La inquietante filmografía de finales de milenio

Entre 1998 y 1999 se producen las películas que, sin ánimo de exagerar tendenciosamente, han justificado la existencia de Hollywood o, al menos, le han dado el prestigio que el resto de filmaciones, decenas de miles, no han conseguido darle a lo largo de los últimos cien años. Nos estamos refiriendo a Dark City, Truman Show y Matrix, a las que deberíamos añadir The Village, una producción algo más tardía que se estrenó en 2004.

No cabe duda de que Hollywood ha producido excelentes musicales, comedias, westerns, ensoñaciones de ciencia ficción, así como paranoicas y terroríficas películas de miedo y de suspense. Sin embargo, todo ello forma parte de lo que podemos calificar como “entretenimiento”, pasatiempo, espectáculo… algo que produce grandes sumas de dinero a cambio de hacer pasar un buen rato a unas sociedades aburridas, frustradas, defraudadas, que ven en la pantalla sus sueños hechos realidad –apuestos galanes, romances, dinero, mansiones, lujo y, sobre todo, el bien siempre triunfando sobre el mal. Un mismo cliché, de facto, disfrazado con diferentes decorados y representado en diferentes épocas.

Lo que nos ofrecen, empero, las películas que acabamos de mencionar es reflexión. Plantean una serie de interrogantes que resumen todas las cuestiones filosóficas y religiosas: ¿Quiénes somos realmente? ¿Dónde vivimos? ¿Quién dirige nuestras vidas? ¿En qué punto de la existencia podemos situarnos? ¿Se trata de un juego macabro orquestado por un dios cruel, o este universo responde a un plan bien diseñado y ejecutado? ¿En qué momento surge la consciencia como un elemento liberador de las acciones humanas?

Sin embargo, el propio Hollywood, sus poderosas distribuidoras y los medios de comunicación más influyentes han echado tierra sobre estas filmaciones que, incluso asumiendo sus criterios artísticos, deberían haber recibido todos los Oscars, y haber sido celebradas como un ramillete de perlas que anulaba el hechizo de que Hollywood jamás produciría algo realmente profundo y, a la vez, magnífico, spiritual, como un agitador interior de nuestra consciencia.

M, DC, TSH y TV convertían en un verdadero despilfarro los miles de dólares y de horas gastados en pasear al mismo perro con diferentes collares. No obstante, no es al azar al que hay que culpar de tan extraña e injustificable actitud. Este cuarteto cinematográfico no denunciaba un sistema político de opresión o un sistema económico basado en la explotación, en la plusvalía o en el imperialismo. Ninguna de estas críticas puede afectar al deep state, bien atrincherado en sus barricadas mediáticas. Tantas veces se nos había advertido del peligro que corríamos al tratar de substituir el “modo” occidental por el comunista o por el del tercer mundo, que nadie osaba ya proponer una revolución –se trataba, en el mejor de los casos, de cambiar algunas tuercas de la gigantesca maquinaria que hacía mover el universo entero. A todo este impecable montaje se unían las propuestas tecnológicas que parecían no tener fin –viajes inter-galácticos, inmortalidad, posibilidad de configurar genéticamente a nuestros hijos, a nuestros delincuentes, a nuestros soldados. Hollywood se esforzaba por hacer creíbles lo que no eran, sino fantasías escolares. A pesar de ello, no han podido obtener mejores resultados.

Lo que el cuarteto denunciaba era la completa cosmogonía que Occidente llevaba más cinco siglos tratando de imponer al mundo. La pregunta múltiple que en las cuatro películas se repetía insistentemente era si realmente la Tierra era una bola gigantesca de billar llena de agua inmóvil; si giraba sobre sí misma y alrededor del Sol; si existía la gravedad tal y como Newton la había presentado a la academia; si el universo estaba plagado de trillones de galaxias; si todo empezó con los griegos; si realmente la vida, en sus diferentes formas, era producto de la evolución; si había vida en otros planetas, y si no la había, por qué la había en el nuestro, qué teníamos de especiales.

Podemos decir que el final de milenio no estuvo marcado por el “fin del mundo” ni por una serie de catástrofes apocalípticas ni por el mal, atrapado hasta entonces en la caja de Pandora. El fin de milenio representó, ante todo, el fin del silencio. Nada pudo contener la sospecha de que formábamos parte de un montaje, de una puesta en escena controlada por los medios de comunicación; por los nuevos oráculos, tan chamánicos como los babilónicos, que hablaban por boca de las agencias espaciales, los departamentos de astrofísica, de biología y arqueología; por los libros de texto, en los que las hipótesis y teorías pasaban a ser evidencias incontestables.


