La irreductible complicidad

Una buena parte de los fundadores y seguidores del movimiento que se ha dado en llamar Diseño Inteligente, al no aceptar de forma clara y sin ambages la existencia de un Diseñador Inteligente en el sentido de un Dios todopoderoso, originador de la existencia y de su soporte material, el universo, al cabo de los años han vuelto, con ciertos escrúpulos, a la teoría de la evolución, como es el caso de Michael Behe cuando afirma:

El diseño inteligente puede coexistir muy bien con un alto grado de selección natural. […]. La idea crucial del diseño inteligente no es que la selección natural no explique nada, sino, más bien, que no lo explica todo.

A lo que responde Gustavo Caponi, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidade Federal de Santa Catarina, Brasil:

Nunca ningún evolucionista ha sostenido que la selección natural lo explique todo; pero eso no quiere decir que el mayor o menor complemento explicativo que ella precise deba estar dado, precisamente, por la Teología Natural.

Ambos están equivocados, ya que si todos los seres vivos, incluido el ser humano, han surgido de fases evolutivas a partir de, no se sabe qué, una ameba, una bacteria, algo vivo, la teoría de la evolución debe explicarlo todo, pues, de lo contrario, la propia evolución quedaría en entredicho. Y en esta situación es en la que se encuentra esta teoría, que lleva rodando y tropezando siglos (Darwin es el último eslabón de una larga cadena de proponentes, empezando por al-Jahiz del siglo IX) para convertirse en una torpe alternativa al creacionismo, que sí lo explica todo.

El problema de admitir la evolución reside ya en sus prolegómenos, en la base misma sobre la que se ha edificado esta teoría, y que implica conceptos imposibles de asignar a la materia o a entidades vivas no conscientes –selección, adaptación, premiar la mejor opción o eliminar la peor. ¿Quién puede llevar a cabo estas decisiones? ¿Qué elemento de la materia (un electrón, un fotón, una mitocondria, un ribosoma…) puede seleccionar, adaptar, premiar o castigar funciones mucho más complejas que las que realiza la entidad que decide? Más aún, ¿qué elemento vivo sería el encargado de dirigir la evolución (una bacteria, un virus, una célula procariota)?

Lo más perturbador de todo este asunto evolutivo es comprobar cómo esos químicos, biólogos, filósofos… científicos, no caen en la cuenta de que las decisiones que atribuyen a la evolución son propias y exclusivas de entidades poseedoras de una suprema inteligencia y, a la vez, conscientes de sus actos, con claros objetivos y con poder y medios para llevarlos a cabo.

Sin embargo, el único candidato para ocupar tan elevada distinción es el hombre, la última entidad viva, precisamente, que ha producido la evolución. Por lo tanto, no puede ser ella la causante de este gigantesco proceso evolutivo. Más aún, incluso si la entidad humana hubiese sido la primera en habitar en la torta terráquea, tampoco le otorgaríamos el privilegio de haber sido ella la originadora del resto de las criaturas, teniendo en cuenta su total desconocimiento de sí misma –todavía no conoce, plenamente, el funcionamiento de su hígado o de sus riñones, desconoce muchas de las funciones de sus células y no tiene una clara idea de cómo trabaja su cerebro e interactúa con el resto del cuerpo.

Por otra parte, ninguna entidad viva, fuera del hombre, sabe que existe, sabe que está viva y que un día morirá. ¿Qué puede entonces significar para la materia o para estas entidades vivas los conceptos “mejor”, “peor”? ¿Mejor para quién, para qué? ¿Acaso ha oído alguien alguna vez quejarse a los topos de ser ciegos? ¿Acaso tiene un topo el concepto de ceguera o de vista o piensa que es mejor ver que ser ciego? ¿Hacia dónde, pues, evolucionará el topo? Los evolucionistas contestarán que no son los topos los que deben tomar estas decisiones, sino la Naturaleza, una fuerza invisible que actúa a través de las entidades vivas, seleccionando, eligiendo, adaptando… hasta llegar a generar seres inteligentes, como el hombre, y conscientes.

En este caso, estamos hablando de la misma entidad, pero dándole nombres distintos. O quizás no. Veamos cómo respondemos a la siguiente pregunta: ¿Por qué entonces hay discrepancia entre la visión evolutiva y la creacionista como formas de entender la vida y su desarrollo? Precisamente, porque no estamos hablando de la misma entidad. Para los evolucionistas la naturaleza es una fuerza que existe y opera desde dentro de la creación. No está fuera, sino que forma parte del tumulto existencial y actúa como un impulso organizador de los elementos que constituyen la vida y su entorno. No deja de ser significativo que nunca se utilice este término cuando nos referimos a la Luna, a Marte o Júpiter. Parece que allí la naturaleza no tiene poder ni presencia.

Para el creacionismo, en cambio, ese Dios Todopoderoso, ese Agente, ese Diseñador, está fuera, ya que es anterior al universo –es su Creador y la “naturaleza” es una de Sus fuerzas actuantes en la creación, uno de Sus brazos ejecutores, una terminal de Su poder.

