¿Puede haber realmente un cambio substancial en las sociedades de hoy? Vamos hacia una degeneración de la condición humana, de la especie humana, de la única especie que es consciente de su propia realidad, del universo que la circunda y de la muerte.
No es fácil mantener estado tan sutil siglo tras siglo, milenio tras milenio. Un estado altamente inestable y de fácil alteración.
En el juego existencial el hombre cuenta con elementos a su favor, con los que perpetuar sus capacidades y mantener alerta su consciencia, y con elementos que actúan en contra suya, en contra de su naturaleza.
Uno de estos elementos es su miedo a perder los placeres de esta vida, en este mundo, el único que conoce. No termina de asentarse en su corazón con certitud la visión de que el viaje existencial no acaba con la muerte –antes bien, comienza con ella.
Su principal asesor y consejero es Iblis, “el rebelde”, “el susurrador”, “el engañador”, quien le asegura que está en lo cierto al dudar de esos cuentos proféticos que hablan de otra vida, de otra realidad, de un viaje eterno: “No tenemos noticias de que esas quimeras existan. Lo que vemos con nuestros propios ojos es que después de muertos nos convertimos en polvo y huesos carcomidos. ¿Acaso nos prometen que de ese polvo y de esos huesos resurgiremos de nuevo? Sin duda que se trata de patrañas de los antiguos.” Todos están de acuerdo. Que empiece, pues, el espectáculo.
Hay otros elementos positivos que nos recuerdan que cosas más difíciles y sorprendentes que el resurgimiento a la vida tuvieron lugar mientras éramos creados –alguien diseñó nuestros dedos con sus falanges y sus movimientos que nos permiten escribir, y ojos que nos permiten ver y diferenciar millones de matices sin que para ello tengamos que hacer el menor esfuerzo.
Sin embargo, Iblis tiene muchos más elementos a su favor que la duda. Están nuestras inclinaciones. La piedad no es, sino una cuartada para encubrir nuestra propia maldad –¡Cuántos padres no venden cada día a sus hijas por un puñado de dólares! ¡Cuántos padres prefieren seguir viendo un divertido programa de televisión en vez de ocuparse de la educación de sus hijos! SIDA, drogadicción, delincuencia, transgéneros… No importa, en el show de Iblis todo el mundo debe estar contento. “¡Un momento! No, tú. Para ti he preparado esta soga. Póntela al cuello. Súbete a esa banqueta. Eso es. Ahora salta al vacío. No podemos eliminar la culpabilidad, el reproche, la desesperación.” Sin embargo, todo el mundo está contento. Las estadísticas son alarmantes, pero nosotros estamos vivos, tenemos medios para divertirnos y creemos en la reencarnación. Nadie hace preguntas al respecto. Se acepta como un axioma irrevocable. La alquimia, la astrología, la organización planetaria… Hay pruebas fehacientes, hay libros antiguos que hablan de la piedra filosofal. Hay poderes que escapan a las leyes físicas. La existencia de extraterrestres ya forma parte de los postulados científicos. Hay sondas viajando por la galaxia y se ha iluminado el lado oscuro de la Luna. La religión es el opio del pueblo. En eso están de acuerdo todos los sacerdotes, los obispos, los cardenales, los ayatolas, los ulamas… los chamanes. Estamos tocando el fondo. Mañana habrá vida para todos. Cada uno podrá exhibir su verdad, su dios, su género, su perversión. No podemos controlar la evolución del hombre, pero todo indica que se dirige hacia lo sobrenatural –de una bacteria sin núcleo estamos llegando a la divinidad. Este es nuestro destino, ser dioses, ser parricidas… Iblis está extenuado. Es la catarsis universal. Es cierto que han preparado altares para los sacrificios humanos, pero la sangre es inevitable, purifica, potencia el efecto de las pócimas chamánicas. Iblis se exalta a sí mismo. Hace 3 siglos que estruja la torta terráquea y todos lloran de agradecimiento: “Permíteme que te ofrezca el hígado de mi hijo y el pecho cancerígeno de mi hija.” “Déjalos ahí. Ya te dije que el alcohol mata y que la mujer debe casarse y tener hijos, pero vosotros amáis el vicio. ¡Lejos de mí, escoria!”
No cultivéis jardines en los estercoleros ni echéis perlas a los cerdos…
Los elementos positivos nos alertan: “No cultivéis jardines en los estercoleros ni echéis perlas a los cerdos. Ambas cosas llevan a la ruina.” Ya nadie escucha; y si alguien escucha, no entiende; y si alguien entiende, no actúa. Es el síntoma de hoy –la parálisis, la inmovilidad, el cansancio, la desconexión, el zombinismo.
Debemos separarnos en este punto, pues ya sois combustible del infierno. Allí está grabado vuestro nombre, junto a vuestros líderes terrenales, junto a vuestros premios Nobel, junto a vuestras estrellas de Hollywood, junto a vuestros cantantes y Papas.