Cada 30 años, una generación, reaparecen los fantasmas guardados en el armario de las alternativas filosóficas y espirituales. Vuelven los extraterrestres, los misterios de las pirámides de Egipto, “nuevos” hallazgos de la parasicología y el chamanismo oriental con el yoga, el budismo y el taoísmo a la cabeza. Es el plato fuerte para los jóvenes de hoy que, como los de ayer, están ansiosos por conocer el mundo, su geografía y sus propuestas. Para ellos, el asunto es nuevo y para sus padres se trata de traer a la memoria melancólicos recuerdos. Vuelve a funcionar –libros, seminarios, retiros… y miles de artículos y programas TV que incitan a las nuevas camadas a esos apasionantes viajes por los desconocidos parajes de la mente humana.
En este artículo de Mike Colagrossi, publicado en BIG THINK, se presenta al taoísmo como el remedio más efectivo para combatir la ansiedad, como la terapia filosófica con la que apagar el fuego abrasador del estrés que provoca nuestro miedo al futuro.
LA ANSIEDAD NO EXISTE PARA ALGUIEN QUE VIVE EN EL PRESENTE.
- Nuestras preocupaciones por un futuro incierto alimentan la ansiedad.
- La filosofía taoísta nos enseña una nueva forma de vida.
Diversos grados de ansiedad estructuran nuestra existencia. Ya sea por el estrés del trabajo, por el miedo a un futuro que nunca llega o por enredarse en el incesante drama político del día. La raíz de este problema es la necesidad constante de vivir para el futuro y es aquí donde surge la ansiedad.
Una de las soluciones a la ansiedad, y a otras enfermedades mentales, expuesta por los taoístas es la idea de la “atención plena” o “estar en el momento presente”. Desde esta filosofía emerge el arte de la meditación. El concepto de presencia fluye a través de la idea oriental de estar dentro del ahora. Se ha repetido tantas veces que las palabras a menudo se vuelven banales. Pero no podemos pasar por alto este concepto, pues es la clave para vivir una vida plena, sin angustia ni ansiedad.
Así es como la filosofía taoísta nos libra de la ansiedad –el taoísmo nos devuelve a lo real.
Es indudable que en la teoría, casi todas las propuestas, sean del tipo que sean, funcionan. Tanto es así que Tycho Brahe, renombrado matemático y astrónomo, afirmaba que, matemáticamente hablando, tan cierto puede ser que el Sol gire alrededor de la Tierra, como que sea la Tierra la que gire alrededor del Sol. De hecho, hasta su muerte en 1601, siguió apoyando la teoría de que era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra. Por el contrario, su discípulo Johannes Kepler, prefirió adherirse a la teoría heliocéntrica.
Para resolver el problema de la incongruente compatibilidad de teorías opuestas sólo tenemos dos opciones –observar el fenómeno o experimentar la teoría. En el caso del dilema cósmico la solución no existe, pues no podemos observar el universo desde fuera, ni tan siquiera el denominado “sistema solar”. Por lo tanto, no tendremos más remedio que buscar en otras fuentes ajenas a la astrofísica el modelo correcto. Por el contrario, las teorías filosófico-religiosas, como el taoísmo, podrán ser objeto de una comprobación práctica que nos permita dilucidar si lo que proponen es factible, realizable o, en cambio, se trata de meras especulaciones.
El primer elemento de la práctica taoísta, su elemento básico, es la meditación, como, por otra parte, lo es en el budismo, el yoga o el tantrismo, un medio de obtener el vacío interior, la paz interior, la presencia, el aquí y ahora. Y sin embargo, nada hay que genere más ansiedad que sentarse en la posición de loto con los ojos cerrados o semi-abiertos, y dejar que los pensamientos pasen y se sucedan vertiginosamente ante nuestra atenta e inactiva mirada. Basta con preguntar a los adeptos a tales prácticas para comprobar con un cierto asombro que no hay ni uno solo de ellos que haya logrado meditar media hora al día durante tres meses seguidos, maestros incluidos. Hay muchas razones para ello.