En el evolucionismo no se explica, como no se explican muchísimas otras cosas, de dónde surge esta fuerza organizadora que hace evolucionar a las entidades vivas, ni tampoco bajo qué parámetros actúa. No se explica si esa fuerza, esa naturaleza, es la que ha dado origen a la vida a partir de sustancias o materiales muertos. Cómo se dio ese paso, ontológicamente imposible, de vivificar lo inerte. Habría, pues, que definir claramente las características y funciones de la naturaleza y no simplemente utilizar este término cuando no se sabe qué decir. Si hay evolución a través de una continua selección, adaptación, elección de las “mejores” opciones… tiene que haber una entidad inteligente capaz de seleccionar, adaptar y elegir. Decir que esos son fenómenos espontáneos es ir en contra de la observación y de las evidencias científicas –ningún mecanismo complejo y con una clara función puede haberse desarrollado, fase a fase, sin que una entidad inteligente lo haya diseñado primero y originado después. No puede haber producción de sistemas medianamente complejos sin un diseño previo. En el caso de la vida, la irreductibilidad se complica, ya que la entidad que la haya causado carecía de modelo previo. Este proceso se describe en el Qur-an con los siguientes términos: En primer lugar, hace falta un diseño previo de aquello que queremos crear o producir (fatara فَطَرَ); después, tenemos que imaginar las formas de las entidades que ocuparan esa creación, sus tamaños, sus características, sus funciones (sawara صور); a continuación, comienza el proceso creador por fases, extrayendo substancias de otras substancia, elementos de otros elementos, las células madre salen de extractos de arcilla húmeda (bara برأ): (22) No ocurre nada, ni bueno ni malo, en la Tierra o en vosotros mismos que no esté en un Kitab antes de que hagamos que se manifieste nabraaha نبرأها –eso es fácil para Allah (Qur-an 57:22); con todo ello comienza la creación sin modelo previo y sin que exista nada (jalaqa خلق)            

En uno de los principios básicos de la evolución: “entre todos los organismos del planeta Tierra existe una continua lucha por obtener la supervivencia,” volvemos a encontrar el mismo absurdo de antes –ningún animal, o planta, lucha por sobrevivir, pues ninguna de estas entidades tiene consciencia de estar viva, de que exista la vida o la muerte. A ninguna de estas entidades le preocupa la supervivencia de su especie o su extinción. Un pato no tiene consciencia de ser pato o de formar parte de un grupo biológico denominado anátidas, así denominado por el hombre, no por los patos. ¿Cómo entonces podemos hablar de “lucha”? Este concepto exige inteligencia y consciencia, algo que sólo el hombre posee. ¿Puede acaso un grupo de liebres que vive en un entorno polar “decidir” o “querer” ser blancas para mejor adaptarse a su medio y escapar más fácilmente de los animales depredadores? Cuando escuchamos este tipo de planteamientos empezamos a dudar de si no será cierto que procedamos del mono y de que, incluso, algunos hombres sigan siendo monos. ¿Acaso sabe una liebre que existen colores, el blanco, por ejemplo, y que hay animales depredadores que muy probablemente no distingan a una liebre blanca en un entorno de nieve? ¿Son conscientes de este complejísimo escenario y ello les ha llevado a modificar alguno de sus genes y desarrollar el pelo blanco? La respuesta, de nuevo, podría ser que no son las liebres, sino la naturaleza la encargada de llevar a cabo ese proceso. Pero en este caso, esta entidad que está dentro y forma parte de la manifestación existencial no puede ser la diseñadora de la evolución de las especies, sino que debe recibir órdenes específicas que vayan encaminadas a una evolución con objetivos precisos e inevitables hasta llegar a la inteligencia consciente –el hombre. ¿Quién entonces da las órdenes?

Esta lucha por la supervivencia, por formar parte de las elites animales mejor dotadas para continuar existiendo obvia, como ya hemos visto, la realidad ontológica de plantas y animales. Veamos otro de sus postulados: “Darwin afirmaba quenacen más seres vivos de los que pueden vivir, así que la selección natural haría morir de hambre a las jirafas que poseyeran los cuellos más cortos y al revés: los cuellos más largos otorgarían a sus propietarios individuales mayor probabilidad de sobrevivir, por lo que también aumentaban su posibilidad de tener descendencia y traspasar sus características beneficiosas a sus herederos genéticos.” Este párrafo está lleno de conceptos antropomórficos imposibles de asociar con plantas y animales. ¿Cómo sabía Darwin que nacían más seres vivos de los que podían vivir?

El Parque Nacional Madidi (que comprende el lago Titicaca) de Bolivia alberga una fuente extraordinaria de flora y fauna que poco a poco salen a la luz, gracias a una intensa expedición que halló más de cien especies que son candidatas como nuevas para la ciencia.

Los impresionantes resultados de la expedición Identidad Madidi ha sobrepasado todas las expectativas de la veintena de científicos que se han encargado de recorrer quince sitios del parque desde 2015 a 2017, para identificar y registrar la mayor cantidad de especies.

Gracias a su trabajo se logró confirmar que el Madidi es el parque con mayor biodiversidad del mundo, ya que alberga más de 8.000 especies.

