La guerra civil americana. EL ENGAÑOSO FRATICIDIO.
Hollywood tenía otra encomienda –seguir convenciendo al mundo de que su guerra civil no tuvo otro objetivo que acabar con la esclavitud. El norte representaba la civilización y el sur la barbarie. No hubo más remedio que sojuzgarlo por la fuerza de las armas y unificar toda América en un mismo ideal de justicia e igualdad. La estrategia a seguir no debía diferir mucho de la utilizada con los indios y con Vietnam. Primero había que presentar el ideal, la épica, la sublimación, la falsificación de la realidad en una palabra. En un principio, los indios eran los malos, los que traicionaban los acuerdos con el hombre blanco, los que robaban, saqueaban y violaban. Peor aún, eran salvajes. Durante décadas pensamos que no tenían lenguaje, pues en las películas únicamente gritaban o lanzaban alaridos; pensamos que no tenían familias, esposas, hijos, padres… Eran mucho peor que los bien organizados animales, siempre obedientes a sus instintos. Esta imagen dio mucho dinero a Hollywood y, sobre todo, justificaba su aniquilación. Los indios eran un peligro que había que extinguir.
La épica propiamente dicha comienza con el viaje de un grupo de colonos que huye de la intransigente iglesia de Inglaterra y busca un lugar en el planeta donde asentarse para poder continuar con una vida llena de devoción y misticismo. El viaje se realizó a bordo del Mayflower, que zarpó del puerto de Plymouth el 6 de septiembre de 1620 y llegó a Cape Cod, en el actual estado de Massachusetts, 66 días después. La épica se termina en las extensas plantaciones de algodón en las que decenas de miles de negros africanos perderán la vida y la dignidad humana. Este final forma parte de los errores de la historia –o también: “Así es el hombre”. Esta impostura semántica es la que mejor resultados ha dado –se imputan a la humanidad las masacres cometidas por occidente y, al mismo tiempo, se imputa a occidente los logros alcanzados por la humanidad –el mundo árabe-islámico, India, China… En realidad todo viene de Oriente.
No obstante, tras varias décadas hollywoodenses de películas de mediocre realización en las que los colonos sajones son presentados como héroes, santos o atractivos cínicos, se pasará al efecto contrario –indios imbuidos de sabiduría, dignidad, coraje y sensibilidad, engañados y maltratados por rudos e incivilizados hombres blancos (en su mayoría ingleses y franceses). La fórmula no habría sido aceptada de no haber introducido un factor que desniveló la balanza en favor de los yanquis –el verdadero héroe, más allá del bien y del mal, era siempre un hombre blanco de origen inglés. Así queda de manifiesto en Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990), El soldado azul (Ralph Nelson, 1970) o El pequeño gran hombre (Arthur Penn, 1970).
La guerra civil americana forma parte de los acontecimientos que se han petrificado y de los que no se habla –todo fue bien. Fue un gran acontecimiento propio de un gran pueblo. La historia ha cerrado esa página gloriosa aunque para llegar a esa gloria haya habido que derramar unos cuantos litros de sangre hermana. “¡Pero qué demonios! Hemos ido a la Luna (quizás no), hemos desarrollado la red y, sobre todo, os hemos regalado horas y horas de felicidad hollywoodense. ¿Acaso no tenemos derecho a cometer algún desmán que otro? ¡Maldita sea! Hemos cambiado el mundo.” Obviamente hay muchas interpretaciones históricas y casi ninguna coincide con la de los confederados.
La magia no es real y casi todo desde hace 400 años es mágico, pura hechicería. Nunca se sabe cuándo empezó la infección, cuando se llenó la herida de cultivos bacteriológicos. Quizás todo empezó con Adam, con el sexo, con el bien y el mal. El carácter humano se forjó entre la soberbia y la pusilanimidad y de estas dos características surgieron todas las enfermedades. La palabra en árabe para humano es bashar, el que tiene piel, y la piel, el contagio, según los homeópatas, es el vehículo y la materia de la enfermedad. Sin embargo, hace falta algo más para explicar las masacres perpetradas por occidente. Quizás todas ellas hayan sido una simple preparación para establecer la gran tecnología como el dios substituto. Ya no se puede hablar de magia, sino de poder. Los shayatin son aliados de los transgresores, de los rebeldes, de los encubridores, de los que están dispuestos a vender su alma al diablo.
La guerra civil americana no puede ser vista como un intento desesperado de acabar con la esclavitud. Ni los de la Unión acabaron con ella tras su triunfo militar y político, ni fue esa nunca su intención. Thomas Jefferson –redactor de la declaración de independencia de los Estados Unidos, primer secretario de estado (1789-94), segundo vicepresidente (1797-1801) y tercer presidente (1801-09)– fue uno de los más elocuentes activistas en favor de la revolución americana –odiaba la esclavitud, ese concepto que tantos otros conceptos podía evocar si tirásemos del hilo semántico. No hizo falta. Todo quedó en un puro acto de encubrimiento y de hipocresía. Nuevas evidencias, esta vez con la ayuda de análisis comparativos de ADN, prueban en un casi 90% las relaciones de Jefferson con una de sus numerosas esclavas negras y mulatas, Sally Hemings. Sus ideales de fraternidad lanzados a la estúpida audiencia americana, pronto contrastaron con los de su propia forma de vida, basados en la esclavitud y en una sociedad americana exclusivamente blanca.
La guerra civil americana tenía un claro objetivo que no era el de acabar con la esclavitud, sino con la religión, con la moral, con las prohibiciones éticas y con la vigilancia metafísica de Dios. El mismo sueño de Samiri. Musa le preguntó la razón de haber construido un becerro y de haberlo adorado. Samiri no se sintió intimidado. Tenía noticias de un proyecto satánico del que Musa no había sido informado.
La guerra civil americana necesitaba del gran poder para unificar todo el continente y crear un reino-república del mal, un dominio del vicio libre sostenido con el trabajo de la mano esclava negra. Grandes corporaciones en las que bellas mujeres, postradas a los pies de sus amos, adorasen también ellas al becerro de Samiri. No todo salió a pedir de boca –Río Grande se resistió al avance yanqui y muchos otros elementos de su soñada arquitectura resultaron inoperativos. No obstante, el proyecto sigue en pie. Los deslices sexuales de los presidentes norteamericanos Warren Harding, Johm Kennedy, Bill Clinton y DonalTrump entre otros, prueban que el proyecto sigue.
La guerra civil americana se ha vuelto ahora contra todo el mundo. Los países que no participen en los aquelarres de Samiriserán considerados sediciosos, gente indeseable que promueve la esclavitud.