El silencio se ha roto y lo ha hecho de la forma apropiada a juzgar por la agresividad y virulencia con las que se intenta contrarrestar las nuevas propuestas.


El silencio se ha roto y lo ha hecho de la forma apropiada a juzgar por la agresividad y virulencia con las que se intenta contrarrestar las nuevas propuestas. Los mismos elementos que forman parte de una posible cosmogonía al margen de la oficial, son censurados dentro de un mismo paquete –se ataca a los que arguyen que la Tierra no es esférica, se ridiculiza a Matrix, se califica de lunáticos a los que argumentan en contra de la evolución; se les llama ignorantes a los que ponen en duda la gravedad, los movimientos de la Tierra o el fenómeno de las mareas ocasionado por la acción de la Luna. Incluso se arremete contra los detractores de las vacunas y los que niegan que realmente haya un cambio climático.

Por lo tanto, hay una propuesta general, global, en contra de la propuesta materialista que domina en los centros de poder, en los organismos “científicos” y en los “inversores” que promueven y alimentan determinadas webs, como Quora, que continuamente lanzan mensajes envenenados en apoyo a la versión oficial de los hechos.

Lo curioso del caso, aparte de la innecesaria agresividad, es que nunca hay respuestas a las preguntas, sino insultos o descalificaciones gratuitas. Es decir, no hay debate, no puede haberlo, pues la “comunidad científica” no busca la verdad o el conocimiento, sino el poder que le permita robotizar al ser humano, clasificarlo y configurarlo de forma que trabaje y actúe bajo un estricto y programado control.

Utilizan el argumento de que todos aquellos que se oponen a la versión oficial “verificada” y “confirmada” empíricamente, carecen de formación científica y, por lo tanto, no están capacitados para hablar, pensar, observar, razonar o procesar sus experiencias diarias, sus análisis, sus experimentos… Sin embargo, Brian Mullin es un ingeniero al que ahora tildan de imbécil integral por haber tratado de demostrar la inmovilidad de la Tierra y haber negado que sea esférica. Bill Kaysing había contribuido al programa espacial de los EE. UU; entre 1956 y 1963 trabajó en Rocketdyne, una compañía que ayudó a diseñar los motores del cohete Saturno V. En 1976 publicó un panfleto titulado “Nunca fuimos a la Luna: la estafa de treinta mil millones de dólares de Estados Unidos.” en su trabajo afirma que en 1969 Estados Unidos no pudo haber depositado dos astronautas en la Luna, ya que carecían de la tecnología capaz de llevar a cabo tal proeza. El físico Juan Carlos Gorostizaga, profesor de matemáticas aplicadas en la Escuela Técnica Superior de Náutica y Máquinas Navales de la Universidad del País Vasco (UPV) y Milenko Bernadic, doctor en Matemáticas por la Universidad de Murcia, afirman en su libro “Y sin embargo no se mueve” que la Tierra está fija, inmóvil y que es el Sol y la Luna los que giran alrededor de nuestro “planeta”, que no es tal, ya que no es un cuerpo errante. Guillermo Wood, arquitecto chileno, declaraba recientemente: “Cuando afirmo que la Tierra es plana, me baso en argumentos geométricos y de trigonometría esférica.”

No hay debate porque no es una cuestión de conocimiento, sino de poder. Las sociedades occidentales y las que las imitan están basadas en el materialismo; es decir, en un universo que surgió sin saber cómo ni para qué, que se expandió hasta adquirir la configuración que tiene hoy, cuasi infinito, ocupado por cuatrillones de galaxias, sin más sentido que proporcionar tierras donde pueda originarse y desarrollarse la vida sujeta al vaivén muerte-nacimiento-muerte-nacimiento, sin que haya un objetivo, un plan, un diseño. Sin embargo, la paradoja de Fermi sigue sin contestarse: “Si hay vida inteligente en el universo, ¿por qué todavía no hemos contactado con ella, por qué no hay ningún signo de ella?” La respuesta que se da es anti-científica: “Hay que esperar.” En ese caso, la conclusión debería ser: “No hay vida inteligente en ningún planeta del universo, excepto en el nuestro. No obstante, seguimos mandando sondas al espacio.” Sin embargo, incluso la duda es anti-científica. Significa que carecen de una Teoría General de la Existencia –primero es la teoría, después los hallazgos. Decir que hay que esperar significa que nunca podremos cerrar el círculo. Como su universo, también sus teorías se desarrollan en ámbito infinito. Nosotros, empero, podemos resolver la paradoja de Fermi –no hay vida, de cualquier tipo, fuera de la Tierra. Y ello porque la creación, el universo, tiene un objetivo, hay un plan y un diseño:

