Todo ha sido un engaño. Después del gran espectáculo, llega el fracaso existencial. Después de los aplausos, después de las estatuillas de oro, después de las nominaciones a la presidencia de esta o de aquella Casa de colorines, después de los diplomas, de las medallas olímpicas, de los honoris causa… llega la angustia, la soledad de unas alturas en las que ya no hay oxígeno.
Y sin embargo, es en esa carrera por el éxito en la que inscribimos a nuestros hijos desde su nacimiento. Los ponemos en la línea de salida y les damos un empujoncito al tiempo que con el dedo índice les mostramos la meta, la lejana meta del éxito: “Es allí hacia donde debéis dirigir vuestros pasos.” Ellos se vuelven envueltos en lágrimas hacia nosotros, hacia nuestros brazos. No quieren el éxito, quieren nuestro amor, nuestra ternura, aprender nuestra lengua. Esperan ansiosos que les enseñemos el sentido de la vida, la razón de su existencia. Pero nosotros les rechazamos, les empujamos hacia la meta, hacia el gran éxito. Ellos no entienden, son niños, no entienden que hay que triunfar en la vida, que hay que llegar los primeros, romper la cinta, recibir aplausos, elogios, entrevistas televisivas, videoclips. Hay que luchar por la fama, por la riqueza exuberante que nos permita el despilfarro. Mas ellos no entienden, son niños, jóvenes, adultos, ancianos… Todo ha sido un engaño.
(98) ¡A cuántos pueblos hemos destruido antes de ellos! ¿Queda algún vestigio de su paso por la Tierra? ¿Oyes sus voces?
Qur-an 19 – Mariam
Celebrad el fracaso con vuestros hijos. Amadles en la derrota social, política, económica, académica… Abrazadles, sentid su belleza inmaculada, la pureza de sus corazones que no ha sido mancillada por el éxito. Celebrad la perfecta sintonía existencial que reciben sus tímpanos, limpios de aplausos. No les empujéis al extravío del que, un día, ya no podrán volver.
Son vuestros hijos. ¿Por qué los rechazáis? ¿Por qué los habéis inscrito en la carrera del éxito, la carrera que lleva a la perdición? ¿Quién os ha engañado? ¿Quién os separa de ellos? –“Es lo mejor para vosotros, es por vuestro bien.” Eso les decís mientras seguís empujándoles hacia la meta del éxito, mientras seguís separándoos de ellos, perdiéndoles… para siempre.
¿De qué estáis orgullosos? ¿De las mentiras que aprenden? ¿De la falsa cosmogonía que adquieren en las instituciones académicas, a través de los programas educativos diseñados en los sótanos del Vaticano, de la Universidad de Tel Aviv? ¿Es de es de lo que estáis orgullosos? –“Solo unos pocos consiguen llegar a la meta. Tienes que correr más, tienes que ser más agresivo. Nadie se detendrá a recogerte si caes. Es ley de vida. Lo dicen los evolucionistas: ‘Sólo lo consiguen los seres superiores.’ Tienes que ser superior”. Ya no lloran. Ya no quieren estar en vuestros brazos. Ahora odian a sus semejantes, a sus competidores, a los que pueden arrebatarles el éxito.
Unos están en la cárcel, otros han muerto de sobredosis, los hay que se han suicidado. Unos pocos, según todos los índices, han alcanzado el éxito, han triunfado en la vida. Mas no les llaméis. Cuando ven vuestro número, no cogen el teléfono, no pueden mezclar su éxito con vuestro fracaso. Os desprecian. Merecido galardón por vuestra inicua forma de actuar.
¿Quién os ha engañado? ¿Qué maléfico susurro os ha hecho albergar falsas esperanzas? Mirad a vuestro alrededor. Son ellos los que han fracasado, los que se revuelven desesperados en las arenas movedizas del éxito, las que ahora los devoran.
¿La otra cara del éxito?
¿En qué piensan estos personajes de opereta cuando cierran la puerta de sus casas, incluso si son blancas? Ya no hay periodistas a su alrededor. Los consejeros han terminado su jornada y se han retirado a sus moradas donde poder esnifar unos pocos gramos que aún les queda del último alijo de cocaína incautado a un cartel colombiano –luego visitarán a sus putas. ¿Quiénes son ahora? Exhaustos atletas que han cortado la cinta y se han encontrado con la nada absoluta, con el silencio atronador del fracaso existencial.
Ante las cámaras de televisión se ven jóvenes, vigorosos, sonrientes, felices –es la imagen del éxito. La imagen que se proyecta una y otra vez hasta que todos están convencidos de que no hay otra carrera –“¿Es que no quieres ser como ellos? Entonces dale fuerte, hijito. En esta carrera no hay piedad.” Les han enseñado los gestos precisos que deben utilizar en cada ocasión. Parecen invencibles. Mas ahora se han cerrado las puertas de sus casas –esnifan, beben, ponen música… Demasiada esquizofrenia.
“Quien sea líder en IA gobernará el mundo.”
También Putin quiere el éxito para nuestros hijos. No le escuchéis. El mundo lo gobierna Quien lo ha creado.