La primera de ellas es el hecho de que en el mundo taoísta chino, manifestado en occidente en forma de parodia para snobs o neuróticos, no se meditaba, sino que se ingerían drogas que hacían creer a los adeptos haber alcanzado la realización espiritual. A pesar de las drogas y de ciertas prácticas chamánicas ningún maestro taoísta voló, se sentó en hogueras sin quemarse o derribó un árbol de un solo golpe. Todo eso existe únicamente en las leyendas y anécdotas pedagógicas que cuentan los maestros a sus discípulos. Nadie busca la realización espiritual. Lo que desean, lo que anhelan con pasión los seguidores de cualquier sistema chamánico, es el poder o, mejor expresado aún –los poderes. Es lo que buscaba Buda y es lo que buscaban los estoicos griegos.
Al llegar a Occidente, todas esas prácticas chamánicas se han convertido en cuasi- religiones y, en numerosos casos, se han asociado al cristianismo –este fenómeno lo vemos sobre todo en el budismo zen y sus retiros con monjes católicos.
Otra de las razones de que la meditación no funcione es debido a que la paz interior, la falta de ansiedad, la plena satisfacción con lo que somos y lo que tenemos, no proviene de un método ascético, sino que es el resultado inevitable de una determinada comprensión de la existencia; y a esa paz interior no se llega mediante prácticas chamánicas, meditación o drogas, sino sometiéndose, aceptando plenamente esa comprensión.
Veámoslo desde otro prisma. El taoísmo nos dice que el pasado y el futuro no existen, que lo único que realmente existe es el presente, justo lo contrario de lo que nos enseña nuestra experiencia. Agustín de Hipona llegó a la misma conclusión tras observar detenidamente los efectos del tiempo –lo único que realmente existe es el pasado y el futuro, ya que el presente es un instante que fluye sin cesar y por ello es inaprensible. Cualquier acto o pensamiento se convierte al instante en parte del pasado o del futuro. No obstante, si aligeramos a la teoría agustiniana de su parte sofista, y confiamos en nuestra experiencia, en lo que sentimos y en lo que entendemos, nos será posible afirmar que tanto el pasado, como el presente y el futuro, existen, pues los experimentamos, los diferenciamos, los comprendemos. Sin embargo, el taoísmo tiene razón al denunciar que el presente, ese tiempo que se extiende hacia el pasado y hacia el futuro, es desatendido por la mayoría de la gente y eso hace que nunca esté en lo que está, y ese “no estar” sea lo que constituya su presente, un presente falso. Mas tampoco en el pasado o en el futuro nos situamos correctamente. No sabemos en qué estructura existencial colgar los recuerdos ni las expectativas de un tiempo por venir. Y no lo sabemos porque no entendemos el sentido de la vida y, por lo tanto, cualquier posición que tomemos, cualquier método que apliquemos, nos llevará irremisiblemente a la insatisfacción, al desconcierto, a un constante vivir en el absurdo de no saber para qué vivimos.
El taoísmo, como todas las teorías chamánicas, parte de la existencia como algo dado, sin que importe cuál haya sido su origen o cuál vaya a ser su fin. Es la misma posición chamánica de la astrofísica y de la biología con respecto al origen del universo y de la vida –¿Cuándo surgieron? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Quién dio la orden de que empezaran, de que se originasen? ¿Se acabarán? ¿Tendrán un final? Nadie puede responder a estas preguntas con verdadero rigor, indagando con sus capacidades cognoscitivas. Nadie estuvo allí cuando se originó el universo ni cuando de la materia inerte surgió la vida y de esta, la consciencia. Aquí nos encontramos con el mismo problema que en los resultados matemáticos –si no hay observación, no hay prueba definitiva.
