Desde que nacemos se nos instruye para que no hagamos otra cosa que pensar en el futuro. Mas aquí “futuro” no se refiere a un mero paso del tiempo, sino al lapsus que nos separa del Paraíso Terrenal. Es un concepto que nos sitúa en escenarios en los que predomina la ansiedad. Nos vemos participando en una carrera cuya meta es incierta, borrosa. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que tenemos que correr, pues no disponemos de mucho tiempo para alcanzar ese prometedor futuro. Mas el movimiento es indeciso, titubeante… Lo hemos experimentado miles de veces en los sueños -queremos correr, pero no podemos; realizamos un tremendo esfuerzo, pero no avanzamos.
Pasan los años y ese futuro se va alejando de nosotros hacia un horizonte de espejismos. No importa. Habrá que intentarlo de nuevo. Es así cómo desde el momento mismo en el que nacemos, arruinamos nuestra vida buscando objetivos que desaparecen tan pronto como los alcanzamos. Y ello porque no hay futuro.
¿Qué futuro se puede construir en 70 años? ¿Qué solidez podemos dar a un edificio levantado sobre arenas movedizas -inestables y devoradoras de todo lo que en ellas se asienta? ¿Por qué entonces desea el hombre con tanto ardor el Paraíso? ¿Por qué nuestros anhelos más vehementes no están afinados con nuestro destino terrenal que acaba siempre en la muerte?
Quizás esa falta de resonancia se deba a que buscamos el Paraíso en el lugar equivocado. El hombre tiene la suficiente experiencia acumulada como para entender que en la vida de este mundo no puede haber tal cosa. Más aún, “mundo” y “Paraíso” son conceptos contradictorios. Mas hace mucho tiempo el hombre ha dejado de aprender la verdadera geografía existencial, la completa; una geografía que se extiende más allá de la muerte hacia una forma de inmortalidad. Ha dejado de ver su paso por la Tierra como una primera etapa y de esta forma ansía alcanzar aquí lo que es propio de otras etapas.
Nuestro futuro se establecerá plenamente en la última etapa. Mas será la consecuencia, el fruto, de lo que hayamos sembrado en la primera. Por ello, la vida terrenal no solo tiene sentido, sino que es la base sobre la que estamos construyendo ese añorado futuro. Sin embargo, la ecuación es excluyente -si lo buscamos en este mundo, lo perdemos en el otro, en el de Ájirah. Son dos realidades que no se pueden conectar entre sí.
Esos son los que han vendido Ajirah a cambio de la vida de este mundo. No se les aliviará el castigo ni tendrán en quien apoyarse. (Corán, sura 2, aleya 86)
Lo estamos viendo en los recientes acontecimientos que están teniendo lugar en Siria. Los usurpadores que se han emplazado en el poder para instaurar el verdadero Islam en el país (Ájirah) quieren que se levanten las sanciones impuestas por Estados Unidos y los países de la OTAN (Dunia, este mundo). Mas para lograrlo tienen que renunciar a los principios mismos del Islam, de la creencia contenida en el Corán. Y ello porque estos usurpadores quieren un futuro para Siria. Van a ser los grandes perdedores, pues de esta forma perderán Ájirah, el verdadero futuro, y no conseguirán para la vida de este mundo, sino más pobreza y más destrucción.
Este comercio nunca funciona. Para conseguir el Paraíso en Ájirah debemos luchar en la vida de este mundo, y ello implica sufrir sanciones, guerras, sabotajes, traiciones… Mas este comercio sí es rentable, pues a cambio de padecer todas esas “incomodidades” pasajeras, temporales, recibiremos el Paraíso; un Paraíso que no se acaba ni se deteriora.
Japón hizo mal en claudicar “sin condiciones”, pues a veces es mejor desaparecer, no insistir, si la puerta de la victoria está sellada. Irán ha luchado contra Israel, y también Yemen. Esperemos que Hizbulá se esté reagrupando y reconstruyendo. Mas Irán hizo mal en aceptar un alto el fuego sin condiciones, pues el Eje del Mal no descansa; no cesa de maquinar un solo instante. Su propia naturaleza es la de luchar contra el Eje del Bien, contra el Eje de la Resistencia. Y si este Eje no hace lo mismo, sucumbirá.
Y ¿qué es lo que puede hacer que el Eje del Bien deje de luchar? Únicamente, el deseo de establecer, a través de negociaciones con el Eje del Mal, una paz precaria que le permita volver a disfrutar de la vida de este mundo una vez más.
Si os matan por la causa de Allah o morís, sabed que el perdón de Allah y Su rahmah es mejor que lo que ellos atesoran. (Corán, sura 3, aleya 157)
Y si lo hace, habrá perdido Ájirah y todo su sacrificio anterior habrá sido en vano. Las negociaciones solo pueden ser para establecer condiciones, no para aceptarlas. Vietnam logró derrotar a Estados Unidos y humillarlo. Sin embargo, ha perdido la guerra en la paz, pues no hay paz con el Eje del Mal; no hay paz en la vida de este mundo, ya que esa paz que propone el Eje del Mal no es, sino rendición para el Eje del Bien.
La vida de este mundo o la vida de Ájirah -dos caminos que nunca se juntan.