Nadie es feliz, nadie soporta el absurdo de vivir sin drogas. En la carrera por alcanzar el éxito perdieron el sentido de la vida, se olvidaron del pacto que habían hecho con su Creador:
(172) Cuando tu Señor se dirigió a la descendencia de los Banu Adam e hizo que testimoniaran sobre ellos mismos: “¿Acaso no soy Yo vuestro Señor?” Respondieron: “Atestiguamos que lo eres.” Y ello para que el Día del Resurgimiento no dijerais: “En verdad que desconocíamos este asunto.”
Qur-an 7 – al ‘Araf
No era en la carrera del éxito en la que deberíais haber inscrito a vuestros hijos. Esa es la carrera de la perdición. Que salgan de ella. Celebrad con ellos el fracaso, la ignorancia de lo falso, de la falsa imagen existencial.
Google quiere cerrar masivamente las cuentas que promueven el odio. ¿Qué odio? ¿Odio a qué, a quién? El odio a la verdad. Google es puro encubrimiento. Es uno de los promotores de la carrera por el éxito.
A ellos les parece lejana la muerte. Sin embargo, mañana, cualquier mañana, estarán muertos.
¿Son estos tus héroes? ¿Acaso la meta que esperas alcanzar es la misma meta que estos esperpénticos atletas han alcanzado? Fíjate en sus vidas –dinero, reportajes, fama, mujeres pagadas, homosexualidad, vicio, grotescidad. Cuántas empresas ha arruinado Bill Gates para ser la única célula viva del tejido económico. La carrera del éxito es una carrera sin piedad. Todo vale, pues el éxito justifica los medios, nos redime del pecado, nos libera de la culpabilidad –el éxito es dios.
La corona más criminal de la historia.
¿Acaso los shayatin le han prometido la inmortalidad? ¿En eso se regocija cuando se toma el té de las 5? O quizás le vengan a la memoria las matanzas de la India o el sostén del sistema apartheid en Sudáfrica. Tiene tanto que recordar.
No son visitas reales. Van de una creencia a otra. No obstante, nos sorprende que estos fornidos atletas paguen pleitesía a las iglesias. ¿Qué buscan en ellas? ¿Acaso no han cruzado la línea de meta del éxito económico, social y político? ¿Por qué DiCaprio visita al Papa Francisco? ¿Acaso quiere asegurarse de que no hay infierno? No, no es eso. Están bien juntos. Se cuentan noticias de los shayatin. Son dos demonios que arderán en el mismo fuego, en el que dicen que no existe. Francisco se encuentra a gusto con actores y modelos, con magnates y judíos adoradores del diablo.
Imposición de manos, pantalones vaqueros, orquesta… Puro chamanismo.
¿Qué le hizo a Trump, en el viaje de vuelta a su casa blanca, detenerse en Vienna, Virginia, entrar en la McLean Bible Church y pedirle al pastor David Platt que rezara por él? ¿A qué dios se supone que debía pedir para que le protegiera de sus enemigos y le diera el éxito sobre todos ellos? ¿Acaso piensa Trump que Allah es un maniquí que se guarda en un armario y se saca cuando la depresión ya no puede apaciguarse con anti-depresivos? Quizás ese dios escuche sus plegarias y las de Platt, pero el Dios que le ha creado a él y a todo cuanto existe, nunca le responderá. ¿Debe acaso Allah el Altísimo ayudarle a seguir masacrando a los afganos, a los sirios, a los iraquís, a los iranís? ¿Debería proporcionarle los medios para arruinar a India, a Venezuela y a Cuba? ¿Acaso no debería mandarle unos cuantos miles de malaikah para construir el muro en la frontera sur? Algo no termina de funcionar en esta familia ¿Tiene miedo? ¿Se siente abatido, frustrado? ¡Qué mala carrera la del éxito?
Ginés Morata & García Bellido
Tantos años buscando la piedra filosofal, el elixir de la inmortalidad, el éxito biológico, para al cabo ir a satisfacer sus fantasías en la mosca del vinagre. Esperaban hallar, a punto ellos de morir, la forma de arrebatarle a la muerte 400 ó 500 años –esa es la generosidad de los sabios. Han cruzado la línea de meta y esperan que el éxito alcanzado, miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, les proporcione la emoción que nunca han sentido, les abra los cielos y reciban la luz.
Mas esa luz no se consigue con el éxito, sino con la explosión de certeza que hace estallar los diques que aprisionaban el iman, la fe. Es entonces cuando se libera al corazón y vuelve éste a latir. Es la nueva vida, la gran emoción. Mas esta emoción, esta luz… corren en otra carrera, en la carrera del fracaso académico, del fracaso social, del fracaso económico, del fracaso político. Corren en la carrera de la traición a los valores del deep state.
Pero y si esos corazones estuvieran sellados, dentro de una cámara acorazada, rodeada por un muro de contención, ¿quién podría devolverlos a la vida? ¿Qué les quedaría por hacer? Una borrachera, una esnifada, dos pastillas anfetamínicas… un día más, quizás, sin cargar el revolver. ¡Qué mal destino el del éxito!
Muy bueno, como siempre. Seguimos.
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