Por lo tanto, lo primero que debe hacer una teoría que se autodenomine filosófica-espiritual es describir el origen y el fin de la propia existencia, ya que desconocer ambos extremos es la causa real de la ansiedad.
Hemos eliminado a la única entidad que podría responder a nuestras preguntas, hemos eliminado al Originador, al Diseñador, al Creador, el Único que estuvo allí, el Único Testigo. Lo hemos eliminado porque los humanistas nos han convencido de que si es el hombre el que se hace cargo de la creación, todo irá mucho mejor. Y lo hemos aceptado, y hemos luchado por establecer nuestras vidas en esta orfandad metafísica. Pensamos que podríamos encontrar por nosotros mismos el origen del universo, de la vida y de la consciencia. Creímos que sería fácil imaginar el último escenario existencial. Nos han engañado, nos hemos dejado engañar –era tan apetecible convertirnos en dioses. Ahora necesitamos meditar para combatir la ansiedad, la angustia, la depresión, a las que nos ha arrojado nuestra rebeldía. No importa si vivimos en el pasado o en el presente, mientras no logremos dar sentido a nuestra existencia, el tiempo nos devorará sin que entendamos para qué se inició todo.
Esta es la causa de la angustia, de la ansiedad, de la depresión, que asolan a las sociedades de hoy, especialmente a las occidentales.
El pasado hincha la memoria de recuerdos en forma de ideas o de imágenes, de sensaciones, pero en vano hurgaremos en él para buscar el sentido de la existencia. Lo único que encontraremos en ese saco maloliente serán frustraciones, caminos que no tomamos y que quizás nos habrían conducido a la felicidad –deseo de volver a empezar una y otra vez, sin entender que cada posibilidad existencial que probásemos nos llevaría a las mismas preguntas, al mismo silencio, ya que el sentido de la existencia no está en esta vida, sino en la que nos espera más allá de la muerte, más allá de la tumba… tras el resurgimiento.
La única forma de cubrir momentáneamente la angustia, la ansiedad, la depresión… es con drogas, cada vez más potentes, cada vez más devastadoras. ¿Cómo entonces, en este escenario de hoy en el que el tiempo gira vertiginosamente y nos arrastra hacia su centro le decimos al hombre que se siente en silencio a meditar y a vivir el presente? ¿Qué es lo que va a encontrar en su interior? Un paisaje desolador de escenas inconexas e incongruentes, cuya contemplación no hará, sino aumentar la ansiedad y la insatisfacción.
Hemos eliminado la trama existencial original, pensando que seríamos capaces de diseñar una nueva, una que nos conviniese más, pero no tenemos al cabo, sino barrocos esquemas llenos de tachaduras. Los asaltantes, los homicidas, los teócidas, nos proponen dos soluciones al problema –1) Una vida sin prohibiciones, sin límites, sin moral, sin tabúes, sin reproches, sin condenas… 2) Una vida ascética desplegada sobre objetivos inalcanzables. No parece que sean opciones muy halagüeñas.
No acaba aquí el problema. Incluso si supiéramos el origen y el final de la trama existencial, aún nos quedaría otra pregunta por responder: ¿Qué debería hacer mientras existo en este mundo? ¿Debería meditar? Quizás debería buscar un buen trabajo, casarme, tener hijos, ser un hombre de bien. Quizás, pero la respuesta no está en la acción, sino en la consciencia. El hecho de percibir la realidad, de sabernos criaturas, nos llevará inevitablemente a buscar noticias sobre el Creador, a observar el mundo que nos circunda al que tan ajenos habíamos estado hasta ahora, a mirar al cielo y a escudriñar su geografía. Esta toma de consciencia nos llevará a releer; a indagar en las propuestas; a rechazar aquellas que no contemplen en sus prolegómenos la existencia de un Creador; a discriminar a través de nuestras capacidades cognoscitivas.
