El día menos pensado aparecerán titulares como éste o aún más extravagantes, pues parece que la “Akademia”, una de las muchas instituciones subsidiarias del deep state, tiene problemas para mantener vigente su agenda. Después de la segunda guerra mundial, inmediatamente después, nadie, incluidos los judíos, podía imaginarse algo como internet, facebook, YouTube, Google… Nadie podía entonces imaginarse que un día la Akademia tendría que dar explicaciones cada vez más detalladas de sus descubrimientos, hallazgos y teorías a tipos normales y corrientes, a miles de John Brown, Juan Pérez o René Dupont. Tipos grises con años de investigación del espacio intersideral a sus espaldas. Más Aún, años rastreando las informaciones que la NASA y otros organismos oficiales llevan colgando en la red sin tener una clara consciencia de que millones de usuarios les están vigilando muy de cerca.
Hasta ahora, bastaba con introducir sus postulados en los libros de texto, los nuevos libros sagrados de las sociedades occidentales. Nadie, ni profesores ni alumnos, habría osado discutir o poner en entredicho la verdad impresa. La nueva realidad que se le imponía al mundo llegaba de los templos académicos, los templos del hombre blanco, anglosajón y protestante, dirigidos desde las logias judeo-masonas. Ahí está el libro del judío norteamericano David Joel Horowitz, Dark Agenda: The War to Destroy Christian America, en el que desvela su tremenda preocupación por la suerte de los cristianos estadounidenses. En un excelente artículo aparecido en NEWLENS.BOLG bajo el título They did not Kill Him nor did they Crucify Him, se analiza el concepto que alguien que se declara judío laico puede tener de la religión en general y del cristianismo en particular –esta es la verdadera dark agenda.
No están al borde de un ataque de nervios, todavía no, pero hay síntomas de que una creciente paranoia se está apoderando de sus cerebros y de sus creencias.
Una vez que el Papa de Roma devolvió la corona imperial al Constantino de turno, hizo falta una red que amortiguara el golpe –todo empezó a caerse en forma de inquietantes preguntas: “¿Cómo entonces se originó el universo? ¿De dónde ha surgido la vida? ¿Cuál es el objetivo de la existencia?” Por no citar, sino las más obvias y repetidas. Todas las miradas se dirigieron a la Akademia, al desalmado que había matado a Dios. Por su parte, esta sagrada institución, con la sangre fría que suele caracterizar a los asesinos, fue acallando las voces que se resistían a vivir en semejante orfandad, echando encima de la mesa de juego la carta evolución, la carta materialismo dialéctico, la carta big bang, la carta Freud… hasta reunir la configuración ganadora, un rotundo repóquer de ases. Todos guardaron silencio. A las iglesias que lograron sobrevivir al golpe se les propuso formar parte de una entente llamada laicismo en la que prevaleciese el eslogan “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
El apaño, no obstante, no ha durado mucho. La Akademia se alió para conseguir sus objetivos de dominación galáctica con Iblis, su Lucifer, olvidándose de que las promesas de esta entidad son siempre un engaño y acaban destruyendo a sus compañeros de viaje –la misma política que sigue Estados Unidos con sus aliados.
Ninguno de los grandes pilares del nuevo orden mundial se sostiene aunque intentan por todos los medios apuntalarlos. Sin embargo, hay uno al que se aferran desesperadamente –la teoría de la relatividad.
Los titulares son patéticos. Intentan por todos los medios hacernos creer que ha ocurrido algo portentoso, algo que puede cambiar la historia de la ciencia –se ha fotografiado un agujero negro y se han demostrado las teorías de Einstein. ¿Se ha demostrado que todo es relativo? Ya la jirafa del cuento de Augusto Monterroso cayó en la cuenta de que todo era relativo. Era una jirafa excesivamente despistada, hasta tal punto que un día, perdida en sus reflexiones, se salió de la selva. Y así andando a la deriva fue a dar a un desfiladero en el que Wellington y Napoleón libraban una feroz batalla. Por puro despiste y desconocimiento de las artes de la guerra, se fue adentrando en aquel aterrador escenario hasta llegar muy cerca de un enorme cañón que habían montado en un lado del desfiladero y que en ese preciso momento hizo un disparo unos veinte centímetros por encima de su cabeza. Ello le hizo pensar que de medir su cuello 30 centímetros más, la bala le habría volado la cabeza. Luego pensó que de ser la parte del desfiladero en el que se había montado el cañón treinta centímetros más baja la bala también le habría volado la cabeza. Aquella apasionante experiencia le llevó a concluir que todo era relativo.
