta de la perversión. Una oferta que puede acabarse en unos pocos años y la soledad sexual le llevara a un aislamiento absoluto, a una incapacidad para relacionarse con la gente, con su medio; acabando en un estado de enajenación mental.
Otra de las características de las sociedades chamánicas es la continua exposición frente a la privacidad que promueven las sociedades proféticas. Esta exposición se expresa, mayoritariamente, en las filmaciones (cine, TV, You Tube o Facebook) y en la calle. Las mujeres se pasean hoy con la misma ropa que antes llevaban por casa. Ropa que incita al deseo, a ser deseadas. Todo está en la calle, expuesto, a la vista. Hay una continua excitación sexual nunca satisfecha en relaciones reales, físicas. La sociedad, a través de la educación, nos exige comportamientos “civilizados” –ve, pero no toques; toca, pero no comas; come, pero no tragues. Es el sadismo propio de la civilización occidental, la tortura, el descuartizamiento de ver cada día lo que nunca podrás alcanzar –mujeres bellísimas, coches de lujo, restaurantes de 500 euros el cubierto… “No es para ti” es el mensaje que recibe el hombre de hoy. “No puedes pasar”. Son sus clubs, sus mansiones, su depravada forma de vida que el cine y la TV le han hecho desear. La última película de Kubrick, Eyes Wide Shut (Con los ojos bien cerrados) muestra esta realidad desde dentro, desde la frustración y el desencanto. Muestra el derrumbe social y familiar cuando la única relación posible entre la gente es el sexo, sin amor, sin contexto, como el último escupitajo lanzado a una vida sin sentido.
La pornografía exige mantenerse en un estado de continua inconsciencia. De esta forma, se desactivan los controles y se retiran los filtros que seleccionaban el input que podía entrar en la memoria para ser luego procesado por el intelecto. Han desaparecido los criterios, la discriminación. El material porno que entra sin cortapisas en la memoria irá sustituyendo al material profético hasta convertir a este individuo en un autómata con el solo deseo ya de conectarse a la virtualidad porno.
La pornografía no es un potenciador sexual, sino su más efectivo degradador, ya que nos lleva a tomar el sexo como fin y ello, a su vez, nos arroja a una dinámica de insatisfacción sin otro límite que el suicidio erótico. Vemos esta insatisfacción progresiva en la perturbadora filmación de Marco Ferreri, La Grande Bouffe, en la que un grupo de cuatro amigos, verdaderos gourmets, se reúnen en una casa para comer hasta morir de indigestión. Como en el caso de la pornografía, es la última fase posible. Ya han probado todos los gustos, todos los matices, y si se detienen en este punto, no les quedará en la boca otro saber que el del más absoluto fracaso existencial. La comida se había convertido en el fin de sus vidas. Tienen, pues, que dar otro paso, el último, el de la muerte, el del suicidio –morir comiendo, morir de comida, morir de sexo.
Decadencia y autodestrucción de occidente.
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