El taoísmo, la vía chamánica, es el reverso del sistema profético, su contrario –éste dirige nuestra atención al Señor de todos los dominios, mientras que aquel se detiene en el maestro, pues no hay nada ni nadie por encima de él, por encima de su “realización espiritual”. En él acaba el camino. El chamanismo corta la cuerda y nos expulsa de la órbita divina. En algunos casos, proclama la reencarnación como una vuelta constante a la vida de este mundo y, de esta forma, encubre el resurgimiento, tras establecerse la Hora final, y el juicio que le seguirá con el resultado del fuego para unos y los jardines de las delicias para otros. Sin embargo, la reencarnación no es un proceso consciente de ascensión en la escala del conocimiento, pues nadie tiene la menor percepción de sus anteriores reencarnaciones, no tiene memoria de haber existido en otro tiempo ni en otro cuerpo –lo que es, lo es aquí y ahora, por primera vez.
El taoísmo, el estoicismo, el chamanismo en general busca la perfección –en cierta forma hollywoodense– en este mundo, pues no hay otro –todo lo que deseemos lo habremos de conseguir en nuestro tiempo vital. Si mañana, la rueda de la transmigración nos arroja de nuevo a la vida, poco habrá de importarnos, pues en nuestra memoria no habrá, sino los recuerdos que hayamos ido acumulando en esta nueva existencia. No hay enlace entre las diferentes reencarnaciones, no hay aprendizaje de lo anterior. Por ello, con lo que realmente contamos para lograr esa perfección, esos poderes, es con los 60, 70 u 80 años de vida que nos ofrece la biología terrenal. Y es esta carrera hacia un objetivo incierto, móvil, borroso… lo que nos produce ansiedad. Sin embargo, quedarnos en el “presente” tampoco va a solucionar las cosas –la pregunta primordial seguirá azuzando nuestro intelecto. Con paz interior o con ansiedad seguiremos preguntándonos ¿para qué demonios existimos? Este interrogante es el que nos angustia y despoja de todo sentido luchar para ser ricos o sentarnos a meditar para mantenernos sin ansiedad en el absurdo de vivir.
El taoísmo, como el resto de doctrinas chamánicas, es una puerta que oculta un muro infranqueable. No buscamos mejorar nuestras condiciones de vida en la prisión, queremos salir de ella.
(56) “No he creado a los yin ni a los hombres –insan, sino para que Me adoren.
Qur-an 51 – adh Dhariyyat
Adorar aquí significa vivir siendo conscientes de ser criaturas y no entidades surgidas por casualidad de la evolución de una bacteria y que una vez llegadas al estadio de la consciencia tienen que meditar para no tener ansiedad.
(16) Pero no, preferís la vida de este mundo (17) a pesar de que la de Ajirah (la vida del Más Allá) es mejor y permanece.
Qur-an 87 – al ‘Ala
Sin embargo, para vivir plenamente y sin ansiedad en la vida de este mundo deberemos ser conscientes de la Otra, de la Última. Vivir esta percepción, este recuerdo, es vivir en el verdadero presente, en la verdadera realidad. Este es el gran triunfo, la gran meditación.
Muy bueno el artículo. El tema es que ya no se vehicula el conocimiento de la Unidad más que en remanentes de esas tradiciones que llamas chamánicas. El TAO TE KING de Lao Tse en uno de mis libros favoritos. Yo he estado en retiros budistas y se de lo que hablas: el personal está muy perjudicado y sólo busca emociones, sensaciones «cool» que le pacifiquen, pues ya casi nadie sabe que la auténtica sanación está en el conocimiento de quienes somos. Conozco me atrevo a decir bien tres religiones (por teoría y por practica), el cristianismo en su versión católica, el budismo en su versión tibetana (chamanismo puro según tu) y el islam. Y en el budismo que yo conozco sí digo fervientemente que aún hay restos del Tawhid.
Salam.
Me gustaLe gusta a 1 persona