Los científicos nos suplican que les creamos, que aceptemos su cosmovisión y nos apuntemos a alguno de esos programas que reclutan a voluntarios para ir a Marte. Aceptamos complacerles en todo lo que nos pidan, pero en agradecimiento por sus buenas intenciones y sus admirables logros, estamos dispuestos a hacer algo más que ir a Marte, estamos dispuestos a compartir con ellos algunas reflexiones que podrían sacarles, como en el caso de la jirafa de Augusto, de la selva cósmica.
En primer lugar, debajo de esos apabullantes titulares nunca hay texto comprensible que explique, exactamente, qué es lo que se ha descubierto y fotografiado. Por ejemplo, en “Canal 5” lo explican así:
Esta “fotografía” es técnicamente una interferometría de base muy larga (VLBI por sus siglas en inglés). Se trata de un logro de los astrónomos del proyecto Event Horizon Telescope, que es la unión de varios radiotelescopios sincronizados con relojes atómicos, y juntos son una “cámara” del tamaño de nuestro planeta.
No podía ser para menos, pues el agujero negro que ha hecho de vedette intergaláctica se encontraba a la nada despreciable distancia de 55 millones de años luz. Si ahora tenemos en cuenta que según sus mediciones la luz “viaja” a una velocidad de 300.000 km/s, podremos hacernos “ninguna idea” del trecho que nos separa de la cotizada vedette. En un primer momento, más de uno habrá pensado que se trata de una broma. Sin embargo parece que los chicos hablan en serio.
Oswaldo Betancourt, de Canal 5, nos lo explica para que nadie se forme en su inexperto cerebro ideas erróneas al respecto:
Mejor aclaremos esto para que no te quedes con idea errónea, mejor te aclaramos que no se trata propiamente de una foto, porque las cámaras capturan la luz y los hoyos negros la absorben.
¿Entonces? La gravedad de ANSFi – y de cualquier agujero negro – deforma el tejido del espacio tiempo y hace una “sombra circular” que delimita al propio agujero negro. La parte anaranjada es una nube de gas incandescente calentándose mientras cae en el horizonte de sucesos.
Ahora nos ha quedado claro el asunto –la fotografía del agujero negro que se encuentra en el centro de la galaxia M87, no es una fotografía. ¿Entonces? Quizás se trate de un escenario algo distinto, quizás uno de esos científicos estaba desayunando con su esposa y había en un plato un donut y éste le dijo emocionado: “Mira cariño, así son los agujeros negros.” Y le hizo una foto. Pero no, ellos insisten en que la foto que no es foto, es real. Pudiera ser que no hayamos elegido la web apropiada. Quizás deberíamos buscar en otras más científicas, más profesionales. Tampoco esa es la solución. En todas pasa lo mismo. Es fácil diseñar los titulares, pero cuando tratas de explicar lo que nunca ha sucedido, el lenguaje se vuelve confuso, obtuso, retorcido, contradictorio… No importa, creeremos en todo lo que nos diga la NASA y la Agencia Espacial Europea. Sin embargo, el problema real no es si lo que nos muestran es la “interferometría” de un agujero negro o una ilusión óptica; o si Einstein tenía razón y ahora quedan confirmadas sus teorías y sus ecuaciones, o todo se ha quedado en despistes del “genio” de la física. El verdadero dilema estriba en saber si tiene sentido o no seguir con la astrofísica. Veámoslo desde otro ángulo. Si el universo es infinito o cuasi infinito, como afirma la comunidad científica, lo único que nos queda esperar es que cada día, cada semana o cada año, se encontrarán más y más galaxias, más y más estrellas y más y más agujeros negros… y nada más. Eso es todo y eso ha sido todo hasta ahora. No hace falta que sigan construyendo observatorios ni telescopios gigantes. Sabemos de antemano lo que nos van a decir –nuevas galaxias, estrellas explotando, naciendo, agujeros negros… un universo sin límites. Suponemos que más de un astrofísico argumentará: “¿Y qué sucede entonces con los extraterrestres? ¿Vamos a abandonar su búsqueda? ¿Vamos a dejar de comunicarnos con ellos? Sí, porque no existe vida en otro lugar que en la Tierra. Sus fantasías las promueve Hollywood. En sus platós, con la ayuda de los efectos especiales, ya han ido a Marte, han establecido allí bases, han llenado al planeta rojo de atmósfera respirable, han cultivado patatas y han vuelto a la Tierra sin mayores dificultades. En la realidad, en esta desalmada y cruda realidad, es posible que en el 2020 logre despegar Orion sin tripulación humana y alcance la sorprendente altura de 7.000 km.
