“Sois la sal de la Tierra”

El mensajero y profeta Isa tiene una forma curiosa de definir a los creyentes. La encontramos en Mateo 5-13:

Se trata de una alegoría que todos entendemos, pues forma parte de nuestra experiencia cotidiana. Nos resulta desagradable ingerir una comida carente de sal, pues es este condimento el que potencia, multiplica el sabor de los alimentos. Les da fuerza, consistencia, al tiempo que activa los jugos gástricos y prepara al cuerpo para recibir saborosos platos que de otra forma resultarían sosos, insípidos. Y este adjetivo es el que utilizamos para hablar de alguien que carece de emociones, que no tiene chispa, que no provoca ideas, sentimientos, pasiones. Su discurso es siempre insípido, carente de sabor; un discurso que no produce reacciones en quienes lo escuchan. No hay oleaje en su tono, en sus expresiones. Es como la línea continua de un electrocardiograma que nos indica que la persona ha muerto.

La sal, por el contrario, da vida a los alimentos, los conserva, pues elimina todos los elementos nocivos que pudieran contener. Y éste es el efecto que generan los creyentes en la vida de este mundo -son la sal de la Tierra porque le dan vida, le dan sentido, activan las potencialidades que yacen encubiertas en el interior de la mayoría de los hombres; unos hombres insípidos, sosos, carentes de sal, de visiones.

Mas ¿qué sucedería si esta sal se desvaneciera? ¿Con qué sería salada? No serviría ya para nada. Perdería su sentido de existir. Nadie quiere una Tierra insípida. Nadie aceptaría un plato de verduras sin una pizca de sal, pues no tendrían sabor. No se distinguirían de otras verduras -la misma insipidez.

En la alegoría de “Left Behind”, con Nicholas Cage, los Malaika se están llevando a los creyentes al cielo. Solo queda en su lugar la ropa que llevaban. Poco a poco los no creyentes empiezan a entender -se van a quedar solos en una Tierra sin sal, sin sentido, sin bondad; una Tierra despreciable que ni ellos mismos aceptan. De repente, como si cayera sobre ellos un jarro de agua fría, sus vidas han dejado de tener sentido. Ahora tendrán que vivir entre malhechores que persiguen a los malhechores, entre corruptos jueces, hipócritas pastores protestantes. Ahora todos caminarán con su verdadero rostro. Es el final, pues no hay creyentes; no hay sal.

¿Quiénes son, pues, estos creyentes, esta sal que da vida a la Tierra, que le da sentido, que la ilumina? Son la elite de la humanidad. Están presentes en todos los grandes acontecimientos de la historia, pero en vano los buscaremos en los libros de texto. Nos llegan noticias, a veces, pero las tachamos de intranscendentes, de anecdóticas, pues los grandes acontecimientos se desarrollan siempre fuera de los circuitos académicos. Sus protagonistas carecen de títulos o han realizado estudios prohibidos, que los grandes consorcios consideran una amenaza para sus intereses. Nunca diríamos que ese hombre está impidiendo con su inquebrantable fe que se adelante la Hora y se acaben todos los tiempos -los suyos, los nuestros, los del universo.

La elite es el escuadrón de hombres que, una vez que han encontrado la verdad, no reniegan de ella, aunque ello les cueste la vida, la pobreza, el rechazo social, la marginación profesional, la incomprensión familiar… El Altísimo protege su visión, su certitud. Su barca zozobra una y otra vez, mas siempre hay una mano que impide que naufrague. Y ello porque la elite, los creyentes están en el mundo, pero no son del mundo. No son prisioneros de sus pasiones. No les seducen, como a la urraca, los objetos relucientes. No se dejan engañar por los espejismos que continuamente se reflejan a su paso. No se detienen en ellos ni sueñan con un futuro exitoso. Saben que el camino es corto y se acaba antes de vislumbrar el final -la muerte, nuestra hora, siempre nos coge por sorpresa.

Mas hay otros hombres que en su afanosa búsqueda también han encontrado la verdad. La han puesto a prueba y ello les ha llevado a comprender que era cierta su visión. Mas todos los actos que realizamos tienen inevitables consecuencias. Y esos hombres -que no forman parte de la elite, de la elite de creyentes, de la única elite posible- no quieren sufrir los efectos de su creencia y vuelven al camino del encubrimiento y de la perdición. Es Cypher, el siniestro personaje de “Matrix”, que -cansado de una vida llena de peligros y de una austera cotidianidad- decide volver a la ignorancia, a la falsedad, a lo ficticio.

Descubrir la verdad no es el final del proceso. Es aquí donde se detienen los falsos creyentes, las falsas elites que celebran las masas y que Iblis arropa y corona como se corona a los héroes.

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