Desde el instante mismo en el que el hombre despertó a su realidad, una realidad amable y generosa que le proveía con todo lo que necesitaba, pero que al mismo tiempo estaba llena de enigmas, de interrogantes, cuyas respuestas le obsesionaban, se dio a una búsqueda chamánica por encontrar en algún lugar de la Tierra la sabiduría de los espíritus encarnada en algún mago u objeto al que poder preguntar y del que poder recibir la respuesta acertada. Y así vemos cómo en todas las narraciones que nos llegan del pasado de diferentes pueblos y civilizaciones se menciona a los oráculos, a las cabezas parlantes, a los tótems de madera o de piedra coronados por un rostro de cuya impávida expresión salen palabras. Es la verdad objetiva, el gran sueño del hombre.
Sin embargo, la substancia con la que ha sido moldeada su Nafs está hecha de la más pura subjetividad. No logra transcenderla. Más aún, se rebela contra toda evidencia que la contradiga. La verdad debe adecuarse a su percepción subjetiva de la realidad. Mas esa subjetividad actúa como un techo que le impide al hombre elevarse. Es un vuelo de paloma con el que no puede llegar a las más altas cumbres, como lo hacen las águilas.
Y así, cuando se encuentra con algún oráculo o sabio chamán, o abre un libro que contiene textos revelados, prefiere no hacer preguntas o formula cuestiones banales. Es el hombre de hoy, el hombre sin deseo. Le basta con un poco de viento que mueva la rueda de su cotidianidad. No le interesa la geografía postmortem, el viaje existencial hasta los últimos confines de la eternidad -todo tiene un final.
Este raquitismo pasional, este desinterés por conocer la verdad objetiva ha llevado a muchos creyentes a interpretar de forma anómala las siguientes aleyas coránicas:
Y cuando dijeron los hawariyyun: “¡Isa, hijo de Mariam! ¿Puede tu Señor bajar del cielo una mesa provista de alimentos para nosotros?” Dijo: “Temed a Allah si sois creyentes.” Dijeron: “Queremos comer de ellos, sosegar nuestros corazones, tener la seguridad de que nos has dicho la verdad y dar testimonio de ello.” Suplicó Isa, hijo de Mariam: “¡Allah, Señor nuestro! Haz que baje del cielo una mesa provista de alimentos que sea motivo de celebración para nosotros, del primero al último, y un signo Tuyo, y danos el sustento, pues Tú eres el Mejor Sustentador.” Dijo Allah: “Haré que descienda para vosotros, pero al que después de esto encubra la verdad lo castigaré con un castigo con el que ninguna otra criatura ha sido castigada antes.” (Corán, sura 5, aleyas 112-115)
O quizás deberíamos haber dicho que muchos de los creyentes simplemente no las han interpretado. Antes bien, las han entendido de forma literal. Una imagen hasta cierto punto perturbadora -una mesa llena de comida descendiendo del cielo, atravesando el techo -sin destruirlo- del lugar en el que se encontraba Isa y sus discípulos.
¿Qué es lo que en realidad piden los discípulos? ¿Un milagro? Eso no tendría sentido, pues desde que caminaban con Isa por toda Arabia no habían hecho otra cosa que ver milagros. Habían sido testigos de cómo su maestro sanaba a los enfermos y daba vida a los muertos. Sin embargo, lo que piden ahora es una prueba -una prueba de que ese conocimiento existe, es funcional y puede ser comprendido por ellos.
Una mesa bien servida significa conocimiento. Ambos términos -mesa y comida- se utilizan en todas las lenguas y en numerosos casos de forma figurativa. Por ejemplo, cada día leemos en los periódicos declaraciones de los políticos que afirman “tener sobre la mesa todas las opciones” o “¿qué tienen los científicos de hoy sobre la mesa?” y muchas otras expresiones. De la misma forma, el término “comida”, alimento, puede significar -alegóricamente- conocimiento, algo de interés, algo substancial, que llena, que sacia. Mas ese conocimiento que piden los discípulos de Isa debe descender sobre una mesa, sobre un soporte, una explicación. Quizás harán falta esquemas, fórmulas, dibujos. Por eso se habla de “una mesa” -una mesa servida de conocimiento.
Mas como es habitual en el Corán, para entender de forma completa una aleya muchas veces necesitamos el apoyo de otra u otras. En este caso este apoyo lo encontramos en las siguientes aleyas:
Cuando dijo Ibrahim: “¡Señor! Muéstrame cómo devuelves a la vida lo que estaba muerto.” Dijo: “¿Acaso no crees?” Respondió: “Por supuesto que sí, pero quiero con ello sosegar mi corazón.” Dijo: “Toma cuatro pájaros, córtalos y, a continuación, pon una parte de ellos en cada colina y luego llámalos. Vendrán a ti presurosos. Y sabe que Allah es el Poderoso, el que Juzga con Sabiduría. (Corán, sura 2, aleya 260)
Vemos claramente que se trata de un mismo escenario repetido con varios miles de años de distancia. Ibrahim ha recibido -como los discípulos de Isa- un gran acúmulo de información, de datos… pero ahora quiere saber cómo es posible todo eso, cómo funciona, cómo puede surgir lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo; qué proceso tiene lugar en el interior de los seres vivos. Así pues, Ibrahim nos clarifica qué es esa “mesa con alimentos” que piden los discípulos de Isa. Quieren saber -como Ibrahim- el funcionamiento de la vida, el proceso dialéctico entre vida y muerte. Acaso no es eso mismo lo que buscan los científicos de hoy -los biólogos, los químicos: cómo de la materia inerte surgió la vida, las células; y por qué esas células tienen que morir si están vivas.
Sin embargo, la base de la relación del hombre con la divinidad es comercial. Si adquieres una mercancía, tienes que pagar su precio. Por ello, en ambos casos se les reprocha su “curiosidad”, pues no es un conocimiento banal. A Ibrahim se le dice: ¿Acaso no crees? Es una pregunta escalofriante. ¿Es que eres, O Ibrahim, un incrédulo? ¿Un farsante, un falso creyente? Y a sus discípulos Isa les increpa de manera similar: Tened temor de Allah. ¿Cómo os atrevéis a indagar en lo más recóndito del conocimiento que puede adquirir el hombre? ¿Estáis seguros de ser dignos de ello? Y tanto Ibrahim como los discípulos responden de la misma manera: Queremos tranquilizar nuestros corazones. Queremos tener la certeza de que todo lo que se nos ha enseñado es la verdad.
No se trataba, pues, de curiosidad, sino de adquirir certeza y comprensión. En ambos casos se satisfizo sus demandas. Y de nuevo, son las aleyas de Ibrahim en las que se expresa ese conocimiento -el sistema codificado de información, el ADN, las cuatro bases nucleótidas, las cuatro letras del alfabeto genético -dos frente a las otras dos- colocadas sobre los “montículos” de la doble hélice.
Por otra parte, debemos entender que los milagros no tienen ningún efecto sobre el Imán, sobre la fe. El creyente verdadero no cree porque ha visto portentos, sino porque ha comprendido. Es la comprensión lo que afianza el Imán. Los discípulos de Isa no le piden a su maestro un milagro, pues ya han visto muchos. Le piden certeza y comprensión -lo mismo que le pedía el profeta Muhammad a su Señor: Acrecienta mi conocimiento.