Podemos responder a nuestra pregunta retórica diciendo que no tiene sentido seguir con la astrofísica. Es una pérdida inaceptable de dinero y de tiempo, curvo si se quiere, pero no por ello menos valioso.
Fijémonos en otra reflexión. Vivimos en un universo infinito, circundados por varios trillones de galaxias, perdidos en alguna esquina olvidada del cosmos. Somos un mero producto del azar, de la casualidad, de una caprichosa combinación de substancias, radiaciones, partículas subatómicas, gases… que en un momento determinado originaron un universo extremadamente afinado en el que nada sobra ni nada falta, y en el que se produjo una masa terráquea donde surgió la vida bacteriana, después el mundo vegetal, luego el animal, para culminar este prodigioso proceso con el hombre, una entidad dotada de inteligencia y de consciencia –observamos el universo y sabemos que vamos a morir. Tras enviar sondas al último confín del sistema solar y mucho más allá, fuera de nuestra galaxia, seguimos sin encontrar vida, vida bacteriana, vida vegetal. Quizás… No, no hay Dios, no hay Agente externo, Diseñador. Hasta que no hayamos puesto un robot en cada planeta, en cada asteroide del universo, no podremos concluir que no haya vida en algún lugar del espacio intersideral.
Si no hay una teoría general de la existencia, los astrofísicos tendrán trabajo hasta el día del Juicio Final. Esta teoría general, si no queremos salirnos de la selva, es muy sencilla, es observable, es comprensible e inmutable. Está contenida en esta simple frase:
(13) Os ha subordinado todo cuanto hay en los Cielos y en la Tierra. En eso hay signos para la gente que reflexiona.
Qur-an 45 – al Yaziyah
Existe la Tierra envuelta en los Cielos, con su Sol y su Luna, que marcan el tiempo, con sus estrellas, que adornan el firmamento y nos guían durante la noche. Es un lugar momentáneo en el que vivimos. Es un lugar sin sentido si despojamos a la existencia de su realidad post-mortem y post-resurgimiento. Sin embargo, la noticia transcendental contenida en esta frase es que todo se ha creado para nosotros, teniendo en cuenta nuestra existencia. Por lo tanto, nada que no sirva a este fin tendrá sentido que exista. El universo es un gigantesco reloj cuyos elementos están contenidos en una caja de metal cuya parte superior es de cristal, y en el que cada componente forma parte de un complejo mecanismo cuyo único fin es marcar los segundos, los minutos y las horas. Toda pieza que no sirva para este objetivo será apartada por el relojero.
En este sentido, carecen de importancia los agujeros negros y las teorías de Einstein, pues mañana nos espera la muerte y después el resurgimiento y tras él, el juicio con una inexorable sentencia –el Fuego o el Jardín.
Entonces, cuando el hombre, astrofísicos incluidos, estén ante su Creador y se les pregunte: ¿Dónde están esos a los que dabais poder? ¿Dónde está Einstein, Copérnico, Galileo? ¿Dónde están los representantes de la NASA y de las agencias espaciales? ¿Dónde están esos extraterrestres a los que adorabais, aun sin conocerlos, como si fueran dioses? El hombre entonces callará. Algunos dirán: “Les hemos llamado, pero no nos responden. Se han escabullido.” Los agujeros negros habrán dejado de brillar y los telescopios no proyectarán en sus lentes, sino la más corrosiva oscuridad.