(38) … No hemos descuidado ningún detalle en el Kitab (registro general de la creación)

Qur-an 6 – al An’am

Nuestra misión no es ir a la Luna (nunca podremos ir), sino pasar los exámenes que cada día nos presenta el Creador, el Diseñador, el Planificador. Pasar esos exámenes es lo que nos permitirá alcanzar una buena posición en el Más Allá, en Ajirah y continuar el viaje existencial, desarrollar otras capacidades cognoscitivas que no se activarán mientras estemos en la vida de este mundo. Este universo no es cuasi infinito, sino eficiente. Contiene todo lo que el hombre necesita para vivir y para triunfar. No hacen falta trillones de galaxias, ni siquiera una.

Tratan de vendernos el producto sin ninguna evidencia que lo avale. El universo que nos presentan es una realización artística sacada de fórmulas matemáticas y de la imaginación. Sin embargo, el astrónomo danés Tycho Brahe, maestro de Kepler y uno de los mayores matemáticos que ha dado Occidente, mantuvo hasta su muerte el mismo modelo de Gorostizaga y Bernadic, el modelo geocéntrico y creacionista –ex nihilo sui et subiecti.

Todos los elementos que conforman el sistema deben ir juntos, relacionados y deben estar igualmente bajo sospecha.

Se habla de la forma de la Tierra, de las vacunas, del cambio climático, de la Luna, de la edad de la Tierra, de la evolución, del origen de la vida… Todo ello forma un conjunto interconectado, un conjunto que, a su vez, refuerza la base misma del sistema materialista.

No puede haber debate porque las vacunas producen miles de millones de dólares al año –poco a poco las están haciendo obligatorias en todos los países. Sin embargo, Estados Unidos y Europa nos obligan a vacunar a nuestros hijos porque nos aman, aman al ser humano, al mismo ser humano que sacrifican cada día por cientos de miles en el altar del poder, del dinero y del control.

Está claro a través de las respuestas que reciben todos aquellos que ponen en duda el paquete materialista, que el sistema tiene miedo. No paran de asegurarnos que Einstein tenía razón, que todas sus fórmulas son correctas, que los agujeros negros existen… Casi nos suplican que les creamos. Pero aquí, el verdadero asunto es que hay una fuerte oposición a creerles porque hay serias dudas al respecto. Nadie ha dicho nunca que Australia no exista ni que no pase el Vístula por Varsovia. Nadie lo ha dicho porque son supuestos mutawatir; es decir, hay tantas fuentes, tan evidencias, tantas transmisiones… que es imposible que sean mentira. Imaginemos que en todos los atlas del mundo está dibujada Australia, pero nadie nunca ha estado allí. En este caso, la existencia de este continente no sería mutawatir, y seguramente habría mucha gente que la pondría en tela de juicio.

Pero este no es el caso del alunizaje ni el de las vacunas ni el de la evolución ni el de la gravedad. No es el caso de un universo infinito con miles de tierras como la nuestra aptas para la vida inteligente. Las evidencias de justo lo contrario unidas al sentido común y la observación nos hacen entretener serias dudas sobre su veracidad o credibilidad.

No obstante, esta ruptura del silencio, este dejar de seguir a ciegas los dictados del sistema transmitidos a través de sus terminales mediáticas y educativas, estas investigaciones que están poniendo al descubierto las falacias científicas… no son el objetivo final ni la solución. El despertar nos saca del sopor, de la inconsciencia, pero ahora hace falta hacer algo, ahora que estamos despiertos y conscientes tenemos que actuar, tenemos que tomar decisiones, tenemos que ser consecuentes con lo que hemos descubierto.

Este no era el camino. Tenemos, pues, que retroceder hasta llegar a la bifurcación y tomar la otra senda, la que desechamos en su día seducidos por la magia de la tecnología, por el lujo, por la lujuria que nos ofrecía la vida de este mundo. Preferimos olvidar Ajirah y zambullirnos en un prometedor futuro de placer. O simplemente optamos por seguir la corriente de la historia, de los tiempos, y ver a dónde nos llevaba.

Vía muerta es el final de esta vida. Ahora que sabemos, volvamos al relato profético, salgamos del debate y tomemos el camino que lleva a la victoria.

(135) Diles: “¡Gentes del lugar! Actuad según mejor os parezca, que yo también lo haré, y veremos al final de quién es el triunfo. No hay victoria para los infames.”

Qur-an 6 – al An’am

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