El Madidi tiene una extensión de 1,8 millones de hectáreas, menos del 0,0037 % de la superficie del planeta, pero alberga el 3% de plantas, casi el 4% de los vertebrados y el 9% de las aves del mundo, según datos de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre.

¿Con qué autoridad, en base a qué recorridos geográficos en profundidad (los científicos del proyecto Identidad Madidi han estado casi 3 años recorriendo el lago Titicaca), con qué datos, Darwin se atrevió a plantear semejantes conclusiones? Darwin fue un mero divulgador de las teorías evolucionistas y sociológicas que circulaban en su tiempo y que eran, a su vez, producto de las anteriores (los naturistas Jean-Baptiste Lamarck y Alfred Russel Wallace, el geólogo Charles Lyell, el economista y demógrafo Robert Malthus –que ya planteó la selección natural y la supervivencia de los “mejores”– y muchos otros). A continuación, nos confunde con una afirmación sorprendente: “Así que la selección natural haría morir de hambre a las jirafas que poseyeran los cuellos más cortos y al revés: los cuellos más largos otorgarían a sus propietarios individuales mayor probabilidad de sobrevivir.” ¿Y cómo llegaron a existir y a perdurar estas jirafas con el cuello más corto? Suponemos que no aparecieron y desaparecieron el mismo día o el mismo año. ¿Qué les hizo vivir, pongamos, 20.000 años con el cuello más corto para luego extinguirse a causa de su cuello? Cualquier alteración genética exigiría miles de años para llevarse a cabo, y este hecho es el que invalida el concepto de adaptación –las jirafas empiezan a desarrollar un cuello más largo para no morirse de hambre; entonces ¿cómo lograron sobrevivir, miles de años, mientras estiraban el cuello?

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Exuberante vegetación a ras de suelo. Las jirafas no necesitan de un cuello largo para sobrevivir. Pueden comer de la vegetación que hay a medio metro del suelo, a un metro o a dos metros, como el resto de los animales herbívoros. El cuello de la jirafa es un ejemplo y una lección para el hombre de la presión sanguínea.

¿Cómo entonces funcionan los seres vivos, desde la célula hasta los mamíferos más desarrollados? Exactamente, como un ordenador o, más bien, como los programas de diseño que son leídos y decodificados por las máquinas electrónicas que hay en un ordenador.

Cuando utilizamos estos programas, como CorelDraw o Photoshop, nos parece que son los propios programas los que se han diseñado a sí mismos, los que han pensado que esta opción sería mejor para los diseñadores gráficos que esta otra. Hay tal interacción entre el diseñador y el programa, que éste terminará hablando con él, agradeciéndole las fabulosas herramientas que le proporciona o enfadándose cuando haya algo que el diseñador quiera hacer y el programa no pueda, esta vez, complacer al usuario. Sin embargo, todo lo que hace el programa, sus posibilidades, algunas de las cuales, a veces, son desconocidas para el diseñador que utiliza el programa (adaptación)… son obra del ingeniero o analista que ha hecho el programa. Este mismo sistema es el que interviene en los seres vivos. Todos ellos están construidos con células en las que hay un chip, el ADN, que contiene la información genética con la que se han formado los órganos o elementos que los componen, así como sus características fisiológicas y de comportamiento. Aparte de este chip material, visible, existe otro que interactúa con el individuo en cuestión, aunque no se encuentre en sus células, sino en el Kitab, en el Registro General de la Creación, que contiene todas las acciones que ese individuo, sea de la especie que sea, realizará hasta el Día del Resurgimiento.

No hay azar ni casualidad en la creación. De la misma forma que toda nuestra configuración genética determina hasta el más mínimo detalle de nuestra fisiología y psicología, de esta misma manera, la información sobre cada uno de nosotros contenida en el Kitab, en el RGC, determina cada una de nuestras acciones y sus interacciones con el resto de los elementos existenciales. No obstante, en el caso del hombre, esta absoluta predestinación queda sobreseída por la consciencia. El hombre escapa a un destino escrito y sellado al situarse al nivel de espectador y no sólo de actor, como el resto de los seres vivos. Gracias a la consciencia, el hombre logra ser reflexivo –ve y se ve viendo, es un espectador consciente de estar viendo una filmación. Esta característica esencial es la que hace que el hombre sea la única criatura terrestre capaz de conectarse a la Órbita Divina, capaz de adorar a su Creador.

Si pudiera demostrarse que ha existido un órgano complejo que no pudo haber sido formado por numerosas y ligeras modificaciones sucesivas, mi teoría fracasaría por completo. – Charles Darwin. 

Frances Darwin, The life and letters of Charles Darwin (NY Appleton & Co, 1898 Vol.11 pag 210 (Darwin’s letter to G. Benham, may 22, 1863)

Malas noticias, querido Darwin, cualquier organelo de una célula es un mecanismo extremadamente complejo, que no ha podido ser formado por numerosas y ligeras modificaciones sucesivas.

Tu teoría ha fracasado y tú has fracasado en cuanto que ser humano dotado de consciencia y reflexión.

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